He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

domingo, 24 de abril de 2016

Leer para vivir

Cuando ella pregunta a qué libros en concreto se refiere, entra en juego Michel de Montaigne, cuyos Ensayos, publicados en tres volúmenes entre 1580 y 1588, un testimonio único de reflexiones entre escépticas y serenas sobre su persona y sobre el mundo, son una de las lecturas preferidas del joven Gustave Flaubert.

Lea a Montaigne, léalo despacio, con atención. Le aportará serenidad [...] Le gustará, seguro. Pero no lea como leen los niños, para distraerse, ni como los ambiciosos, para instruirse. No, lea para vivir. Cree un ambiente intelectual para el alma [...]

Ahí está de nuevo la relación entre la vida y la lectura, que tan decisiva resulta para que las mujeres empiecen a leer. Flaubert está muy lejos de querer decir con su consejo en qué se diferencia lo que leen las mujeres de los hombres. Eso ya lo demuestran sus recomendaciones de lectura, que más bien están en deuda con un canon masculino de libros que tratan de la experiencia vital y el autoconociminento; entre ellos no hay ninguna novela contemporánea o al menos moderna. Sin embargo, abarca de manera intuitiva lo que podría ser algo específico de una tradición femenina de lectura que perdura hoy en día. No es ni una lectura erudita, como la que llevaban a cabo en un primer momento los monjes y los estudiosos, ni tampoco una lectura puramente recreativa, como la que los hombres atribuían una y otra vez a las mujeres. Se trata de una lectura que informa sobre esa pregunta que era fundamental para Montaigne: "¿Cómo debo vivir?".

Pero ¿cómo leer para vivir? En su didáctica carta a Marie-Sophie, Flaubert recomienda considerar la lectura como una suerte de viaje. Viajar es partir, abandonar lo conocido, experimentar lo desconocido, provocar el propio cambio. Al final también es posible que el lector viajero regrese a sí mismo, pero primero se desligará de la propia persona y trabará amistad con un mundo que hasta entonces le era desconocido. "Si fuese usted un hombre y tuviera veinte años, le propondría emprender un viaje alrededor del mundo. Pues bien, emprenda ese viaje alrededor del mundo en su habitación." Si la edad y otras circunstancias -como por ejemplo la vida reducida a la casa de una mujer en una ciudad de provincias francesa en el siglo XIX- no permiten salir de la habitación al mundo, piensa Flaubert, hay que procurar que el mundo entre en la habitación. Y en su época, qué mejor para lograr este objetivo que los libros, como en la actualidad también las películas y viajar por el ciberespacio.

Acabo de leer Mujeres y libros [2013], de Stefan Bollmann [1958- ], un libro muy interesante sobre la relación entre mujeres y literatura. Muy, muy recomendable.

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