He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

sábado, 28 de febrero de 2015

Una honesta ocupación

A decir verdad, el reconocimiento de la ignorancia es una de las más hermosas y seguras pruebas de juicio que encuentro. Yo no tengo otro sargento que ordene mis piezas sino la fortuna. A medida que mis desvaríos se presentan, los amontono; a veces se apresuran en muchedumbre, otras veces se arrastran de uno en uno. Quiero que se vea mi paso natural y común, tan descompuesto como es. Me dejo ir tal como me encuentro. Además, no son éstas materias que no sea lícito ignorar, ni hablar de ellas al azar y a la ligera.
Desearía tener una comprensión más perfecta de las cosas, pero no la quiero adquirir al precio tan alto que cuesta. Mi intención es pasar con dulzura y sin esfuerzo lo que me resta de vida. No quiero romperme la cabeza por nada, ni siquiera por la ciencia, por mucho que sea su valor. En los libros busco solamente deleitarme con una honesta ocupación; o, si estudio, no busco otra cosa que la ciencia que trata del conocimiento de mí mismo y que me enseña a morir bien y a vivir bien.

Del ensayo Los libros de Michel de Montaigne [1533-1592], de cuyo nacimiento se cumplen hoy, 28 de febrero, 482 años.

viernes, 27 de febrero de 2015

Club de Lectura

Hace mucho tiempo que tenía ganas de montar un Club de Lectura: un espacio en el que compartir opiniones, debates, gustos, propuestas, sugerencias, comentarios sobre libros y lecturas.
Desde hace algún tiempo he ido lanzando la idea a gente de la Sierra, a amigos y amigas a quienes creo que les puede apetecer algo así...

Y el viernes pasado, por fin, hicimos nuestra primera reunión: hablamos de lo que nos apetece hacer, de cómo organizarnos, de cómo mantenernos en contacto y mantener el grupo vivo más allá de las reuniones mensuales que vayamos haciendo, iniciamos una primera lista de libros que nos gustaría leer...

Y ya tenemos "deberes" para la próxima quedada:

jueves, 26 de febrero de 2015

Afortunado eres

[...] No podríamos decir lo mismo de las personas que nacieron entre 2065 y 2314. Así que si estás leyendo estas líneas, ya sabemos algo de ti: no perteneces a ese desgraciado período de dos siglos y medio en el que nadie sabía leer.
Afortunado eres.

De la novela juvenil de ciencia ficción Por el camino de Ulectra, de Martín Casariego Córdoba [1962- ].

miércoles, 25 de febrero de 2015

gente que lee (27)

Retrato de la madre del fotógrafo ruso Aleksandr Ródchenko [1891-1956] realizado en 1924.

martes, 24 de febrero de 2015

De mi propia vida

Hace un mes me encontraba bien de salud, incluso francamente bien. A mis 81 años, seguía nadando un kilómetro y medio cada día. Pero mi suerte tenía un límite: poco después me enteré de que tengo metástasis múltiples en el hígado. Hace nueve años me descubrieron en el ojo un tumor poco frecuente, un melanoma ocular. Aunque la radiación y el tratamiento de láser a los que me sometí para eliminarlo acabaron por dejarme ciego de ese ojo, es muy raro que ese tipo de tumor se reproduzca. Pues bien, yo pertenezco al desafortunado 2%.

Doy gracias por haber disfrutado de nueve años de buena salud y productividad desde el diagnóstico inicial, pero ha llegado el momento de enfrentarme de cerca a la muerte. Las metástasis ocupan un tercio de mi hígado, y, aunque se puede retrasar su avance, son un tipo de cáncer que no puede detenerse. De modo que debo decidir cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda. Me sirven de estímulo las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, que, al saber que estaba mortalmente enfermo, a los 65 años, escribió una breve autobiografía, en un solo día de abril de 1776. La tituló De mi propia vida.

“Imagino un rápido deterioro”, escribió. “Mi trastorno me ha producido muy poco dolor; y, lo que es aún más raro, a pesar de mi gran empeoramiento, mi ánimo no ha decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio y gozo igual de la compañía de otros”.

He tenido la inmensa suerte de vivir más allá de los 80 años, y esos 15 años más que los que vivió Hume han sido tan ricos en el trabajo como en el amor. En ese tiempo he publicado cinco libros y he terminado una autobiografía (bastante más larga que las breves páginas de Hume) que se publicará esta primavera; y tengo unos cuantos libros más casi terminados.

Hume continuaba: “Soy... un hombre de temperamento dócil, de genio controlado, de carácter abierto, sociable y alegre, capaz de sentir afecto pero poco dado al odio, y de gran moderación en todas mis pasiones”.

En este aspecto soy distinto de Hume. Si bien he tenido relaciones amorosas y amistades, y no tengo auténticos enemigos, no puedo decir (ni podría decirlo nadie que me conozca) que soy un hombre de temperamento dócil. Al contrario, soy una persona vehemente, de violentos entusiasmos y una absoluta falta de contención en todas mis pasiones.

Sin embargo, hay una frase en el ensayo de Hume con la que estoy especialmente de acuerdo: “Es difícil”, escribió, “sentir más desapego por la vida del que siento ahora”.

En los últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé por terminada.

Por el contrario, me siento increíblemente vivo, y deseo y espero, en el tiempo que me queda, estrechar mis amistades, despedirme de las personas a las que quiero, escribir más, viajar si tengo fuerza suficiente, adquirir nuevos niveles de comprensión y conocimiento.

Eso quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y tratar de arreglar mis cuentas con el mundo. Pero también dispondré de tiempo para divertirme (e incluso para hacer el tonto).

De pronto me siento centrado y clarividente. No tengo tiempo para nada que sea superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar de ver el informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de prestar atención a la política y los debates sobre el calentamiento global.

No es indiferencia sino distanciamiento; sigo estando muy preocupado por Oriente Próximo, el calentamiento global, las desigualdades crecientes, pero ya no son asunto mío; son cosa del futuro. Me alegro cuando conozco a jóvenes de talento, incluso al que me hizo la biopsia y diagnosticó mis metástasis. Tengo la sensación de que el futuro está en buenas manos.

Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10 años, de las muertes que se producen entre mis contemporáneos. Mi generación está ya de salida, y cada fallecimiento lo he sentido como un desprendimiento, un desgarro de parte de mí mismo. Cuando hayamos desaparecido no habrá nadie como nosotros, pero, por supuesto, nunca hay nadie igual a otros. Cuando una persona muere, es imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque el destino de cada ser humano —el destino genético y neural— es ser un individuo único, trazar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.

No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los lectores.

Y, sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura.

Oliver Sacks [1933- ], neurólogo inglés es autor, entre otros muchos libros, de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.

Este artículo se publicó originalmente el 19 de febrero en The New York Times y el pasado sábado 22 de febrero en El País.

lunes, 23 de febrero de 2015

domingo, 22 de febrero de 2015

Romanes

Román está cubierto hasta la altura de la boca. De manera mecánica, muerde sin apretar o lame la sábana, sujeta por ambas manos a cada lado de la cabeza. Su cuerpo esmorecido se prolonga a partir de aquí dando lugar, en primer término, al cuello, especie de tallo que une la cabeza al tronco y que es, junto a las extremidades, una de las zonas más angostas de su cuerpo. El tronco, cubierto con una camisa, permanece inmóvil, un tanto ajeno a los movimientos respiratorios que de forma continua se producen en su interior. El vientre, además de dar cobijo a las vísceras, es con los ojos uno de los lugares por los que el miedo penetra con más facilidad. Cuando esto ocurre, Román detecta una paralización de los músculos respiratorios: un movimiento de defensa que por lo general se inicia en el alojamiento del paquete intestinal. De forma simultánea a esta contracción, pero a la altura de la boca, se produce otro movimiento: la lengua entra y sale rozando la superficie áspera de la sábana hasta que una sequedad extrema, ocasionada en parte por este roce y en parte por una menor actividad de las glándulas salivares, fruto también de este estado de defensa, la obliga a retirarse al interior de su cámara donde con un temblor imperceptible consigue nuevas aportaciones de saliva. Las piernas se extienden a partir de los muslos en la dirección más oscura del túnel formado por la sábana. Carecen de puntos muy sensibles, excepto en las rodillas, en las que un hormigueo de poca duración, pero ajustado a un ritmo preciso, precede siempre a las situaciones de alerta que se dan en el resto de su cuerpo. Los pies, por fin, a continuación de cada una de las piernas y sujetos a ellas por un tobillo, están cubiertos con unos gruesos calcetines de lana que intentan dar calor a una zona poco regada por la sangre, aunque muy sensible a los cambios atmosféricos. La abundancia de huesos en esta parte del cuerpo de Román convierte al frío en una manifestación particularmente incómoda por cuanto penetra hasta la médula, de donde no es fácil sacudirlo.

De la novela El jardín vacío [1981] del escritor Juan José Millás [1946- ].

Muy raras veces me encuentro con otros romanes, así que cuando doy con alguno, ya sea en los papeles o en el Mundo Real no puedo evitar celebrarlo de algún modo...

En las novelas sólo recuerdo a uno de los personajes de Nada, de Carmen Laforet, el tío Román de Andrea, la protagonista. Y en el Mundo Real he conocido a muy pocos: un día en la consulta del médico llamaron a Román y nos levantamos a la vez otro tipo y yo; hace poco tuve un alumno Román que estaba aún más sorprendido que yo cuando nos presentó su madre; el año pasado en la barra de un bar de Buitrago se me acercó un tipo a saludarme diciéndome que éramos tocayos al oír mi nombre; y mi abuelo y mi padre, de quien por cierto es hoy su cumpleaños...

sábado, 21 de febrero de 2015

¿Por qué escribe?

[...] Como todos ustedes saben, la pregunta que más a menudo se nos hace a los escritores, la que más gusta, es la siguiente: ¿Por qué escribe? ¡Escribo porque me sale de dentro! Escribo porque soy incapaz de hacer un trabajo normal como los demás. Escribo para que se escriban libros parecidos a los míos y yo pueda leerlos. Escribo porque estoy muy, muy enfadado con todos ustedes, con todo el mundo. Escribo porque me gusta pasarme el día entero en un habitación escribiendo. Escribo porque sólo puedo soportar la realidad si la altero. Escribo para que el mundo entero sepa la vida que hemos llevado y seguimos llevando yo, los otros, todos, nosotros, en Estambul, en Turquía. Escribo porque me gusta el olor del papel, de la pluma, de la tinta. Escribo porque más que en cualquier otra cosa creo en la literatura y en la novela. Escribo porque es una costumbre y una pasión. Escribo porque me da miedo ser olvidado. Escribo porque me gustan la fama y la atención que me ha proporcionado la escritura. Escribo para estar solo. Escribo porque puede que así comprenda la razón por la que estoy tan, tan enfadado con ustedes, con todo el mundo. Escribo porque me gusta ser leído. Escribo para ver si acabo de una vez esa novela, ese artículo, esa página que he comenzado. Escribo porque eso es lo que todos esperan de mi. Escribo porque infantilmente creo en la inmortalidad de las bibliotecas y en cómo mis libros están en los estantes. Escribo porque la vida, el mundo, todo, es increiblemente hermoso y sorprendente. Escribo porque me resulta agradable verter en palabras toda esa belleza y esa riqueza de la vida. Escribo no para contar una historia sino para crear una historia. Escribo para librarme de la sensación de que hay un sitio al que debo ir pero al que no consigo llegar, como en un sueño. Escribo porque no consigo ser feliz. Escribo para ser feliz.

Del discurso pronunciado por el escritor turco Orhan Pamuk [1952- ] al recoger su premio Nobel en 2006.

viernes, 20 de febrero de 2015

Libros de verdad y libros de mentira

Hace unos días un amigo me envió por guasap este tuit:

con el código da vinci os cuestionasteis la religión, con 50 sombras, la sexualidad, cuando leáis un libro de verdad os explotará el cerebro.

Ahí queda...
Quien avisa...
;o)

jueves, 19 de febrero de 2015

Biografía

A los cuatro años sus padres le matricularon en un colegio al que estuvo yendo hasta que cumplió los diecisiete.
Allí aprendió a leer y a escribir y las cuatro tablas. Y allí aprendió también dónde desemboca el Ebro, quién escribió La Regenta, qué país es el primer productor de trigo y en qué siglo reinó Felipe II.
Durante todo ese tiempo su actividad era semejante a la de los demás niños de su edad. (Se puede decir, sin temor a equivocarse, que durante toda su vida su actividad fue semejante a la de sus semejantes.)
Al llegar del colegio merendaba, veía la televisión, hacía los deberes y jugaba con las cosas que en televisión anunciaban con el nombre de juguetes.
Después de la EGB hizo, como casi todos, el BUP. Como tantos otros estudió el COU, se examinó de selectividad y, como muchos, entró en la universidad.
Hizo una carrera que no le entusiasmaba en absoluto, pero que tampoco aborrecía. Lo importante, sus padres se lo habían dicho miles de veces, era conseguir un título superior lo antes posible, con el que luego poder acceder a un buen despacho en alguna buena empresa. Y luego ¡a vivir!
La verdad es que hubiera preferido ser ingeniero, pero tal y como estaban las cosas en la universidad, su 5.7 no le permitía ser demasiado ambicioso, así que tuvo que conformarse con una licenciatura de ciencias.
Bien mirado, ésta tenía la evidente ventaja de ser un año más corta y algo menos agobiante que las ingenierías superiores. (Por supuesto quedaba descartada la posibilidad de ser perito.)
Su horario durante los seis años que deambuló por la facultad (repitió segundo y arrastró hasta cuarto el álgebra de primero), no era demasiado sofisticado: se levantaba temprano (la clase empezaba a las nueve y media y tardaba tres cuartos de hora en llegar hasta la ciudad universitaria, suponiendo que no hubiera demasiado tráfico), desayunaba, se daba una ducha, iba a clase, volvía, comía, veía la televisión, estudiaba un rato y se metía en la cama.
Los sábados solía ir a dar una vuelta por Bilbao y tomarse un par de minis con algún amiguete de la facultad.
En cuatro ocasiones desde el comienzo del BUP hasta que terminó la carrera, conoció a otras tantas chicas que desordenaron tanto su horario como su sistema hormonal.
Al acabar la carrera miró a su alrededor y un destello de lucidez recorrió sus infrautilizadas meninges. Decidió que ya estaba bien de llevar una vida gris y mediocre y se dijo a sí mismo que había llegado el momento de cambiar (sic).
Desde ese día se puso a buscar un buen trabajo en una buena empresa, donde al cabo de un par de años llegaría a ganar un buen sueldo con el que darse una buena vida.
Y se echó una buena novia con la que se casó a los once meses de haber coincidido por primera vez en el ascensor del edificio de oficinas donde ambos trabajaban y haberle dicho él a ella que a qué hora solía bajar a tomar café.
Un par de meses después de la boda fueron a pasar un fin de semana a un Parador Nacional cerca de Madrid. Al fin y al cabo todavía podían considerarse recién casados y querían recordar los maravillosos momentos que habían pasado juntos, en aquel idílico crucero por el Adriático que hicieron durante su luna de miel.
El domingo, mientras desayunaban, él le dijo que tenía que hablar con ella de algo importante. Le explicó que él se definía a sí mismo como liberal y progresista, y que por favor no fuera a malinterpretar lo que iba a decirle.
A continuación le contó que había estado pensando qué era lo que más les convenía y había llegado a la conclusión de que lo mejor era que ella dejara su trabajo y se dedicase sólo a la casa y a los niños que dentro de poco empezarían a llegar. Mientras, él se ocuparía de llevar a casa el dinero necesario.
Le dijo que al fin y al cabo él ganaba más que ella, tenía más posibilidades de ascender que ella y que él seguramente no iba a saber dar biberones y limpiar culitos tan bien como lo haría ella.
Luego le preguntó que qué le parecía.
Ella, naturalmente, ese mismo lunes fue como todos los días al edificio de oficinas donde ambos trabajaban, pidió la baja, y se despidió de sus ya ex-compañeros.
Al poco tiempo tuvieron su primer hijo. En los cuatro años siguientes tuvieron otros dos: otro niño y una niña.
Los años que siguieron fueron de moderada prosperidad. Poco a poco fue medrando en la empresa. Tanto su categoría como su nómina iban mejorando con el paso de los años.
Su sueldo le daba para mantener un pequeño chalé en un pueblo cerca de Guadalajara al que iban todos los fines de semana con ganas o sin ellas. En uno de los bares del pueblo solía jugar interminables partidas de tute y de mus y el domingo por la tarde después de ver el partido de fútbol por televisión se incorporaba a una larguísima caravana que en dos o tres horas les llevaría de vuelta a casa.
Trabajó durante treinta y siete años en la misma empresa en la que había entrado al acabar la carrera y en la que había conocido a su mujer.
En ella había llegado a ser Subdirector Gerente de Material y el día de su jubilación, sus compañeros le brindaron un cálido homenaje en un buen restaurante del centro, entregándole una medallita y un diploma conmemorativo que enmarcó y colgó en el salón.
Murió siete años después, quizá de tedio, dejando una modesta pero desahogada pensión a su viuda y a sus tres hijos.
Probablemente fue feliz.
D.E.P.

Madrid, diciembre de 1990.

Licencia Creative Commons
Biografía por Román J. Navarro Carrasco se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Biografía es uno de los primeros relatos que recuerdo haber escrito. Tenía 23 años, hace casi 25, estaba estudiando física en la universidad, y supongo que pretendía ser un reflejo de una de las posibles vidas que no me apetecía vivir. Aún hoy lo es.
Estas últimas semanas, al mudarme, he tenido que mover y remover muchos papeles y carpetas, y ésto es una de las cosas que han aparecido. Estoy seguro de que hoy no lo hubiera escrito igual, pero al copiarlo aquí he querido respetar cada palabra y cada coma de las que escribí entonces.

miércoles, 18 de febrero de 2015

gente que lee (26)

Dante en el exilio [1860], óleo del pintor italiano Domenico Petarlini [1822-1898].

martes, 17 de febrero de 2015

Cincinnati

Imagen de la antigua biblioteca pública de Cincinnati, demolida en 1955.

lunes, 16 de febrero de 2015

La Marabunta

Sigo viendo, con asombro, con sorpresa, con alegría, cómo abren librerías en Madrid. Hay por ahí gente atrevida que, en estos tiempos de crisis, índices de lectura absurdos, libros electrónicos y centros comerciales que lo acaparan todo, aún tienen el coraje de montar una pequeña librería en la Ciudad.

En Lavapiés, una de las zonas por las que suelo moverme cuando voy a Madrid, he visto  muchas en estos últimos años. Algunas llevan ya mucho tiempo, como Traficantes de Sueños, y otras han abierto hace sólo unos meses, como Swinton & Grant, que además de libros, cómics y novelas gráficas, tiene cafetería y sala de exposiciones. Algunas me gustan especialmente para pasar allí un rato, trabajar, leer, compartir un café o echar un vistazo, como La fugitiva o La infinito o Tipos infames o Cave canem... Otras han sabido encontrar algún punto con el que innovar la idea de vender libros, como La casquería, que los vende al peso.

Entre tanto sitio interesante hay también alguno que ha pasado de ser una librería muy chula a ser un bar para modernxs con los escaparates llenos de máquinas de escribir y libros de segunda mano...

Por supuesto, la lista podría seguir y seguir y seguir... Hablo de Madrid, y en particular de Lavapiés, porque es lo que conozco un poco más de cerca. Pero sé que esto mismo está ocurriendo en muchos otros lugares. Aquí en la Sierra Norte, hay un ejemplo que me encanta que es la Papelería - Librería Eclipse, en Buitrago de Lozoya, que no se conforma con vender novelas, libros de texto, cuadernos y material escolar, sino que se empeña en organizar conciertos, talleres, mesas redondas, tertulias... y ahora también su II Concurso de Microrrelatos...

Estos días me ha llegado por el facebook la noticia de que La Marabunta, una librería muy activa cerca de la que viví varios años, no ha podido aguantar y en unos días echará el cierre...
Una pena...

domingo, 15 de febrero de 2015

sábado, 14 de febrero de 2015

La respiración

Pero también había otro motivo para insertar los extensos pasajes didácticos. Después de haber leído el manuscrito, los amigos de la editorial me sugirieron que acortase las primeras cien páginas, porque les parecía que exigían demasiado esfuerzo y se leían con dificultad. No vacilé en negarme, porque, sostuve, si alguien quería entrar en la abadía y vivir en ella siete días, tenía que aceptar su ritmo. Si no lo lograba, nunca lograría leer todo el libro. De allí la función de penitencia, de iniciación, que tienen las primeras cien páginas; y, si a alguien no le gusta, peor para él: se queda en la falda de la colina.
Entrar en una novela es como hacer una excursión a la montaña: hay que aprender a respirar, coger un ritmo de marcha, si no todo acaba en seguida. [...]
¿Qué significa pensar en un lector capaz de superar el escollo penitencial de las cien primeras páginas? Significa exactamente escribir cien páginas con el objeto de construir un lector idóneo para las siguientes.

De las Apostillas a El nombre de la rosa [1983], de Umberto Eco [1932- ].

viernes, 13 de febrero de 2015

El espejo del alma

No nos habíamos visto nunca, en ningún sitio, en ninguna ocasión, pero se parecía tanto a un vecino mío que me saludó cordialmente: él también se había confundido.

Microcuento del escritor catalán Pere Calders [1912-1994], de su libro Invasió subtil i altres contes, incluido en la antología La mano de la hormiga.

jueves, 12 de febrero de 2015

Un año de blog

Los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo.

Hoy, 12 de febrero, hace 31 años de la muerte de Julio Cortázar.
Y hoy hace un año que, precisamente con una entrada sobre Cortázar, inicié este blog sobre cosas que leo y cosas que escribo.

Ya he contado aquí en otras ocasiones que el 2014 ha sido un año duro para mí, y que durante estos meses algunas de las cosas que mejor me han sentado han sido leer, como siempre; intentar escribir, un anhelo que tenía desde hace muchos años; y mantener este blog.
Las tres me han divertido, me han hecho tomar perspectiva sobre los problemas que me rondaban, me han hecho mirarme desde fuera, me han hecho aprender...

Desde hace unos meses empecé a dar un poco de difusión al blog a través de facebook y de algunos mails. Empezaron a suscribirse amigxs, empecé a colgar algunos relatos míos, uno en cada luna nueva, empecé a dar al blog un cierto formato, surgieron algunas "secciones" más o menos fijas...

Y cada vez viene más gente de más sitios a visitarnos y ver qué se lee y qué se escribe por aquí...


Y seguimos...

***

Flor y cronopio

Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz.
La flor piensa: "Es como una flor".

Del libro Historias de cronopios y famas [1962].

miércoles, 11 de febrero de 2015

gente que lee (25)

Fotografía de Charles Dickens [1812-1870] leyendo con sus hijas Kate y Mary.
Por cierto, el pasado sábado 7 de febrero se cumplieron 203 años de su nacimiento...

martes, 10 de febrero de 2015

Escribir ficción

Es cierto que el talento solo puede alimentarse, no enseñarse, pero el oficio de escribir sí que se puede enseñar.
Escribir ficción.
Hacía tiempo que le tenía echado el ojo. Me lo regalé el sábado.
Sigo aprendiendo, estudiando, probando, leyendo, escribiendo, buscando, mirando, escuchando...

lunes, 9 de febrero de 2015

domingo, 8 de febrero de 2015

No te queda sino leer todos los libros.

Y, además, no debes pensar que las clases son lo más importante para un estudiante, ni que la taberna es sólo un lugar donde se pierde el tiempo. Lo bueno del studium es que aprendes, sí, de los maestros, pero aún más de los compañeros, sobre todo de los que son mayores que tú, cuando te cuentan lo que han leído, y descubres que el mundo debe de estar lleno de cosas maravillosas y que para conocerlas todas, visto que la vista no te bastará para recorrer toda la tierra, no te queda sino leer todos los libros.

De la novela Baudolino [2000] del escritor italiano Umberto Eco [1932- ].

sábado, 7 de febrero de 2015

Descubrir, inventar, crear

Lo encontré hace un par de días en cuatroESCALONES:

En realidad no creo que nadie invente nada, lo que creo que hacemos es descubrir. Nuestro papel es precisamente ese, descubrir. No el de inventar. Lo único que podemos hacer es cambiar de una forma a otra. Inventar implica que uno ha creado algo de la nada, y no es eso lo que hacemos. Creamos algo a partir de algo. De ahí que me guste la idea del camino del descubrimiento, que es el que recorremos al hacer arquitectura. El descubrimiento es el proceso creativo. No se trata estrictamente de creatividad, es un proceso por el que debemos transitar como método de descubrimiento. Y eso es algo extremadamente importante.

Glenn Murcutt [1936- ], arquitecto australiano.

viernes, 6 de febrero de 2015

jueves, 5 de febrero de 2015

Ganas de escribir

Escribí una novela porque tuve ganas. Creo que es una razón suficiente para ponerse a contar. El hombre es por naturaleza un animal fabulador. Empecé a escribir en marzo de 1978, impulsado por una idea seminal. Tenía ganas de envenenar a un monje. Creo que las novelas nacen de una idea de ese tipo y que el resto es pulpa que se añade al andar.

De las Apostillas a El nombre de la rosa [1983], de Umberto Eco [1932- ].

miércoles, 4 de febrero de 2015

gente que lee (24)

Canónigo leyendo [1889], óleo del pintor español Enrique Simonet [1866-1927].

martes, 3 de febrero de 2015

Atacama

En su blog no suelen hablar de literatura, pero hablan de arte, historia, antropología, arquitectura, viajes.... y todo eso es también parte de la literatura, ¿no?
http://www.atacama.es/
Y además son amigxs...

lunes, 2 de febrero de 2015

domingo, 1 de febrero de 2015

Masa

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "No mueras, te amo tanto."
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
"¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...

César Vallejo [1892-1938], poeta peruano.