He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

miércoles, 31 de mayo de 2017

Favor

Empujé, y entonces vi al anciano.
Dormía apaciblemente recostado en una silla de playa a la sombra de un limonero. El portón daba directamente a un patio embaldosado. Al fondo estaba la casa, invariablemente blanca, y por todas partes se veían macetas con geranios. Junto al anciano había una mesa, y sobre ella un vaso de agua y unos terrones de azúcar. Busqué en las baldosas un testimonio de mi infancia, y allí estaba, en dos o tres moscas aplastadas, secas por el sol.
Mi abuelo practicaba la misma diversión: se echaba un poco de azúcar a la boca, la humedecía con un buche de agua y enseguida escupía la mezcla. Entonces ponía un pie levemente alzado sobre la dulce trampa y esperaba a que llegaran las moscas. Luego, ¡platsch!
—¡Ay, Gerardo! ¿Cómo puede ser tan malvado? —lo reprendía la abuela.
—Favor que le hago a la humanidad. Si estos bichos evolucionan se transforman en curas o militares —respondía el abuelo.

Patagonia Express [1995], del escritor chileno Luis Sepúlveda [1949- ].

martes, 30 de mayo de 2017

lunes, 29 de mayo de 2017

Haciendo tiempo

El Pepe Botella, un sitio molón en Madrid, para sentarse a tomar un café y escribir un rato antes de ir al taller de escritura de Zapata.

domingo, 28 de mayo de 2017

sábado, 27 de mayo de 2017

CCH

Leyendo a Luis Sepúlveda mientras hago cola para ver una versión familiar de La flauta mágica...
¡Me encanta el CCH!

viernes, 26 de mayo de 2017

gente que lee (156)

El retrato que me ha hecho mi tío Paco en el móvil...
Leyendo, claro...
;o)

jueves, 25 de mayo de 2017

Acabados de lujo

—Como si es de cartón, me da lo mismo. ¿De verdad se cree que me importa de qué sea la caja? —dijo mi padre.
Creo que fueron las frases más largas que le oí decir en toda la tarde. El hombre de la funeraria nos miraba con cara inescrutable. Me sonaba haberme cruzado con él en algún pasillo durante estas últimas semanas. Imagino que parte de su trabajo consiste en estar al acecho de a quién le queda poco en cada planta y tener bien localizada a la familia para acudir inmediatamente a ofrecer sus productos.
—No, disculpe, dese usted cuenta de que no da ni mucho menos lo mismo un material que otro —insistió—. Precisamente le hablaba hace un momento de estos modelos de roble, con molduras de acero cromado y el interior acolchado en terciopelo blanco roto, con excelentes acabados, pero también me gustaría enseñarles estos otros fabricados en raíz de olivo. Es cierto que su precio sube ligeramente, pero sin ninguna duda la calidad no es ni remotamente comparable.
El hombre se ganaba su sueldo. Yo miraba la escena como si de algún modo me fuera ajena. Un rato antes, mientras bajábamos mi padre y yo en el ascensor, me dijo que ésto debía haber ocurrido antes. Hacía muchos meses que el abuelo estaba en la cama, esperando, sabiendo que ya no se iba a recuperar y que cuando saliera de aquella habitación sería con los pies por delante, como él decía. Le acompañé, los dos callados casi todo el rato, a hacer algún papeleo que nos habían dicho que era necesario en ese momento y luego nos reunimos en una pequeña salita, junto a la capilla, con el hombre de la funeraria.
—Aquí tienen también este otro modelo de cedro, y en esta otra página del catálogo están nuestros productos estrella: caoba con incrustaciones artesanales de ébano y acabados de lujo.
Mi padre le miraba sin decir nada. Aún no había llorado. Yo tampoco. No sé si lo hizo después en algún momento. Supongo que lo que le hubiera gustado es mandar a aquel gilipollas a la mierda y decirle que se metiera sus putas cajas de olivo y de cedro y de caoba por el culo y que nos dejara llorar tranquilos la muerte de su padre, de mi abuelo. Pero no, los dos seguíamos callados, hojeando sin verlos los catálogos que el hombre, impaciente, había desplegado sobre una mesilla baja de mármol negro con vetas blancas: papel couché con fotos excelentes, maravillosamente impresas.
A mi abuelo en ese momento le estarían llevando de la habitación al depósito, para esperar allí la caja que eligiéramos para él y luego le trasladarían a la sala del tanatorio, en la planta baja del hospital. Traté de imaginarle en nuestra situación, también callado, indeciso y triste. Imaginé que quizá algún día me tocaría a mí pasar por ésto y tomar estas decisiones. Entonces sentí, por primera vez, la congoja acumulada durante esos días y esa mañana. Pensé que me hubiera hecho bien llorar pero no quise hacerlo allí, con mi padre y con aquel tipo encorbatado que nos miraba echando cuentas de cuánto iba a facturar ese día.
—Nos quedamos con éste —dije mirando a mi padre y señalando una de las fotos del catálogo.
—Es una excelente elección, sin duda —me dijo el hombre de la funeraria—, excelente de verdad.
—Sí —respondí—, seguro que sí. Díganos qué tenemos que rellenar o qué datos necesita para cerrar ésto. Nos están esperando.
—Cómo se aprovechan éstos —me dijo mi padre sin mirarme mientras volvíamos al ascensor—. Gracias.
Me hubiera gustado abrazarle en ese momento. Se abrieron las puertas y con nosotros entraron un par de personas. Cuando llegamos a la planta en la que estaba la cafetería le dije «Aquí es» y le puse la mano en el hombro para salir. A través de la camisa sentí su espalda cansada, su pesadumbre.
–Sí –respondió–, vamos, que nos deben estar esperando. Vamos a comer algo, nos sentará bien, que aún nos queda un día largo.

La Cabrera, mayo de 2017.

Licencia Creative Commons
Acabados de lujo por Román J. Navarro Carrasco se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

miércoles, 24 de mayo de 2017

martes, 23 de mayo de 2017

Papel

Empecé a leerlo hace unos días en PDF en el móvil. Pero me está gustando de más, así que paso al papel para subrayar, anotar, comentar...

lunes, 22 de mayo de 2017

Café con libros

Café con libros en La Fugitiva, Lavapies, mientras espero a Vero...

domingo, 21 de mayo de 2017

Ética promiscua

Descubriendo Ética promiscua, de Dossie Easton y Janet Hardy, uno de los libros que se propusieron el viernes pasado en nuestro Club de Lectura Serrano.

sábado, 20 de mayo de 2017

Leyendo en el metro

No sé cuántos cienes y cienes de libros habré leído en mi vida viajando en el metro de Madrid...

viernes, 19 de mayo de 2017

Club

Parece que hoy nuestro moribundo Club de Lectura Serrano ha vuelto a la vida...

¡Seguimos!

miércoles, 17 de mayo de 2017

Mis pianitos

Estos días estoy arrancando un proyecto que me lleva dando vueltas por la cabeza desde hace mucho tiempo. Tiene que ver con el arte, con la música, con las miniaturas....
Hace tiempo que me gusta mucho la idea, varios años, pero sólo desde hace unas semanas o unos pocos meses me la estoy empezando a creer y estoy empezando a pensar que es posible ponerla en marcha.
Dentro de unos días empezaré a colgar cosas en la red para darlo a conocer. De momento estoy leyendo mucho, documentándome, buscando información, investigando, pensando qué puedo hacer y qué no. Y tratando de no dispersarme con todas las historias que voy encontrando y que cada una de ellas parece digna de una novela...
¡Seguimos!

martes, 16 de mayo de 2017

Read

Elena, my little sister, se ha encontrado ésto en internet y se ha acordado de mí...
;o)))

lunes, 15 de mayo de 2017

Deberes

Hoy vuelvo a venir sin deberes al taller de escritura. Tengo las ganas, y algunas ideas, pero me falta el tiempo o la energía o la calma para ponerme...
Quizá tengo demasiados frentes abiertos...

domingo, 14 de mayo de 2017

gente que lee (154)

Un suizo que lee... muy alto... con pinta majete... pero algo estirado...
😝

(Me lo manda, con mensajito incluido, mi amiga María desde Zurich. ¡Gracias!)

viernes, 12 de mayo de 2017

En casa, leyendo.

Este blog sobre cosas que leo y cosas que escribo es también, en cierto modo, un autorretrato, es un poco yo. Vero a veces me dice que es lo más yo que he hecho.

Hoy, que ando un poco revenío, tengo más ganas de leer en casa en silencio, que de escribir aquí sobre lo que leo...

¡Seguimos!

jueves, 11 de mayo de 2017

Perfil

Mi imagen de perfil de estos días en WhatsApp: observante, expectante, inquieto, reflexivo, atento, escuchando(me)...

miércoles, 10 de mayo de 2017

Visor

   Un hombre sin manos llamó a mi puerta para venderme una fotografía de mi casa. Si exceptuamos los ganchos cromados, era un hombre de aspecto corriente y tendría unos cincuenta años.
   —¿Cómo perdió las manos? —le pregunté cuando me dijo lo que quería.
   —Esa es otra historia —respondió—. ¿Quiere la foto o no?
   —Pase —le invité—. Acabo de hacer café.
   Acababa de hacer también un poco de jalea, pero eso no se lo dije.
   —Necesitaría ir al retrete —dijo el hombre sin manos.
   Yo quería ver cómo sostenía la taza de café.
   Sabía cómo sostenía la cámara. Era una vieja Polaroid grande y negra. La llevaba sujeta con correas de cuero que le rodeaban los hombros y le abrazaban la espalda. Era así como mantenía la cámara pegada al pecho. Se ponía en la acera, enfrente de tu casa, la encuadraba en el visor, apretaba el botón con uno de los ganchos, y ahí tenías tu fotografía.
   Lo había estado observando desde la ventana, claro.

   —¿Dónde ha dicho que está el retrete?
   —Por ahí, a la derecha.
   Doblándose, encorvándose, se liberó de las correas. Puso la cámara sobre el sofá y se estiró la chaqueta.
   —Puede ir mirándola mientras tanto.
   Le cogí la fotografía.
   Un pequeño rectángulo de césped, el camino de entrada, el cobertizo de los coches, la escalera principal, el ventanal en saledizo y la ventana de la cocina desde donde había estado mirando.
   ¿Por qué habría de querer yo una fotografía de tal desastre?
   Me acerqué un poco más a ella y vi mi cabeza, mi cabeza, allí dentro, tras la ventana de la cocina.
   Me hizo pensar; el verme a mí mismo de ese modo. Lo digo en serio: es algo que le hace pensar a uno.
   Oí la cisterna. Se acercó por el pasillo, subiéndose la cremallera y sonriendo; con un gancho se sostenía el cinturón, con el otro se metía la camisa en los pantalones.
   —¿Qué le parece? —preguntó—. ¿Está bien? Personalmente opino que ha salido bien. ¿Sé lo que me hago o no? Admitámoslo: para estas cosas hace falta un profesional.
   Se tiró de los genitales.
   —Aquí está el café —dije.
   Preguntó:
   —Está solo, ¿no es eso?
   Echó una ojeada a la sala. Meneó la cabeza.
   —Es duro, es duro —se lamentó.
   Se sentó junto a la cámara, se echó hacia atrás con un suspiro y sonrió como si supiera algo que no iba a decirme.
   —Tómese el café —le sugerí.

   Yo intentaba encontrar algo que decir.
   —Había por aquí tres chiquillos que querían pintar mi dirección en el bordillo. Me pedían un dólar por hacerlo. ¿Usted no sabrá nada de eso?
   Era una posibilidad remota. Pero lo observé, de todos modos.
   Se inclinó hacia adelante, dándose aires de importancia, con la taza en equilibrio entre los ganchos. Luego la dejó encima de la mesa.
   —Trabajo solo —declaró—. Siempre lo he hecho y siempre lo haré. ¿Qué es lo que quiere decir?
   —Buscaba una relación.
   Tenía dolor de cabeza. Ya sé que el café no es bueno para el dolor de cabeza, pero a veces la jalea ayuda. Cogí la fotografía.
   —Estaba en la cocina —comenté—. Normalmente estoy en la parte de atrás.
   —Sucede todos los días —dijo—. Así que se han ido y lo han abandonado, ¿no es eso? Bien, créame: trabajo solo. Así que, ¿qué dice? ¿Quiere la foto?
   —Me la quedaré —respondí.
   Me puse en pie y recogí las tazas.
   —Estaba seguro —dijo—. Tengo una habitación en la ciudad. No está mal. Cojo el autobús y salgo del centro, y cuando he terminado con los alrededores, me voy a otra ciudad. ¿Comprende lo que digo? Mire, yo también tuve chicos. Como usted.
   Me quedé quieto con las tazas y miré cómo bregaba para levantarse del sofá.
   Me explicó:
   —Precisamente llevo esto por culpa de ellos.
   Miré detenidamente los ganchos.
   —Gracias por el café y por dejarme usar el retrete. Cuenta usted con mi comprensión.
   Alzó y bajó los garfios.
   —Demuéstrelo —le pedí—. Demuéstreme hasta qué punto me comprende. Saque más fotografías de mí y de mi casa.
   —No resultará —dijo el hombre—. Ellos no van a volver.
   Pero le ayudé a ponerse el correaje. 
   —Puedo hacerle un precio especial —ofreció—. Tres por un dólar —añadió—. Si se las dejo más baratas, no me compensa.

   Salimos fuera. Ajustó el obturador. Me dijo dónde debía situarme, y nos pusimos manos a la obra.
   Íbamos desplazándonos alrededor de la casa. Sistemáticamente. En unas yo miraba de soslayo, en otras de frente.
   —Bien —aprobaba él—. Estupendo. Y al cabo dimos la vuelta completa a la casa y nos encontramos de nuevo en la fachada—. Son veinte. Suficientes.
   —No —sugerí—. Encima del tejado.
   —Dios —murmuró. Examinó la calle a derecha e izquierda—. De acuerdo —aceptó—. Así se habla.
   Comenté:
   —Absolutamente todos. Se largaron de la noche a la mañana.
   —¡Pues mire esto! —exclamó el hombre, y volvió a levantar los garfios.

   Entré en casa y saqué una silla. La coloqué bajo el cobertizo de los coches. Pero no fue suficiente: no llegaba. Cogí una caja de embalaje y la puse encima de la silla.
   Se estaba bien allí arriba, en el tejado.
   Me puse de pie y miré en torno. Hice señas con las manos, y el hombre sin manos me devolvió el saludo con los ganchos.
   Y entonces fue cuando las vi, cuando vi las piedras. Era como un pequeño nido de piedras sobre la rejilla de la boca de la chimenea. Ya se sabe cómo son los chicos. Cómo las lanzan con idea de colar alguna por el agujero de la chimenea.
   —¿Preparado? —pregunté. Cogí una piedra y esperé a que el hombre me tuviera en el visor.
   —¡Listo! —exclamó.
   Eché el brazo para atrás y chillé: «¡Ahora!» Y lancé a aquella hija de perra tan lejos como pude.
   —No sé —le oí gritar—. No suelo fotografiar cuerpos en movimiento.
   —¡Otra vez! —vociferé, y cogí otra piedra.


Visor es un cuento del escritor Raymond Carver [1938-1988].

martes, 9 de mayo de 2017

Manos

Ayer, en el taller de escritura creativa al que voy en la Escuela de Escritores, Ángel Zapata nos dio una clase magnífica en la que nos desmenuzó el cuento Visor de Raymond Carver. Yo salí de allí con la cabeza dada la vuelta.
Y hoy, mientras comía en un bar de Madrid antes de ir a dar una clase, un hombre con una mano de plástico se ha puesto a hablar por teléfono a mi lado, al otro lado de la ventana.

domingo, 7 de mayo de 2017

Vive leyendo

En casa, leyendo, un domingo por la noche...

viernes, 5 de mayo de 2017

A la cama...

Aunque no lo parecía ha sido una semana larga, larga... así que he llegado al viernes hecho un escombrito.
Hoy por la mañana trabajando en la biblioteca de Buitrago, por la tarde un par de clases en Bustarviejo y en La Cabrera, y luego al CCH a ver La academia de las musas, de José Luis Guerín, que aún no estoy seguro de si me ha gustado...

Y ya en casa...
Y hoy toca descansar. Así que un poco de música de fondo, novelita y a la cama.
Mañana más.

jueves, 4 de mayo de 2017

miércoles, 3 de mayo de 2017

Sorpresa

Las manos tocan la arena,
la moldean.

Los pies se duelen 
del inesperado calor
de las rocas.

En la orilla,
piedras de colores
golpean los tobillos.

El agua salpica el rostro,
hostil en los labios
y puro beso.

El verano es el sentido
del tacto recobrado:
caminar sobre tierra,
beber agua de mar
y encontrar el sabor 
de fotos de la infancia.

De De paso por los días [2016] de Ana Belén Martín Vázquez 1971- ].

Esperando al verano, en esta primavera raruna en la que uno no sabe si ponerse la manga larga o las chanclas...

lunes, 1 de mayo de 2017

De pateo

Hoy no he leído ni una línea. Al salir de casa llevaba, como siempre, un par de libros en la mochila, otro en el móvil... pero ni los he abierto en todo el día ni los he echado de menos.
Hoy he subido con mi amiga María al monte a patear: Navacerrada, Bola del Mundo, Maliciosa.
Hemos subido y bajado, hemos hecho piernas, hemos comido arriba del todo un bocata que nos ha sabido como un manjar, nos hemos asombrado mirando el mundo, hemos hablado y hablado, hemos hecho algunas fotos, hemos pisado nieve y hemos disfrutado de un día maravilloso.
A veces fuera de los libros también hay cosas molonas.