-Interesante, como ustedes mismos dicen -asumió el embajador-. Y nos invita a meditar sobre la fuerte interacción que existe entre dictadura y democracia. En algún sitio he leído que un Churchill delirante, a sus noventa años, recibió en su lecho de muerte la visita del espectro de Hitler.
-Has sido demasiado duro conmigo -le reprochó, sentado a un costado de su cama-. Y no acabo de entenderlo, aunque tu padre era rico y el mío pobre, ambos fueron de carácter voluble, bebedores y mujeriegos, y nos dejaron huérfanos a edad temprana. Pero los ricos sois así. Y ahora yo soy un paria de la Historia: la reencarnación del mal; mientras que tú personificas el bien y el heroísmo. ¿No te parece injusto? Al fin y al cabo tú representabas lo que yo más anhelaba para mi país: el Imperio. ¡Nos hubiéramos repartido el mundo!
-Las prisas fueron tu error -dicen que replicó Churchill, que añadió-: El imperio británico se construyó durante más de trescientos años, en un proceso lento y paulatino que nos acostumbró cada día a la injusticia haciéndola pasar por el estado natural de las cosas. Pretender lo mismo en solo cinco años requirió de tal concentración de crueldad que pareció que el mismo infierno hubiera invadido el planeta. Y tan extrema acumulación de crímenes sirvió para hacernos mucho más conscientes de los nuestros; de modo que nos hizo condenarlos también en nosotros. Por eso pasamos a ser considerados los buenos de la Historia.
Del libro London Calling [2015] del escritor Juan Pedro Aparicio [1941- ].
No hay comentarios:
Publicar un comentario