He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

martes, 9 de junio de 2015

La vuelta a la ciudad

Paolo era un chico muy activo. No podía estar sin hacer algo interesante o útil. Nunca se aburría porque la fantasía estaba siempre dispuesta a sugerirle un juego, un trabajo, una actividad. También era tenaz: una vez tomada una decisión, no retrocedía, no dejaba las cosas a la mitad. Un día que no tenía colegio y estaba solo en casa, hizo deprisa los deberes y extendió sobre la mesa un gran plano de su ciudad contemplando largo rato la maraña de calles y plazas, de avenidas y callejas, más apretadas en los barrios céntricos y más abiertas donde los arrabales periféricos se confundían con el campo.
Casi sin darse cuenta Paolo se encontró con el compás entre las manos y dibujó sobre aquella desordenada madeja de líneas y espacios un círculo exacto. ¿Qué extraña idea le estaba viniendo a la cabeza? Al fin y al cabo ¿por qué no intentarlo? Ya está, había tomado una decisión: dar la vuelta a la ciudad. Pero la vuelta exacta. Las calles giran en zig zag, cambiando a cada momento caprichosamente, abandonando un punto cardinal para seguir otro. Incluso las grandes carreteras de circunvalación están trazadas en círculo, por así decirlo, no están trazadas con compás. En cambio Paolo quería dar la vuelta a la ciudad caminando siempre por la circunferencia trazada por su compás, sin desviarse ni un paso de ese anillo, nítido como una hermosa idea.
Por casualidad el círculo pasaba justo por la calle en la que Paolo vivía con su familia. Se metió el plano en el bolsillo, en el otro se guardó un panecillo, por si acaso le entraba hambre y adelante...
Ya está en la calle. Paolo decide ir hacia la izquierda. El círculo del compás sigue la calle por un buen trecho, después la atraviesa, en un punto en el que no hay paso de peatones. Pero Paolo no desiste de su proyecto. Él también, como el círculo, cruza la calle y se encuentra ante un portal. Desde allí la calle continúa recta. Pero el círculo sigue por su cuenta, abandonando la calle. Parece que pasa precisamente por ese grupo de casas y sale del otro lado, a una plazoleta. Paolo, tras echar una ojeada al plano, entra en el portal. No hay nadie. Adelante. Hay un patio. Se puede atravesar. ¿Y ahora? Ahora hay escaleras, pero Paolo no sabe si subir: llegaría al último piso, no podría salir al tejado y luego saltar de un tejado a otro... Una marca de lápiz trepa rápido por los tejados, pero los pies, sin alas, es muy distinto.
Por suerte en el rellano de la escalera hay un ventanuco. Un poco alto, a decir verdad, y no muy ancho. Paolo constata su plano: no cabe duda, para seguir el círculo hay que pasar por allí. No queda otra solución que trepar.
Cuando se agacha para lanzarse arriba, le coge de sorpresa una voz masculina a sus espaldas que le inmoviliza contra la pared, como a una araña asustada.
-Eh, chicuelo, ¿dónde vas? ¡Qué idea se te ha metido en la cabeza? Baja en seguida.
-¿Me dice a mí?
-Sí. Pero, dime, no serás un ladronzuelo... No, no me parece que tengas pinta de eso. ¿Entonces? ¿Quizá estás haciendo gimnasia?
-La verdad, señor... sólo quería pasar al otro patio.
-No tienes más que salir, dar la vuelta a la casa y entrar en el siguiente portal.
-No, no puedo...
-Ya entiendo: has jugado una mala pasada y tienes miedo de que te atrapen.
-No, le aseguro que no he hecho nada malo...
Paolo observa atentamente al señor que le ha detenido al pie del ventanuco. Después de todo parece una persona amable. Tiene un bastón, pero no lo emplea para amenazar. Se apoya en él sonriendo. Paolo decide fiarse de él y le confía su proyecto...
-La vuelta a la ciudad -repite el señor- ¿siguiendo un círculo dibujado con un compás? ¿Eso es lo que quieres hacer?
-Sí, señor.
-Hijo mío, pero eso no es posible. ¿Qué vas a hacer si te encuentras ante una pared sin ventanas?
-La saltaré.
-¿Y si es demasiado alta para saltarla?
-Haré un hueco y pasaré por debajo.
-¿Y cuando llegues a la orilla del río? Mira, en tu plano el círculo pasa por el río en su parte más ancha y en esa parte no hay puentes.
-Pero sé nadar.
-Ya veo, ya veo. No eres un tipo que se rinda fácilmente, ¿verdad?
-No.
-Se te ha metido en la cabeza un proyecto tan preciso como el círculo de un compás... ¿Qué quieres que te diga? ¡Inténtalo!
-Entonces, ¿me deja pasar por el ventanuco?
-Haré algo más, te ayudaré. Te hago una escalerilla con las manos. Pon el pie aquí arriba, ánimo... Pon atención a caer de pie...
-¡Muchas gracias, señor! Y ¡hasta la vista!
Y Paolo sigue, todo derecho. Bueno, no exactamente derecho: tiene que andar en círculo, sin salirse un ápice de la línea que ha dibujado en su plano. Ahora se encuentra al pie de un monumento ecuestre. Un caballo de bronce pisotea su pedestal de mármol. Un héroe, del que Paolo ignora el nombre, sujeta las riendas con la mano izquierda mientras con la derecha señala a una lejana meta. Parece apuntar precisamente la continuación del círculo de Paolo. ¿Qué hacer? ¿Pasar entre las patas del caballo? ¿Trepar por la cabeza del héroe? O sencillamente rodear el monumento...


PRIMER FINAL

Mientras reflexiona en la forma de resolver el problema, Paolo tiene la sensación de que el héroe, desde lo alto de su caballo, ha ladeado la cabeza. No mucho, sólo lo suficiente para mirarle y guiñarle un ojo.
-Empiezo a ver visiones -murmura Paolo asustado. Pero el héroe de bronce insiste. Ahora, además, baja la mano que apuntaba fieramente a la meta y hace un gesto de invitación:
-Arriba -dice-, monta. En este caballo hay sitio para dos.
-Pero yo... verás...
-Venga, no me hagas perder la paciencia. ¿Crees que yo no sé cabalgar sobre un círculo perfecto, sin salirme por la tangente? Yo te llevaré a hacer tu viaje geométrico. Te lo mereces porque no has dejado que te desanimen los obstáculos.
-Gracias, se lo agradezco de verdad, pero...
-Uff, qué pesado te pones. Y también eres soberbio. No te gusta que te ayuden ¿eh?
-No es por eso...
-Entonces es sólo para perder el tiempo parloteando. Sube y vámonos. Me gustas porque sabes dar algo bello y ponerlo en práctica sin pensar en las dificultades. Rápido, el caballo se está despertando... Has llegado aquí justamente en el único día del año en el que, no sé por qué hechizo, nos está permitido hacer una galopada, como en los buenos viejos tiempos... ¿Te decides o no?
Paolo se decide. Se agarra a la mano del héroe. Ya está en la silla. Ya vuela... Allí está la ciudad, a sus pies. Y allí, dibujado sobre la ciudad, un círculo de oro, un perfecto camino resplandeciente, tan preciso como el dibujado por el compás.


SEGUNDO FINAL

Mientras reflexiona sobre la forma de resolver su problema, Paolo deja vagar la mirada por la plaza en la que se encuentra su monumento. El círculo del compás la atraviesa y entra desenvueltamente en una gran iglesia, coronada por una inmensa cúpula. Él no necesita puertas. Pero ¿cómo hará Paolo para entrar en la iglesia por el punto justo, atravesando la pared que debe ser tan sólida como la de una fortaleza? Para no desviarse de la circunferencia tiene que trepar por la cúpula. Es un decir. Sin cuerdas ni clavos ni siquiera lo conseguiría el mejor de los alpinistas, el más hábil y osado de los escaladores. Hay que claudicar. Ha sido únicamente un hermoso sueño. Los caminos de la vida nunca son tan netos, precisos e ideales como las figuras geométricas.
Paolo echa una última ojeada al héroe que señala, inmóvil y severo, una meta lejana e inalcanzable. Después, con paso lento y desconsolado, vuelve a casa, siguiendo pasivamente el zigzagueo caprichoso e irracional de las calles de todos los días.


TERCER FINAL

Mientras reflexiona al pie del monumento, Paolo siente que le toca una manita más pequeña y cálida que la suya.
-Quiero ir a casa.
La vocecita insegura y temblorosa pertenece a un niño de unos tres años. Mira a Paolo con una mezcla de confianza y temor, de esperanza y desánimo. Sus ojos tienen muchas ganas de llorar.
-¿Dónde vives?
El niño señala a un punto vago del horizonte.
-Quiero ir con mi mamá.
-¿Dónde está tu mamá?
-Allí.
También este "allí" señala a un punto impreciso. Lo único que está claro es que el niño se ha perdido en la ciudad y no sabe encontrar el camino a casa. Su mano ha aferrado firmemente la de Paolo y no suelta la presa.
-¿Me llevas con mi mamá?
Paolo querría decirle que no puede, que tiene algo más importante que hacer, pero no se siente capaz de traicionar la confianza que le demuestra el pequeño. Paciencia respecto al círculo, el compás y la vuelta a la ciudad: otra vez será...
-Ven -dice Paolo-, vamos a buscar a tu mamá.

***

El primer final es para los soñadores. El segundo para los pesimistas. Yo estoy a favor del tercero: me gusta que Paolo sacrifique su sueño personal, hermoso pero abstracto, para ayudar en forma concreta a quien tiene necesidad de él.


Del libro Cuentos para jugar de Gianni Rodari [1920-1980].

En las últimas semanas estoy descubriendo algunos de los libros de cuentos de Gianni Rodari. Uno de los que más me están gustando es el que se llama Cuentos para jugar, que como su título sugiere propone que los cuentos no sean sólo algo que se lee o se escucha, sino que sean algo con lo que se pueda interaccionar y jugar. En cada uno de los cuentos Rodari propone tres finales posibles y luego plantea cuál es el que a él más le gusta, aunque los deja suficientemente abiertos para que quien recibe el cuento pueda elegir uno de los finales que se proponen o inventarse el suyo propio.

Al principio del libro se proponen unas

INSTRUCCIONES PARA EL USO
Estas historias se publican con la amable autorización de la RAI (Radio Televisión Italiana). De hecho, fueron escritas para un programa radiofónico que se titulaba precisamente Cuentos para jugar, que fue emitido en los años 1969-70.
Estos mismos cuentos aparecieron después en el Corriere dei piccoli.
Cada cuento tiene tres finales, a escoger.
En las últimas páginas el autor ha indicado cuál es el final que él prefiere.
El lector lee, mira, piensa y si no encuentra un final a su gusto puede inventarlo, escribirlo o dibujarlo por sí mismo.
¡Que os divirtáis!

2 comentarios:

  1. ¡¡¡Mmmm!!! ¡Un placer reencontrarme con el señor Rodari! ¡Muchas gracias!

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    Respuestas
    1. Hola Anónimo.
      No sé quién eres (aunque me gustaría...) pero en cualquier caso me alegro muuuuucho de que sea un placer para ti reencontrarte por aquí con el Sr. Rodari.
      ¡¡¡ Gracias por visitar el Capítulo VI !!!

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