Nuestro pueblecito ha festejado ayer al señor Giovancarlo Trombetti, que en treinta años de trabajo ha grabado por sí solo y sin ayudantes la ópera Aida del maestro Giuseppe Verdi.
Empezó cuando era casi un niño, cantando ante el micrófono de su magnetofón el papel de Aida, después el de Amneris, después el de Radamés. Uno tras otro, cantó y grabó todos los papeles. Y también los coros. Como el coro de los sacerdotes tenía que ser de treinta cantantes, lo tuvo que cantar treinta veces. Después estudió todos los instrumentos, del violín al bombo, del fagot al clarinete, de la trompeta al cuerno inglés, etcétera. Grabó las partes una a una, después las fundió en una cinta común para obtener el efecto de la orquesta.
Todo este trabajo lo ha hecho en un sótano alquilado con este fin, lejos de su domicilio. A la familia le decía que iba a hacer horas extraordinarias. Y en cambio iba a hacer Aida. Hizo los ruidos de los elefantes, de los caballos, los aplausos al final de las arias más famosas. Para hacer el aplauso del final del primer acto, aplaudió él solo, durante un minuto, tres mil veces, porque había decidido que al espectáculo asistirían tres mil personas, de las cuales cuatrocientas dieciocho debían gritar: "¡Bravo!", ciento veintiuna: "¡Estupendo!", treinta y seis: "¡Queremos un bis!", y doce, en cambio: "¡Animales! ¡Esfumaos!".
Y ayer, como he dicho, cuatro mil personas, agolpadas en el teatro municipal, han asistido a la primera audición de la excepcional ópera. Al final casi todos estaban de acuerdo en decir: "¡Extraordinario! ¡Parece mismamente un disco!".
Gianni Rodari [1920-1980].
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