He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

jueves, 30 de abril de 2015

miércoles, 29 de abril de 2015

gente que lee (36)

Hoy, 29 de abril, hace 35 años de la muerte de Alfred Hitchcock [1899-1980].

martes, 28 de abril de 2015

...que ben se distingue...

Lo encontré la semana pasada, durante el Día del Libro.

lunes, 27 de abril de 2015

Carne podrida

Por entonces, a Millás se le habían podrido dos novelas, una detrás de otra, apenas comenzadas. Dos abortos que le habían dejado sin ganas de iniciar la gestación de una tercera, pese a que, al revisar sus cuadernos de apuntes, tropezó con alguna anotación sugestiva. No es problema de las ideas, se dijo al fin, es problema del aparato reproductor, que está viejo, ya no soporto más ficción. Aun felicitándose por el coraje del diagnóstico, que le ponía a salvo de acometer sin ganas un tercer proyecto narrativo condenado al fracaso, cayó en una apatía creadora que contaminó enseguida los demás aspectos de su existencia. No hallaba placer en nada, ni siquiera en la lectura. Los libros se le caían de las manos como las hojas de los árboles. Los libros seguramente estaban vivos; sus manos, tal vez, no. Dejó de madrugar, de dar sus paseos matinales, de controlar lo que comía, y al poco había engordado siete u ocho quilos. Ocho quilos, dice él, de carne podrida, como las novelas a cuya escritura había renunciado.

Inicio del capítulo 10 de la novela La mujer loca [2014] de Juan José Millás [1946- ].

sábado, 25 de abril de 2015

A la llana y sin rodeos

En términos generales, los escritores se dividen en dos esferas o clases: la de quienes conciben su tarea como una carrera y la de quienes la viven como una adicción. El encasillado en las primeras cuida de su promoción y visibilidad mediática, aspira a triunfar. El de las segundas, no. El cumplir consigo mismo le basta y si, como sucede a veces, la adicción le procura beneficios materiales, pasa de la categoría de adicto a la de camello o revendedor. Llamaré a los del primer apartado, literatos y a los del segundo, escritores a secas o más modestamente incurables aprendices de escribidor.

A comienzos de mi larga trayectoria, primero de literato, luego de aprendiz de escribidor, incurrí en la vanagloria de la búsqueda del éxito -atraer la luz de los focos, “ser noticia”, como dicen obscenamente los parásitos de la literatura- sin parar mientes en que, como vio muy bien Manuel Azaña, una cosa es la actualidad efímera y otra muy distinta la modernidad atemporal de las obras destinadas a perdurar pese al ostracismo que a menudo sufrieron cuando fueron escritas. La vejez de lo nuevo se reitera a lo largo del tiempo con su ilusión de frescura marchita. El dulce señuelo de la fama sería patético si no fuera simplemente absurdo. Ajena a toda manipulación y teatro de títeres, la verdadera obra de arte no tiene prisas: puede dormir durante décadas como La regenta o durante siglos como La lozana andaluza. Quienes adensaron el silencio en torno a nuestro primer escritor y lo condenaron al anonimato en el que vivía hasta la publicación del Quijote no podían imaginar siquiera que la fuerza genésica de su novela les sobreviviría y alcanzaría una dimensión sin fronteras ni épocas.

“Llevo en mí la conciencia de la derrota como un pendón de victoria”, escribe Fernando Pessoa, y coincido enteramente con él. Ser objeto de halagos por la institución literaria me lleva a dudar de mí mismo, ser persona non grata a ojos de ella me reconforta en mi conducta y labor. Desde la altura de la edad, siento la aceptación del reconocimiento como un golpe de espada en el agua, como una inútil celebración.

Mi condición de hombre libre conquistada a duras penas invita a la modestia. La mirada desde la periferia al centro es más lúcida que a la inversa y al evocar la lista de mis maestros condenados al exilio y silencio por los centinelas del canon nacionalcatólico no puedo menos que rememorar con melancolía la verdad de sus críticas y ejemplar honradez. La luz brota del subsuelo cuando menos se la espera. Como dijo con ironía Dámaso Alonso tras el logro de su laborioso rescate del hasta entonces ninguneado Góngora, ¡quién pudiera estar aún en la oposición!

Mi instintiva reserva a los nacionalismos de toda índole y sus identidades totémicas, incapaces de abarcar la riqueza y diversidad de su propio contenido, me ha llevado a abrazar como un salvavidas la reivindicada por Carlos Fuentes nacionalidad cervantina. Me reconozco plenamente en ella. Cervantear es aventurarse en el territorio incierto de lo desconocido con la cabeza cubierta con un frágil yelmo bacía. Dudar de los dogmas y supuestas verdades como puños nos ayuda a eludir el dilema que nos acecha entre la uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la tecnociencia en el mundo globalizado de hoy y la previsible reacción violenta de las identidades religiosas o ideológicas que sienten amenazados sus credos y esencias.

En vez de empecinarse en desenterrar los pobres huesos de Cervantes y comercializarlos tal vez de cara al turismo como santas reliquias fabricadas probablemente en China, ¿no sería mejor sacar a la luz los episodios oscuros de su vida tras su rescate laborioso de Argel? ¿Cuántos lectores del Quijote conocen las estrecheces y miseria que padeció, su denegada solicitud de emigrar a América, sus negocios fracasados, estancia en la cárcel sevillana por deudas, difícil acomodo en el barrio malfamado del Rastro de Valladolid con su esposa, hija, hermana y sobrina en 1605, año de la Primera Parte de su novela, en los márgenes más promiscuos y bajos de la sociedad?

Hace ya algún tiempo, dedique unas páginas a los titulados Documentos cervantinos hasta ahora inéditos del presbítero Cristóbal Pérez Pastor, impresos en 1902 con el propósito, dice, de que “reine la verdad y desaparezcan las sombras”, obra cuya lectura me impresionó en la medida en que, pese a sus pruebas fehacientes y a otras indagaciones posteriores, la verdad no se ha impuesto fuera de un puñado de eruditos, y más de un siglo después las sombras permanecen. Sí, mientras se suceden las conferencias, homenajes, celebraciones y otros actos oficiales que engordan a la burocracia oficial y sus vientres sentados, (la expresión es de Luis Cernuda) pocos, muy pocos se esfuerzan en evocar sin anteojeras su carrera teatral frustrada, los tantos años en los que, dice en el prólogo del Quijote, “duermo en el silencio del olvido”: ese “poetón ya viejo” (más versado en desdichas que en versos) que aguarda en silencio el referendo del falible legislador que es el vulgo.

Alcanzar la vejez es comprobar la vacuidad y lo ilusorio de nuestras vidas, esa “exquisita mierda de la gloria” de la que habla Gabriel García Márquez al referirse a las hazañas inútiles del coronel Aureliano Buendía y de los sufridos luchadores de Macondo. El ameno jardín en el que transcurre la existencia de los menos, no debe distraernos de la suerte de los más en un mundo en el que el portentoso progreso de las nuevas tecnologías corre parejo a la proliferación de las guerras y luchas mortíferas, el radio infinito de la injusticia, la pobreza y el hambre.

Es empresa de los caballeros andantes, decía don Quijote, “deshacer tuertos y socorrer y acudir a los miserables” e imagino al hidalgo manchego montado a lomos de Rocinante acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la Santa Hermandad que proceden al desalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que él toma por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadas socorriendo a unos inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad.

Sí, al héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novela nos resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción, precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes como en el que actualmente vivimos. Si ello es locura, aceptémosla. El buen Sancho encontrará siempre un refrán para defenderla.

El panorama a nuestro alcance es sombrío: crisis económica, crisis política, crisis social. Según las estadísticas que tengo a mano, más del 20% de los niños de nuestra Marca España vive hoy bajo el umbral de la pobreza, una cifra con todo inferior a la del nivel del paro. Las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo. No se trata de poner la pluma al servicio de una causa, por justa que sea, sino de introducir el fermento contestatario de esta en el ámbito de la escritura. Encajar la trama novelesca en el molde de unas formas reiteradas hasta la saciedad condena la obra a la irrelevancia y una vez más, en la encrucijada, Cervantes nos muestra el camino. Su conciencia del tiempo “devorador y consumidor de las cosas” del que habla en el magistral capítulo IX de la Primera Parte del libro le indujo a adelantarse a él y a servirse de los géneros literarios en boga como material de derribo para construir un portentoso relato de relatos que se despliega hasta el infinito. Como dije hace ya bastantes años, la locura de Alonso Quijano trastornado por sus lecturas se contagia a su creador enloquecido por los poderes de la literatura. Volver a Cervantes y asumir la locura de su personaje como una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote. Al hacerlo no nos evadimos de la realidad inicua que nos rodea. Asentamos al revés los pies en ella. Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no nos resignamos a la injusticia.

Discurso de Juan Goytisolo [1931- ] en la recogida de su Premio Cervantes 2014.

viernes, 24 de abril de 2015

Indicios

Leo. Es como una enfermedad. Leo todo lo que cae en mis manos, bajo los ojos: diarios, libros escolares, carteles, pedazos de papel encontrados por la calle, recetas de cocina, libros infantiles. Cualquier cosa impresa.
Tengo cuatro años. La guerra acaba de empezar.
Vivimos en un pueblecito que no tiene ni estación, ni electricidad, ni agua corriente, ni teléfono.
Mi padre es el único maestro del pueblo. Enseña en todos los cursos, desde el primero hasta el sexto. En la misma aula. La escuela está separada de nuestra casa sólo por el patio, y las ventanas del colegio dan al huerto de mi madre. Cuando me encaramo a la ventana más alta del comedor veo a toda la clase con mi padre delante, de pie, escribiendo en la pizarra negra. 
El aula de mi padre huele a tiza, a tinta, a papel, a calma, a silencio, a nieve incluso en verano.
La gran cocina de mi madre huele a animal muerto, a carne cocida, a leche, a mermelada, a pan, a ropa húmeda, a pipí del bebé, a agitación, a ruido, al calor del verano... incluso en invierno.
Cuando el mal tiempo no nos permite jugar fuera, cuando el bebé grita más fuerte de lo habitual, cuando mi hermano y yo hacemos demasiado ruido y demasiados destrozos en la cocina, nuestra madre nos envía a nuestro padre para que nos imponga un "castigo".
Salimos de casa. Mi hermano se detiene delante del cobertizo en el que guardamos la leña: 
-Yo prefiero quedarme aquí. Voy a cortar un poco de leña pequeña.
-Sí. Mamá se pondrá contenta.
Atravieso el patio, entro en la gran sala y me detengo cerca de la puerta. Bajo los ojos. Mi padre me dice: 
-Acércate.
Me acerco y le digo a la oreja:
-Castigada... mamá...
-¿Nada más?
Me pregunta "nada más" porque a veces tengo que entregarle sin decir nada una nota de mi madre, o debo pronunciar las palabras "médico" o "urgencia", o bien únicamente un número: 38 ó 40. Todo esto por culpa del bebé, que se pasa el día enfermo.
Le digo a mi padre:
-No. Nada más.
Me da un libro con imágenes:
-Ve y siéntate.
Voy al fondo de la clase , donde siempre hay lugares vacíos detrás de los mayores.
Fue así como, muy joven, por casualidad y sin apenas darme cuenta, contraje la incurable enfermedad de la lectura.
Cuando vamos de visita a casa de los parientes de mi madre, que viven en una ciudad cercana, en una casa que tiene luz y agua, mi abuelo me toma de la mano y, juntos, recorremos el vecindario.
El abuelo saca un diario del bolsillo de su levita y dice a los vecinos:
-¡Mirad! ¡Escuchad!
Y a mí me dice:
-¡Lee!
Y yo leo. Normalmente, sin errores, y tan rápido como me lo pida.
Dejando de lado este orgullo de abuelo, mi enfermedad de la lectura me traerá sobre todo reproches y desprecio:
"No hace nada. Se pasa el día leyendo."
"No sabe hacer nada más."
"Es la tarea más pasiva de todas."
"Perezosa."
Y, sobre todo, "Lee en vez de...".
¿En vez de qué?
"Hay miles de cosas más útiles, ¿no?"
Incluso ahora, por la mañana, cuando la casa se vacía y todos mis vecinos se van a trabajar, tengo un poco de cargo de conciencia por instalarme en la mesa de la cocina a leer los diarios durante horas en vez de... fregar los platos del día anterior, ir de compras, lavar y planchar la ropa, hacer mermeladas o pasteles...
Y, ¡sobre todo!, en vez de escribir.

De La analfabeta [2004], autobiografía de la escritora húngara Agota Kristof [1935-2011].

jueves, 23 de abril de 2015

Día del libro

Hoy es el Día del Libro.
Que ustedes lo disfruten... leyendo, comprando libros, compartiéndolos, prestándolos, regalándolos, hojeándolos y ojeándolos, escribiéndolos, charlando sobre ellos........

miércoles, 22 de abril de 2015

martes, 21 de abril de 2015

La memoria confusa

Un viajero tuvo un accidente en un país extranjero. Perdió todo su equipaje, con los documentos que podían identificarlo, y olvidó quién era. Vivió allí varios años. Una noche soñó con una ciudad y creyó recordar un número de teléfono. Al despertar, consiguió comunicarse con una mujer que se mostró asombrada, pero al cabo muy dichosa por recuperarlo. Se marchó a la ciudad y vivió con la mujer, y tuvieron hijos y nietos. Pero esta noche, tras un largo desvelo, ha recordado su verdadera ciudad y su verdadera familia, y permanece inmóvil, escuchando la respiración de la mujer que duerme a su lado.

Microrrelato del escritor José María Merino [1941- ], incluido en su libro La glorieta de los fugitivos [2007].

lunes, 20 de abril de 2015

...espero...

...espero que mis palabras
desordenen tu conciencia...

De la canción 20 de abril del grupo musical Celtas Cortos.

domingo, 19 de abril de 2015

El recuerdo

La música, el mar y esa sensación caliente que se me va
regando por dentro. El recuerdo, la ternura, la depresión y
todas esas cosas que me van haciendo, que van dibujando
las hebras de mi pelo en tu camisa, que van llegando a mis
ojos, a mi boca, llenándome de nostalgia, de agua salada,
de luna cortada en pedazos y envuelta en papel plateado,
de tu nombre, del nombre que no existe, de lo que
tenemos y lo que nos falta, de todo eso que tengo
dentro, que me recorre y me da esa sensación caliente 
que te lleva y te trae.

Gioconda Belli [1948- ].

sábado, 18 de abril de 2015

El cuerpo

Me avisaron a media tarde. Cuando llegué aún no se había podido determinar ni la hora ni la causa de la muerte. Pedí que me mostraran el cadáver. Parecía dormido, hermosísimo a la luz del atardecer. La piel parecía seda húmeda, metálica. Di las primeras instrucciones, encargué que se registrara la zona y que se hicieran fotografías de todo, como siempre. Volví a mirar el cuerpo. Hacía tiempo que no aparecía uno así. No acabo de acostumbrarme a esas formas, a los brillos del caparazón, a los cinco pares de patas que ahora descansan plácidas, inertes, bellísimas...

Manjirón, marzo de 2014.

viernes, 17 de abril de 2015

¿Me entiendes?

-Ifemelunamma, ven, por favor -dijo su madre, y se dio media vuelta.
Obinze se puso en pie, pero Ifemelu lo detuvo.
-No, me ha llamado a mí.
La madre de Obinze le pidió que pasara a su dormitorio, le pidió que se sentara en la cama.
-Si pasa algo entre Obinze y tú, los dos seréis responsables. Pero la naturaleza es injusta con las mujeres. Un acto lo cometen dos personas, pero si hay consecuencias, una sola carga con ellas. ¿Me entiendes?
-Sí.
Ifemelu eludía la mirada de la madre de Obinze, fijándola en el linóleo blanco y negro del suelo.
-¿Has hecho algo serio con Obinze?
-No.
-Yo fui joven en su día. Sé lo que es el amor cuando se es joven. Quiero darte un consejo. Soy consciente de que, al final, harás lo que quieras, pero mi consejo es que esperes. Puedes amar sin hacer el amor. Hacer el amor es una manera hermosa de demostrar tus sentimientos, pero conlleva responsabilidad, una gran responsabilidad, y no hay prisa. Te aconsejo que esperes hasta que estés al menos en la universidad, espera hasta que seas un poco más dueña de ti misma. ¿Lo entiendes?
-Sí -respondió Ifemelu.
No sabía a qué se refería con eso de "un poco más dueña de ti misma".
-Me consta que eres una chica lista. Las mujeres son más sensatas que los hombres, y tendrás que ser tú la sensata. Convéncelo. Los dos deberíais poneros de acuerdo en esperar para que no haya presión.
La madre de Obinze calló por un momento e Ifemelu se preguntó si había terminado. El silencio reverberó en su cabeza.
-Gracias, señora -dijo Ifemelu.
-Y cuando decidas empezar, ven a verme. Quiero saber que actúas de manera responsable.
Ifemelu movió la cabeza en un gesto de asentimiento. Sentada en la cama de la madre de Obinze, en el dormitorio de esa mujer, asentía y accedía a anunciarle cuándo empezaría a mantener relaciones sexuales con su hijo. Aun así, percibió la ausencia de vergüenza. Quizá fuera por el tono de la madre de Obinze, su uniformidad, su normalidad.
-Gracias, señora -repitió, mirando ahora a la madre de Obinze a la cara, una cara franca, nada distinta de cómo era habitualmente-. Así lo haré.
Regresó al salón. Obinze, sentado en el borde de la mesa de centro, parecía nervioso.
-Lo siento. Hablaré de esto con ella en canto te vayas. Si quiere hablar con alguien, debe hacerlo conmigo.
-Me ha dicho que no vuelva nunca más a esta casa. Que llevo a su hijo por el mal camino.
Obinze parpadeó.
-¿Cómo?
Ifemelu se echó a reír. Después, cuando le contó lo que su madre había dicho, él cabeceó.
-¿Tenemos que decírselo cuando empecemos? ¿Qué idiotez es esa? ¿Quiere comprarnos condones? ¿Que le pasa a esta mujer?
-Pero ¿a ti quién te ha dicho que vamos a empezar nada?

De la novela Americanah [2013], de Chimamanda Ngozi Adichie [1977- ].

jueves, 16 de abril de 2015

Microsiervos

Como hago más o menos cada tres semanas, otra vez vuelvo a reseñar aquí un blog que me interesa. Y esta vez, como ya ha ocurrido en alguna otra ocasión, quiero traer un blog en el que no se habla expresamente de libros: Microsiervos.
Los temas que se tratan en él están más relacionados con tecnología, fotografía, astronomía, robótica, ciencia, etc., etc., que con libros y literatura, pero es un sitio al que entro prácticamente a diario y que me resulta siempre sorprendente e inspirador.

Naturalmente el nombre del blog "tiene que ver" con el de la novela Microsiervos [1995] del escritor canadiense Douglas Coupland [1961- ]. Y no es esa la única relación que el blog tiene con los libros...
Por cierto, hace poco descubrí, y me gustó, que frente a los más de 525.000 seguidores que Microsiervos tiene en twitter, ellos siguen una sola cuenta, la de su Santo Patrón... ;o)))

miércoles, 15 de abril de 2015

gente que lee (34)

Ayer, 13 de abril, murió el escritor alemán Günter Grass [1927-2015], premio Nobel de Literatura en 1999.

p.s.: Cuando ya tenía preparada esta entrada para el blog, me entero de que el mismo día, casi a la misma hora, ha muerto también Eduardo Galeano [1940-2015].
Desde el lunes el mundo es un poquito peor... ¡Qué solxs nos vamos quedando...!

martes, 14 de abril de 2015

Notas

Hace unos días Elia me regaló unos cuadernitos molones para que lleve siempre uno conmigo y lo use para tomar notas que me sirvan luego para las cosas que me gustaría escribir.
Me encantan.
El primero ya está estrenado.
;o)

lunes, 13 de abril de 2015

Leyendo...

Estos días estoy leyendo Americanah [2013], la última novela de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie [1977- ]. Es el libro del que hablaremos el viernes que viene, en la próxima reunión de nuestro Club de Lectura Serrano.

Junto a mi cama, para picar un poquito cada noche, tengo algo de poesía:
y cuentos y microcuentos:
¡¡¡ Disfrutando como un enano... !!!

domingo, 12 de abril de 2015

Ocurre a veces

Ocurre a veces
en las calladas horas de la noche,
al filo mismo de la madrugada,
tras el telón caído de la euforia y del vino.
Unos ojos parpadean, se abren,
nos miran con su última transparencia
y un instante a nuestro lado
su dolorido transcurrir, su apretado paisaje de ternura
muestran, como un mendigo o un esclavo,
la humillada quietud de su tristeza.
Entonces, cuando no hay una sola palabra que decir,
con la avidez que lleva en sí lo fugitivo,
besar, unirse en la húmeda tibieza,
en la empapada, áspera arcilla de otra boca, 
donde nada al fin y todo nos pertenece.
Después, igual que el viento
agitando fugaz unas cortinas
la claridad de la mañana nos muestra,
desvelar un instante en la memoria
aquello que una noche, una mirada,
la destruida posesión de unos labios, nos dio.
Lo que ahora ciego tropieza, resbala
por la gastada pared del corazón,
aferrándose terco  hacia la muerte,
desplomándose sordo hacia el olvido.

Del poeta español Juan Luis Panero [1942-2013], incluido en Poesía completa (1968-1996).

viernes, 10 de abril de 2015

jueves, 9 de abril de 2015

¿De qué sirven las leyes?

¿De qué sirven las leyes donde sólo reina el dinero, donde la pobreza nunca puede salir triunfante? Incluso los Cínicos, que andan siempre con la alforja a cuestas, más de una vez, y hasta con cierta frecuencia, venden la verdad a buen precio. Así, pues, la justicia no es más que una mercancía pública y el caballero que preside el tribunal ratifica las transacciones.

De la novela El Satiricón, atribuida al escritor latino Petronio, que vivió y escribió hace unos 2000 años.

miércoles, 8 de abril de 2015

gente que lee (33)

Sepulcro del Doncel, en la catedral de Sigüenza (Guadalajara, España), finales del siglo XV.

martes, 7 de abril de 2015

Tu risa

Quítame el pan si quieres,
quítame el aire, pero
no me quites tu risa.

No me quites la rosa, 
la lanza que desgranas,
el agua que de pronto
estalla en tu alegría,
la repentina ola
de planta que te nace.

Mi lucha es dura y vuelvo 
con los ojos cansados
a veces de haber visto
la tierra que no cambia,
pero al entrar tu risa
sube al cielo buscándome
y abre para mí
todas las puertas de la vida.

Amor mío, en la hora
más oscura desgrana
tu risa, y si de pronto
ves que mi sangre mancha
las piedras de la calle,
ríe, porque tu risa
será para mis manos
como una espada fresca.

Junto al mar en otoño,
tu risa debe alzar 
su cascada de espuma,
y en primavera, amor,
quiero tu risa como
la flor que yo esperaba, 
la flor azul, la rosa
de mi patria sonora.

Ríete de la noche, 
del día, de la luna,
ríete de las calles
torcidas de la isla,
ríete de este torpe
muchacho que te quiere, 
pero cuando yo abro
los ojos y los cierro,
cuando mis pasos van,
cuando vuelven mis pasos, 
níegame el pan, el aire, 
la luz, la primavera,
pero tu risa nunca 
porque me moriría.

Del libro Los versos del capitán [1952] del poeta chileno Pablo Neruda [1904-1973], premio Nobel de Literatura en 1971.

lunes, 6 de abril de 2015

De fauna doméstica

Por el momento, las pruebas de su existencia parecen ser determinadas señales físicas que los investigadores menos escépticos defienden como evidencias: la exhalación de su aliento, huellas de su cuerpo, su color, su olor, su canto. De su silenciosa respiración sería testimonio la leve corriente de aire que, a veces, percibimos en la nuca o en las orejas, aunque en la casa todas las ventanas estén cerradas. La precisión del soplo vendría a ser indicio de un largo apéndice que pudiéramos llamar nasal, quizá retráctil. Un reflejo de su color lograría asomar en la penumbra del pasillo, o de las alcobas, a la hora vespertina, con el sol declinante: el suave resplandor nacarado, parecido a la ceguera de los espejos, que denunciaría un cuerpo blanquecino, cubierto de pellejo, plumón o escamas, capaz de reflejar la luz con mayor intensidad que una piel desnuda y mate. Que su cuerpo puede cambiar de tamaño lo confirmarían las diversas señales que se consideran suyas, tanto esas huellas que deforman sin motivo aparente la larga superficie de las colchas o la panza de los cojines, como las pequeñas oquedades que suelen aparecer en la harina, el azúcar o el pimentón cuando abrimos el bote que los guarda. Su olor, aunque diverso, es característico: no del todo agradable, pero tampoco hediondo, es ese que puede sorprendernos de repente en casa, sin que seamos capaces de descubrir su procedencia. Al parecer, su canto imita con tal certeza los sonidos de la rutina cotidiana, que es casi imposible distinguirlo del goteo del grifo, la descarga de una cisterna, el tictac de un viejo reloj, el rumor del tráfico en la calle o el súbito zumbido de la lavadora. Nunca se han encontrado rastros inconfundibles de sus pisadas, y hay quien sugiere que se movería volando o reptando. Su capacidad de volar corroboraría lo plumoso del cuerpo; la alternativa nos induciría a suponerlo cubierto de pellejo peludo o de piel escamosa. Nadie ha podido conocer de qué se alimenta y tampoco se han hallado sus excrementos. Hay quien propone que se nutriría de nuestras exhalaciones psíquicas, quizá mientras dormimos. Se adapta bien a las casas donde abundan los libros: las pequeñas arrugas y raspaduras de ciertas páginas y cubiertas, las manchitas que deforman algunas letras, serían señal de que los utiliza como guarida. La cualidad que puede atribuírsele sin confusión ni engaño es la invisibilidad, única evidencia que nadie, hasta ahora, ha conseguido refutar.

Microrrelato, minificción o nanocuento del escritor, ensayista, poeta y académico español José María Merino [1941- ], incluido en su libro La glorieta de los fugitivos [2007].

domingo, 5 de abril de 2015

Hoy, mamá ha muerto.

Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, He recibido un telegrama del asilo: "Madre fallecida. Entierro mañana. Sentido pésame". Nada quiere decir. Tal vez fue ayer.

Comienzo de la novela El extranjero [1942] del escritor francés Albert Camus [1913-1960].

sábado, 4 de abril de 2015

Tenían eso en común

Quería hablar más con aquellas personas que estaban en la misma situación de espera que ella. Tenía miedo, y aquella gente también. Tenían eso en común.

Del cuento Parece una tontería del escritor Raymond Carver [1938-1988], incluido en su libro Catedral [1983].

viernes, 3 de abril de 2015

Disfruta de la vida

Disfruta de la vida. Hay mucho tiempo para estar muerto.

Cita atribuida a Hans Christian Andersen [1805-1875], escritor y poeta danés, de cuyo nacimiento se cumplieron ayer, 2 de abril, 210 años.
Autorretrato de Andersen de 1830.

[Ese mismo día se celebra el Día Internacional del Libro Infantil desde 1965.]

jueves, 2 de abril de 2015

Consejos a Millás sobre cómo escribir

[...] Un día en el que se quedaron solos, Millás le confesó a Julia que le gustaría escribir algo sobre ella. 
-Pues piensa antes de empezar a escribir -respondió la chica-, escribe con orden, elige las palabras con cuidado, evita las repeticiones innecesarias y las muletillas, escribe con naturalidad, relee lo que has escrito y corrige si es necesario.

De la novela La mujer loca [2014] de Juan José Millás [1946- ].

miércoles, 1 de abril de 2015