He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

viernes, 5 de junio de 2015

Dimisión general

Tras el anuncio de la dimisión de aquel comité, que llegó a los centros de noticias durante la madrugada, hubo como una hora de estupefacto silencio. Pero cuando la noche era todavía espesa sobre el continente, comenzaron a sucederse sin cesar noticias de la misma naturaleza, que provenían de todas las partes del planeta. A esa primera dimisión siguieron la del gobierno francés, la del alemán y la del portugués, con la de la Reina de Inglaterra y su gabinete. El rey Juan Carlos y el gobierno español comunicaron su decisión de retirarse a las tres cuarenta y ocho, y enseguida lo hicieron el presidente de los Estados Unidos y todo su equipo gubernamental. A eso de las cuatro de la mañana no quedaba sin dimitir ningún responsable de los estados europeos, norteamericanos y australianos. Con el alba presentaron su renuncia los altos jerarcas chinos, Fidel Castro y sus colaboradores inmediatos, Gadaffi y los demás gobernantes árabes. El resto de los altos responsables políticos americanos, africanos y asiáticos ya se habían retirado a eso de las nueve. Los mandos militares del mundo también lo habían hecho a esas horas, y un aluvión de renuncias de responsables regionales, locales y municipales, y la de los directivos de los partidos, sindicatos y asociaciones de todo orden, ocupó las primeras horas de la mañana. A la dimisión de todos los líderes políticos y sociales del mundo sucedió la de los altos ejecutivos de las empresas y miembros de todos los consejos de administración. De los últimos en renunciar fue el Papa, con el pleno del colegio cardenalicio, y esas dimisiones provocaron la misma actitud en las demás iglesias del mundo y en sus respectivos escalones jerárquicos. Al mediodía de la mañana siguiente, se podía decir que en el mundo no quedaba ni un solo líder en funciones. Sin embargo, los mercados seguían abiertos, en los bancos se percibía la actividad habitual, los centros docentes hacían su vida normal, como los hospitales, los juzgados, las fábricas, las bibliotecas, los talleres, las librerías y las panaderías, y la gente esperaba que el tiempo mejorase y hacía planes para las próximas vacaciones. ¿Cómo se presentaba realmente el inmediato futuro? Al parecer, habían quedado interrumpidos todos los conflictos internacionales, aunque algo seguro se pudo vaticinar: la bolsa iba a sufrir una grave caída. 

Microrrelato del (entre otras cosas) cuentista José María Merino [1941- ], incluido en su libro La glorieta de los fugitivos [2007].

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