He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

lunes, 31 de octubre de 2016

Un logro

12 de agosto de 1986

Hola John

Gracias por la carta. A veces no duele tanto recordar de dónde venimos. Y tú conoces los lugares de donde yo vengo. Incluso las personas que intentan escribir o hacer películas al respecto, no lo entienden bien. Lo llaman "De 9 a 5". Sólo que nunca es de 9 a 5. En esos lugares no hay hora de comida y, de hecho, si quieres conservar tu trabajo, no sales a comer. Y está el tiempo extra, pero el tiempo extra nunca se registra correctamente en los libros, y si te quejas de eso hay otro zoquete dispuesto a tomar tu lugar.

Ya conoces mi viejo dicho: "La esclavitud nunca fue abolida, sólo se amplió para incluir todos los colores".

Lo que duele es la pérdida constante de humanidad en aquellos que pelean para mantener trabajos que no quieren pero temen una alternativa peor. Pasa, simplemente, que las personas se vacían. Son cuerpos con mentes temerosas y obedientes. El color abandona sus ojos. La voz se afea. Y el cuerpo. El cabello. Las uñas. Los zapatos. Todo.

Cuando era joven no podía creer que la gente diera su vida a cambio de esas condiciones. Ahora que soy viejo sigo sin creerlo. ¿Por qué lo hacen? ¿Por sexo? ¿Por una televisión? ¿Por un automóvil a pagos fijos? ¿Por los niños? ¿Niños que harán justo las mismas cosas?

Desde siempre, cuando era bastante joven e iba de trabajo en trabajo, era suficientemente ingenuo para a veces decirle a mis compañeros: ¡Eh! El jefe podría venir en cualquier momento y echarnos, así como así, ¿no se dan cuenta?".

Ellos lo único que hacían era mirarme. Les estaba ofreciendo algo que ellos no querían hacer entrar a su mente.

Ahora, en la industria, hay muchísimos despidos (acererías muertas, cambios técnicos y otras circunstancias en el lugar de trabajo). Los despidos son por cientos de miles y sus rostros son de sorpresa:
"Estuve aquí 35 años..."
"No es justo..."
"No sé qué hacer..."

A los esclavos nunca se les paga tanto como para que se liberen, sino apenas lo necesario para que sobrevivan y regresen a trabajar. Yo podía verlo. ¿Por qué ellos no? Me di cuenta de que la banca del parque era igual de buena, que ser cantinero era igual de bueno. ¿Por qué no estar primero aquí antes de que me pusiera allá? ¿Por qué esperar?

Escribí con asco en contra de todo ello. Fue un alivio sacar de mi sistema toda esa mierda. Y ahora estoy aquí: un "escritor profesional". Pasados los primeros 50 años, he descubierto que hay otros ascos más allá del sistema. 

Recuerdo que una vez, trabajando como empacador en una compañía de artículos de iluminación, uno de mis compañeros dijo de pronto: "¡Nunca seré libre!".

Uno de los jefes caminaba por ahí (su nombre era Morrie) y soltó una carcajada deliciosa, disfrutando el hecho de que ese sujeto estuviera atrapado de por vida.

Así que la suerte de, finalmente, haber salido de esos lugares, sin importar cuánto tiempo tomó, me ha dado una especie de felicidad, la felicidad alegre del milagro. Escribo ahora con una mente vieja y con un cuerpo viejo, mucho tiempo después del que la mayoría creería en continuar con esto, pero dado que empecé tan tarde, me debo a mí mismo ser persistente, y cuando las palabras comiencen a fallar y tenga que recibir ayuda para subir las escaleras y no pueda distinguir un azulejo de una grapa, todavía sentiré que algo dentro de mí recordará (sin importar qué tan lejos me haya ido) cómo llegué en medio del asesinato y la confusión y la pena hacia, al menos, una muerte generosa.

No haber desperdiciado por completo la vida parece ser un logro, al menos para mí.

Tu muchacho,


domingo, 30 de octubre de 2016

El álbum

Este verano, revolviendo entre papeles de los que me gustaría deshacerme pero que vienen conmigo de mudanza en mudanza, ha vuelto a aparecer el álbum de animales de mi padre. Al encontrarlo me senté y me puse a hojearlo, como hago siempre que por un motivo o por otro doy con él. Las hojas están amarillentas y gastadas, frágiles. Lo recuerdo así de siempre. Ya debía tener treinta o cuarenta años cuando de pequeño lo miraba fascinado una y otra vez, así que ahora debe tener... ¿cuántos? ¿sesenta y muchos? ¿setenta?
Los cromos son muy pequeñitos, cada uno con el dibujo de un animal. Están muy apretados en cada página, ordenados en filas y columnas, y debajo de cada uno hay una breve explicación de tres o cuatro líneas impresa con una letra diminuta. Podía pasar horas mirando aquellas ilustraciones y, cuando ya sabía leer, leyendo los textitos sobre cada animal.
Recuerdo un día en que me vio con él mi tía Carmelita. Supongo que sería uno de esos domingos que venían mis abuelos y ella a comer a casa después de misa. No sé cuántos años tendría yo entonces, quizá seis o siete. Después de comer entró en mi habitación mientras el resto de los adultos estaban en el salón viendo la tele y tomando café. Recuerdo que en la tele había una corrida de toros. Al verme con el álbum me preguntó por él y yo le dije que era de cuando papá era pequeño. Debí decirle o darle a entender que me gustaba muchísimo verlo. Me explicó que no era de mi padre, sino de mi tío, que era quien en realidad había coleccionado esos cromos, y que por tanto no era yo quien debía tenerlo sino mi primo Pepe. Se fue al baño, luego volvió a asomarse a la habitación y me dijo que podía quedármelo un rato más hasta que se fueran, y que entonces se lo llevaría a casa para dárselo a mi primo la próxima vez que le viera.
No sé cuánto duró esa tarde. Recuerdo, como si la sintiera hoy mismo, la congoja de no poder hacer nada, de no atreverme a salir al salón y decir delante de mis padres y mis abuelos y de mi tía que quería quedarme con el álbum, que mi padre me había dicho que era suyo, de cuando él era pequeño, y que mi padre no mentía, y que era injusto que se lo dieran a mi primo cuando era yo quien lo había guardado y cuidado durante todo ese tiempo. Pasé esas horas en mi habitación, mirando con rabia y tristeza el álbum y sintiendo que era la última vez que podría hacerlo.
Cuando ya se iban vino mi tía a despedirse. Llevaba el abrigo puesto, uno de esos negros de pelito ondulado, de señora mayor, como el que llevaba mi abuela. Olía un poquito a naftalina. Era uno de los olores que quedaban en casa cuando mis abuelos y mi tía venían de visita. El álbum estaba a los pies de la cama. Durante la tarde se me había ocurrido la idea de esconderlo y negarme a dárselo cuando me lo pidiera, pero sabía que si realmente se lo quería llevar, me preguntaría hasta obligarme a sacarlo. Al verme debió notar que estaba a punto de echarme a llorar y me preguntó qué me pasaba. A mí se me ocurrió decir que me daban pena las corridas de toros porque los mataban. Aún hoy me pregunto cómo se me ocurrió una respuesta tan peregrina. Me dijo que bueno, que no me preocupara, que me quedara con el álbum hasta la próxima vez que nos viéramos y entonces me lo pediría para llevárselo a mi primo.
Supongo que le di las gracias. En ese momento no podía ni sabía ponerle palabras, pero hoy recuerdo bien la sensación de abuso, de injusticia, de jugar con mi emoción de niño haciéndome daño a sabiendas. Han pasado más de cuarenta años desde aquella tarde y debe hacer quince o veinte que no sé prácticamente nada de mi tía Carmelita. El álbum de los animales sigue conmigo, ha venido de casa en casa en mis mudanzas, entre mis papeles y mis libros. Al verlo nunca puedo evitar acordarme de aquella tarde tan fea, pero también, y sobre todo, de las muchas que disfruté hojeándolo.

La Cabrera, octubre de 2016.

Licencia Creative Commons
El álbum por Román J. Navarro Carrasco se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

sábado, 29 de octubre de 2016

gente que lee (114)

Dice la wikipedia que Astérix el galo se publicó por primera vez tal día como hoy, 29 de octubre, en 1959.

viernes, 28 de octubre de 2016

Una imagen

A todo el mundo le digo que se venga en octubre a Albarracín para asistir al Seminario de Fotografía y Periodismo que organiza Gervasio Sánchez allí cada año. Se lo propongo a amigxs, a gente que viene a mis talleres de fotografía, a gente que conozco por ahí y que creo que le puede interesar, a gente que me gusta con la que me apetece compartirlo... (de hecho con muchxs amigxs lo he conseguido...  ;o)

Estos días estoy digiriendo todo lo que vi, oí, hablé y pensé allí el fin de semana pasado.

Sí, ya sé que siendo un seminario sobre fotografía lo razonable sería que este comentario estuviera en mi blog de fotografía, que se supone que para eso lo tengo y lo mantengo, para hablar de fotos. Pero en realidad, lo que me gusta de ir a Albarracín, por lo que insisto tanto a tanta gente para que venga, es porque para mí es un espacio de reflexión que me sirve para descubrir. Un espacio que me da combustible para muchas de las cosas (no sólo fotos, ni mucho menos) que hago durante el resto del año...

¡Seguimos!

jueves, 27 de octubre de 2016

miércoles, 26 de octubre de 2016

Mal vamos

Hoy hay convocada una huelga de estudiantes protestando contra la LOMCE, la última reforma educativa sufrida en España. Para ninguno de los últimos gobiernos que hemos tenido, ni mucho menos para el que se nos viene encima del PPSOEC's, parece que la educación, la cultura o la investigación sean verdaderas prioridades. Así que parece que, efectivamente, mal vamos...

martes, 25 de octubre de 2016

De vuelta

Recíen llegado del Seminario de Fotografía y Periodismo en Albarracín... como siempre, agotado y con la cabeza llena de ideas y de cosas interesantes...,

lunes, 24 de octubre de 2016

777

Ésta de hoy es la entrada 777 de este Capítulo VI.
Montones de cosas que leo y cosas que escribo compartidas en la red.
Estoy encantado...

¡Seguimos!

domingo, 23 de octubre de 2016

Las minas del Rey Salomón

Las minas del Rey Salomón fue la película que más me obsesionó de pequeño. Nunca he vuelto a verla, pero aún conservo imágenes de ella. Guerreros watusi con rayas de arcilla roja pintadas en la nariz. Cintos negros cruzados en sus pechos a modo de adorno. Dientes afilados como alfileres. Leones que desgarran el brazo a alguien. Moscas posándose en el labio de alguien, y ese labio inmóvil. Antorchas en cuevas. Joyas azules rodeadas de calaveras. Aquel actor inglés muerto de miedo.
El Cine Rialto era un lugar oscuro y almizcleño en pleno día, y yo me metía tan absolutamente en el mundo de la película que la sala se convertía en parte de su paisaje. El paseo en busca de palomitas de maíz al final del pasillo negro, mientras sonaba atronadora la música y los niños se agitaban en sus asientos, todo formaba parte de la trama. Me encontraba en la cueva del Rey Salomón, comprando caramelos. Los bombones eran joyas. Los acomodadores eran árboles de la selva. En los lavabos rugían las panteras.
En una ciudad poblada por blancos de carne y hueso, olí a polvo africano durante varios días.

1/9/80
Homestead Valley, Ca.

De Crónicas de motel [1982] de Sam Shepard [1942].

sábado, 22 de octubre de 2016

viernes, 21 de octubre de 2016

Dylan

Me hace gracia, por decir algo, la polémica que ha generado que le dieran hace unos días el Nobel de Literatura a Bob Dylan. Debo reconocer que no he conseguido tener una opinión muy clara sobre ello, pero reconozco también que me llama mucho la atención haberme encontrado con gente tan a favor y tan en contra.
Gente a la que admiro, y cuya opinión atiendo y respeto, se muestra completamente entusiasmada estos días colgando y compartiendo sin parar cosas de Dylan en facebook, y otras personas a las que también admiro y cuyas opiniones, aunque no las comparta siempre, también sé que debo atenderlas porque son gente que no da 'puntás' sin hilo, considera que esto del Nobel a Dylan es una señal de los tiempos que vivimos, demasiado rápidos, precipitados, tiempos en que quienes tienen que decidir cosas así no llegan a poder detenerse para leer y pensar con calma.

[Dejo de lado, claro, por insustanciales, opiniones como la de algún escritorcito cantamañanas que he visto por ahí que se descuelga diciendo que Dylan es un mojabragas y que la literatura es lo de los libros. En fin.]

Mientras tanto, por qué no, seguimos leyéndole y escuchándole, por si acaso...

jueves, 20 de octubre de 2016

¡Ni una menos!

Esta es la gran noche del delito. La poli lanzada en febril persecución. La luna llena está congelada. Los durmientes sueñan balazos. Suenan las sirenas en mil calles.
En una remota cocina una mujer se ha metido en una situación bastante grave con un hombre. Está asustada, pero ahora le sale la furia. Él está borracho y cada vez se muestra más enloquecido. Ya ha abierto un enorme boquete en la puerta principal. El empapelado roto aletea al viento. La noche salta sobre ellos. No se oyen gritos porque no hay nadie que pueda oírlos. No hay teléfono. No hay coche porque las llaves las tiene él. Ella le observa estremecerse de rabia. Una rabia de origen desconocido. Ella le observa juguetear con los cartuchos de plástico verde. Ella se lanza hacia el agujero de la puerta. Él cae de bruces. Ella se ha escapado y está en el patio del ganado. Descalza. Se hunde hasta las rodillas en el estiércol. Oye un disparo en el porche. Aguarda el momento en que su cuerpo lo sentirá. Nada. Arranca las piernas del embarrado estiércol tirando de ellas con sus propias manos. Se aleja hacia la luz de la colina. No consigue recordar de quién es esa luz. No recuerda si es la luz de una casa o simplemente la de algún establo. Mejor con luz que sin ella, piensa. Mejor la luz que la oscuridad. Tropieza y cae en los profundos surcos. Avanza por tierra, a zarpazos. Mejor una luz, cualquier luz, que la oscuridad.

18/1/80
Petaluna, Ca.


Seguimos con lo mismo, una y otra vez... un día tras otro... Parece mentira que haya que seguir años y años teniendo que protestar por esta misma mierda...

Estos días se está hablando mucho de Argentina, donde se ha movilizado mucha gente bajo esa pancarta de #ni una menos que ha hecho que muchos hombres y mujeres hayan salido a la calle tratando de detener esta masacre de mujeres en todo el mundo.
Oía estos días en la radio que en Argentina cada 37 horas muere una mujer víctima de un hombre que la asesina. En España son asesinadas una media de sesenta o setenta mujeres al año, una o dos cada semana, al menos según la estadística oficial, seguramente más en la realidad. A todos nuestros gobiernos (da igual que sean del PP o del PSOE, al fin y al cabo cada vez va quedando más claro que son idénticos, por si es que alguien tenía aún dudas) este asunto le suele parecer un problema menor: son mujeres, son disputas domésticas, accidentes, la cosa no es tan grave. Recuerdo, por ejemplo, que el esclarecido y misógino Fernando Sánchez Dragó, cuando presentaba su telediario en TeleMadrid, decía que él no metía noticias sobre mujeres muertas porque eso eran sólo sucesos (hecho delictivo o quizá sólo un accidente desgraciado), y en su Teledragó sólo se emitían 'noticias de verdad' y no chismes de corrala...

No son unos cuantos loquitos que les da por pegar a sus mujeres, no son borrachos, no son desequilibrados que de repente se ponen violentos con quien tienen cerca que, casualmente, es una mujer, no son unos pocos hombres machistas y rancios... Podemos disfrazarlo de muchas cosas y no verlo y tratar de ocultarlo, pero existe y tiene nombre: se llama heteropatriarcado y es un sistema de dominación y de privilegios de los hombres sobre las mujeres. No hay más. Ni menos.

Dentro de poco más de un mes es el 25 de noviembre, habrá manifestaciones, comunicados, declaraciones. Mañana mismo, día 21, hay en Sevilla una manifestación de hombres contra la violencia machista...
Pero siento que no puede ser cosa de un día o de una manifestación o de un artículo de periódico. No nos queda otra más que seguir día a día contra esta violencia que las mata a ellas y nos afecta a todxs. Seguir peleando a nuestro alrededor, en lo cercano, en lo cotidiano...

¡Seguimos!

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El texto con el que inicio esta entrada lo he encontrado precisamente estos días en el libro enorme y ya para mí imprescindible Crónicas de motel [1982] de Sam Shepard [1942- ], que leo por recomendación de Ángel Zapata, mi profe en la Escuela de Escritores.

miércoles, 19 de octubre de 2016

gente que lee (113)

Mujeres leyendo fotografiadas en 1899.

martes, 18 de octubre de 2016

La gente de aquí

La gente de aquí
se ha convertido
en la gente
que finge ser

27/7/81
Los Angeles, Ca.

De Crónicas de motel [1982] de Sam Shepard [1943- ].

lunes, 17 de octubre de 2016

Hace falta estar ciego

   Hace falta estar ciego,
tener como metidas en los ojos raspaduras de vidrio,
cal viva,
arena hirviendo,
para no ver la luz que salta en nuestros actos,
que ilumina por dentro nuestra lengua,
nuestra diaria palabra.

   Hace falta querer morir sin estela de gloria y alegría,
sin participación en los himnos futuros,
sin recuerdo en los hombres que juzguen el pasado sombrío de la Tierra.

   Hace falta querer ya en vida ser pasado, 
obstáculo sangriento,
cosa muerta,
seco olvido.

Rafael Alberti [1902-1999]

domingo, 16 de octubre de 2016

Soria, Machado

Hoy, domingo, paseando con Elia por Soria, siguiendo a Antonio Machado [1875-1939].
(El retrato es una sanguina de Leandro Oroz Lacalle [1883-1933]).

sábado, 15 de octubre de 2016

¡Ah, la física!

–Veamos –respondió el doctor sonriéndose–; si en circunstancias como ésta no supiese un hombre salir de apuros, ¿de qué le serviría haber estudiado física?
–¡Ah! –exclamó Johnson con entusiasmo–. ¡La física!

De la novela El desierto de hielo [1866] de Julio Verne [1828-1905].

viernes, 14 de octubre de 2016

Libros suicidas

Me encanta esta imagen... jejeje... aunque me temo que a estas alturas puede ser Tele5 o cualquier otra cadena de televisión...
¡Ay!

jueves, 13 de octubre de 2016

How does it feel?

Bob Dylan [1941- ], premio Nobel de Literatura 2016 "por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción".

Y el mismo día, como haciendo una última pirueta, ha muerto Dario Fo [1926-2016], ganador del premio en 1997.

(La foto la hizo Richard Avedon en 1965.)

miércoles, 12 de octubre de 2016

¿Lees?

Advertí un libro abandonado en una mesa, y me pasmó aquel descubrimiento en una región poblada por analfabetos; hacía una eternidad que no tocaba las páginas de un libro. Me acerqué enseguida, pero el resultado fue más bien decepcionante: era un catálogo de colores de tejidos, editado por una fábrica de tintes.
–¿Lees? –le pregunté.
–No mucho –me respondió ella sin ningún complejo–. Pero no me toméis por idiota, me gusta mucho charlar con la gente que sabe leer y escribir, jóvenes de la ciudad. ¿No os habéis fijado? Mi perro no ha ladrado cuando habéis entrado, conoce mis gustos.

De Balzac y la joven costurera china [2001] de Dai Sijie [1954], la novela que estamos leyendo para la próxima quedada de nuestro Club de Lectura Serrano.

martes, 11 de octubre de 2016

gente que lee (112)

Amigxs que leen: María Spacca me la envió durante el verano desde algún lugar de Croacia...
¡Gracias!

lunes, 10 de octubre de 2016

La realidad

–¿Sabe qué pasó entre ellos? 
–Lo que siempre pasa entre hombres y mujeres, la realidad.

Del capítulo 5 de la primera temporada de la serie True Detective.

domingo, 9 de octubre de 2016

No veo razón para no ir lejos


–Vestidos como estamos, bien calzados, bien equipados, no veo ninguna razón para no ir lejos –me dijo mi tío.

De Viaje al centro de la Tierra [1864] de Julio Verne [1828-1905]. La ilustración es una de las realizadas por el pintor e ilustrador Éduard Riou [1833-1900] para la edición original de la novela.

sábado, 8 de octubre de 2016

La sonrisa de Burt Lancaster

Recuerdo cuando intentaba imitar la sonrisa de Burt Lancaster, después de haberle visto con Gary Cooper en 'Veracruz'. Durante muchos días estuve practicando en el patio de atrás. Serpenteando entre las tomateras. Riéndome con todos los dientes al desnudo. Riéndome de esa risa. Alzando el labio superior para descubrir los dientes. Después de practicar esa sonrisa durante unos cuantos días intenté utilizarla ante las chicas de la escuela. Ellas no parecían enterarse. Forcé mi imitación hasta que empezaron a producirse extrañas reacciones entre mis compañeros. Miraban fijamente mi dientes, y asomaba a sus ojos una expresión asustada. Ya no me acordaba de lo feos que eran mis dientes. De que uno de ellos lo tenía podrido, de color pardo, y montado encima del diente roto que estaba junto a él. De hecho había llegado a estar convencido de que poseía una hilera de perfectos y perlados dientes, como los de Burt Lancaster. Como no quería asustar a nadie, dejé de reírme en cuanto me di cuenta de lo que pasaba. Sólo lo hacía cuando estaba a solas. Poco después dejé de hacerlo incluso a solas. Volví a mi cara vacía.

De Crónicas de motel [1982] de Sam Shepard [1943- ].

Este mini cuentito es una de las primeras referencias que nos ha dado Ángel Zapata en el taller de escritura que acabo de empezar a hacer con él esta semana en la Escuela de Escritores.

viernes, 7 de octubre de 2016

Poe

Hoy, 7 de octubre, se cumplen 167 años de la muerte, con sólo 40, del escritor estadounidense Edgar Allan Poe [1909-1949].
Este retrato es un daguerrotipo realizado por W.S. Hartshorn en 1848.

jueves, 6 de octubre de 2016

El concierto

Dentro de escasos minutos ocupará con elegancia su lugar ante el piano. Va a recibir con una inclinación casi imperceptible el ruidoso homenaje del público. Su vestido, cubierto de lentejuelas, brillará como si la luz reflejara sobre él el acelerado aplauso de las ciento diecisiete personas que llenan esta pequeña y exclusiva sala, en la que mis amigos aprobarán o rechazarán -no lo sabré nunca- sus intentos de reproducir la más bella música, según creo, del mundo.
Lo creo, no lo sé. Bach, Mozart, Beethoven. Estoy acostumbrado a oír que son insuperables y yo mismo he llegado a imaginarlo. Y a decir que lo son. Particularmente preferiría no encontrarme en tal caso. En lo íntimo estoy seguro de que no me agradan y sospecho que todos adivinan mi entusiasmo mentiroso.
Nunca he sido un amante del arte. Si a mi hija no se le hubiera ocurrido ser pianista yo no tendría ahora este problema. Pero soy su padre y sé mi deber y tengo que oírla y apoyarla. Soy un hombre de negocios y sólo me siento feliz cuando manejo las finanzas. Lo repito, no soy artista. Si hay un arte en acumular una fortuna y en ejercer el dominio del mercado mundial y en aplastar a los competidores, reclamo el primer lugar en ese arte.
La música es bella, cierto. Pero ignoro si mi hija es capaz de recrear esa belleza. Ella misma lo duda. Con frecuencia, después de las audiciones, la he visto llorar, a pesar de los aplausos. Por otra parte, si alguno aplaude sin fervor, mi hija tiene la facultad de descubrirlo entre la concurrencia, y esto basta para que sufra y lo odie con ferocidad de ahí en adelante. Pero es raro que alguien apruebe fríamente. Mis amigos más cercanos han aprendido en carne propia que la frialdad en el aplauso es peligrosa y puede arruinarlos. Si ella no hiciera una señal de que considera suficiente la ovación, seguirían aplaudiendo toda la noche por el temor que siente cada uno de ser el primero en dejar de hacerlo. A veces esperan mi cansancio para cesar de aplaudir y entonces los veo cómo vigilan mis manos, temerosos de adelantárseme en iniciar el silencio. Al principio me engañaron y los creí sinceramente emocionados: el tiempo no ha pasado en balde y he terminado por conocerlos. Un odio continuo y creciente se ha apoderado de mí. Pero yo mismo soy falso y engañoso. Aplaudo sin convicción. Yo no soy un artista. La música es bella, pero en el fondo no me importa que lo sea y me aburre. Mis amigos tampoco son artistas. Me gusta mortificarlos, pero no me preocupan.
Son otros los que me irritan. Se sientan siempre en las primeras filas y a cada instante anotan algo en sus libretas. Reciben pases gratis que mi hija escribe con cuidado y les envía personalmente. También los aborrezco. Son los periodistas. Claro que me temen y con frecuencia puedo comprarlos. Sin embargo, la insolencia de dos o tres no tiene límites y en ocasiones se han atrevido a decir que mi hija es una pésima ejecutante. Mi hija no es una mala pianista. Me lo afirman sus propios maestros. Ha estudiado desde la infancia y mueve los dedos con más soltura y agilidad que cualquiera de mis secretarias. Es verdad que raramente comprendo sus ejecuciones, pero es que yo no soy un artista y ella lo sabe bien.
La envidia es un pecado detestable. Este vicio de mis enemigos puede ser el escondido factor de las escasas críticas negativas. No sería extraño que alguno de los que en este momento sonríen, y uqe dentro de unos instantes aplaudirán, propicie esos juicios adversos. Tener un padre poderoso ha sido favorable y aciago al mismo tiempo para ella. Me pregunto cuál sería la opinión de la prensa si ella no fuera mi hija. Pienso con persistencia que nunca debió tener pretensiones artísticas. Esto no nos ha traído sino incertidumbre e insomnio. Pero nadie iba ni siquiera a soñar, hace veinte años, que yo llegaría adonde he llegado. Jamás podemos saber con certeza, ni ella ni yo, lo que en realidad es, lo que efectivamente vale. Es ridícula, en un hombre como yo, esa preocupación.
Si no fuera porque es mi hija confesaría que la odio. Que cuando la veo aparecer en el escenario un persistente rencor me hierve en el pecho, contra ella y contra mí mismo, por haberle permitido seguir un camino tan equivocado. Es mi hija, claro, pero por lo mismo no tenía derecho a hacerme eso.
Mañana aparecerá su nombre en los periódicos y los aplausos se multiplicarán en letras de molde.
Ella se llenará de orgullo y me leerá en voz alta la opinión laudatoria de los críticos. No obstante, a medida que vaya llegando a los últimos, tal vez a aquellos en que el elogio es más admirativo y exaltado, podré observar cómo sus ojos irán humedeciéndose, y cómo su voz se apagara hasta convertirse en un débil rumor, y cómo, finalmente, terminará llorando con un llanto desconsolado e infinito. Y yo me sentiré, con todo mi poder, incapaz de hacerla pensar que verdaderamente es una buena pianista y que Bach y Mozart y Beethoven estarían complacidos de la habilidad con que mantiene vivo su lenguaje.

Ya se ha hecho ese repentino silencio que presagia su salida. Pronto sus dedos largos y armoniosos se deslizarán sobre el teclado, la sala se llenará de música, y yo estaré sufriendo una vez más.

Relato incluido en el libro Obras completas (y otros cuentos) [1981] del escritor hondureño - guatemalteco - mexicano Augusto Monterroso [1921-2003].

miércoles, 5 de octubre de 2016

martes, 4 de octubre de 2016

lunes, 3 de octubre de 2016

Vuelta al cole

Varias veces he mencionado ya en este blog, por diferentes motivos, a la Escuela de Escritores. A principios de este año decidí regalarme, como una forma de cumplir uno de mis propósitos de año nuevo, un curso de escritura. Estuve yendo durante el primer trimestre de 2016 y me lo pasé muy bien: aprendí mucho, conocí a gente estupenda y, sobre todo, me 'forzó' a escribir...

En primavera lo tuve que dejar, luego llegó el verano que parece que cambia todos los ritmos... y ahora, con este otoño que parece que ya ha llegado del todo, vuelvo a la Escuela.
Hoy tengo la primera clase y me muero de ganas...

Esta vez me he matriculado en uno de los cursos que da Ángel Zapata. Hace algún tiempo leí su libro La práctica del relato, que fue de las primeras cosas que leí sobre el tema y me resultó muy clarificador. Estos días lo he rescatado de las cajas y los montones que aún duran desde mi mudanza de este verano y lo tengo rondando de nuevo por casa...

He encontrado por ejemplo, entre las cosas que tengo subrayadas de cuando lo leí, ésto:

Llegados a este punto, tal vez convenga recordar que la propia palabra "ficción" procede del latín "fingere", que significa "simular". Como es natural, igual Moravia que Carver están fabulando al escribir sus relatos. Apenas toman la palabra en el texto, imaginan ser otros: un hombre que se hace birlar las novias, y otro hombre fastidiado por una madre absorbente. Quizá se encierre en cualquiera de ellos algún apunte autobiográfico. Pero de todas formas es igual: esos personajes no han existido nunca como seres reales, y la historia que supuestamente refieren a sus lectores es una pura invención del autor.
Visto desde este ángulo, no deja de resultar insólito que una persona cualquiera esté dispuesta a malgastar su tiempo en escuchar tales embustes. Después de todo ¿cómo es posible que pueda interesarnos leer una historia de la que ya sabemos de antemano que es mentira? ¿habéis pensado alguna vez por qué nos gusta leer ficciones?
La pregunta está lejos de ser ociosa. Tanto es así, que ni siquiera tiene una respuesta única. En el afán de contestarla, algunos teóricos necesitan remontarse a la propia naturaleza del hombre y colocar en ella -junto al hambre y la sexualidad- un tercer instinto que sería el instinto del juego. Contar cuentos es un modo de jugar; y en la misma dirección, el historiador Johan Huizinga sostiene que la especie humana se destaca del reino animal tanto por el conocimiento, como por el papel que desempeña el juego en nuestra vida. El hombre es "homo sapiens" y "homo ludens"; o lo que viene a ser igual, el hombre es el animal que juega: no el mono desnudo que describe la biología, sino un mono arropado por sus ficciones.
[...] he acompañado al capitán Ahab en su alucinada persecución de una ballena blanca, o he bajado las escaleras de un sótano de Buenos Aires y me he sumergido en un Aleph. Estas aventuras, es cierto, las he vivido con la imaginación. Su recuerdo tiene en mí una intensidad menor (o puede que distinta sólo), al recuerdo que guardo de unos días que pasé en Venecia, mi tercer cumpleaños, la primera vez que vi el mar y otros episodios por el estilo.
Pero el Aleph y la ballena blanca, los apuros espaciales de Ijon Tichy o aquella magdalena mojada en té que tenía el efecto de un tónico sobre la memoria de Marcel Proust, todo esto forma parte de mi vida; lo he vivido de otra manera, y dando vida a esas historias en mi propia imaginación me he experimentado como si fuera otro.
Quizá de un modo más tenue (pero a veces tan involucrado como en una experiencia real), me he vivido a mí mismo en muchas otras vidas imaginarias. Y he disfrutado de mi propia vida, en definitiva, inmerso como lector en ese espacio paralelo de la literatura, donde juego a ser otro.
Al leer, jugamos a ser otros. [...]

Lo dicho, me muero de ganas de empezar...

domingo, 2 de octubre de 2016

gente que lee (111)

Hoy se cumplen 147 años del nacimiento de Mahatma Gandhi [1869-1948].
Esta foto, en la que aparece leyendo junto a su rueca, se la hizo la fotógrafa estadounidense Margaret Bourke-White [1904-1971] en 1946.

sábado, 1 de octubre de 2016

Espera

Se tapa las orejas para no oír los gemidos agónicos de sus guerreros. No sabe cuántas horas han pasado desde que llegaron. No sabe cuánto tiempo lleva quieto, entre el barro, esperando. Intenta no moverse, permanecer absolutamente inmóvil. Se aprieta las orejas con fuerza. Tiembla. Trata de no oír nada, pero el ruido entra a través de la piel, de las heridas, del miedo.
Al llegar pensaron que sería fácil. Son pocos y cobardes, les dijeron los generales. Es un trámite, una escaramuza, les dijo él a sus hombres. Avanzó con ellos y enseguida supo que eran carnaza echada al enemigo para retenerle, para sujetarle unos metros o unas horas más, confiando en que pronto llegarían tropas amigas, cambiaría el tiempo, el enemigo cometería un error o algo ocurriría de repente que haría que la batalla diera un giro inesperado. Pero no ha habido ningún giro, ningún cambio, ningún error del enemigo. Lo que está ocurriendo, la realidad, es que él y sus hombres han ido a un matadero y la mayoría agoniza ya a su alrededor. Les oye gritar y morir a su lado.
Él simula su muerte. Sus hombres, desconcertados al verle caer, sin mando que les dirija, confusos, han seguido luchando sin orden, sólo tratando de sobrevivir, sin pensar en banderas que rescatar ni en fronteras que defender, sin pensar en nada eterno ni sagrado que les diera la gloria si vencían o la fama si eran vencidos. Sólo querían salir de allí vivos, escapar. Ninguno lo hará.
Él confía en que quizá pueda huir si resiste un poco más y si el enemigo no decide rematar a los caídos o prender fuego a todo cuando esté seguro de su victoria. Tiene que aguantar el dolor, el frío, el miedo. Sigue esperando, aterrado, inmóvil junto a otros cuerpos. Los de sus hombres y los de sus enemigos. En el suelo, entre el barro y la sangre y las armas, no se distinguen unos de otros. Sólo son cuerpos gimientes y fríos.
Se tapa las orejas con fuerza para no oír nada. No soporta los gemidos de los hombres moribundos a su alrededor. Se tapa las orejas para creer que no está allí. Espera.

Madrid, septiembre de 2016.

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Espera por Román J. Navarro Carrasco se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.


Uno encuentra por ahí, buscando un poco, mil métodos para poder generar o encontrar o provocar alguna semilla que acabe en un relato. Uno de ellos, que últimamente me está gustando cada vez más, es el que usan en el concurso 'Relatos en Cadena': comenzar una historia con las últimas palabras de otra.

Hace unos días leí uno de los estupendos relatos de Quim Monzó, uno de mis cuentistas favoritos, sobre Ulises y el Caballo de Troya, y me gustó mucho su última frase: Se tapa las orejas para no oír los gemidos agónicos de sus guerreros. Y este minicuento que cuelgo hoy, coincidiendo con la primera de las dos lunas nuevas que tendrá este mes de octubre, es el resultado de rumiar la frase durante unos días...

(Es cierto que habrá, entre quienes me conocen, quien piense que me ha salido un relatito con un tono un tanto sórdido y/o macabro, tal vez impropio de mí. Quizá a quienes eso piensen no les falte razón, pero en mi descargo he de decir, aunque no sé cuánto tendrá que ver, que lo he escrito durante esta semana que ahora acaba, en la que he vivido el más descomunal y asombroso dolor de muelas de cuantos he conocido en mi vida y en el mundo han sido. Así que quizá sea cierto que el cuento es un poco mohíno de más, pero no es menos cierto que yo no he estado para muchos regocijos...   ;o)

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Actualizado el 3 de octubre :: Cuando me puse a escribir este relatito hace una semana, entre ibuprofenos y amoxicilinas, una de los párrafos que me salió 'del tirón' fue éste:

No encuentra un motivo más idiota para morir que una bandera o una frontera. Pocas cosas han cambiado tanto en la historia y, sin embargo, miles de hombres siguen yendo a morir y matar por ellas creyéndolas sagradas y eternas.

Cayó más o menos por la mitad del relato. Lo escribí, lo leí y pensé que estaba perfecto. No había que tocar ni una coma. A pesar de eso, cuando releía para corregir me daba la impresión de que no encajaba, de que no venía a cuento, de que estaba fuera de lugar, pero me resistía a quitarlo porque esto que dice este párrafo era exactamente lo que yo quería contar con el relato. Le daba vueltas al resto del texto, pero de un modo u otro este dichoso parrafito siempre sobrevivía a mis tijeras...

Al día siguiente de colgarlo en el blog, cuando he empezado a recibir algunos comentarios de gente que lo ha leído, he entendido lo que creo que le pasaba: uno de esos errores de novato que cuesta asumir, hacer hablar a tus personajes con tu voz y no con la de ellos.
Estas tres líneas tienen mi voz, dicen lo que yo pienso con mis palabras, no con las del personaje que se supone que las están pensando.

En fin, con un par de días de retraso, párrafo fuera. Sin pena, sin remordimiento.
;o)
¡Seguimos!