He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

martes, 12 de abril de 2016

Como un dirigible

¿Veis ese puente de hierro, esa audaz arcada, allí, sobre el río Duero? Se llama Doña María, una reina de Portugal, y lo proyectó el ingeniero Eiffel, al que todos conocen por la famosa Torre Eiffel de París.
Cuando veo "objetos" de este tipo, siento nostalgia por lo que me hubiera gustado ser: arquitecto. Quién sabe si hubiera sido bueno. Un arquitecto realiza cosas sólidas, destinadas a permanecer. Pero de mi oficio, ¿qué queda? Sombras, sombras chinescas.
Siempre he soñado con hacer casas; las he hecho con el dinero que he ganado gracias al cine, no como arquitecto. Mi casa ideal me hubiera gustado hacerla con el ingeniero Eiffel: un armazón de hierro, una torre con ascensor interior y, en lo alto, anclado, el dirigible. Ésta es mi casa ideal: te duermes en el norte y despiertas en el sur. Porque el dirigible se mueve a merced del viento. Por desgracia, el ingeniero Eiffel ya no vive, y mi casa ideal ha quedado en un simple sueño.
Cuando se lo conté al pintor Rauschenberg, me pintó un cuadro con trozos de periódicos y de papel, como hacía él: había una torrecilla que ascendía hacia el cielo con el dirigible anclado en lo alto; el apartamento estaba debajo de la cabina. Francamente, no hubiera estado mal.

De Sí, ya me acuerdo... [1996], la autobiografía de Marcello Mastroianni [1924-1996].

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