He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

jueves, 1 de septiembre de 2016

Cruce de líneas

Tengo casi cuarenta y cinco años. Llevo unos zapatos muy gastados, un pantalón no muy nuevo y un par de camisetas, una encima de otra. Sujeta a la misma barra del metro a la que me he agarrado al subir al vagón en Noviciado hay una chica de ventitantos. Su piel es muy blanca, con muchas pecas muy claritas. El pelo muy rubio y corto, recogido en una brevísima coletita que recuerda a una de esas brochas de afeitar que se usaban hace años en las barberías. Está un poco girada y no le veo los ojos. Parece extranjera, quizá noruega, islandesa, sueca. Lleva unos vaqueros negros, una camiseta con un viñeta de cómic, para mi gusto un poco estridente, una rebeca negra, muy finita, y unas zapatillas nuevas con la lengüeta enorme y con el borde ajedrezado en rosa y negro. Voy leyendo los 'Cuentos de Canterbury' de Chaucer. Ella 'Cándido' de Voltaire, en español. Ambos vamos concentrados en nuestros libros, aunque yo de vez en cuando levanto la vista hacia ella, pensando que quizá también ella mire hacia donde estoy yo y nos encontremos.
No consigo verla bien. Entre nosotros dos hay un hombre de unos cincuenta años, trajeado. En una mano lleva un maletín de cuero oscuro, no muy grande. Imagino que dentro hay un ordenador y papeles. Tiene barba y gafas y un pequeñísimo arito en el lóbulo de la oreja izquierda. Con la otra mano sujeta un móvil con el que está hablando con alguien de su oficina, una mujer. Hablan sobre una memoria que hay que presentar esta misma mañana, sobre los datos que hay que analizar antes de redactarla y sobre el informe que hay que incluir en esa memoria y que tenía que haber enviado alguien ayer por la tarde.
Cuando levanto la vista de mi libro casi sólo veo al hombre. En alguna curva puedo ver la coletita rubia y una manga de la rebeca negra.
En Ópera se baja mucha gente. Quienes quedamos en el vagón nos recolocamos, aprovechando el nuevo espacio que ha quedado libre, para evitar estar demasiado cerca de los demás. Él se mueve para dejar pasar a alguien que estaba sentado a mi lado y cuando el tren vuelve a arrancar, durante un instante, ella y yo levantamos la vista y cruzamos las miradas, nos vemos, nos miramos un segundo. En medio queda la cabeza de él, su nariz, las gafas, su brazo en alto sujetándose a una de las barras del techo, y el teléfono que ahora sujeta con el hombro mientras sigue hablando sobre los documentos que hay que enviar cuanto antes.
Si miro hacia ella, ahora sólo veo su ojo derecho, parte de su cara, su hombro. Si ella me mira creo que sólo ve mi lado izquierdo. Moviéndonos un poco para evitar al hombre nos miramos de nuevo un instante, volvemos a bajar la mirada y seguimos leyendo.
Me bajo del vagón en Sol. Ellos siguen en dirección a Ventas. Volvemos a mirarnos cuando el metro arranca. Ella dentro, yo fuera. Mantenemos la mirada unos segundos y sonreímos. El hombre del maletín sigue hablando por teléfono.

Madrid, septiembre de 2012.

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Cruce de líneas por Román J. Navarro Carrasco se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

2 comentarios:

  1. ROMÁN,ROMÁN...ME ATRAPAN TUS PEQUEÑAS HISTORIAS!

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  2. Me encanta que quienes pasan por el blog dejen sus comentarios aquí...
    Y por supuesto me encanta que las 'pequeñas historias' que dejo por aquí le gusten a la gente que las lee.
    ¡Gracias Mercedes!

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