He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

miércoles, 30 de marzo de 2016

Libros

Vivimos hoy anegados en libros y es alucinante saber que el arranque de la gran filosofía ática, la que siglo tras siglo ha seguido incitándonos -la de Sócrates y Platón-, se consiguió (metafóricamente) con un cuarto de escaparate de cualquier librería de hoy, y aún con menos. Con poquísimos libros. Hoy hacen libros hasta los que no saben hacerlos y la factura de no pocos bestsellers no se diferencia gran cosa del proceso que nos pone en la mesa un arroz a banda, una perdiz estofada o un bacalao al pil-pil. El arte, o la artesanía, de cocinar un libro está a la orden del día. Escribir cualquier libro o llevarlo en la mano o debajo del brazo, retratarse entre libros prestigia, pero prestigio, en latín, no sólo significa la fascinación del mérito, sino también engaño, tropelía. El francotirador de la cultura tiene poco que ver con el que obedece al signo de la constancia.

De A media página [2012], recopilación de mini artículos de Medardo Fraile [1925-2013].

martes, 29 de marzo de 2016

Un océano de amor

Me han sentado bien estos días de vacaciones. Me he quedado en casa y he visto algunas pelis, he estado con gente que quiero, me he dado algunas caminatas por la montaña, y he estado leyendo, claro. Y precisamente quería dejar aquí un comentario sobre uno de los libros que han caído en mis manos en estos días. Aunque la verdad es que no sé si de este libro se puede decir exactamente que lo haya estado leyendo...
Un océano de amor [2014] es una novela gráfica (o cómic o historieta en dibujos o tebeo o como haya que llamar a estas cosas), escrita por Wilfrid Lupano [1971- ] y dibujada por Grégory Panaccione [1968- ]. Me llamó mucho la atención cuando lo descubrí a primeros de febrero en Un libro al día (cada vez me gusta más ese blog...), lo regalé hace unas cuantas semanas y ahora me ha vuelto prestado para leerlo...

Y decía que no estoy muy seguro de si se puede usar la palabra leer aplicada a este libro porque una de sus características que más llama la atención es que en toda la historia no hay ni un solo diálogo ni un solo texto explicativo. Sólo dibujos. Nada más. Y nada menos.
Y a pesar de no haber bocadillos, ni cuadros de texto, ni siquiera onomatopeyas en las más de doscientas páginas del libro, la historia está llena de diálogos sin palabras, de alegría, miedo, aventuras, risas, y amor, claro, como ya sugiere el título...
La historia es divertida y te atrapa desde el primer momento. Y los dibujos son maravillosos, muy expresivos, y son quienes realmente cuentan todo.
Leo pocas novelas gráficas, menos de lo que me gustaría, y aquí hablo poco o nada de ellas o de cómics en general. Pero creo que voy a poner remedio a eso: de vez en cuando descubro cosas deliciosas como este océano de amor que me ha hecho pasar un rato precioso y que además creo que no se acaba al cerrar la última página, sino que la historia y las viñetas dan suficiente juego como para retomarlo de vez en cuando y volver a disfrutarlo como la primera vez.

lunes, 28 de marzo de 2016

Menos tu vientre

Menos tu vientre
todo es confuso.

Menos tu vientre
todo es futuro
fugaz, pasado
baldío, turbio.

Menos tu vientre
todo es oculto,
menos tu vientre
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.

Menos tu vientre
todo es oscuro,
menos tu vientre 
claro y profundo.

Poema de Miguel Hernández [1910-1942] de cuya muerte se cumplen hoy 74 años.

domingo, 27 de marzo de 2016

Una cerilla

Lo que hace la literatura es equiparable a lo que hace una pobre cerilla en medio del campo en mitad de la noche. Una cerilla no ilumina apenas nada, pero nos permite ver cuánta oscuridad hay a su alrededor.

Me llega esta cita por internet, atribuida a William Faulkner [1897-1962].
Seguimos encendiendo cerillitas...
Seguimos leyendo...

sábado, 26 de marzo de 2016

viernes, 25 de marzo de 2016

Soy el puto amo

Recuerdo que la primera casa en la que viví cuando me fui de la de mis padres la compartí con dos amigos, compañeros de carrera, también profes de matemáticas y física como yo. Con uno de ellos recuerdo que de vez en cuando tenía conversaciones en las que fantaseábamos con la idea de escribir.
Hace de eso ventitantos años.
Recuerdo que los dos lo habíamos intentado alguna vez pero sin mucho convencimiento. Y recuerdo, sobre todo, que en varias ocasiones hablamos de qué sentido tenía tratar de escribir ahora cuentos chulos cuando Cortázar ya hacía tiempo que había dejado escritos todos los suyos. ¿Qué podíamos aportar nosotros? ¿Qué se podía añadir a lo que ya habían escrito él y tantos otros?
La sensación que teníamos era que nos conformábamos con que lo mejor que pudiéramos escribir nosotros alguna vez fuera como la basurilla que Cortázar tiraba a la papelera...
No sé si mi amigo habrá intentado escribir en estos años. La próxima vez que nos veamos le tengo que preguntar. Yo lo estoy intentando. Sé que no soy Cortázar, pero me está sentando muy bien.

jueves, 24 de marzo de 2016

miércoles, 23 de marzo de 2016

La cultura

Acabo de leer la novela El azar de la mujer rubia [2013] de Manuel Vicent [1936- ]. Me ha aburrido. Creo que la olvidaré pronto. [Parece que últimamente hablo aquí más de la cuenta sobre novelas que me aburren. Ésto me lo tengo que mirar...]
Pero de entre todas esas páginas de tedio rescato esta frase, que me gustó mucho y me hizo pensar en los 3000 libros de Pepys:

La cultura consiste en ese poso que queda después de leer dos mil libros y haberlos olvidado.

martes, 22 de marzo de 2016

The most dangerous writing app

Hace unos días me encontré aquí The most dangerous writing app.
Me gustó.
[Quienes sean propensxs a los ataques de ansiedad y se estresen con facilidad, pueden dejar de leer ya y saltarse sin remordimientos el resto de esta entrada.]

La cosa es sencilla: la aplicación no es más que un muy sencillo editor de texto que te ofrece un cuadro en el que puedes escribir el texto que quieras. Puedes elegir al principio durante cuánto tiempo te apetece estar escribiendo, entre cinco minutos y una hora. Y tiene también la opción (para gente autoexigente y/o masoca) de elegir si quieres ver o no el texto que vas tecleando.
Y a partir de ahí sólo hay una regla a seguir: si dejas de teclear durante cinco segundos seguidos... ¡¡¡se borra todo lo que llevas escrito!!!
Se 'borra' del verbo borrar: desaparece, se elimina, se destruye... de hecho la imagen del texto se diluye suavemente hasta que se pierde del todo...

He probado y ¡mola! Y sobre todo, aparte del juego, parece una buena herramienta para practicar esas cosas del monólogo interior, el libre fluir del pensamiento, para quienes tienen pánico al papel en blanco o necesitan/necesitamos soltarnos con el teclado...

¡De nada!

lunes, 21 de marzo de 2016

Tierra, humo, polvo, sombra, nada

Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello,

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o víola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Soneto de Luis de Gongora y Argote [1561-1627].

domingo, 20 de marzo de 2016

Cambalache

Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el quinientos seis y en el dos mil también; que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, valores y dublé. Pero que el siglo viente es un despliegue de maldad insolente ya no hay quien lo niegue, vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos.

Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor! No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón.

¡Pero qué falta de respeto, qué atropello a la razón! ¡Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón! Mezclaos con Stavisky van don Bosco y la Mignon, don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín. Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida, y herida por un sable sin remache ves llorar la Biblia contra un calefón.

Siglo veinte, cambalache, problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana es un gil. ¡Dale nomás, dale que va, que allá en el horno nos vamoa encontrar! ¡No pienses más, sentate a un lao, que a nadie importa si naciste honrao! Es lo mismo el que labura noche y día como un buey que el que vive de los otros, que el que mata o el que cura o está fuera de la ley.

Cambalache es un tango compuesto en 1934 por Enrique Santos Discépolo [1901-1951].

sábado, 19 de marzo de 2016

viernes, 18 de marzo de 2016

¡Me rindo!

Tengo un par de reglas no escritas y que respeto bastante relacionadas con este Capítulo VI y con los libros en general:

  • Una de ellas es que cuando comencé a hacer este blog, hace algo más de dos años, me propuse no hablar aquí (o hablar muy poco) de libros que no me gustaran.
    Hay demasiados libros buenos, y muy poco tiempo para leerlos, como para gastar parte de ese escaso tiempo hablando de los que te han aburrido, de los que no te han interesado, o de aquellos que te han parecido abiertamente un truñete...
    (Normalmente no me salto esta regla nunca, aunque revisando las etiquetas confirmo que alguna vez se ha nombrado por aquí al autor del peor-libro-que-he-leído-nunca...)
  • Y la otra regla, y ésta es muy anterior al blog, es que nunca dejo un libro a medias. Sí, ya sé que ésto contradice aquello de que tenemos poco tiempo y que no merece la pena gastarlo en cosas que no sean interesantes. Mucha gente me lo recuerda y me dice que por qué me mortifico tratando de acabar ladrillacos que se me atraviesan y con los que no consigo avanzar. De esos que cuando quieres pasar a la siguiente página parece que pesara kilos... y que al conseguir pasarla da la impresión de que le hubieran crecido unas cuantas más al final...
    Yo creo que me sale algo de la culpabilidad judeo cristiana que me inculcaron de pequeño, creo que pienso que quizá puedo darle una oportunidad, aguantar unas poquitas páginas más, porque tal vez avanzando un poco la cosa mejore... pero lo cierto es que hay casos en que no mejora nada y la sensación es cada vez peor...
Todo esto viene a cuento de que hoy quiero hablar aquí de dos libros que han caído en mis manos más o menos recientemente, que me han aburrido muuucho (rota la regla número 1) y que al final he acabado dejando (rota la regla número 2).

¡Ay!

El primero de ellos fue Nos vemos allá arriba, de Pierre Lemaitre.
La verdad es que al principio pintaba bien, había oído muy buenas críticas, le habían dado premios... pero al cabo de unas cuantas páginas (no menos de cien o doscientas) y de muchas semanas con el libro dando vueltas por la casa decidí que mejor lo abandonaba y ya le daría otra oportunidad dentro de un tiempo.
O no.

Y ahora me ha vuelto a pasar.
En nuestro Club de Lectura Serrano nos propusimos leer En la orilla de Rafael Chirbes.
Ufff....

También pintaba muy bien al principio. Las críticas que había leído por ahí en alguna ocasión decían que era la mejor novela en español del siglo XXI. (Quizá tendría que haber desconfiado de comentarios tan astronómicos...)
El caso es que no estoy pudiendo con ella. Y curiosamente, en el Club de Lectura parece que nadie o casi nadie está pudiendo con ella. Y eso que el grupo es bastante heterogéneo y variopinto.
Cuando ya llevaba ciento y pico páginas se me ocurrió buscar en unlibroaldía, que es un sitio que me gusta mucho, me encantan las reseñas que hacen y, en general, suelo coincidir con sus criterios. Y al leer la reseña que hacen de En la orilla me arrepentí de no haberla leído antes para ir más y mejor avisado...
Afortunadamente, por supuesto, durante este tiempo de atasco me ha cundido leyendo otras cosas como un montón de cuentos de Medardo Fraile, y cosas de Joan Fontcuberta, que siempre sientan bien y te obligan a hacer mucha gimnasia mental...

Ya liberado, saltadas mis dos reglas, me pongo con ésto que cogí la semana pasada en la biblioteca de La Cabrera y que tiene una pinta fenomenal:
¡Seguimos!

jueves, 17 de marzo de 2016

gente que lee (80)

Últimas noticias, fotografía de Sergio Martín Cantero.
¡Gracias, Sergio, por la colaboración!

miércoles, 16 de marzo de 2016

Aquí hay mucha belleza, porque en todas partes hay mucha belleza

Además, hay que contar con que Roma (cuando no se la conoce todavía) es, en los primeros días, abrumadoramente melancólica, por el muerto y turbio ambiente de museo que exhala, por la abundancia de sus antigüedades desenterradas y laboriosamente mantenidas en pie (y de las cuales se nutre un pequeño presente), por la sobre valoración innombrable de todas estas cosas deformadas y corrompidas, fomentada por eruditos y filólogos e imitada por los que recorren Italia siguiendo la costumbre; cosas que, sin embargo, en el fondo no son más que restos casuales de otro tiempo y de otra vida, de algo que no es nada nuestro ni lo ha de ser. Al fin, después de semanas de defenderse cotidianamente, se encuentra uno, aunque un poco confundido, vuelto a sí mismo, y se dice: no, aquí no hay más belleza que en cualquier otro sitio, y todos estos objetos que han venido siendo admirados por generaciones, completados y mejorados por manos de albañiles, no significan nada, no son nada y no tienen corazón ni valor; pero aquí hay mucha belleza, porque en todas partes hay mucha belleza. Aguas infinitamente llenas de vida llegan por los antiguos acueductos hasta la gran ciudad, y danzan en las muchas plazas sobre pilones de piedra blanca, y se ensanchan en cuencos anchos y espaciosos, rumorosos de día y más rumorosos de noche, que aquí es una noche grande, estrellada y suave de vientos. Y hay jardines, inolvidables alamedas y escaleras, escaleras ideadas por Miguel Ángel, escaleras construidas a imitación de las aguas que se deslizan hacia abajo; pariendo anchamente, en la cascada, un escalón de otro escalón como una onda de otra onda. Con tales impresiones, se concentra uno, se recobra, regresando de la muchedumbre con sus pretensiones, que charla y charla (¡y qué charlatana es!), y lentamente llega a reconocer las pocas cosas en que perdura lo eterno que se puede amar, y lo solitario en que se puede tomar parte silenciosamente. 

De la Carta a un joven poeta [publicadas en 1929], que Rainer Maria Rilke [1875-1926] escribió a Franz Xaver Kappus el 29 de octubre de 1903 desde Roma.

martes, 15 de marzo de 2016

Un puente

Marco Polo describe un puente, piedra por piedra.
—¿Pero cuál es la piedra que sostiene el puente? —pregunta Kublai Kan.
—El puente no está sostenido por esta o aquella piedra —responde Marco—, sino por la línea del arco que ellas forman.
Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade:
—¿Por qué me hablas de las piedras? Es sólo el arco lo que me importa.
Polo responde: —Sin piedras no hay arco.

De Las ciudades invisibles [1972] de Italo Calvino [1923-1985].

lunes, 14 de marzo de 2016

El mundo sin ti

Solo soy
la forma en que las cosas
pierden su sentido, 
como el agua que no puede beberse,
como el tren sin raíles
o unos ojos vendados.

Extraño, distante, inverso,
igual que una metáfora
rodeada de números,
que una idea sin papel
o un espejo de cartón.

La eterna consecuencia,
la mirada a ninguna parte,
como un reloj que corre
sin tiempo en las agujas,
igual que una cometa
que se olvidó volar.

Aquí estoy, 
y acaso sobrevivo
como un pulmón sin aire,
como una nochevieja,
como una línea recta
que intenta sonreir.

Solo soy
la mano que te escribe,
la mente que te sueña,
la triste marioneta
sin mano entre los hilos.

Un recuerdo:
lo que queda de nosotros.

De El amor en tiempos de los desguaces de coches [2014] de David Minayo [1981- ].

domingo, 13 de marzo de 2016

Ser escritor

Ser escritor -mantenía él- era otra cosa; no consistía en escribir. El escritor, por vulgar que sea en apariencia, habita en una luz inaccesible que alumbra lo que le rodea para hacerle más clara la vida del mundo, mala o buena, y la de los demás, y hablar es una forma de escritura en el aire, sin afeites, sin trampa ni cartón, con correcciones y rectificaciones a la vista y al oído del que lo escucha. Cuando se es escritor, también se escribe con la vida... Y, además -solía añadir sonriendo-, las personas más influyentes de la Humanidad no han escrito jamás una palabra...

Del cuento Culturalia, incluido en el libro Antes del futuro imperfecto [2010], del cuentista Medardo Fraile [1925-2013], de cuyo nacimiento se cumplen hoy 91 años.

sábado, 12 de marzo de 2016

Cuentan...

Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro -entre sí decía-
más pobre y triste que yo?
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo 
las hierbas que él arrojó.

Fragmento de La vida es sueño [1635] de Pedro Calderón de la Barca [1600-1681].

viernes, 11 de marzo de 2016

jueves, 10 de marzo de 2016

miércoles, 9 de marzo de 2016

Pepe, el conserje

Hay gente que desprecia el trabajo de los conserjes. Piensan que su labor no tiene importancia y que la oficina o el colegio o la biblioteca o la clínica podrían funcionar perfectamente sin esa persona que desde la puerta observa, día tras día, a quienes entran y salen. Podría parecer que su trabajo se reduce a abrir al llegar y cerrar al terminar el día y pasar las horas dando los buenos días y las buenas tardes. Pero en cuanto estás unos cuantos días trabajando en un lugar en el que hay un conserje te das cuenta de que todo funciona tal y como esa persona desea. Hay jerarquías, jefes, directores, estructuras, pero es el conserje quien tiene las llaves de todo, quien sabe cuándo se pueden abrir ciertas puertas y cuándo no, quien controla la fotocopiadora, el almacén, el cuadro de luces del edificio.
Pepe era plenamente consciente de su poder. Ni un solo día, durante todos los años que enseñé en el Colegio San Leonardo le vi con otro atuendo que no fuera su impecable traje azul marino. La corbata bien apretada y los botones de la camisa bien tirantes sobre su panza enorme. No importaba que hiciera frío o calor, que lloviera o que saliera el sol. Jamás le vi aflojarse la corbata ni quitarse la chaqueta azul marino. Siempre se le veía algo congestionado, como si se hubiera hecho el nudo de la corbata cuando era niño y hubiera crecido con él puesto sin soltárselo jamás.
Cuando te veía acercarte a su cuartito esperaba al último momento para abrir su ventanita y que pudieras asomarte para hablar con él. Era la primera señal que te daba, antes de empezar cualquier conversación, de que era él quien tenía allí el mando. No importa que fueras la directora, o uno de los jefes de estudio, o cualquiera de los profesores veteranos, o el más nuevo de los novatos. Seguía haciendo lo que estuviera haciendo en ese momento, que nadie sabía a ciencia cierta qué era, y cuando te parabas delante de él, levantaba la vista, te miraba con calma, como se mira a alguien que te suena pero hace mucho tiempo que no ves, se pasaba un pulgar por la frente como si se estuviera quitando una gotita de sudor, y sólo entonces corría la ventanita de vidrio.
—Buenos días, Román, ¿cómo estás?
Parecía no prestar atención a nada que no fuera su mesa y los papeles con los que siempre andaba allí, pero conocía los nombres de cada profesor, de cada alumno, de cada padre y madre que alguna vez hubiera atravesado aquella puerta.
—Buenos días, Pepe.
A partir de ese punto de la conversación era necesario desarrollar las mejores habilidades para lograr lo que uno necesitara. No bastaba decir «Pepe, necesito unas fotocopias de este examen» o «Pepe, necesito el aula de informática» o «Pepe, por favor, necesito que avise al jefe de estudios para tal o cual cosa».
Después de esos saludos se generaba un silencio espeso en el que te miraba fijamente esperando tu petición. En ese silencio, que no parecía tener fin, se pasaba un par de veces el pulgar por la frente como si fuera tu presencia lo que le hacía sudar. Parecía estar evaluando no sólo la pertinencia de lo que le ibas a pedir sino también tu aspecto, el convencimiento con que lo pedías. Parecía estar valorando si verdaderamente creías merecer eso que decías necesitar. En más de una ocasión me dijo que no, que no podía hacer esas fotocopias o no podía darme tal o cual llave. Y en ese caso no había nada que hacer. Nada que negociar. No daba explicaciones. Con toda seguridad debía existir alguna, pero él no te decía si no podía hacer las dichosas fotocopias porque faltaba papel, porque se había acabado la tinta de la impresora o porque simplemente le venía mal hacerlas porque tenía que seguir con su tarea.
Hace poco me encontré con Silvia, la otra profesora que daba física y matemáticas conmigo. Hacía años que no nos veíamos. Le pregunté por los compañeros. Me puso al día de quién seguía allí y quién no. Alguna muerte, algún alumno nuestro que ahora daba clase. Cuando estábamos a punto de despedirnos le pregunté por Pepe. Suponía que debía haberse jubilado hace tiempo y efectivamente hacía ya cuatro años que no estaba en el colegio. Me contó que un día, a principios de este curso, durante el primer claustro en el que se reunían todos los profesores del colegio, había aparecido por allí. Nadie le había visto nunca vestido así: camisa de cuadros, un jersey de pico y unos pantalones de pana claritos que le quedaban un poco caídos por debajo de su barriga. Con su corrección de siempre, pidió permiso para entrar en la sala en la que estaba reunido todo el claustro y dijo que quería dejar algo para que se conservara en el colegio. De una bolsa de tela que traía sacó un par de cajas de las que se usan para los paquetes de folios. Se pasó un par de veces el pulgar por la frente, las abrió y empezó a sacar treinta y dos gruesos cuadernos negros idénticos. Uno por cada año que había trabajado como conserje en el San Leonardo.
‒Creo que esto estará mejor aquí, en la biblioteca del colegio, que en mi casa.
Cada cuaderno era la historia completa de cada año: fotos, nacimientos, muertes, fiestas, cumpleaños, jubilaciones, viajes, reuniones. Horas y horas dedicadas a escribir la historia del colegio cuando no le incordiábamos pidiéndole llaves o fotocopias.

Soto del Real, enero de 2016.

Licencia Creative Commons
Pepe, el conserje por Román J. Navarro Carrasco se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Este mini relato es el resultado de uno de los ejercicios que nos han propuesto en el taller de escritura creativa que estoy haciendo en Escuela de Escritores.
¡Me lo estoy pasando como un enano y me está sentando fenomenal!
;o)

martes, 8 de marzo de 2016

No puedo creer que todavía tenga que protestar por esta mierda...

Pues sí. Pasan cienes y cienes de años y parece que no queda más remedio que seguir y seguir y seguir defendiendo lo obvio, no queda otra más que seguir protestando por esta mierda...

Llevo unos cuantos días pensando en qué colgaba hoy en el blog. Quería hablar sobre el 8 de marzo [el año pasado y el otro no lo hice y no quería dejarlo pasar un año más...] y andaba dándole vueltas a qué contar.  Y pensando, pensando, pensando... lo que me viene a la cabeza es el hartazgo y la rabia de tener que continuar año tras año, día a día, siglo a siglo, reivindicando lo que debería ser evidente: la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres, la necesidad de acabar con el patriarcado, la urgencia de que mujeres y hombres seamos tratados del mismo modo.

Hay quien piensa que ya se ha logrado esa igualdad. Que las mujeres ya están estupendamente y que qué más quieren. Mucha gente, sobre todo hombres, que piensan desde hace mucho que todo ésto del feminismo no es más que el rollo de cuatro locas que sólo quieren quejarse por quejarse y para jodernos la vida a los hombres. La verdad es que no es difícil, si uno se toma la molestia de hacer el esfuerzo de mirar con esas gafas, hacer una lista de las mil cosas en que los hombres mantenemos privilegios sobre las mujeres. A veces esos privilegios son muy obvios, obscenos, brutales. Pero la mayoría en la mayoría de las ocasiones son mucho más sutiles, son pequeñas cosas cotidianas del día a día, que prácticamente parece que pasan desapercibidas...


Éste es un blog sobre libros y lecturas. En alguna ocasión ya he escrito aquí sobre género. Pero hablando de libros y pensando en libros, éste de Chimamanda Ngozi Adichie cuenta en muy poquitas páginas y muchísimo mejor de lo que lo pueda hacer yo, por qué sigue siendo necesario, cada vez más, ser feminista.
Si alguien prefiere oírla a ella contándolo que no se pierda este vídeo. Media hora de puritita canela en rama sobre género.
En fin.

¡Seguimos!

p.s.: Por cierto, mientras escribo ésto, muchas mujeres (y algunos hombres, espero que no demasiado ruidosos ni invasivos) se están manifestando en Madrid y en otros muchísimos lugares pidiendo igualdad y justicia...
¡Ole!

lunes, 7 de marzo de 2016

Lo que se lleva el viento

He repetido a menudo "recuerdo", "me viene a la mente"... La memoria es importante, para todos, a cualquier edad. Recordar cualquier cosa, ya sea una canción, un acontecimiento o una comida, porque esa comida quizá nos liga a un momento especial, a un encuentro, a una fiesta. Y lo mismo pasa con los olores, con un paisaje. 
Me encanta la ciencia ficción. Hasta en una película de ciencia ficción, en Blade Runner, el replicante sufre, sufre de una manera angustiosa porque no tiene pasado, no tiene memoria. También esto indica lo importante que es.
Recuerdo -no sé si lo he leído o lo he oído en alguna película, no recuerdo dónde- un canto de los indios navajos que dice:
Todo lo que has visto, recuérdalo,
porque todo lo que olvidas
se lo lleva el viento.

De Sí, ya me acuerdo... [1996], la autobiografía de Marcello Mastroianni [1924-1996].

sábado, 5 de marzo de 2016

viernes, 4 de marzo de 2016

¿Debo escribir?

Pregunta usted si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. Antes ha preguntado a otros. Los envía usted a revistas. Los compara con otros poemas, y se intranquiliza cuando ciertas redacciones rechazan sus intentos. Ahora bien (puesto que usted me ha permitido aconsejarle), le ruego que abandone todo eso. Mire usted hacia fuera, y eso, sobre todo, no debería hacerlo ahora. Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Hay sólo un único medio. Entre en usted. Examine ese fundamento que usted llama escribir; ponga a prueba si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón; reconozca si se moriría usted si se le privara de escribir. Esto, sobre todo: pregúntese en la hora más silenciosa de su noche: ¿debo escribir? Excave en sí mismo, en busca de una respuesta profunda. Y si ésta hubiera de ser de asentimiento, si hubiera usted de enfrentarse a esta grave pregunta con un enérgico y sencillo debo, entonces construya su vida según esa necesidad: su vida, entrando hasta su hora más indiferente y pequeña, debe ser un signo y un testimonio de ese impulso. Entonces, aproxímese a la naturaleza. Entonces, intente, como el primer hombre, decir lo que ve y lo que experimenta y ama y pierde. No escriba poesías de amor; apártese ante todo de esas formas que son demasiado corrientes y habituales: son las más difíciles, porque hace falta una gran fuerza madura para dar algo propio donde se establecen en la multitud tradiciones buenas y, en parte, brillantes. Por eso, sálvese de los temas generales y vuélvase a los que le ofrece su propia vida cotidiana: describa sus melancolías y deseos, los pensamientos fugaces y la fe en alguna belleza; descríbalo todo con sinceridad interior, tranquila, humilde, y use, para expresarlo, las cosas de su ambiente, las imágenes de sus sueños y los objetos de su recuerdo. Si su vida cotidiana le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de usted mismo, dígase que no es bastante poeta como para conjurar sus riquezas: pues para los creadores no hay pobreza ni lugar pobre e indiferente. Y aunque estuviera usted en una cárcel cuyas paredes no dejaran llegar a sus sentidos ninguno de los rumores del mundo, ¿no seguiría teniendo siempre su infancia, esa riqueza preciosa, regia, el tesoro de los recuerdos? Vuelvo ahí su atención. Intente hacer emerger las sumergidas sensaciones de ese ancho pasado; su personalidad se consolidará, su soledad se ensanchará y se hará una estancia en penumbra, en que se oye pasar de largo, a lo lejos, el estrépito de los demás. Y si de ese giro hacia dentro, de esa sumersión en el mundo propio, brotan versos, no se le ocurrirá a usted preguntar a nadie si son buenos versos. Tampoco hará intentos de interesar a las revistas por esos trabajos, pues verá en ellos su amada propiedad natural, un trozo y una voz de su vida. Una obra de arte es buena cuando brota de la necesidad. En esa índole de su origen está su juicio: no hay otro. Por eso, mi distinguido amigo, no sabría darle más consejo que éste: entrar en sí mismo y examinar las profundidades de que brota su vida: en ese manantial encontrará usted la respuesta a la pregunta de si debe crear. Tómela como suene, sin interpretaciones. Quizá se haga evidente que usted está llamado a ser artista. Entonces, acepte sobre sí ese destino, y sopórtelo, con su carga y su grandeza, sin preguntar por la recompensa que pudiera venir de fuera. Pues el creador debe ser un mundo para sí mismo, y encontrarlo todo en sí y en la naturaleza a que se ha adherido.
Pero quizá, después de ese descenso en sí y en su soledad, deba renunciar a llegar a ser poeta (basta, como he dicho, sentir que se podría vivir sin escribir para no deber hacerlo en absoluto). Sin embargo, tampoco entonces habrá sido en vano este viraje que le pido. En cualquier caso, a partir de ahí, su vida encontrará caminos propios, y le deseo que sean buenos, ricos y amplios, mucho más de lo que puedo decir.
¿Qué más he de decirle? Todo me parece subrayado como es debido: para terminar, sólo querría aconsejarle todavía que vaya creciendo tranquilo y serio a través de su evolución: no podría producir un destrozo más violento que mirando afuera y esperando de fuera una respuesta a preguntas a las que sólo puede contestar, acaso, su más íntimo sentir en su hora más silenciosa.

De las Cartas a un joven poeta [publicadas en 1929], que Rainer Maria Rilke [1875-1926] escribió a principios del siglo XX a Franz Xaver Kappus.

jueves, 3 de marzo de 2016

miércoles, 2 de marzo de 2016

martes, 1 de marzo de 2016

¿Todo teatro?

Hace unos días encontré, en uno de sus mini artículos recopilados en A media página [2012], un comentario de Medardo Fraile [1925-2013] sobre el sentido de la vida, que colgué ayer aquí. Y anoche, leyendo la novela En la orilla [2013], de Rafael Chirbes [1949-2015], di con ésto:

¿Todo teatro? ¿Todos actores, que en cualquier momento nos cansamos del papel que representamos y tiramos el disfraz? ¿O podemos decir que hay gente de verdad? Pero ¿qué es eso?, ¿qué quiere decir gente de verdad?, y si eso no quiere decir nada, si es nada, ¿qué sentido tiene la vida?, ¿qué es de nosotros si no existe esa gente? Uno tiende a pensar que la verdad de las personas aparece en los momentos decisivos, en el filo, cuando se bordean los límites. El momento de héroes y santos. Y, mira por dónde, en esos momentos el comportamiento humano no suele resultar ni ejemplar ni estimulante. El grupo que se da de codazos por llegar el primero a la taquilla en la que se expenden las entradas para un concierto; los espectadores que se pisotean huyendo del teatro en llamas y pasan por encima de los más débiles sin fijarse en ellos, el niño, las marchitas carnes del anciano, aplastados por las suelas de los ansiosos fugitivos, pinchados por los tacones de las jóvenes vestidas con elegancia para la salida nocturna; los honrados ciudadanos, incluidas las señoras -de buena familia, u obreras, en eso no hay distingos- que golpean furiosos con los remos las cabezas de los náufragos que intentan acceder al repleto bote salvavidas. Sálvese quien pueda.