He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

martes, 30 de septiembre de 2014

gente que lee (10)


Joven leyendo [1625], dibujo del calígrafo, miniaturista y pintor persa Reza Abbasi [1565-1635].

lunes, 29 de septiembre de 2014

El libro

El libro se parece a un agujero negro cuya atracción es tal que absorbe y distorsiona todo lo que sucede cerca de él, incluidos el tiempo y el espacio. De manera que a lo mejor son las ocho de la mañana y tú vas en el autobús a la oficina, pero de súbito eres arrebatado por esa masa gravitatoria llamada libro, que llevabas en la mano o en el bolso, y apareces en un escenario diferente, identificado, por ejemplo, con un individuo que se lava las manos llenas de sangre en la pila de una cocina francesa, mientras en el dormitorio de esa misma casa ha empezado a enfriarse un cadáver. Y no son las ocho de la mañana, sino las diez de la noche. Y no es primavera, sino invierno. Y tú no eres ese sujeto sin pasado que ahora se baja del autobús, sino este otro que, después de borrar las huellas dactilares de las copas de coñac, se pone un abrigo oscuro y huye escaleras abajo.
Al cerrar la novela cesa la atracción, y es, una vez más, la hora de fichar, así que fichas y entras en la oficina, donde mueves los papeles de un lado a otro o atiendes el teléfono con la eficacia o la pereza de siempre. Has vuelto a tu dimensión, en fin, sin que nadie se diera cuenta de que te habías ido. Si tus compañeros supieran que en lugar de venir de casa, como procede, vienes de una cocina francesa en cuya pila te has lavado las manos llenas de sangre, se quedarían espantados. De hecho, quizá no seas el mismo ahora que antes de haber leído el libro. Por tu sangre discurre el argumento desdichado o feliz que estaba en la novela, del mismo modo que los exploradores vuelven con malarias de África o de Molokai con lepra.
Hay más libros que playas, y en ellos está contenida la materia oscura que los físicos buscan en las estrellas. Si has leído la novela del individuo que se quita la sangre de las manos, ya siempre serás ese individuo, siempre, sin dejar de ser tú y, lo que es más sorprendente todavía, sin dejar de ser al mismo tiempo el cadáver que comenzaba a enfriarse cuando descendiste del autobús. Pura materia oscura, pues, invisible, como la conciencia, pero real como tu jefe.

Del libro Articuentos completos [2011], del escritor Juan José Millás [1946- ].

jueves, 18 de septiembre de 2014

Sigo escribiendo...

Sigo escribiendo.
Me sienta bien.
Busco huecos en mi horario y me siento al ordenador a completar un cuento, a guardar una idea hasta que pueda desarrollarla, a retocar algo que aún está a medias...
Tengo varios cuentos viajando por ahí, probando suerte en algunos concursos. Y la semana pasada di por terminada mi primera novelita infantil, que ya está en Barcelona dándose a conocer...

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Me siento bien...

Hoy me siento bien, un Balzac, estoy terminando esta línea.

Microrrelato del escritor guatemalteco Augusto Monterroso [1921-2003] incluido en su libro Movimiento perpetuo [1972].

martes, 16 de septiembre de 2014

Escribir es estar

ESCRIBIR es como la segregación de las resinas; no es acto, sino lenta formación natural. Musgo, humedad, arcillas, limo, fenómenos del fondo, y no del sueño o de los sueños, sino de los barros oscuros donde las figuras de los sueños fermentan. Escribir no es hacer, sino aposentarse, estar.

Texto encontrado en el libro Entrada en materia, antología del poeta español José Ángel Valente [1929-2000].

lunes, 15 de septiembre de 2014

gente que lee (9)

La madre y la hermana de la artista [1870].
Óleo de la pintora impresionista francesa Berthe Morisot [1841-1895].

sábado, 13 de septiembre de 2014

Elogio de la lectura y la ficción

[...]
Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola. 
Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntese por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.
La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. [...] La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.
[...]
Aunque me cuesta mucho y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. "Escribir es una manera de vivir", dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.
[...]
La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.
[...]
la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.
[...]

Del discurso pronunciado por el escritor peruano Mario Vargas Llosa [1936- ] al recoger su Premio Nobel de Literatura el 7 de diciembre de 2010.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Es un escritor, lo conozco.

Las opiniones eran que el viejo se había resbalado, que el auto había "quemado" la luz roja, que el viejo había querido suicidarse, que todo estaba cada vez peor en París, que el tráfico era monstruoso, que el viejo no tenía la culpa, que el viejo tenía la culpa, que los frenos del auto no andaban bien, que el viejo era de una imprudencia temeraria, que la vida estaba cada vez más cara, que en París había demasiados extranjeros que no entendían las leyes del tráfico y les quitaban el trabajo a los franceses.
El viejo no parecía demasiado contuso. Sonreía vagamente, pasándose la mano por el bigote. Llegó una ambulancia, lo izaron a la camilla, el conductor del auto siguió agitando las manos y explicando el accidente al policía y a los curiosos.
-Vive en el treinta y dos de la rue Madame -dijo un muchacho rubio que había cambiado algunas frases con Oliveira y los demás curiosos-. Es un escritor, lo conozco. Escribe libros.
-El paragolpes le dio en las piernas, pero el auto ya estaba muy frenado.
-Le dio en el pecho -dijo el muchacho-. El viejo se resbaló en un montón de mierda.
-Le dio en las piernas -dijo Oliveira.
-Depende del punto de vista -dijo un señor enormemente bajo.
-Le dio en el pecho -dijo el muchacho-. Lo vi con estos ojos.
-En ese caso... ¿No sería bueno avisar a la familia?
-No tiene familia, es un escritor.
-Ah -dijo Oliveira.
-Tiene un gato y muchísimos libros. Una vez subí a llevarle un paquete de parte de la portera, y me hizo entrar. Había libros por todas partes. Esto le tenía que pasar, los escritores son distraídos. A mí, para que me agarre un auto...

Comienzo del capítulo 22 de Rayuela [1963], de Julio Cortázar [1914-1984].

martes, 9 de septiembre de 2014

El miedo y los superventas

La catástrofe está a punto de pasar. Tal vez no será hoy ni mañana pero sabes que es inminente. No conoces la identidad de quién la ejecutará ni por qué. Hace tanto tiempo que tienes miedo que ya no recuerdas exactamente a qué temes. No es a nada. Es a todo. Tu vecino no es de fiar y estás seguro de que tu amigo está a punto de apuñalarte por la espalda. Probablemente pierdas tu empleo. Probablemente suspendas el examen. No enfades a tu jefe. No enfades a tu profesor. No armes bronca. Sólo hay una forma de retrasar que las calamidades te exploten en la cara y sabes muy bien que es cerrando la boca. Cuando tengas el agua hasta el cuello, ni te muevas.
La amenaza, el coscorrón y la invitación al miedo son los recursos más utilizados por los expertos en amaestrar ciudadanos y domesticar ideales. Bien sabe el poder que el terror es la mejor arma de control. Bien sabe el poder que la porra no llega tan lejos como el miedo a la porra.
[...]
Una de las características más relevantes de los superventas es que son ideológicamente estériles. Esta virtud es la que les hace imprescindibles en un sistema que basa su supervivencia en la desinformación, la pasividad y la distracción.

Del libro sobre cultura libre Copia este libro [2005], de David Bravo Bueno [1978- ], descargable desde aquí.

viernes, 5 de septiembre de 2014

¡Majaderías!

Pensaba yo titular el libro Perejil en la selva. Título sugestivo, ¿verdad? Y ahora están los tres primeros capítulos en mi casa calzando la pata de una mesa para que no cojee. ¿No será éste acaso el papel más propio de una novela que se desarrolla en los Mares del Sur?
Nietenfuhr, el mozo del café, con quien hablaba yo muchas veces de mis trabajos, me preguntó dos días más tarde si yo había estado alguna vez allá abajo.
-¿Dónde es abajo? -le pregunté.
-¡Hombre! En los Mares del Sur, en Australia, en Sumatra, en Borneo y todo eso.
-No -dije-. ¿Por qué?
-Porque sólo se puede escribir de las cosas que uno conoce y ha visto -me respondió.
-Permítame usted, querido señor Nietenfuhr...
-Eso es más claro que el agua -me dijo-. Los señores Neugebauer, que vienen muchas veces aquí a tomar café, tuvieron en cierta ocasión una criada que no había visto nunca asar aves. Y en Navidad del año pasado, cuando tenía que asar el ganso, la señora Neugebauer se fue de compras, y al volver se encontró con una escena espeluznante. La criada había metido en la cacerola al ganso tal y como había venido de la plaza sin socarrarlo, sin abrirlo y sin sacarle las tripas. Despedía un olor que tiraba de espaldas, se lo aseguro a usted.
- Pero ¿qué tiene que ver? -pregunté-. ¿Se figura usted que asar gansos es lo mismo que escribir libros? No me lo tome usted a mal, querido Nietenfuhr, pero no tengo más remedio que reirme.
El hombre esperó a que yo agotara la risa, que en rigor no duró mucho tiempo, y luego me dijo:
-El Mar del Sur, y los antropófagos, y los arrecifes de coral, y todo ese tinglado son el ganso de usted. Y la novela es la cacerola en que quiere usted asar el Océano Pacífico, y a Perejil, y a los tigres. Y si no sabe usted aún cómo se asa ese ganado, podrá resultar una peste de mil demonios, lo mismo que en el caso de la criada de los señores Neugebauer.
-Pues eso es lo que hacen la mayoría de los escritores -exclamé.
-Buen provecho -me dijo por toda respuesta.
[...]
-Le voy a dar a usted un consejo de primera -prosiguió él-; lo mejor será que escriba usted cosas que conozca, por ejemplo, del metro, de los hoteles y de otras cosas por el estilo. O de chiquillos, que le pasan a usted todos los días por delante de las narices y que es lo que hemos sido todos.
-Pues a mi me dijo una persona que gastaba una barba muy larga y que conoce a los chicos como a su propia casa que eso no les gusta.
-¡Majaderías! -refunfuñó el señor Nietenfuhr-. [...]

Del inicio de la novela Emilio y los detectives [1929] del escritor alemán de literatura infantil y juvenil Erich Kästner [1899-1974].

jueves, 4 de septiembre de 2014

Menos es más

Hace unos cuantos cumpleaños me regalaron Si me necesitas, llámame, libro póstumo de cuentos del escritor estadounidense Raymond Carver [1938-1988].


Recuerdo que me gustó muchísimo, pero en estos años no había vuelto a leer nada de él. Este verano, un poco por casualidad, me he reencontrado con aquel librito, he vuelto a leerlo, y me ha fascinado.

Era mediados de agosto y Myers estaba cambiando de vida. La única diferencia entre esta vez y las otras era que ahora estaba sobrio. Acababa de pasar veintiocho días en un centro de desintoxicación. Pero en ese tiempo a su mujer se le había metido en la cabeza largarse con un amigo de los dos, otro borracho. Aquel individuo había recibido una pequeña herencia y hablaba de comprar la mitad de un bar restaurante en la parte oriental del estado.
Myers llamó a su mujer, pero ella le colgó. No sólo se negaba a hablar con él, sino que le prohibió acercarse a la casa. Había contratado a un abogado y tenía una orden judicial. Así que cogió algunas cosas, subió a un autobús y se fue a la costa, donde alquiló una habitación en casa de un tal Sol que había puesto un anuncio en el periódico.

Con estos dos párrafos comienza Leña, el primero de los cuentos de ese librito. No sé puede contar más con menos.
Ya he estado investigando en la biblioteca para leerme el resto de su obra cuanto antes...

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Los duelistas

Hace poco contaba aquí que había leído El agente secreto, de Joseph Conrad, y me había costado mucho acabarla. Tenía la idea de que me iba a encontrar una novela de aventuras, rápida, dinámica y de lectura muy ágil, y no sé si por la propia novela o por cómo andaba yo, se me hizo un barrizal inacabable.

Estos días he leído Los duelistas y creo que me he reconciliado definitivamente con Conrad. Algo más de cien páginas obsesivas con el telón de fondo del honor y la parafernalia militar, ambientada en el ejército de Napoleón, pero trasladable a cualquier ejército de cualquier época.
Hace unos meses vi la película que rodó Ridley Scott en los setenta, que me fascinó, y que ya me puso en la pista de que esa novela merecería la pena.

MUY recomendables tanto la novela como la peli.