He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

domingo, 17 de abril de 2016

Los diez derechos del lector

En Como una novela, uno de los libros más bellos sobre el placer de leer, el profesor y escritor francés Daniel Pennac formula los diez derechos inviolables del lector. Su deseo es rehabilitar la lectura impetuosa por mor del placer de leer frente a la lectura disciplinada, aplicada, sujeta a planes de aprendizaje. Su argumento a favor es: toda tentativa de fomentar la lectura que pretenda convertirla en algo bueno con buenas intenciones y buenos motivos está condenada a fracasar. Para incitar a la gente a leer más bien hay que conseguir despertar el placer de leer anárquico, que se halla adormecido, latente en ellos. Todos los lectores empiezan leyendo de manera impetuosa, sin plan ni intención de cultivarse. Así sucedía en el siglo XVIII, cuando mujeres jóvenes de todas las capas sociales descubrieron la lectura para sus intereses individuales y devoraban todas las novelas que caían en sus manos. Y hoy en día esto no ha cambiado. 
Éstos son los primeros nueve derechos del decálogo de Pennac:
  1. El derecho a no leer.
  2. El derecho a saltarse páginas.
  3. El derecho a no leer un libro hasta el final.
  4. El derecho a releer.
  5. El derecho a leer cualquier cosa.
  6. El derecho al bovarismo (la enfermedad de confundir lectura y vida)
  7. El derecho a leer en todas partes.
  8. El derecho a leer cosas entretenidas.
  9. El derecho a leer en voz alta.
El décimo derecho, según Pennac, es: el silencio. Los lectores no están obligados en modo alguno a proporcionar información  sobre qué leen y por qué lo hacen. Pueden guardar silencio sobre lo que leen. Éste es, sin lugar a dudas, un derecho razonable, en particular en vista del carácter pedagógico que impera en la lectura, cuya pregunta más importante siempre es: a ver, ¿qué es lo que acabas de leer? ¿Qué significa? Pennac, que era un alumno desastroso, habla por experiencia: la exigencia de responder a esa pregunta -con la intención de comprobar el rendimiento- acaba con las ganas de leer, que desde luego existen, en multitud de casos.

De Mujeres y libros [2013] de Stefan Bollmann [1958].

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