He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

sábado, 30 de abril de 2016

viernes, 29 de abril de 2016

El dinosaurio

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Microrrelato del escritor guatemalteco Augusto Monterroso [1921-2003], incluido en su primer libro Obras completas (y otros cuentos) [1959].

jueves, 28 de abril de 2016

Cualquier lectura es provechosa...

Por su trabajo, educar a los niños de la casa, Mary [Wollstonecraft] siente que pertenece a la familia, y sabe que en cuestión de cultura está incluso muy por encima de sus miembros. Sin embargo, pronto le inculcan que su sitio está en la servidumbre, tanto más cuanto que sus liberales métodos educativos no son del agrado de la madre de los niños. Así por ejemplo, pasa por alto la prohibición paterna de no permitir que las hijas lean novelas. No es que ella opinara que las habituales novelas sentimentales servían para algo, pero allí donde no se proporciona formación alguna aparte de la lectura de la Biblia, la enseñanza de idiomas y la educación en su conjunto sólo aspira a preparar a las muchachas para el matrimonio. Y tampoco hacen ningún daño, opina Mary. Al contrario, leer novelas malas o mediocres es mejor que no leer nada. Tener opiniones equivocadas siempre es mejor que no tener ninguna opinión. Cualquier lectura es provechosa, puesto que ejercita el cerebro e incita a pensar. Las novelas han sido durante mucho tiempo la única fuente de la que las mujeres podían adquirir conocimientos, como expondrá poco después en uno de sus escritos: eso sucedió "hasta que algunas mujeres con talento aprendieron a desdeñar las novelas precisamente porque las habían leído".

De Mujeres y libros [2013] de Stefan Bollmann [1958- ].
Ayer, 27 de abril, se cumplieron 257 años del nacimiento de Mary Wollstonecraft [1759-1797].

miércoles, 27 de abril de 2016

gente que lee (86)

When de day's work is done, fotografía realizada en 1877 por Henry Peach Robinson [1830-1901]. Es una imagen compuesta a partir de seis negativos independientes combinados al positivarlos. La fotografía se conserva en el Victory & Albert Museum.

martes, 26 de abril de 2016

Continuidad de los parques

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo está decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

Julio Cortázar [1914-1984]

lunes, 25 de abril de 2016

Lo que se espera de mí

De mí se espera
que tenga un buen vocabulario
y guarde la compostura

que ceda el asiento
y aparezca en sobrias fotografías

y me propague
entre salones blancos
con semblante de libro de texto

incluso algunos se atreven 
a pedirme consejo

sobre asuntos de amor.
Lo prometo:
intento cada día parecerme a mí mismo.

Pero es tan difícil
que prefiero improvisar.

De Soportar la noche [2015] de David Minayo [1981- ].

domingo, 24 de abril de 2016

Leer para vivir

Cuando ella pregunta a qué libros en concreto se refiere, entra en juego Michel de Montaigne, cuyos Ensayos, publicados en tres volúmenes entre 1580 y 1588, un testimonio único de reflexiones entre escépticas y serenas sobre su persona y sobre el mundo, son una de las lecturas preferidas del joven Gustave Flaubert.

Lea a Montaigne, léalo despacio, con atención. Le aportará serenidad [...] Le gustará, seguro. Pero no lea como leen los niños, para distraerse, ni como los ambiciosos, para instruirse. No, lea para vivir. Cree un ambiente intelectual para el alma [...]

Ahí está de nuevo la relación entre la vida y la lectura, que tan decisiva resulta para que las mujeres empiecen a leer. Flaubert está muy lejos de querer decir con su consejo en qué se diferencia lo que leen las mujeres de los hombres. Eso ya lo demuestran sus recomendaciones de lectura, que más bien están en deuda con un canon masculino de libros que tratan de la experiencia vital y el autoconociminento; entre ellos no hay ninguna novela contemporánea o al menos moderna. Sin embargo, abarca de manera intuitiva lo que podría ser algo específico de una tradición femenina de lectura que perdura hoy en día. No es ni una lectura erudita, como la que llevaban a cabo en un primer momento los monjes y los estudiosos, ni tampoco una lectura puramente recreativa, como la que los hombres atribuían una y otra vez a las mujeres. Se trata de una lectura que informa sobre esa pregunta que era fundamental para Montaigne: "¿Cómo debo vivir?".

Pero ¿cómo leer para vivir? En su didáctica carta a Marie-Sophie, Flaubert recomienda considerar la lectura como una suerte de viaje. Viajar es partir, abandonar lo conocido, experimentar lo desconocido, provocar el propio cambio. Al final también es posible que el lector viajero regrese a sí mismo, pero primero se desligará de la propia persona y trabará amistad con un mundo que hasta entonces le era desconocido. "Si fuese usted un hombre y tuviera veinte años, le propondría emprender un viaje alrededor del mundo. Pues bien, emprenda ese viaje alrededor del mundo en su habitación." Si la edad y otras circunstancias -como por ejemplo la vida reducida a la casa de una mujer en una ciudad de provincias francesa en el siglo XIX- no permiten salir de la habitación al mundo, piensa Flaubert, hay que procurar que el mundo entre en la habitación. Y en su época, qué mejor para lograr este objetivo que los libros, como en la actualidad también las películas y viajar por el ciberespacio.

Acabo de leer Mujeres y libros [2013], de Stefan Bollmann [1958- ], un libro muy interesante sobre la relación entre mujeres y literatura. Muy, muy recomendable.

viernes, 22 de abril de 2016

¡Eso no es un cuento!

Y por último, en cuanto a la brevedad en general, algunos saben que soy culpable de un cuento breve, brevísimo, de una línea, como los que deseaba Calvino, titulado "El dinosaurio". Cuando lo publiqué por primera vez, en 1959, formando parte de mi primer libro, Obras completas (y otros cuentos), lo hice con mucho temor y, en ese momento, con no menos temeridad.
Más de cuarenta años después, puedo decir que a ratos me arrepiento y que a veces me siento culpable de haber conspirado contra mí mismo, pues al principio no fue bien recibido. "¡Cómo! -dijo en aquel tiempo, enojado, un crítico-. ¿De una línea? ¡Eso no es un cuento!". Y yo le contesté que se trataba de un malentendido; que, en realidad, era una novela. En cuanto al público -oh, el público-. Interrogada frente a mí en una cena sobre si había leído ese cuento, una señora de sociedad contestó que por supuesto, que era el cuento mío que más le gustaba; pero que apenas iba por la mitad.

Del ensayo Breve, brevísimo, de Augusto Monterroso [1921-2003], incluido en el libro Literatura y vida [2003].

miércoles, 20 de abril de 2016

El cuerpo de los libros

Un libro tiene un cuerpo que hay que tocar para leerlo. Y no sólo eso: hay que abrirlo, hojearlo, con lo cual las páginas crujen o hacen algún otro ruido (dependiendo del papel). Antes, cuando aún se entregaba el libro en bloque, era preciso cortarlo y llevarlo a encuadernar con el papel elegido o incluso con piel, si no quería hacerlo uno mismo. Un libro desprende un olor, no sólo el de la encuadernación, el papel, la tinta y el adhesivo, sino también el del tiempo y todos aquellos lugares donde ha estado almacenado, de forma oportuna o no. Puede oler a nuevo y riguroso cuando acaba de salir de la imprenta, pero también a moho, a sótano húmedo. Con el tiempo muestra las huellas de su dueño: manchas de café o vino tinto, esquinas dobladas, dobleces, roturas, el papel ligeramente pardo y deteriorado por la humedad, las tapas con algo de polvo, con los cantos estropeados y descoloridos.

De Mujeres y libros [2013] de Stefan Bollmann [1958- ].

martes, 19 de abril de 2016

Las ciudades continuas. 1.

La ciudad de Leonia se rehace a sí misma todos los días: cada mañana la población se despierta entre sábanas frescas, se lava con jabones apenas salidos de su envoltorio, se pone botas flamantes, extrae del refrigerador más perfeccionado latas aún sin abrir, escuchando las últimas retahílas del último modelo de radio.
En los umbrales, envueltos en tersas bolsas de plástico, los restos de la Leonia de ayer esperan el carro del basurero. No sólo tubos de dentífrico aplastados, bombillas quemadas, periódicos, envases, materiales de embalaje, sino también calentadores, enciclopedias, pianos, juegos de porcelana: más que por las cosas que cada día se fabrican venden compran, la opulencia de Leonia se mide por las cosas que cada día se tiran para ceder lugar a las nuevas. Tanto que uno se pregunta si la verdadera pasión de Leonia es en realidad, como dicen, gozar de las cosas nuevas y diferentes, o no más bien el expeler, alejar de sí, purgarse de una recurrente impureza. Cierto es que los basureros son acogidos como ángeles, y su tarea de remover los restos de la existencia de ayer se rodea de un respeto silencioso, como un rito que inspira devoción, o tal vez sólo porque una vez desechadas las cosas nadie quiere tener que pensar más en ellas.
Dónde llevan cada día su carga los basureros nadie se lo pregunta: fuera de la ciudad, claro; pero de año en año la ciudad se expande, y los basurales deben retroceder más lejos; la imponencia de los desperdicios aumenta y las pilas se levantan, se estratifican, se despliegan en un perímetro cada vez más vasto. Añádase que cuanto más sobresale Leonia en la fabricación de nuevos materiales, más mejora la sustancia de los detritos, resiste al tiempo, a las intemperies, a fermentaciones y combustiones. Es una fortaleza de desperdicios indestructibles la que circunda Leonia, la domina por todos lados como un reborde montañoso.
El resultado es éste: que cuantas más cosas expele Leonia, más acumula; las escamas de su pasado se sueldan en una coraza que no se puede quitar; renovándose cada día la ciudad se conserva toda a sí misma en la única forma definitiva: la de los desperdicios de ayer que se amontonan sobre los desperdicios de anteayer y de todos sus días y años y lustros.
La basura de Leonia poco a poco invadiría el mundo si en el desmesurado basurero no estuvieran presionando, más allá de la cresta extrema, basurales de otras ciudades que también rechazan lejos de sí montañas de desechos. Tal vez el mundo entero, traspasados los confines de Leonia, está cubierto de cráteres de basuras, cada uno, en el centro, con una metrópoli en erupción ininterrumpida. Los límites entre las ciudades extranjeras y enemigas son bastiones infectos donde los detritos de una y otra se apuntalan recíprocamente, se superan, se mezclan.
Cuanto más crece la altura, más inminente es el peligro de derrumbes: basta que un envase, un viejo neumático, una botella sin su funda de paja ruede del lado de Leonia, y un alud de zapatos desparejados, calendario de años anteriores, flores secas, sumerja la ciudad en el propio pasado que en vano trataba de rechazar, mezclado con aquel de las ciudades limítrofes finalmente limpias: un cataclismo nivelará la sórdida cadena montañosa, borrará toda traza de la metrópoli siempre vestida de nuevo. Ya en las ciudades vecinas están listos los rodillos compresores para nivelar el suelo, extenderse en el nuevo territorio, agrandarse, alejar los nuevos basurales.  

De Las ciudades invisibles [1972] de Italo Calvino [1923-1985].

lunes, 18 de abril de 2016

7

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Capítulo 7 de la novela Rayuela [1963], de Julio Cortázar [1914-1984].

domingo, 17 de abril de 2016

Los diez derechos del lector

En Como una novela, uno de los libros más bellos sobre el placer de leer, el profesor y escritor francés Daniel Pennac formula los diez derechos inviolables del lector. Su deseo es rehabilitar la lectura impetuosa por mor del placer de leer frente a la lectura disciplinada, aplicada, sujeta a planes de aprendizaje. Su argumento a favor es: toda tentativa de fomentar la lectura que pretenda convertirla en algo bueno con buenas intenciones y buenos motivos está condenada a fracasar. Para incitar a la gente a leer más bien hay que conseguir despertar el placer de leer anárquico, que se halla adormecido, latente en ellos. Todos los lectores empiezan leyendo de manera impetuosa, sin plan ni intención de cultivarse. Así sucedía en el siglo XVIII, cuando mujeres jóvenes de todas las capas sociales descubrieron la lectura para sus intereses individuales y devoraban todas las novelas que caían en sus manos. Y hoy en día esto no ha cambiado. 
Éstos son los primeros nueve derechos del decálogo de Pennac:
  1. El derecho a no leer.
  2. El derecho a saltarse páginas.
  3. El derecho a no leer un libro hasta el final.
  4. El derecho a releer.
  5. El derecho a leer cualquier cosa.
  6. El derecho al bovarismo (la enfermedad de confundir lectura y vida)
  7. El derecho a leer en todas partes.
  8. El derecho a leer cosas entretenidas.
  9. El derecho a leer en voz alta.
El décimo derecho, según Pennac, es: el silencio. Los lectores no están obligados en modo alguno a proporcionar información  sobre qué leen y por qué lo hacen. Pueden guardar silencio sobre lo que leen. Éste es, sin lugar a dudas, un derecho razonable, en particular en vista del carácter pedagógico que impera en la lectura, cuya pregunta más importante siempre es: a ver, ¿qué es lo que acabas de leer? ¿Qué significa? Pennac, que era un alumno desastroso, habla por experiencia: la exigencia de responder a esa pregunta -con la intención de comprobar el rendimiento- acaba con las ganas de leer, que desde luego existen, en multitud de casos.

De Mujeres y libros [2013] de Stefan Bollmann [1958].

sábado, 16 de abril de 2016

gente que lee (85)

Elia, en mi casa, leyendo uno de mis relatos.

viernes, 15 de abril de 2016

Escribo cuentos, pero no tantos...

Si a uno le gustan las novelas, escribe novelas; si le gustan los cuentos, uno escribe cuentos. Como a mí me ocurre lo último, escribo cuentos. Pero no tantos. Seis en nueve años; ocho en doce, y así.
Los cuentos que uno escribe no pueden ser muchos. Existen tres, cuatro o cinco temas; algunos dicen que siete. Con ésos debe trabajarse.
Las páginas también tienen que ser sólo unas cuantas, porque pocas cosas hay tan fáciles de echar a perder como un cuento. Diez líneas de exceso y el cuento se empobrece; tantas de menos y el cuento se vuelve una anécdota, y nada más odioso que las anécdotas demasiado visibles, escritas o conversadas.

Del ensayo Breve, brevísimo, de Augusto Monterroso [1921-2003], incluido en el libro Literatura y vida [2003].

jueves, 14 de abril de 2016

gente que lee (84)

Otra vez me ayudan lxs amigxs a hacer mi blog. Hoy Estanis, amigo histórico, me presta esta preciosa foto de su hija leyendo. ¡Gracias!

miércoles, 13 de abril de 2016

Rosa, rosas

La señorita Oria enseñaba Latín y era casi una cría. Nosotros andábamos por los doce o los trece y, el día que ella entró en clase por primera vez fue memorable. Entró con una bolsa de plástico -los profesores iban con cartera- y, sin mirarnos ni decir palabra, sacó de la bolsa cuatro jarroncitos de Talavera y se dedicó a poner una sola rosa -de color rosa- en tres de ellos y un ramo de colores distintos en el otro. Parecía encantada y miraba las flores sonriendo. Luego, se dio un garbeo coqueto por el pasillo del centro de la clase y contempló su labor desde el fondo.
-Hoy -dijo-, vais a aprender la primera declinación latina y lo vais a hacer con una palabra muy importante: Rosa...
"¿Por qué es importante? Porque esas tres rosas de color rosa que he puesto ahí, a la izquierda, singulares, solas, aunque cada una de ellas ejerce un oficio con nombres que os van a parecer feos, han vivido más de dos mil años con la misma frescura y el mismo aroma y, a cada una de ellas, la llamaba "rosa" el primer romano que la nombró y "rosa" la llamamos nosotros todavía y cualquier jardinero o labriego castellano... Imaginaos lo que son dos mil años de gente, un siglo tras otro, diciendo "rosa"... Y, como vosotros sois estudiantes, y vuestros padres tal vez ingenieros, abogados o médicos, una se afana en el mundo por hacer de Nominativo, otra de Vocativo y la tercera de Ablativo... Pero las rosas son muy listas y, a veces, piden ayuda o se acicalan o se disfrazan con unos productos llamados desinencias para seguir siendo útiles. Hay más oficios para ellas...
"Y esas que están en el búcaro de la derecha, ¿qué son?"
Gritamos:
-¡Más rosas!
-¡Flores!
-¡Rosas!
-Sí, rosas, porque hay rosas de muchos colores, rojas, naranja, amarillas... Pues "rosas", en grupo, en plural como están ahí, era también lo que decía hace siglos la señora de cualquier villa romana al ordenar al jardinero que plantara un rosal o al adornar la ventana de su cuarto con un ramo de ellas en un florero. Y "rosas" las ha llamado la florista que me las vendió hace media hora. El oficio al que "rosas" se dedica es otro: el de Acusativo de Plural.
Y así siguió, advirtiéndonos que ya hablábamos latín sin saberlo cuando decíamos, no sólo "rosa", sino "aula", "fortuna", "gloria", "forma", "pirata", "crimen", "dolor", "castigo", y muchas palabras que oíamos o decíamos todos los días.
En otras clases, fue metiéndose en caminos más trillados, pero cuando habíamos aprendido que "las rosas estaban en el altar", que "la niña tenía una rosa", que "había rosas en el huerto", que "la corona era de rosas" y que "las palomas eran blancas", y nos metimos de bruces en el verbo "amar", más de cuatro estábamos enamorados sin remedio de Oria -la llamábamos Oria-, locos por ella, porque era una chiquilla grácil, morena, esbelta, y nos intrigaban los movimientos de su falda, su inteligencia y su risa.
La señorita Oria, al acabar su primera clase, metió las flores y los jarroncillos en la bolsa, cogió la rosa roja y se la prendió en el pelo y se marchó sin mirarnos, sonriendo.

Cuento de Medardo Fraile [1925-2013] incluido en el libro Antes del futuro imperfecto [2010].

martes, 12 de abril de 2016

Como un dirigible

¿Veis ese puente de hierro, esa audaz arcada, allí, sobre el río Duero? Se llama Doña María, una reina de Portugal, y lo proyectó el ingeniero Eiffel, al que todos conocen por la famosa Torre Eiffel de París.
Cuando veo "objetos" de este tipo, siento nostalgia por lo que me hubiera gustado ser: arquitecto. Quién sabe si hubiera sido bueno. Un arquitecto realiza cosas sólidas, destinadas a permanecer. Pero de mi oficio, ¿qué queda? Sombras, sombras chinescas.
Siempre he soñado con hacer casas; las he hecho con el dinero que he ganado gracias al cine, no como arquitecto. Mi casa ideal me hubiera gustado hacerla con el ingeniero Eiffel: un armazón de hierro, una torre con ascensor interior y, en lo alto, anclado, el dirigible. Ésta es mi casa ideal: te duermes en el norte y despiertas en el sur. Porque el dirigible se mueve a merced del viento. Por desgracia, el ingeniero Eiffel ya no vive, y mi casa ideal ha quedado en un simple sueño.
Cuando se lo conté al pintor Rauschenberg, me pintó un cuadro con trozos de periódicos y de papel, como hacía él: había una torrecilla que ascendía hacia el cielo con el dirigible anclado en lo alto; el apartamento estaba debajo de la cabina. Francamente, no hubiera estado mal.

De Sí, ya me acuerdo... [1996], la autobiografía de Marcello Mastroianni [1924-1996].

lunes, 11 de abril de 2016

Romero solo...

   Ser en la vida romero,
romero solo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero..., solo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez, una vez solo y ligero,
ligero, siempre ligero.

   Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo
ni el tablado de la farsa ni la losa de los templos
para que nunca recemos 
como el sacristán los rezos
ni como el cómico viejo
digamos los versos.
La mano ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos,
decía el príncipe Hamlet, viendo
cómo cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo
un sepulturero.
No sabiendo los oficios los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera..., menos un sepulturero.
Un día todos sabemos
hacer justicia. Tan bien como el rey hebreo
la hizo Sancho el escudero, 
y el villano Pedro Crespo.

   Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez solo y ligero,
ligero, siempre ligero.

   Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.

Hoy se cumplen 132 años del nacimiento del poeta León Felipe [1884-1968].

domingo, 10 de abril de 2016

Los buenos propósitos

El Buen Lector espera las vacaciones con impaciencia. Para las semanas que pasará en una solitaria localidad marítima o montañosa, ha reservado cierto número de lecturas de las que más le gustan y saborea por anticipado el placer de las siestas a la sombra, el crujir de las páginas, el abandonarse a la fascinación de otros mundos a través de las tupidas líneas de los capítulos.
En cuanto se acercan las vacaciones, el Buen Lector se da una vuelta por las librerías, hojea, olfatea, se lo piensa, vuelve al día siguiente y compra; en su casa saca de las estanterías volúmenes aún intactos y los alinea entre los sujetalibros de su escritorio.
Es la época en que el alpinista sueña con la montaña que pronto escalará, y también el Buen Lector elige su montaña para dejarse la piel en ella. Por poner un ejemplo, se trata de uno de los grandes novelistas del siglo XIX, del que nunca podrá decirse que se haya leído todo, o cuya mole siempre impuso un poco de respeto al Buen Lector, o cuyas lecturas hechas en épocas y edades dispares dejaron unos recuerdos demasiado confusos. Este verano, por fin, el Buen Lector está decidido a leer de verdad a este autor; quizá no pueda leerlo todo durante las vacaciones, pero en esas semanas atesorará una base inicial de lecturas fundamentales, y después, durante el resto del año, podrá colmar fácilmente y sin prisa sus lagunas. Entonces buscará las obras que pretenda leer en sus versiones originales, si se trata de una lengua que conozca, o si no, en la mejor traducción; prefiere los gruesos volúmenes de las ediciones de obras completas pero no desdeña los libros de bolsillo, más apropiados para leer en la playa, bajo los árboles o en el autocar. Añade algún buen ensayo o quizá un buen epistolario: tendrá compañía asegurada durante las vacaciones. Podrá granizar todo el tiempo. Los compañeros de viaje podrán resultar odiosos, los mosquitos podrán no darle tregua y la comida ser incomestible: las vacaciones no habrán sido en vano y el Buen Lector regresará enriquecido de un nuevo mundo fantástico. 
Se entiende que esto no es más que el plato principal, luego habrá que pensar en la guarnición. Están las últimas novedades editoriales de las que el Buen Lector quiere ponerse al día, así como las nuevas publicaciones en su ramo profesional, y para leerlas es imprescindible aprovechar esos días; y también hay que elegir algún libro de características distintas a todos los demás ya escogidos para variar y tener la posibilidad de frecuentes interrupciones, pausas y cambios de registro. Ahora, el Buen Lector tiene ante sí un plan detalladísimo de lecturas para todas las ocasiones, horas del día y estados de ánimo. Si encuentra una casa de vacaciones, quizá una casa antigua llena de recuerdos de la infancia, ¿puede haber algo más bonito que colocar un libro en cada habitación, uno en el porche, otro en la mesilla de noche, otro en la hamaca?
Es la víspera de la partida. Los libros escogidos son tantos que para transportarlos necesitaría un baúl. Comienza la labor de limpieza: "En cualquier caso éste no lo iba a leer, éste es demasiado pesado, éste no es urgente", y la montaña de libros se desmorona, se reduce a la mitad, a un tercio. De este modo, el Buen Lector se encuentra con una selección de lecturas esenciales que darán lustre a sus vacaciones. Después de hacer las maletas, todavía se quedan fuera algunos volúmenes. El programa acaba reducido a unas pocas lecturas pero todas sustanciosas: estas vacaciones serán una etapa importante en la evolución espiritual del Buen Lector.
Los días empiezan a pasar deprisa. El Buen Lector se halla en excelente forma para hacer deporte y acumula energías a fin de alcanzar la condición física ideal para leer. Pero después de comer le entra tanto sueño que se queda dormido toda la tarde. Hay que hacer algo y para ello es de gran ayuda la compañía, que este año es insólitamente agradable. El Buen Lector hace muchas amistades y se pasa mañana y tarde en barca, de excursión, y al anochecer se va de juerga hasta muy tarde. Por supuesto, para leer se requiere soledad: el Buen Lector medita un plan para escabullirse. Alimentar su inclinación por una joven rubia puede ser el mejor camino. Pero con la joven rubia se pasa la mañana jugando al tenis, la tarde jugando a la canasta y la noche bailando. En los momentos de descanso, ella no se calla nunca. 
Las vacaciones han terminado. El Buen Lector vuelve a colocar los libros intactos en la maleta, piensa en el otoño, en el invierno, en los rápidos y cortos cuartos de hora que dedicará a la lectura antes de dormirse, antes de salir corriendo a la oficina, en el tranvía, en la sala de espera del dentista...

Texto de Italo Calvino [1923-1985], publicado en 1952, y recogido en la antología de artículos y ensayos Mundo escrito y mundo no escrito [2006].

sábado, 9 de abril de 2016

Perdedores y ganadores

Los perdedores, como los autodidactas, tienen siempre conocimientos más vastos que los ganadores. Si quieres ganar tienes que saber una cosa sola y no perder tiempo en sabértelas todas; el placer de la erudición está reservado a los perdedores. Cuanto más sabe uno, es que peor le han ido las cosas.

De Número cero [2015], la última novela del escritor italiano Umberto Eco [1932-2016].

viernes, 8 de abril de 2016

gente que lee (83)

Leyendo en algún lugar de California a finales del 2015 ó principios de 2016...
¡Gracias, María, por la colaboración!

jueves, 7 de abril de 2016

Haiku

Desayunando, 
inesperadamente,
nos descubrimos.

Ayer terminé el taller de escritura al que me apunté en la Escuela de Escritores en Madrid. Me ha sentado fenomenal. He aprendido mucho, he disfrutado como un enano escribiendo y me lo he pasado muy bien leyendo las cosas que escribían lxs compañerxs y pensando entre todxs qué era interesante y qué no y por qué.
Una de las cosas más chulas del curso ha sido que te propongan 'ejercicios' que en muchos casos tú no te habías planteado antes ni remotamente. Ya he contado aquí en algunas ocasiones que no leo tanta poesía como me gustaría. Lo intento, pero no me resulta fácil. Y desde luego, nunca me he planteado escribirla.
Sin embargo, en una de las sesiones del taller nos hablaron de los haiku japoneses. Y ahí sí que me tocaron: siempre me ha interesado muchísimo Japón y he leído algunas cosas sobre zen y muchos haiku. Pero nunca jamás me había planteado escribir alguno.

Hoy me he atrevido. Y aprovechando que esta noche hay luna nueva he pensado compartir aquí mi primer intento de haiku, dedicado a Elia, a quien estos días hace ya nueve años que conocí viajando por el sur...

miércoles, 6 de abril de 2016

La grande y gloriosa obra maestra

¿Has sabido componer tu comportamiento?: has hecho mucho más que el que ha compuesto libros. ¿Has sabido reposar?: has hecho más que quien ha conquistado imperios y ciudades. La grande y gloriosa obra maestra del hombre es vivir de modo conveniente.
Los ensayos, III, 13, traducción de J. Bayod Brau, Acantilado, 2007


El hombre perfecto no tiene yo, 
el hombre inspirado no tiene obra, 
el hombre santo no deja nombre.

Estas son las dos citas con las que se abre el libro Artistas sin obra [1997] de Jean-Yves Jouannais [1964- ], otra recomendación acertada, interesante y pertinente de mi amiga Vero.

lunes, 4 de abril de 2016

Quien lo probó lo sabe

     Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
     no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
     huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;
     creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Lope de Vega [1562-1635]

sábado, 2 de abril de 2016

La mirada de la gente que te quiere

Me dices que en estos momentos no te apetece sentir sobre tu persona la mirada de la gente que te quiere. De hecho, los ojos de la gente que nos quiere son difíciles de soportar cuando estamos pasando por trances difíciles. Pero es un escollo que se supera rápidamente. Los ojos de la gente que nos quiere pueden ser, al juzgarnos, sumamente límpidos, misericordiosos y exigentes; y aunque pueda ser duro, en última instancia resulta saludable y beneficioso para nosotros afrontar la claridad, la exigencia y la misericordia.

De la novela Querido Miguel [1973] de la escritora italiana Natalia Ginzburg [1916-1991].

viernes, 1 de abril de 2016

Lo definitivo

También amar es bueno, pues el amor es difícil. Amor de persona a persona; esto es quizá lo más difícil que se nos impone, lo extremo, la última prueba y examen, el trabajo para el cual todo otro trabajo sólo es una preparación. Por eso los jóvenes, que son principiantes en todo, no pueden todavía amar; deben aprenderlo. Con toda su naturaleza, con todas sus fuerzas, reunidos en torno de su corazón solitario, temeroso, palpitante hacia lo alto, deben aprender a amar. Pero el tiempo de aprendizaje es un tiempo largo, cerrado, y así el amor sale largamente, entrando por la vida delante...: soledad, vida a solas, crecida, ahondada, para el que ama. Amar, por lo pronto, no es nada que signifique abrirse, entregarse y unirse con otro (pues ¿qué sería una unión de un ser sin aclarar con un ser impreparado, aún sin ordenar?); es una ocasión sublime para que madure el individuo, para hacerse algo en sí, para llegar a ser mundo, llegar a ser mundo para sí, por otro; es una exigencia mayor, sin límite, para él; algo que le separa y le llama a lo lejano. Sólo en este sentido, como tarea, para trabajar en sí ("para escuchar y machacar día y noche"), pueden usar los jóvenes el amor que les es dado. El abrirse y entregarse, y toda especie de comunidad, no es para ellos (que todavía deben ahorrar y reunir, mucho, mucho tiempo); es lo definitivo, es quizá aquello para lo cual apenas alcanza la vida humana. 

De las Cartas a un joven poeta [publicadas en 1929], que Rainer Maria Rilke [1875-1926] escribió a principios del siglo XX a Franz Xaver Kappus.