He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

viernes, 4 de septiembre de 2015

Amor al fin y al cabo

-Yo recuerdo el caso de dos chicos, ella y él, dos TTI, típicos tímidos ingleses -dijo lord Winson Green-, que se relacionaron por Internet a través de una dating. Ella no se atrevía a enviarle una foto por temor a no gustarle y tampoco una foto que no fuera de ella, como sabía que hacían otras chicas. A él le pasaba lo mismo. De modo que optaron por enviarse un retrato a lápiz o plumilla; ella se lo encargó a una compañera que dibujaba muy bien y que se convirtió encantada en cómplice de su embellecimiento, con oportunos y sabios retoques en ojos, nariz, cintura y pecho. Él tuvo que pagar a un nigeriano que hacía retratos en Hyde Park, al que pidió uno de cuerpo entero, no sin advertirle que solo le pagaría si le sacaba alto y atlético, con los ojos grandes y el mentón firme. Después de enviarse los dibujos escaneados, se citaron en un pub de Chiswick para conocerse en persona. Cuando él entró, ella estaba sentada al lado de una ventana sobre el Támesis. Era bellísima, como la del dibujo. Se acercó muy azorado. Empezó a hablar y enseguida tuvo la sensación de que estaba molestando. Otro muchacho, recién entrado, vino al rescate de la chica. "¿No ves que no le apetece estar contigo?", le recriminó. Lo reconoció enseguida, ojos grandes, atlético, mentón firme. Ese muchacho era él. No tuvo dudas. Pero tampoco era él: era el muchacho de su dibujo.
Los vio sonreírse y reconocerse; los vio mirarse embelesados; los vio salir juntos. Sin entenderlo del todo, se derrumbó sobre una silla. Y, cuando más abatido estaba, una leve esperanza le hizo levantar la cabeza: si quien se había ido con la chica no era él, sino el muchacho estilizado de su dibujo, acaso habría también una segunda chica bastante menos agraciada pero capaz de haber inspirado la belleza del retrato que ella le había enviado. 
Sintió que la puerta se abría y contuvo la respiración...

Del libro London Calling [2015] del escritor Juan Pedro Aparicio [1941- ].

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