He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

lunes, 16 de noviembre de 2015

Clima de miedo

El intelectual negro norteamericano del siglo XIX W.E.B. Dubois declaró una vez que el problema del siglo XX sería el de la raza. Empieza a resultar claro que si bien aquel siglo, el pasado, efectivamente heredó dicho problema social -y que sigue atormentado de forma casi continua por él-, en sus postrimerías el lugar de la raza lo ocupó la religión, que aún no se había abordado con la misma preocupación mundial. El problema del siglo XXI es claramente el de la religión, cuyas cínicas manipulaciones contribuyen en no poca medida al clima de miedo que comentamos. [...] Hoy día, la fuente principal de fanatismo es la religión, y su temperamento, que, irónicamente, se funda en la doctrina de la sumisión, desdeña cada vez más a la humanidad, caracterizándose por la arrogancia, la intolerancia y la violencia, casi como una recompensa vengativa inconsciente por su aprendizaje dentro del principio espiritual de la sumisión.
En juego está la tolerancia, así como el lugar de la disidencia en la interacción social. Haríamos bien, con todo, en tomar nota -para fines prácticos- de las diferencias entre el funcionamiento de la intolerancia secular y el del orden teocrático. Tales diferencias pueden ayudarnos a evaluar la amenaza muy real para la libertad humana que el mundo cerrado del fanatismo representa para la humanidad. La ideología secular extrae sus teorías de la historia y del mundo material. La mente, por tanto, ha aprendido a detenerse de vez en cuando para reflexionar sobre los procesos que vinculan el mundo material a doctrinas que se derivan de él o lo gobiernan, para examinar los cambios en dicho mundo, cotejar las teorías con realidades viejas y nuevas, ya sean económicas, culturales, industriales o incluso medioambientales. La totalidad dinámica del mundo real recibe un espacio racional. Incluso el anhelo de exhaustividad e infalibilidad -como en el caso del marxismo- puede dar por resultado la denuncia de falacias y contradicciones o, como mínimo, zonas ambiguas dentro de la teoría.
Así pues, dentro de un régimen secular, incluso bajo el orden totalitario más rígido, la ideología que lo sostiene -esto es, el equivalente de la teología- permanece abierta a la impugnación. La impugnación franca puede ser reprimida, el debate abierto puede ser restringido o prohibido por el Estado o el partido en el poder, pero el funcionamiento de la mente, su capacidad crítica -incluso de autocrítica- nunca cesa. La autocrítica fue, por supuesto, una expresión de la que se abusó mucho bajo los órdenes totalitarios: la Unión Soviética estalinista, China durante la Revolución Cultural o Camboya bajo los jemeres rojos de Pol Pot. En el seno de estos regímenes pagados de su propia rectitud, la autocrítica significaba una sola cosa: la retractación y la consabida recitación de promesas de lealtad -de acuerdo con fórmulas prescritas- a la línea del partido. A pesar de estos rituales pervertidos, sin embargo, la mente seguía siendo libre dentro de su propio espacio, libre de ir más allá de los confines del orden totalitario, de buscar y a menudo encontrar almas gemelas y formar una conspiración de no creyentes o, por lo menos, de escépticos. Este factor lleva tarde o temprano a una visión alternativa y tal vez a la erosión  paulatina del sistema hermético.
Con el régimen teocrático, sin embargo, cuya autoridad no se deriva de las teorías que surgen de las condiciones materiales de la sociedad, sino de los espacios secretos de la revelación, esta disposición de la mente hacia conceptos alternativos o variantes es prácticamente imposible. La curiosidad sucumbe ante el miedo, que a menudo se disfraza de sumisión piadosa. El orden teocrático recibe su mandato de lo desconocido. Sólo unos cuantos elegidos tienen el privilegio de haber penetrado en el funcionamiento de la mente de los desconocido, cuya constitución -las llamadas Escrituras- sólo ellos pueden interpretar. El fanático que nace de esta estructura dogmática de lo inefable, la religión, es el ser más peligroso de la tierra.

Interesantísimo y muy recomendable el libro Clima de miedo [2004] del escritor nigeriano Wole Soyinka [1934- ], premio Nobel de Literatura en 1986.

  • Tenía programada esta entrada con el texto de Wole Soyinka sobre el miedo, el fanatismo y la religión, desde hace algo más de una semana. Ahora, después de los atentados de París del viernes y los bombardeos de Raqqa de ayer, se hace aún más pertinente leer textos tan lúcidos como éste.

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