He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

lunes, 6 de junio de 2016

Jitanjáfora

Filiflama alabe cundre
ala olalúnea alífera
alveola jitanjáfora
iris salumba salífera.

Olivia oleo olorife
alalai cánfora sandra
miligítara girófara
zumbra ulalindre calandra.

No hace mucho descubrí que en la web del DRAE han incorporado una sección que llaman la Palabra del día y me he aficionado a entrar siempre que puedo a ver con qué me encuentro. (Hoy, cerúleo, a, que tal vez uno pensaría que tiene que ver con la cera, pero tiene que ver con el cielo...). El otro día, curioseando por allí, dí con la palabra jitanjáfora. La había oído alguna vez pero no conocía su historia:

jitanjáfora
Palabra con la que finaliza el tercer verso de un poema que, repleto de voces sin significado, pero de gran sonoridad, compuso en 1929 Mariano Brull, 1891-1956, poeta cubano, y de la que se valió Alfonso Reyes, 1889-1959, humanista mexicano, para designar esta clase de enunciados.
1. f. Texto carente de sentido cuyo valor estético se basa en la sonoridad y en el poder evocador de las palabras, reales o inventadas, que lo componen.

Me he acordado, claro, del glíglico de Julio Cortázar, y de cómo cuando apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y ambos caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes........

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