He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

jueves, 22 de enero de 2015

No siempre, ni necesariamente.

-Quizá son enigmas y significan otra cosa -sugerí-. ¿O tenéis otra hipótesis?
-Sí, pero aún es muy confusa. Tengo la impresión, al leer esta página, de que ya he leído algunas de las palabras que figuran en ella, y recuerdo frases casi idénticas que he visto en otra parte. Me parece, incluso, que aquí se habla de algo que ya se ha mencionado en estos días... Pero no puedo recordar de qué se trata. He de pensar en esto. Quizá tenga que leer otros libros.
-¿Cómo? ¿Para saber qué dice un libro debéis leer otros?
-A veces es así. Los libros suelen hablar de otros libros. A menudo un libro inofensivo es como una simiente, que al florecer dará un libro peligroso, o viceversa, es el fruto dulce de una raíz amarga. ¿Acaso leyendo a Alberto no puedes saber lo que habría podido decir Tomás? ¿O leyendo a Tomás lo que podría haber dicho Averroes?
-Es cierto -dije admirado.
Hasta entonces había creído que todo libro hablaba de las cosas, humanas o divinas, que están fuera de los libros. De pronto comprendí que a menudo los libros hablan de libros, o sea que es casi como si hablasen entre sí. A la luz de esa reflexión, la biblioteca me pareció aún más inquietante. Así que era el ámbito de un largo y secular murmullo, de un diálogo imperceptible entre pergaminos, una cosa viva, un receptáculo de poderes que una mente humana era incapaz de dominar, un tesoro de secretos emanados de innumerables mentes, que habían sobrevivido a la muerte de quienes los habían producido, o de quienes los habían ido trasmitiendo.
-Pero entonces -dije-, ¿de qué sirve esconder los libros, si de los libros visibles podemos remontarnos a los ocultos?
-Si se piensa en los siglos, no sirve de nada. Si se piensa en años y días, puede servir de algo. De hecho, ya ves que estamos desorientados.
-¿De modo que una biblioteca no es un instrumento para difundir la verdad, sino para retrasar su aparición? -pregunté estupefacto.
-No siempre, ni necesariamente. En este caso, sí.

De la novela El nombre de la rosa, del escritor y filósofo italiano Umberto Eco [1932- ].

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