He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

lunes, 29 de febrero de 2016

El sentido de la vida

Y nuestra vida tiene sentido cuando el trabajo en que nos aplicamos lo tiene, cuando cuidamos a alguien con amor y cuando damos cauce a nuestro coraje en tiempos difíciles.

Lo dice Medardo Fraile [1925-2013] en uno de sus mini artículos recopilados en el volumen A media página [2012].

domingo, 28 de febrero de 2016

sábado, 27 de febrero de 2016

Para que nadie sea esclavo

Confío en que el librito sea también útil para quien cree en la necesidad de que la imaginación tenga su puesto en la enseñanza; para quien tiene fe en la creatividad infantil; para quien sabe qué virtud liberadora puede tener la palabra. "Todos los usos de la palabra para todos", me parece un lema bueno y con agradable sonido democrático. No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo.

El último párrafo del primer capítulo del libro Gramática de la fantasía (Introducción al arte de inventar historias) [1973] del escritor y pedagogo italiano Gianni Rodari [1920-1980].

viernes, 26 de febrero de 2016

Te quiero

Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia

     si te quiero es porque sos
     mi amor mi cómplice y todo
     y en la calle codo a codo
     somos mucho más que dos

tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada
te quiero por tu mirada
que mira y siempre futuro

tu boca es tuya y mía
tu boca no se equivoca
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía

     si te quiero es porque sos
     mi amor mi cómplice y todo
     y en la calle codo a codo
     somos mucho más que dos

y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero

y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somo pareja
que sabe que no está sola

te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso

     si te quiero es porque sos
     mi amor mi cómplice y todo
     y en la calle codo a codo
     somos mucho más que dos.

Mario Benedetti [1920-2009]


jueves, 25 de febrero de 2016

La inmortalidad

Hace unos días, en uno de los muchísimos artículos que se han publicado hablando de Umberto Eco [1932-2016] con motivo de su fallecimiento hace unos días, me encontré esto:
En cierta ocasión, Umberto Eco dijo: "El que no lee, a los 70 años habrá vivido sólo una vida. Quien lee habrá vivido 5000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás."

miércoles, 24 de febrero de 2016

martes, 23 de febrero de 2016

Preguntas y respuestas

Aquí, teniendo a mi alrededor una tierra poderosa, por encima de la cual pasan los vientos del mar, aquí siento que a esas preguntas y sentires, que tienen una vida propia en sus honduras, nunca le podrá contestar a usted nadie; pues aun los mejores se equivocan en las palabras cuando éstas han de significar lo más silencioso y casi indecible. Pero creo, a pesar de todo, que usted no debe quedar sin solución, si se detiene en cosas semejantes a aquellas en que mis ojos ahora se reponen. Si se queda usted en la naturaleza, en los sencillo que hay en ella, en lo pequeño, que apenas ve uno, y que tan imprevisiblemente puede convertirse en grande e inconmensurable; si usted tiene ese amor por lo pequeño y trata de ganarse, como un siervo, la confianza de lo que parece pobre, entonces todo le será más fácil, más unitario y, no sé cómo, más reconciliador, acaso no en el entendimiento, que se echa atrás asombrado, sino en su íntima conciencia, en su vigilia y en su saber. Usted es tan joven, está tan antes de todo comienzo, que yo querría rogarle lo mejor que sepa, mi querido señor, que tenga paciencia con todo lo que no está resuelto en su corazón y que intente amar las preguntas mismas, como cuartos cerrados y libros escritos en un idioma muy extraño. No busque ahora las respuestas, que no se le pueden dar, porque usted no podría vivirlas. Y se trata de vivirlo todo. Viva usted ahora las preguntas. Quizá luego, poco a poco, sin darse cuenta, vivirá un día lejano entrando en la respuesta. Quizá lleva usted ya en sí la posibilidad de crear y formar, como una manera de vida especialmente dichosa y pura; edúquese para ello, pero acepte lo que venga, con gran confianza, y aunque sólo venga de su voluntad, de alguna necesidad de su interior, acéptelo en sí y no lo odie.

De las Cartas a un joven poeta [publicadas en 1929], que Rainer Maria Rilke [1875-1926] escribió a principios del siglo XX a Franz Xaver Kappus.

domingo, 21 de febrero de 2016

El Castillo

Llevo algunas semanas viendo circular esta imagen, y varias más de la instalación que ilustra, por facebook o por sitios como éste... Cuando la vi por primera vez me gustó esa forma de mostrar el impacto que puede tener un libro a pesar de su apariencia 'inocua'.
Al buscar los enlaces en la web del autor, el artista mexicano Jorge Méndez Blake, para colgar este trabajo aquí, me ha encantado ver que tiene organizado su catálogo por capítulos, y que precisamente a la instalación El Castillo [2007] le corresponde el Capítulo VI.

Casualidades.
O no.

sábado, 20 de febrero de 2016

Eco

Acabo de leer que ha muerto Umberto Eco.
Umberto Eco en la Univ. de Burgos en 2013. Foto: Cristóbal Manuel
No todos sus libros me gustaron ni me interesaron igual, pero me parecía un hombre a quien, entre tantísimo ruido como tenemos alrededor, hay que prestar atención...
Y El nombre de la rosa [1980] es, desde hace muchísimos años, una de mis novelas favoritas y uno de los libros que más veces, y con más gusto, he releído.

Sit tibi terra levis.

viernes, 19 de febrero de 2016

Entonces vivíamos

Entonces vivíamos. Me desenvolvía. No nos imaginábamos que iba a llegar esta mierda de ahora, que ya no sabe uno a quién pedirle prestado, esta vergüenza de andar arrastrándote, y que los conocidos pongan cara de susto cuando te ven venir y se cambien de acera disimulando, porque están convencidos de que vas a darles otro sablazo como el que les diste hace un par de semanas. Pesa mucho este agobio, todo el día maquinando, dándole vueltas a las cosas, pensando cómo sales adelante con tus cuatrocientos euros de la ayuda familiar y los seiscientos que gana la mujer, echando unas cuentas imposibles de cuadrar, siempre más gastos que ingresos, por muchos equilibrios que hagas, cómo pagas con eso los libros y las cosas del colegio de los niños, que este año suben a setecientos euros, la ropa de temporada, porque la del año pasado se les ha quedado pequeña y además está destrozada, los zapatos, el seguro del coche, la hipoteca de casa, el SUMA, y todo eso se convierte en la pesadilla de todas las noches, de la que no te dabas cuenta cuando las cosas iban bien pero que se vuelve el único tema en cuanto han empezado a ir mal: cómo llenas la nevera. Sólo cuando estás en la ruina descubres que hay que comer todos los días, fíjate qué bobada. Pues claro. Eso lo sabe todo el mundo. Lo que en condiciones normales ni siquiera adviertes, cuando no tienes un euro en el bolsillo se convierte en tu gran aventura: to-dos-los-san-tos-dí-as-hay-que-co-mer: hay que poner en el centro de la mesa la cazuela, y los niños tienen que llevarse el botecito de zumo al colegio y el bocadillo con el pan y la mortadela, o la lata de atún, esa lata redonda, metálica, chiquitita, que contiene unas migas o hilachas de pescado que apenas dan para llenar el panecillo; y no es cosa de hoy, es cosa de cada día, porque todos los días meriendan y todos los días cenan. Y a la pequeña se le cambian cada mañana los pañales. Me acuesto y pienso que me ahogo y me incorporo dando manotazos y gritando. Mi mujer se asusta. ¿Pero puede saberse qué te pasa? Creía que había entrado un ladrón, y no, es que me llevo a la cama la angustia del día, porque lo que no era nada ahora son cuatro problemas diarios que hay que ingeniarse para resolver uno tras otro: desayuno, comida, merienda y cena. Pides: ¿tienes algo para dejarme? (a uno que no le ha dado tiempo de cambiarse de acera al cruzarse contigo). Es que no puedo comprar la barra de pan y los paquetes de zumo de los niños. Cómo se van a ir al colegio sin nada. Se me parte el alma cuando los oigo decirle a mi mujer: mamá, no quedan yogures, no hay galletas, ni madalenas. Salgo de casa de puntillas, cierro la puerta procurando que no cruja, me meto en el coche (ojo con gastar gasolina, tengo el depósito casi vacío, con qué lo llenaré), me voy al primer descampado, y me echo a llorar. Lloro yo solito.

De la novela En la orilla [2013] de Rafael Chirbes [1949-2015].

jueves, 18 de febrero de 2016

miércoles, 17 de febrero de 2016

martes, 16 de febrero de 2016

El silencio

Parece mentira
que no te des cuenta
de la forma en que sonrío
cuando estamos juntos.

El silencio
es la más arriesgada 
declaración de amor.

De Soportar la noche [2015] de David Minayo [1981- ].

lunes, 15 de febrero de 2016

Las ciudades y los cambios. 3.

Al entrar en el territorio que tiene a Eutropia por capital, el viajero ve no una ciudad sino muchas, de igual tamaño y no disímiles entre sí, desparramadas en un vasto y ondulado altiplano. Eutropia es no una sino todas esas ciudades al mismo tiempo; una sola está habitada, las otras vacías; y eso ocurre por turno. Diré ahora cómo. El día en que los habitantes de Eutropia se sienten asaltados por el cansancio, y nadie soporta más su trabajo, sus padres, su casa y su calle, las deudas, la gente a la que hay que saludar o que saluda, entonces toda la ciudadanía decide trasladarse a la ciudad vecina que está allí esperándolos, vacía y como nueva, donde cada uno tomará otro trabajo, otra mujer, verá otro paisaje al abrir las ventanas, pasará las noches en otros pasatiempos amistades maledicencias. Así sus vidas se renuevan de mudanza en mudanza, entre ciudades que por la exposición o el declive o los cursos de agua o los vientos se presentan cada una con ciertas diferencias de las otras. Como sus respectivas sociedades están ordenadas sin grandes diversidades de riqueza o de autoridad, el paso de una función a la otra ocurre casi sin sacudidas; la variedad está asegurada por los múltiples trabajos, de modo que en el espacio de una vida rara vez vuelve uno a un oficio que ya ha sido el suyo. 
Así la ciudad repite su vida igual desplazándose para arriba y para abajo en su tablero vacío. Los habitantes vuelven a recitar las mismas escenas con actores cambiados; repiten las mismas réplicas con acentos diversamente combinados; abren bocas alternadas en bostezos iguales. Sola entre todas las ciudades del imperio, Eutropia permanece idéntica a sí misma. Mercurio, dios de los volubles, patrón de la ciudad, hizo este ambiguo milagro.

De Las ciudades invisibles [1972] de Italo Calvino [1923-1985].

sábado, 13 de febrero de 2016

Sé que a mis libros les gusta estar con usted

Finalmente, por lo que toca a mis libros, me gustaría mucho enviarle todos los que pudieran alegrarle de algún modo. Pero soy muy pobre, y mis libros, en cuanto aparecen, ya no me pertenecen a mí. Yo mismo no puedo comprarlos y, como querría muchas veces, dárselos a aquellos que les tendrían amor. 
Por eso le apunto en una hoja los títulos (y editoriales) de mis libros últimamente aparecidos (de los más recientes; en total he publicado unos doce o trece), y debo encomendarle a usted, querido amigo, que se procure ocasionalmente alguno de ellos.
Sé que a mis libros les gusta estar con usted.
Adiós.
Suyo,
Rainer Maria Rilke

De las Cartas a un joven poeta [publicadas en 1929], que Rainer Maria Rilke [1875-1926] escribió a principios del siglo XX a Franz Xaver Kappus [1883-1966]. Éstos párrafos son el final de la que le escribe el 23 de abril de 1903 desde Viareggio, Italia.

viernes, 12 de febrero de 2016

Tortugas y cronopios

Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural.
Las esperanzas lo saben, y no se preocupan.
Las famas lo saben, y se burlan.
Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.

Julio Cortázar [1914-1984]
Foto :: Alberto Jonquières
Dos años ya de blog.
Y seguimos... admirando la velocidad, pero caminando despacito... con nuestra caja de tizas de colores...

¡Gracias a quienes estáis!

jueves, 11 de febrero de 2016

Real Madrid

Es el 30 de julio de 2666. Ya no existen naciones sobre la Tierra, ni estructuras políticas complejas.
Los estados fueron sustituidos por clubes de fútbol.
Acabaron las guerras, acabó el hambre. El fútbol se reveló como el destino perfecto y final de la historia. Muchos equipos sucumbieron.
Sucumbieron el Barcelona y el Atlético de Madrid y el Athlétic de Bilbao. 
Pero hoy es la final del campeonato del mundo. No se enfrentan países sino clubes. Me llamo Curtis Cervantes y soy el delantero centro del Real Madrid.
Honramos en nuestra memoria a todos los espectadores de la historia que en algún momento de sus vidas presenciaron el juego perfecto del Real Madrid. A través del tiempo hemos pervivido. Somos supervivencia. Y en esa supervivencia, sobreviven millones y millones de vidas de quienes fueron nuestros seguidores, nuestro público, ya bajo tierra.
Que contra quién jugamos esta tarde: contra nadie.
El Real Madrid es lo único que existe.
Jugamos contra nosotros mismos.
Somos lo único que ha quedado en pie: el pie, el blanco pie de un rinoceronte blanco.

Del libro de cuentos Setecientos millones de rinocerontes [2015] de Manuel Vilas [1962- ].

miércoles, 10 de febrero de 2016

martes, 9 de febrero de 2016

lunes, 8 de febrero de 2016

Simulacro

Había salido a comer algo a uno de los bares que había cerca del colegio. Terminó su última clase a las dos y veinte y aún tenía que hacer tiempo hasta las cinco menos cuarto, la única hora a la que la madre de T. le había dicho que podía acudir a entrevistarse con él. Llevaba varias semanas tratando de quedar con ella pero no conseguían encontrar el momento, y cuando por fin el viernes pasado le dijo que este martes podría, no fue capaz de decirle que a esa hora su jornada de trabajo hacía ya un buen rato que había terminado y que tenía más cosas que hacer además de pasar el día en el colegio. Le hubiera gustado decirle que tenía que volver a casa para estar con su familia, que había quedado con unos amigos para pasar la tarde por ahí o que tenía unas entradas para ir al teatro con su pareja.
Pero cuando habló con ella fue incapaz de darle ninguno de esos argumentos para convencerla de que se entrevistaran a una hora que a él le viniera mejor. No tenía familia, no tenía pareja, y sus amigos, si es que podía llamarles así, eran sus compañeros del trabajo, a quienes sólo veía en la sala de profesores, en el patio o en los pasillos del colegio.
A estas alturas debería estar ya acostumbrado, pero al verse en situaciones como ésta no podía evitar enfadarse un poco consigo mismo. Imaginaba las posibles conversaciones que podría haber tenido con la madre de T. para explicarle que no podía quedar ese día a esa hora, que tendrían que pensar otra opción que les viniera igual de mal o de bien a ambos. En esas conversaciones imaginadas su voz le salía con naturalidad, sin esfuerzo, simplemente charlaba amigablemente por teléfono con la madre de su alumna, le explicaba que el martes por la tarde no podía ser, pero que podrían verse tal o cual día a tal o cual hora, y al final llegaban a concretar la cita sin mayor dificultad. La facilidad con la que parecían fluir esos diálogos ficticios le llenaba de frustración al compararla con su incapacidad para llevarlos a la realidad.
Sin embargo no tenía ningún problema cuando se ponía delante de una clase a explicar sus asignaturas. Se sentía cómodo con una pizarra y una tiza y un grupo de adolescentes delante. Ése parecía ser su medio natural. Es cierto que en clase tenía que bregar con las dificultades de la materia que explicaba, que no era de las más fáciles, y con las hormonas desatadas de la adolescencia, pero era en ese entorno en el que sabía cómo comportarse y qué hacer. Era ahí donde se sentía seguro.
En cuanto salía de ese espacio del aula que le resultaba tan confortable, su seguridad se diluía y era incapaz de relacionarse con normalidad. Siempre le había costado y a estas alturas, a punto de superar los cincuenta, se había rendido y había renunciado a dar con herramientas que le hicieran su vida algo más fácil. No se sentía bien en los bares o en lugares en que se viera obligado a conversar o a relacionarse con gente, incluso aunque fueran espacios supuestamente cómodos o neutros. Le costaba intervenir en las reuniones de su comunidad de vecinos o en las del claustro de profesores.
Mientras esperaba a la madre de T. recordó la primera reunión del curso, en septiembre, en que la directora presentó al nuevo profesorado que se incorporaba y habló de generalidades sobre el funcionamiento del centro, horarios, normas disciplinarias, simulacros de evacuación y cosas así. Durante la reunión miraba de reojo a las nuevas caras mientras la directora explicaba que todos los años se realizaba un simulacro de emergencia en algún momento del primer trimestre, que intentaban hacerlo del modo más riguroso posible y que no se trataba simplemente de que todo el mundo saliera rápido del edificio sino también, y sobre todo, de salir de forma ordenada, segura y eficaz. Había quien escuchaba con atención, quien incluso tomaba notas, y quienes escuchaban esas explicaciones con la desidia con que se oyen las instrucciones de seguridad de un avión o se ignoran las condiciones de uso de un programa antes de instalarlo. Él, en silencio, tratando de pasar desapercibido, miraba cómo sus propios dedos jugaban con uno de esos lápices negros y amarillos que siempre usaba, como si lo más importante de lo que estaba ocurriendo en ese momento en la sala de profesores fuera el movimiento de su lápiz, que le permitía tener concentrada su mirada en algo mientras escuchaba todas esas cosas que ya se sabía de memoria después de haberlas oído una y otra vez año tras año. De vez en cuando levantaba un instante la vista y tomaba nota mentalmente de quiénes de aquellas personas le resultaban interesantes, o con quienes le gustaría charlar algún día o tomar un café, mientras la directora seguía contando que la fecha y la hora en que se realizaría el simulacro la decidía el equipo directivo y procuraba mantenerse más o menos en secreto hasta el último momento para que el ejercicio de evacuación resultara lo más realista posible.

Aunque llegó muy puntual, la madre de T. le pidió disculpas por si le hubiera hecho esperar. Había bajado a recibirla a la entrada del colegio y desde allí subieron juntos al departamento, en la segunda planta. Era una mujer joven, quizá no llegaba a los cuarenta o acababa de pasarlos. Tenía cara de cansancio. Un cansancio que no parecía que fuera por algo que le hubiera ocurrido ese día. Había algo en su gesto, en su modo de moverse y de hablar, que transmitía una especie de hastío, una intranquilidad cuyo único remedio parecían ser unas largas vacaciones en las que no tuviera que asumir ninguna responsabilidad.
A pesar de las dificultades que habían tenido para concretar la cita había sido ella quien había llamado hacía varias semanas al colegio interesada en hablar con el tutor de su hija: le parecía que no había empezado bien el curso y quería tener más información y algunos recursos para tratar de echarle una mano. Una de las veces que hablaron por teléfono le dijo que con el padre no se podía contar. No dio más explicaciones. Ella había asumido acompañar en solitario y del mejor modo posible a su hija en su paso por la adolescencia.
Recorrieron un pasillo intercambiando comentarios banales sobre el tiempo raro que hacía esa semana, sobre lo laberíntica que era esa parte del colegio, que había sido la primera en construirse, antes de la ampliación, y tenía una distribución algo caótica, y sobre sus locos horarios de trabajo que le habían impedido venir en otro momento. Esos minutos desde la entrada del colegio hasta el lugar en que los profesores solían reunirse con los padres eran siempre parecidos. Era un tiempo razonablemente cómodo para él, que se limitaba a ir indicando el camino y asintiendo a lo que oía sin necesidad de mirar a la cara a la otra persona ni de hacer avanzar esa presunta conversación hacia ningún lugar concreto. Al final del pasillo subieron unos escalones hasta una especie de entreplanta en la que estaba la salita de reuniones del departamento.
Ella se sentó frente a una mesa demasiado grande y demasiado llena de papeles y carpetas, y él le preguntó si le apetecía un café o una infusión. Puso agua a calentar y preparó un descafeinado para ella y un té verde para él, y retiró las cosas que había sobre la mesa. Ella parecía cómoda, pero su voz sonaba inquieta, como con un miedo a todo que se intuía de algún modo en segundo plano, detrás de su aspecto sonriente. Mientras sacaba vasos y cucharillas y organizaba tés o cafés, podía observar a la otra persona, apropiarse de la situación y aprovechar esa mínima ventaja que le daba ser quien mejor conocía el lugar. Era un tiempo que posponía un poquito el momento de sentarse frente a frente y comenzar a hablar.
Él se relajó un poco cuando por fin se sentó, sacó sus papeles y empezaron a hablar sobre T. Volvía a estar en su territorio. Tocó de nuevo tierra firme al hablar de notas, de exámenes y de evaluaciones mientras entretenía sus manos con su lápiz amarillo y negro. En algún momento levantaba la vista, la cruzaba con la mirada de ella, y sentía que quizá esa mujer no venía sólo para hablar sobre su hija. Era consciente de que era un hombre torpe relacionándose con la gente, pero precisamente esa timidez extrema le había vuelto muy buen observador. Sintió en la mirada de ella su necesidad enorme de diálogo, de pasar un rato con alguien que le escuchara y que le hablara. Alguien con quien pudiera compartir unos minutos que la sacaran de su soledad y de su rutina. De esa soledad que le acompañaba cada día a un trabajo que ni le gustaba ni le interesaba, que estaba con ella en su casa, en la calle, en el metro. Una soledad que no la abandonaba fuera donde fuera.
Al preguntar cómo era T. en casa, para tener más información sobre ella que añadir a su expediente académico, se abrió una espita por la que empezó a salir a borbotones todo el malestar de la madre, sus inseguridades, su hartazgo de una vida que no había elegido y que no le satisfacía desde hacía mucho tiempo.
Él pensó que aunque un rato antes hubiera preferido desaparecer y verse en su casa, solo, ahora lo único que deseaba era poder contarle a esa mujer que él se sentía igual que ella, harto de tener la impresión de dejar pasar un día tras otro. Y que le gustaría salir del colegio en ese momento, dar un paseo, tomar un café en algún sitio, charlar de cualquier cosa. Le hubiera gustado decirle que salieran de allí y fueran a dar una vuelta y a pasar juntos lo que quedaba de la tarde tratando de llenar cada uno la soledad del otro.

Se sobresaltaron cuando empezó a sonar la sirena. Les sacó de la burbuja que durante unos minutos se había creado a su alrededor. Fue como si verdaderamente hubieran estado dando ese paseo que los dos necesitaban y algo les hubiera transportado de nuevo, a la fuerza, a aquella habitación.
Él reaccionó enseguida diciéndole que no se preocupara, que era la sirena que se usaba para las emergencias, que estaban haciendo un simulacro de evacuación, que siempre se hacía uno durante el primer trimestre y había dado la casualidad de pillarles justo durante su entrevista. Le dijo que no merecía la pena que bajaran, que mejor terminaban la reunión y trataban de pensar medidas concretas para trabajar con T., que al fin y al cabo era el motivo por el que habían concertado aquella cita. Añadió, con una sonrisa, que además les había costado demasiado trabajo encontrar una hora en la que poder verse como para de repente cortar la reunión precipitadamente y tener que posponerla. Ella también sonrió, se recompusieron un poco y empezaron a recapitular lo que habían hablado sobre T., tratando de concretar cómo podían ayudarla a superar el curso lo mejor posible.
Durante unos minutos, mientras seguían hablando, oyeron a la directora organizando la evacuación, el alboroto de niños y niñas moviéndose por los pasillos, gente que subía y bajaba por las escaleras, puertas que se abrían y cerraban, ventanas, algún grito que costaba distinguir si era de susto o de risa. Siguieron hablando tranquilos, sintiendo que incluso aunque a T. no le fuera útil lo que decidieran, a ellos les estaba sentando muy bien ese encuentro y seguro que eso repercutiría de algún modo en ella. Enseguida volvió el silencio a los pasillos.

Olieron el humo casi al mismo tiempo en que oyeron acercarse la sirena de los bomberos. Ella tardó algo más en reaccionar, pero él entendió enseguida que no era el simulacro del primer trimestre. Cuando abrieron la puerta vieron que era tarde. El fuego debió comenzar en el otro extremo del edificio y se extendió por las aulas de alrededor respetando los despachos y los departamentos que están en el centro y que ahora estaban rodeados por las llamas y sin salida posible.
A pesar de todo, seguían tranquilos. Se miraron y fueron conscientes de que este rato que habían vivido juntos era el primer momento verdadero que habían tenido en años. Había sido la primera vez en mucho tiempo en que se habían sentido ellos mismos y se habían sentido bien.
Sabiendo que no podían salir de allí por sus propios medios, volvieron con calma a la mesa en la que se habían reunido, y se sentaron confiando en que a los bomberos les fuera posible llegar hasta allí a rescatarles. Se miraron y, mientras esperaban, se dejaron llevar por ese silencio cómodo y amable que ahora no era forzado sino deseado.

Navalafuente, noviembre de 2015.

Licencia Creative Commons
Simulacro por Román J. Navarro Carrasco se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

domingo, 7 de febrero de 2016

De nula utilidad y nulo valor

Es muy notable que las cosas en nuestro siglo hayan llegado al punto de que la filosofía sea, aun para la gente de entendimiento, un nombre vano y fantástico, que se considera de nula utilidad y nulo valor.

Michel de Montaigne [1533-1592], citado por Nuccio Ordine [1958- ] en La utilidad de lo inútil [2013].

sábado, 6 de febrero de 2016

viernes, 5 de febrero de 2016

Correr con dignidad

Importa más correr con dignidad que ganar la carrera.

Lo acabo de leer en La utilidad de lo inútil [2013] de Nuccio Ordine [1958- ]. Y así todo: cada párrafo, una joyita. El libro más imprescindible que he leído en los últimos años...

jueves, 4 de febrero de 2016

Dos fotografías

La última noche que pasé en Teherán, un par de años después de comenzar con los seminarios de los jueves, unos pocos amigos y alumnos vinieron a casa para despedirse y ayudarme a hacer el equipaje. Cuando terminamos de vaciar la vivienda, cuando los objetos se esfumaron y los colores hubieron desaparecido en ocho maletas grises, como genios errantes que se desintegraran en sus respectivas botellas, mis alumnas y yo nos pusimos contra una pared blanca y desnuda del comedor y nos hicimos dos fotografías.
En este momento tengo las dos fotos ante mí. En la primera hay siete mujeres de pie, delante de una pared blanca. Todas llevan manto negro y pañuelo negro en la cabeza, de acuerdo con la ley del país; van totalmente tapadas, con excepción de las manos y del óvalo de la cara. En la otra fotografía están las mismas personas, en la misma postura, delante de la misma pared. Pero se han quitado el manto y el pañuelo. Manchas de color diferencian a una de otra. Destacan individualmente por el color y el estilo de la ropa, por el color y la longitud del cabello; ni siquiera las dos que llevan pañuelo parecen las mismas.

De la novela Leer Lolita en Teherán [2003] de la escritora iraní Azar Nafisi [1955- ].

miércoles, 3 de febrero de 2016

martes, 2 de febrero de 2016

David y Rafael

El viernes pasado estuve en un recital de poesía organizado por la biblioteca pública del Soto del Real, muy cerquita de mi pueblo.
No suelo leer mucha poesía. Nunca he estado muy acostumbrado y me cuesta, aunque ahí voy, trabajándomelo poco a poco... Creo que por eso me gusta tanto asistir a eventos como el del viernes, donde veo a los propios autores hablando de su propio trabajo y leyéndolo con su propia voz. Por eso disfruté tanto el otro día conociendo obras de Rafael Soler y de David Minayo.

Juan, el bibliotecario, al presentarles comentó que era todo un éxito ver a unas treinta personas reunidas un viernes por la tarde para escuchar poesía. Dijo que aún más si uno piensa que la poesía es algo minoritario dentro de la literatura... aunque enseguida se corrigió y dijo que la propia literatura es algo minoritario en nuestro país, no ya la poesía que queda como algo marginal...
Así que esa reunión mínima se convirtió en realidad en un pequeño aquelarre, en un encuentro casi clandestino, algo furtivo, para celebrar la cultura.
El aquelarre [1798], óleo de Francisco de Goya [1746-1828]
Mientras escuchaba los poemas que se leyeron pensaba en cuántas otras reuniones parecidas se estarían haciendo en ese mismo momento por el mundo, cuántos pequeños grupos de personas se habrían reunido aquí y allá, al mismo tiempo que nosotrxs en Soto, para compartir un poco de belleza...
Me gustó pensar en esa especie de red de gente leyendo y escuchando poemas, compartiendo lecturas, haciendo el mundo un poco mejor.

lunes, 1 de febrero de 2016

Melville da paso a Vila-Matas...

Empieza febrero y seguimos con nuestro Club de Lectura Serrano...

Nuestra última quedada, la del viernes 22 de enero, en la que hablamos de Bartleby, el escribiente [1953], de Herman Melville [1819-1891], fue estupenda. Algo escasa de público, como nos suele ocurrir últimamente, pero nos dio mucho juego.
Quienes hayáis leído el relato de Melville, no más de setenta u ochenta páginas, posiblemente os hayáis quedado con la duda de cómo interpretar al personaje protagonista: ¿es un antisistema que quiere desmontar la maquinaria que le utiliza? ¿es un triste, un pusilánime, un sinsangre? ¿es una especie de monje zen trasladado al Wall Street del siglo XIX? ¿es un precedente de la desobediencia civil y la resistencia pasiva? ¿es una vuelta más a Thoreau y sus propuestas? ¿es "una tuerca del engranaje que prefiere no seguir ejerciendo su función"? ¿es un enfermo al que nadie es capaz de diagnosticar? ¿es un obsesivo a quien su coherencia lleva demasiado lejos?
En fin, la verdad es que el tipo, y su historia, dan bastante juego. Y efectivamente, como me escribió una amiga ese mismo día, "una buena novela no es una respuesta sino una buena pregunta". Y en este relato eso se cumple de maravilla...

Y seguimos...

Nuestra próxima quedada es, como (casi) siempre, el tercer viernes de febrero, día 19, en el CCH de La Cabrera. Y hablaremos sobre Doctor Pasavento [2005] de Enrique Vila-Matas.

Nos vemos.