He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

viernes, 26 de abril de 2019

Hojas de cuadritos

Estudié en la Complutense, pero desde que acabé he ido con frecuencia, por unos motivos o por otros, a la Autónoma: a visitar a gente, a comer, a la biblioteca, a recibir o dar clases de algunas cosas... y a la librería.

Me encanta esa librería. Un espacio enorme en el que hay de todo: literatura, ciencias, idiomas, arte... Un sitio donde procrastinar entre libros sin pena ni remordimientos. De hecho algunas veces les he mandado mi currículum por si necesitaban a alguien para trabajar allí una temporada. Nunca me llamaron.

Ayer estuve allí. Fui a dar un par de clases por la mañana y al terminar entré en la librería a preguntar por un par de libros que andaba buscando estos días. Me sorprendió verla medio desmantelada, pero pensé que quizá estaban de inventario o algo así. Pronto me di cuenta de que era algo más feo que un inventario. Habían vaciado casi todo. Sólo quedaban unas cuantas mesas con unos pocos libros extranjeros o de cosas tan exóticas que nunca nadie va a comprarlos, y un señor, con no muy buena cara, moviendo cosas de aquí para allá.

Le pregunté y me dijo que cerraban.
Me explicó que estaban liquidando los libros con un buen descuento y las cosas de papelería hasta que se acabaran.
Me confesó que la empresa estaba en quiebra, que no eran dueños ni de sus propias decisiones y que él había quedado como único empleado hasta que cerraran del todo.
Me contó que los estudiantes universitarios no compran libros, que los profesores tampoco, y que así no puede mantenerse una librería en una universidad.
Mientras yo le respondía que era una pena y que lo sentía muchísimo y que mucho ánimo, se acercó a nosotros una chica jovencita, seguramente una estudiante de primero o segundo, y le preguntó si tenía cuadernos de espiral con hojas de cuadritos. El señor, un poco ojeroso y con cara de estar muy cansado, se despidió de mí con un gesto de la mano y se puso a explicarle a la chica dónde encontrarlos.

Fuera no paraba de llover, así que me puse la capucha, me cerré bien el abrigo, me puse por delante mi mochila para protegerla del agua y salí hacia el coche para subir a la sierra a comer algo rápido y así llegar a tiempo a la clase que tenía por la tarde en Buitrago.

1 comentario:

  1. Qué historia más triste, Román... las librerías de cercanía sustituidas por los grandes distribuidores de libros, que no tienen ningún amor por lo que venden y sobre todo no conocen a sus clientes. Para quienes consideramos que los libros no son un producto de consumo cualquiera, cada vez que se cierra una librería el mundo es un poco peor.

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