He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

domingo, 16 de agosto de 2015

Doble dos

-No hay sin embargo un caso más raro que el de uno de nuestros más efímeros primeros ministros. Y esto no es una historia de lord Dim, por más que lo parezca -dijo lord Winson Green-. Ya saben, el pobre Alfred Hill, que apenas duró seis meses en Downing Street. Su guardaespaldas, el guardaespaldas del Primer Ministro era un escritor más bien frustrado que divagaba a diario con la fantasía de matarlo y así conseguir la fama que necesitaba para vender libros. Como le daba tantas vueltas a la idea, pensó luego que lo mejor sería que el Primer Ministro lo matara a él. Eso sí que sería una gran noticia. Pero para recoger sus frutos tenía que sobrevivir, aunque fuera con nombre supuesto. El Primer Ministro tenía un sosias; él también. El del Primer Ministro era un poco atolondrado; el suyo, en cambio, tenía mucho charme y además hablaba francés como la señora del Primer Ministro. No me pregunten cómo, pero se las ingenió para organizar un affaire entre ellos. Si el Primer Ministro, al sorprenderlos en flagrante adulterio en Downing Street, lo mataba en un arrebato a la española o si ya en frío mandaba asesinarlo, sería al sosias al que mataran. El Primer Ministro no se inmutó sin embargo. Él y su señora llevaban un tiempo buscando alicientes sexuales para reavivar su relación. Así que cuando vio en la cama matrimonial a su esposa desnuda cabalgando sobre quien creía el guardaespaldas, se despojó de sus ropas y se unió a ellos. Ni el Primer Ministro ni su esposa sabían que aquel no era el verdadero guardaespaldas. ¡Al fin te tenemos en nuestra cama! -le dijeron con alborozo. Ni que decir tiene que el muñidor del curioso enredo siguió siendo un escritor frustrado.

Del libro London Calling [2015] del escritor Juan Pedro Aparicio [1941- ].

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