A decir verdad, el reconocimiento de la ignorancia es una de las más hermosas y seguras pruebas de juicio que encuentro. Yo no tengo otro sargento que ordene mis piezas sino la fortuna. A medida que mis desvaríos se presentan, los amontono; a veces se apresuran en muchedumbre, otras veces se arrastran de uno en uno. Quiero que se vea mi paso natural y común, tan descompuesto como es. Me dejo ir tal como me encuentro. Además, no son éstas materias que no sea lícito ignorar, ni hablar de ellas al azar y a la ligera.
Desearía tener una comprensión más perfecta de las cosas, pero no la quiero adquirir al precio tan alto que cuesta. Mi intención es pasar con dulzura y sin esfuerzo lo que me resta de vida. No quiero romperme la cabeza por nada, ni siquiera por la ciencia, por mucho que sea su valor. En los libros busco solamente deleitarme con una honesta ocupación; o, si estudio, no busco otra cosa que la ciencia que trata del conocimiento de mí mismo y que me enseña a morir bien y a vivir bien.
Del ensayo Los libros de Michel de Montaigne [1533-1592], de cuyo nacimiento se cumplen hoy, 28 de febrero, 482 años.
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