He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

viernes, 17 de julio de 2015

Sócrates en Mérida

El fin de semana pasado estuve en el Festival de Teatro Clásico de Mérida viendo Sócrates, juicio y muerte de un ciudadano. Ha sido uno de mis mini-auto-regalos de cumple de este año...
Ya había estado otra vez en el festival hace años. Debió ser en el 88 ó en el 89. El otro día intenté echar cuentas de cuándo fue y no estoy muy seguro, pero sí recuerdo con quién iba y que la obra que vimos fue Calígula, de Albert Camus [1913-1960].
Me impresionó muchísimo todo: la obra en sí (entonces la verdad es que no había ido mucho al teatro), el espacio (el teatro de Mérida es un lugar que de algún modo sobrecoge simplemente con visitarlo), la fuerza del personaje de Calígula con ese final del espejo que me dejó de piedra.
Desde entonces he tenido ganas de volver, pero por un motivo o por otro nunca ha cuadrado para poder hacer la excursión hasta allí...

Hace un par de sábados me encontré este reportaje en el Babelia de El País en el que se hablaba de la obra, y me dio la impresión de que tenía muuuy buena pinta y que podría ser un muy buen plan para una escapada rápida de verano con Elia.

La cosa ha tenido un punto accidentado porque el mismo sábado por la noche (nos íbamos el domingo por la mañana) estaba lesionado, con un interesante dolor de cadera que me hacía difícil andar y que no parecía muy aconsejable para hacer más de 300 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta en un par de días. Pero finalmente, aunque por la noche llegamos a ofrecer las entradas y la reserva de hotel por si alguien las aprovechaba, el domingo por la mañana me encontraba mejor y decidimos que merecía la pena...
El Teatro Romano de Mérida, en el que se representan las obras del Festival, es un espacio impresionante. Sólo por verlo y "habitarlo" durante unas horas, ya merece la pena ir hasta allí...
Recuerdo que en aquella primera visita que hice al Festival a finales de los ochenta, estuvimos charlando con un señor, que era familiar de una de las personas que íbamos en el grupo, y que había vivido toda su vida en Mérida. Nos contaba que cuando él era pequeño, no tengo ni idea de cuándo sería eso, pero supongo que en los años 20, jugaba en el campo con sus amigos alrededor de las partes del teatro que "asomaban" del suelo. Durante todos estos años me ha gustado pensar en esa imagen del teatro "enterrado", del que asomaban sólo las partes más altas de las gradas, y los niños jugando alrededor.
En la wikipedia he encontrado esta foto del siglo XIX de Jean Laurent [1816-1886], que supongo que se parece mucho al aspecto que tendría el lugar cuando aquel señor que nos contaba la historia jugaba allí de niño.
Hoy, naturalmente, el lugar no tiene nada que ver con ésto. Hay un recinto cerrado al que se accede con tu entrada, y dentro hay una especie de parque temático - cultural - de ocio que incluye el teatro y el anfiteatro. Con su garito nocturno incluido al lado del teatro, para que quien quiera pueda quedarse a tomar un gin-tonic después de haber disfrutado de Sófocles o Aristófanes...
La obra, escrita por Mario Gas y por Alberto Iglesias, y dirigida por el primero, no tiene desperdicio. A partir de los escritos que se conservan sobre Sócrates [470 - 399 a.C.], sobre todo de los Diálogos de su discípulo Platón [427-347 a.C.], han recreado el juicio por el que la ciudad de Atenas condenó a muerte a Sócrates, acusándole de no creer en los dioses y de corromper a la juventud.
La obra es densa, no es cómoda de ver, no es divertida. No te deja despistarte ni un minuto, casi constantemente los actores (seis hombres y una sola mujer, Jantipa, la esposa de Sócrates) se dirigen al público, dándole el papel de jurado en el juicio que se está celebrando en el escenario. Durante poco más de hora y media no te deja distraerte, te obliga a pensar, a seguir los razonamientos y los argumentos de amigos y enemigos del acusado, te hace meterte en esos "interrogatorios" que llenan los diálogos de Platón, en los que Sócrates va arrinconando a sus contertulios para hacerles llegar siempre a donde él quiere...
La muerte de Sócrates [1787] del pintor francés Jacques-Louis David [1748-1825]
José María Pou, que es quien interpreta a Sócrates, es un actor enorme. En todos los sentidos. Y él solo llena todo el teatro de Mérida y lo que le pongan por delante. Actúa sin actuar. Habla y gesticula como si estuviera charlando con un grupo de amigos en un bar, como si fuera lo único que sabe hacer y lo hiciera constantemente, todo el tiempo.

Y claro, inevitablemente, toda la obra está llena de referencias a la actualidad. No sólo a lo que ocurre últimamente en Grecia. Sino a la actualidad con mayúsculas, a lo que siempre parece ser actualidad desde que Platón escribió sobre ello hace venticuatro siglos: a la honestidad y la corrupción de quienes nos gobiernan, a lo que significa ser justo y ser legal y a la diferencia (más habitual de lo que nos gustaría) entre ambas cosas, a cómo permitimos que gobiernen quienes no son, ni de lejos, los más sabios ni los más buenos...

Supongo, espero, que después de las representaciones en el Festival de Mérida, la obra itinerará por otras ciudades. No se la pierdan. Merece la pena.

Sed buenos. Tratad bien a vuestra familia. Tratad bien a vuestros amigos. Sed felices.

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