He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

viernes, 10 de junio de 2016

Lectoras

Las lectoras del siglo XVIII no eran en modo alguno las receptoras pasivas por las que las tenían muchos hombres: esa especie en peligro de extinción que requería vigilancia y tutela para no ser víctima de la lectura y de los deseos y fantasías que ésta desencadenaba. La intensidad y la emotividad con que las mujeres de aquella época leían sobre todo novelas tenían que ver con que éstas eran el único medio en el que se abordaban cuestiones vitales que las afectaban de manera directa. Las novelas eran promesas de amor y pasión, y desde el punto de vista actual resulta fácil criticarlas por esa estrechez de miras y por hacer pasar por ideología la afirmación de que lo importante en la vida es el gran amor y nada más. No obstante, ésta es una consideración retrospectiva, hecha desde una distancia de más de dos siglos y pasada por el tamiz de numerosas teorías, desde el psicoanálisis hasta los estudios de género que se han formulado en el ínterin. Para las mujeres de entonces, las novelas constituían una forma de autoconocimiento tan liberadora como insustituible: en ellas se trataban sus emociones y preocupaciones, su manera de sentir y pensar, y las lectoras hacían suyo ese trato, un primer paso hacia la seguridad en sí mismas y la emancipación. Numerosas traducciones del siglo XVIII se deben a lectoras que se toparon con novelas que querían hacer llegar a otras lectoras.

De Mujeres y libros [2013] de Stefan Bollmann [1958- ].

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