He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

miércoles, 4 de junio de 2014

Mirjam Pressler

Cada vez me gustan más los libros de Mirjam Pressler [1940-2019], novelista alemana cuyo trabajo, al menos el que yo conozco, está dirigido a público infantil y juvenil. Estos días he leído Y por fin habló y Arañazos en la pintura.
En sus novelas no hay fantasía: nada de princesas, ni dragones, ni magia... Hay realidad. En las novelas que he leído quien cuenta la historia suele ser un chico o una chica adolescentes, hablando en primera persona y contando lo que le ocurre en el cole, en casa, con su familia, con sus compañerxs de clase, con el mundo. Hablando de su realidad y de cómo trata de encararla de la mejor forma posible.

A veces, algunas historias, pueden dar la sensación de estar teñidas de tristeza. Pero en ningún momento da la impresión de recrearse en la tristeza o en la pesadumbre de quien las cuenta, sino de contar historias sobre la realidad, uno de cuyos componentes es la tristeza, la inseguridad, las dudas, lo difícil que es vivir... y más si tienes 13 ó 14 años y tu vida es "complicada".

De la novela Y por fin habló:

Me siento tan descargada y alegre como si hubiera sacado un diez en Latín y otro en Matemáticas.
Me late el corazón cuando abro la puerta de casa. Pero mamá no me pregunta nada y yo no le cuento nada. Únicamente como mi bocadillo y me voy un ratito al parque. Es realmente una gran suerte que vivamos tan cerca del parque. Moni viene conmigo. Ha insistido tanto que tuve que ceder. Apenas hablo con ella pero parece que no le importa. Se pone a saltar con alegría y a buscar entre la hierba alta, junto a los árboles, las primeras violetas. Me acuerdo de la rabia que he sentido y del extraordinario alivio de después. ¿Les resultará a los demás igual? ¿Gritarán así todos los que van allí?
A la mañana siguiente me despierto con unas agujetas horribles en los hombros y en el brazo. Pero en seguida me siento bien. Me gustaría hablarle a Alex del señor Hausmann pero no puedo. Tendría que contárselo todo para que comprenda.

Me gusta mucho, como ocurre también con las historias de Christine Nöstlinger, que muchas de sus novelas queden abiertas, que no se dé un final redondo, ni mucho menos un final feliz. Lo que se cuenta en ellas es una especie de paréntesis en la vida de los personajes, un episodio que queda más o menos cerrado al terminar la novela, pero que da pie a quien la lee a pensar que esos personajes siguen ahí y continúan con sus vidas. Aunque algunos de los conflictos que surgen hayan sido resueltos, aparecerán otras alegrías y otras tristezas en sus vidas que siguen... como ocurre también con la vida de quien las lee...

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