He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

sábado, 31 de diciembre de 2016

¡Seguimos!

Termino el año ordenando libros en mi Casita nueva, buscándoles lugar, abriendo cajas que aún tengo pendientes desde la mudanza... y pensando en qué leeré (y escribiré) el año que viene...

¡¡¡Seguimos!!!

viernes, 30 de diciembre de 2016

Lo que más me ha gustado este año

Ésta de final de año es época de listas. Aquí va la de los libros que más me han interesado de los que he leído durante este 2016:

Novelas y relatos:
Cuentos:
Ensayos:
(Auto)biografías:
Relecturas que me han vuelto a gustar mucho, mucho:
Sobre género:
Y algunos otros libros difíciles de clasificar:
(De los libros que no me han gustado tanto, que también ha habido algunos este año, no suelo hablar en este blog....)

¡¡¡Seguimos!!!

jueves, 29 de diciembre de 2016

Postdata

…Te quiere, mamá.
P.D. Por cierto, no vengas mañana a comer. Tu padre y yo tenemos que ir a ver a la abuela. Por lo visto últimamente pasa mucho tiempo con un señor que ha conocido en la residencia. Incluso pidió que la cambiaran de habitación para compartir una con él. Nos hizo gracia, claro, y nos gustó oírla tan contenta. Pero ayer llamaron diciéndonos que tenemos que hablar con ella. Ya te contaremos, pero parece que hay mucha gente quejándose porque tu abuela y su amigo no dejan dormir a nadie con tanta risita y tanto gemido nocturno.


La directora
Estimada Sra.
Me pongo en contacto con usted para comentarle algunos sucesos ocurridos recientemente relacionados con su madre y que están afectando a la buena marcha de las hábitos de nuestra residencia.
Como sabe, el espíritu de nuestra casa es que quienes residen aquí se sientan efectivamente como en casa. Queremos que éste sea su hogar y que disfruten de sus años dorados con toda la libertad y felicidad que sea posible. Desde esta perspectiva, abierta, tolerante y de atención personalizadísima a nuestros residentes, somos receptivos a todo tipo de comportamientos siempre que no trastornen el buen funcionamiento de esta pequeña sociedad que formamos.
Recientemente su madre, como sin duda usted conoce, ha entablado una relación muy estrecha con otro de nuestros residentes, un señor de su edad, como es fácil de imaginar. Hasta ahí, naturalmente, no hay ningún problema. Hace algunas semanas nos solicitaron si era posible un cambio de habitaciones para poder compartir una entre los dos. Viendo que ambos estaban ilusionados con la idea, y muy lejos de sospechar que eso pudiera ocasionar el más mínimo problema, accedimos a su petición y les trasladamos a una de nuestras habitaciones dobles.
Cuál sería nuestra sorpresa cuando pasaron los días, y comenzamos a recibir numerosas quejas de otros de nuestros residentes, en las que nos comunicaban que su madre y el señor mencionado, estaban provocando numerosas molestias por sus actividades nocturnas.
Como ya sospechará, me resulta enormemente embarazoso transmitirle estos hechos y prefiero, si puedo evitarlo, no entrar en detalles escabrosos. Pero sí me gustaría pedirle su comprensión ante un comportamiento tan irregular y desearía solicitarle encarecidamente que nos hiciera una visita tan pronto como fuera posible para que hable con su madre y le haga saber que sus nuevos hábitos están resultando molestos para algunos de sus compañeros.
Sin otro particular, pidiéndole disculpas por las molestias que este imprevisto tan desagradable le pudiera ocasionar, y esperando podamos vernos a la mayor brevedad posible, me despide de usted atentamente.


El nieto
Hola. Que si quieres quedamos mañana al mediodía como habíamos hablado. Al final no voy a comer con mis padres. Mi madre me ha escrito un mail contándome que tienen que ir a ver a mi abuela a la residencia. ¡Muy heavy! Me dice que mi abuela se ha ligado a uno de los abueletes que están con ella allí. ¡Flipa! Por lo visto se han pedido una habitación a pachas y todo, y se pasan las noches sin parar de follar... Así que la directora de la residencia está ya frita de las quejas de los demás viejos y ha llamado a mis padres para que le pongan las pilas a la abuela y le pidan que se corte un poco... Aunque parece que quien últimamente le pone las pilas a la abuela es su colega... jejeje...


Unas residentes
—Parece mentira, una señora de su edad, tan seria.
—Y ese señor, que también parecía tan formal.
—Bueno, yo a él le he visto siempre un poco más zascandil de lo debido. Alguna vez me pareció que tenía las manos un poquito más largas de lo normal, fíjate lo que te digo. ¡Un fresco! De hecho creo que fue él quien pidió que les dieran una habitación para compartir.
—No sé qué decirte. Él será más o menos golfete, pero ella es una mujer y debería tener más cuidado.
—La verdad es que hay que ser descarados para, con la edad que tenemos todos aquí, estar juntos en la misma habitación. ¿Qué se creerán esos dos que van a hacer a estas alturas? Ese hombre será muy zascandil, como tú dices, pero lo que tiene ahí estará ya más seco que una mojama...
—¡Calla, descarada! ¡Que me haces reír con esas picardías que dices!
—Pero si es verdad...
—He oído que la directora ha llamado a la hija de ella.
—¿Y eso?
—Para que venga y meta un poco en vereda a la madre. Creo que viene mañana con el yerno.
—Pues ha hecho muy bien.
—Yo, si te digo la verdad, me moriría de vergüenza si el director pidiera a uno de mis hijos que viniera para llamarme la atención. Y más por una cosa así. No sabría ni dónde meterme.
—A ver si hace efecto la visita y dejan de molestar. Porque será verdad que con la pila de años que tienen esos dos poco podrán hacer, pero vaya escandalera que hacen cada noche con tanto ruidito y tanta risa y tanta tontería...
—¡Calla, anda, que parece que te recreas...!


El amigo
De verdad que esta tía es una cachonda. ¿Me dices en serio eso de que la directora ha llamado a tu hija para que venga a regañarte? ¡No me lo puedo creer! Cuidado, espera, espera... así mejor, que al apoyarte me estabas pillando una mano ahí... Pues sí, ya me pareció que nos ponía una cara rara cuando le dijimos lo de la habitación compartida. Pero a mí no me parecía tan extraño que si estamos aquí y nos apetece pasar tiempo juntos, también queramos pasar las noches juntos, ¿no? Pues no es tan raro... Aunque claro, seguro que hay un montón de gente por ahí que no sé si por envidia o por aburrimiento o por lo que sea habrá empezado a protestar. Seguro que hay quien dice que hacemos ruído. ¡Pero si la mitad de ellos están sordos como tapias, que tienen todo el día a tope el volumen de la tele y ni así se enteran! ¡Ay! ¡Espera! ¡No me hagas eso! Que ya sabes que me hace muchas cosquillas cuando me tocas por ahí y entonces me da la risa y protestan los vecinos porque no les dejamos dormir... ¡Ay! ¡No, no, no...!

La Cabrera, diciembre de 2016.

Licencia Creative Commons
Postdata por Román J. Navarro Carrasco se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

***

Esta vez, para la luna nueva de hoy, he "reciclado" un par de cosas que he escrito durante estas últimas semanas.
La primera historia, que da título a la entrada, es uno de los minicuentitos que estoy enviando al concurso Relatos en Cadena, el número 12.
En esos mismos días Ángel Zapata, mi profe de escritura creativa en la Escuela de Escritores, nos propuso como "deberes" escribir una misma narración desde varios puntos de vista y con varios tonos diferentes, al modo de Raymond Queneau en sus Ejercicios de estilo. Así, elegí a varios de los personajes implicados en la historia original y traté de contarla con sus propias voces.

Esto que cuelgo hoy es el resultado de esos "juegos"...

miércoles, 28 de diciembre de 2016

gente que lee (125)

Hoy se cumplen 144 años del nacimiento de Pío Baroja [1872-1956].

martes, 27 de diciembre de 2016

Estás a punto de empezar a leer...

Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Recógete. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo en seguida, a los demás: «¡No, no quiero ver la televisión!» Alza la voz, si no te oyen: «¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!» Quizá no te han oído, con todo ese estruendo; dilo más fuerte, grita: «¡Estoy empezando a leer la nueva novela de Italo Calvino!» O no lo digas si no quieres; esperemos que te dejen en paz.
Adopta la postura más cómoda: sentado, tumbado, aovillado, acostado. Acostado de espaldas, de costado, boca abajo. En un sillón, en el sofá, en la mecedora, en la tumbona, en el puf. En la hamaca, si tienes una hamaca. Sobre la cama, naturalmente, o dentro de la cama. También puedes ponerte cabeza abajo, en postura yoga. Con el libro invertido, claro.
La verdad, no se logra encontrar la postura ideal para leer. Antaño se leía de pie, ante un atril. Se estaba acostumbrado a permanecer de pie. Se descansaba así cuando se estaba cansado de montar a caballo. A caballo a nadie se le ha ocurrido nunca leer; y sin embargo ahora la idea de leer en el arzón, el libro colocado sobre las crines del caballo, acaso colgado de las orejas del caballo mediante una guarnición especial, te parece atrayente. Con los pies en los estribos se debería estar muy cómodo para leer; tener los pies en alto es la primera condición para disfrutar de la lectura.
Bueno, ¿a qué esperas? Extiende las piernas, alarga también los pies sobre un cojín, sobre dos cojines, sobre los brazos del sofá, sobre las orejas del sillón, sobre la mesita del té, sobre el escritorio, sobre el piano, sobre el globo terráqueo. Quítate los zapatos, primero. Si quieres tener los pies en alto; si no, vuélvetelos a poner. Y ahora no te quedes ahí con los zapatos en una mano y el libro en la otra.
Regula la luz de modo que no te fatigue la vista. Hazlo ahora, porque en cuanto te hayas sumido en la lectura ya no habrá forma de moverte. Haz de modo que la página no quede en sombra, un adensarse de letras negras sobre un fondo gris, uniformes como un tropel de ratone; pero ten cuidado de que no le caiga encima una luz demasiado fuerte y que no se refleje sobre la cruda blancura del papel royendo las sombras de los caracteres como en un mediodía del Sur. Trata de prever ahora todo lo que pueda evitarte interrumpir la lectura. Los cigarrillos al alcance de la mano, si fumas, el cenicero. ¿Qué falta aún? ¿Tienes que hacer pis? Bueno, tú sabrás.
No es que esperes nada particular de este libro en particular. Eres alguien que por principio no espera ya nada de nada. Hay muchos, más jóvenes que tú y menos jóvenes, que viven a la espera de experiencias extraordinarias; de los libros, de las personas, de los viajes, de los acontecimientos, de lo que el mañana guarda en reserva. Tú no. Tú sabes que lo mejor que uno puede esperar es evitar lo peor. Esta es la conclusión a la que has llegado, tanto en la vida personal como en las cuestiones generales y hasta en las mundiales. ¿Y con los libros? Eso es, precisamente porque lo has excluido en cualquier otro terreno, crees que es justo concederte aún este placer juvenil de la expectativa en un sector bien circunscrito como el de los libros, donde te puede ir mal o ir bien, pero el riesgo de la desilusión no es grave.
Conque has visto en un periódico que había salido Si una noche de invierno un viajero, nuevo libro de Italo Calvino, que no publicaba hacía varios años. Has pasado por la librería y has comprado el volumen. Has hecho bien.
Ya en el escaparate de la librería localizaste la portada con el título que buscabas. Siguiendo esa huella visual te abriste paso en la tienda a través de la tupida barrera de los Libros Que No Has Leído que te miraban ceñudos desde mostradores y estanterías tratando de intimidarte. Pero tú sabes que no debes dejarte imponer respeto, que entre ellos se despliegan hectáreas y hectáreas de los Libros Que Puedes Prescindir De Leer, de los Libros Hechos Para Otros Usos Que La Lectura, de los Libros Ya Leídos Sin Necesidad Siquiera De Abrirlos Pues Pertenecen A La Categoría De Lo Ya Leído Antes Aún De Haber Sido Escrito. Y así superas el primer cinturón de baluartes y te cae encima la infantería de los Libros Que Si Tuvieras Más Vidas Que Vivir Ciertamente Los Leerías También De Buen Grado Pero Por Desgracia Los Días Que Tienes Que Vivir Son Los Que Son. Con rápido movimiento saltas sobre ellos y llegas en medio de las falanges de los Libros Que Tienes Intención De Leer Aunque Antes Deberías Leer Otros, de los Libros Demasiado Caros Que Podrías Esperar A Comprarlos Cuando Los Revendan A Mitad De Precio, de los Libros Idem De Idem Cuando Los Reediten En Bolsillo, de los Libros Que Podrías Pedirle A Alguien Que Te Preste, de los Libros Que Todos Han Leído Conque Es Casi Como Si Los Hubieras Leído También Tú. Eludiendo estos asaltos, llegas bajo las torres del fortín, donde ofrecen resistencia
los Libros Que Hace Mucho Tiempo Tienes Programado Leer,
los Libros Que Buscabas Desde Hace Años Sin Encontrarlos,
los Libros Que Se Refieren A Algo Que Te Interesa En Este Momento,
los Libros Que Quieres Tener Al Alcance De La Mano Por Si Acaso,
los Libros Que Podrías Apartar Para Leerlos A Lo Mejor Este Verano,
los Libros Que Te Faltan Para Colocarlos Junto A Otros Libros En Tu Estantería,
los Libros Que Te Inspiran Una Curiosidad Repentina, Frenética Y No Claramente Justificable.
Hete aquí que te ha sido posible reducir el número ilimitado de fuerzas en presencia a un conjunto muy grande, sí, pero en cualquier caso calculable con un número finito, aunque este relativo alivio se vea acechado por las emboscadas de los Libros Leídos Hace Tanto Tiempo Que Sería Hora De Releerlos y de los Libros Que Has Fingido Siempre Haber Leído Mientras Que Ya Sería Hora De Que Te Decidieses A Leerlos De Veras.
Te liberas con rápidos zigzags y penetras de un salto en la ciudadela de las Novedades Cuyo Autor O Tema Te Atrae. También en el interior de esta fortaleza puedes practicar brechas entre las escuadras de los defensores dividiéndolas en Novedades De Autores O Temas No Nuevos (para ti o en absoluto) y Novedades De Autores O Temas Completamente Desconocidos (al menos para ti) y definir la atracción que sobre ti ejercen basándote en tus deseos y necesidades de nuevo y de no nuevo (de lo nuevo que buscas en lo no nuevo y de lo no nuevo que buscas en lo nuevo).
Todo esto para decir que, recorridos rápidamente con la mirada los títulos de los volúmenes expuestos en la librería, has encaminado tus pasos hacia una pila de Si una noche de invierno un viajero recién impresos, has agarrado un ejemplar y lo has llevado a la caja para que se estableciera tu derecho de propiedad sobre él.
Has echado aún un vistazo extraviado a los libros de alrededor (o mejor dicho, eran los libros los que te miraban con el aire extraviado de los perros que desde las jaulas de la perrera municipal ven a un ex compañero alejarse tras la correa del amo venido a rescatarlo) y has salido.
Es un placer especial el que te proporciona el libro recién publicado, no es sólo un libro lo que llevas contigo sino su novedad, que podría ser también sólo la del objeto salido ahora mismo de la fábrica, la belleza de la juventud con que también los libros se adornan, que dura hasta que la portada empieza a amarillear, un velo de smog a depositarse sobre el canto, el lomo a descoserse por las esquinas, en el rápido otoño de las bibliotecas. No, tú esperas siempre tropezar con una novedad auténtica, que habiendo sido novedad una vez continúe siéndolo para siempre. Al haber leído el libro recién salido, te apropiarás de esta novedad desde el primer instante, sin tener después de perseguirla, acosarla. ¿Será esta la vez de veras? Nunca se sabe. Veamos cómo empieza. 
Quizá ya en la librería has empezado a hojear el libro. ¿O no has podido, porque estaba envuelto en su capullo de celofán? Ahora estás en el autobús, de pie, entre la gente, colgado por un brazo de una anilla, y empiezas a abrir el paquete con la mano libre, con gestos un poco de mono, un mono que quiere pelar un plátano y al mismo tiempo mantenerse aferrado a la rama. Mira que le estás dando codazos a los vecinos; pide perdón, por lo menos.
O quizá el librero no ha empaquetado el volumen; te lo ha dado en una bolsa. Eso simplifica las cosas. Estás al volante de tu coche, parado en un semáforo, sacas el libro de la bolsa, desgarras la envoltura transparente, te pones a leer las primeras líneas. Te llueve una tempestad de bocinazos; hay luz verde; estás obstruyendo el tráfico.
Estás en tu mesa de trabajo, tienes el libro colocado como al azar entre los papeles profesionales, en cierto momento apartas un dossier y encuentras el libro bajo los ojos, lo abres con aire distraído, apoyas los codos en la mesa, apoyas las sienes en las manos cerradas en puño, pareces concentrado en el examen de un expediente y en cambio estás explorando las primeras páginas de la novela. Poco a poco te recuestas en el respaldo, alzas el libro a la altura de la nariz, inclinas la silla en equilibrio sobre las patas posteriores, abres un cajón lateral del escritorio para poner los pies, la posición de los pies durante la lectura es de suma importancia, alargas las piernas sobre la superficie de la mesa, sobre los expedientes no despachados.
Pero ¿no te parece una falta de respeto? De respeto, por supuesto, no a tu trabajo (nadie pretende juzgar tu rendimiento profesional; admitamos que tus tareas se inserten regularmente en el sistema de las actividades improductivas que ocupa tanta parte de la economía nacional y mundial), sino al libro. Peor aún si perteneces en cambio —de grado o por fuerza— al número de esos para quienes trabajar significa trabajar en serio, realizar —intencionadamente o sin hacerlo aposta— algo necesario o al menos no inútil para los demás amén de para sí: entonces el libro que te has llevado contigo al lugar de trabajo como una especie de amuleto o talismán te expone a tentaciones intermitentes, unos cuantos segundos cada vez substraídos al objeto principal de tu atención, sea éste un perforador de fichas electrónicas, los hornillos de una cocina, las palancas de mando de un bulldozer, un paciente tendido con las tripas al aire en la mesa de operaciones.
En suma, es preferible que refrenes la impaciencia y esperes a abrir el libro cuando estés en casa. Ahora sí. Estás en tu habitación, tranquilo, abres el libro por la primera página, no, por la última, antes de nada quieres ver cómo es de largo. No es demasiado largo, por fortuna. Las novelas largas escritas hoy acaso sean un contrasentido: la dimensión del tiempo se ha hecho pedazos, no podemos vivir o pensar sino fragmentos de metralla del tiempo que se alejan cada cual a lo largo de su trayectoria y al punto desaparecen. La continuidad del tiempo podemos encontrarla sólo en las novelas de aquella época en la cual el tiempo no aparecía ya como inmóvil y no todavía como estallando, una época que duró más o menos cien años, y luego se acabó.
Le das vueltas al libro entre las manos, recorres las frases de la contraportada, de la solapa, frases genéricas, que no dicen mucho. Mejor así, no hay un discurso que pretenda superponerse indiscretamente al discurso que el libro deberá comunicar directamente, a lo que tú deberás exprimir del libro, sea poco o mucho. Cierto que también este girar en torno al libro, leerlo alrededor antes de leerlo por dentro, forma parte del placer del libro nuevo, pero como todos los placeres preliminares tiene una duración óptima si se quiere que sirva para empujar hacia el placer más consistente de la consumación del acto, esto es, de la lectura del libro.
Conque ya estás preparado para atacar las primeras líneas de la primera página. Te dispones a reconocer el inconfundible acento del autor. No. No lo reconoces en absoluto. Pero, pensándolo bien, ¿quién ha dicho que este autor tenga un acento inconfundible? Al contrario, se sabe que es un autor que cambia mucho de un libro a otro. Precisamente en estos cambios se reconoce que es él. Pero aquí parece que no tiene nada que ver con todo lo demás que ha escrito, al menos por lo que recuerdas. ¿Es una desilusión? Veamos. Acaso al principio te sientes un poco desorientado, como cuando se te presenta una persona a la que por el nombre identificabas con cierta cara, y tratas de hacer coincidir los rasgos que ves con los que recuerdas, y la cosa no marcha. Pero después prosigues y adviertes que el libro se deja leer de todas maneras, con independencia de lo que te esperabas del autor, es el libro en sí lo que te intriga, e incluso bien pensado prefieres que sea así, hallarte ante algo que aún no sabes bien qué es.

Comienzo de la novela Si una noche de invierno un viajero [1979] del escritor italiano Italo Calvino [1923-1985].

lunes, 26 de diciembre de 2016

Hábitos literarios

En los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de un sujeto único. Es raro que los libros estén firmados. No existe el concepto del plagio: se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo. La crítica suele inventar autores: elige obras disímiles —el Tao Te King y las 1001 Noches, digamos—, las atribuye a un mismo escritor y luego determina con probidad la psicología de ese interesante homme de lettres...
También son distintos los libros. Los de ficción abarcan un solo argumento, con todas las permutaciones imaginables. Los de naturaleza filosófica invariablemente contienen la tesis y la antítesis, el riguroso pro y el contra de una doctrina. Un libro que no encierra su contralibro es considerado incompleto.

Del relato Tlön, Uqbar, Orbis Tertius [1940] de Jorge Luis Borges [1899-1986].

domingo, 25 de diciembre de 2016

He andado muchos caminos

   He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.

   En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,

   y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.

   Mala gente que camina
y va apestando la tierra...

   Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan, 
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.

   Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan 
a lomos de mula vieja,

   y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.

   Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.

Antonio Machado [1875-1939]

sábado, 24 de diciembre de 2016

Blanca Navidad

Al principio todo iba normal, si por normal se entiende que un ser fabuloso, de rizos rubios hasta los hombros y alas de pluma de oca, como las que a veces se escapan por las costuras de los edredones, bajara hasta la casa de María y, allí, en el atrio de columnas románicas —eso sí que resultaba extraño: columnas románicas en Nazaret— le anunciara la buena nueva. Pero, en efecto, todo iba exactamente de esa forma: el ser fabuloso, de rizos rubios hasta los hombros y alas de pluma de oca, con ojos almendrados entre el azul, el verde y el rosa, y de una belleza, más que inenarrable, asexuada, descendió hasta la casa de María —una casa humilde pero limpia y muy cuidada, y con tiestos de geranios a lo largo del atrio de columnas, románicas tal como hemos dicho— para anunciarle la buena nueva: que era llena de gracia y bendecida entre todas las mujeres. María se quedó boquiabierta. El arcángel, viendo la turbación de la mujer, comprendió que el aparato escénico había sido realmente impresionante: quizás se les había ido un poco la mano. Para tranquilizarla le dijo que no tenía por qué tener miedo, que simplemente había venido a anunciarle que tendría un hijo al que llamaría Jesús. La mujer —¿cómo no?— aceptó la noticia de buen grado y el arcángel desapareció en un santiamén, con el mismo desparpajo con el que había aparecido. Horas más tarde, cuando su marido, José, volvió del taller —era carpintero—, María le explicó lo sucedido. José se quedó de pasta de boniato.
También entra dentro de la normalidad más absoluta la disposición del emperador Augusto, que ordenaba que todos los súbditos del Imperio Romano se empadronaran, cada uno en el pueblo o en la ciudad de donde su familia fuese originaria. Por eso, José y María tomaron el burro y se fueron a Belén. María iba sobre el animal, sentada de lado, y José a pie, tirando de las riendas. Lo que —como las columnas románicas— tampoco era en absoluto normal era todo aquello de la nieve. Cuando llegaron a Belén vieron que el pueblo entero estaba nevado, hasta el horizonte, sobre el que campaba un cielo negro y con estrellas de cinco y seis puntas, inmóviles y como recortadas. En Palestina la nieve era un fenómeno meteorológico casi ignorado. Generaciones y generaciones de ciudadanos nacían y morían sin haberla conocido, y sin que ello les preocupase lo más mínimo. Y si habían oído hablar de ella era por viajeros de países lejanos, que citaban incluso montes en los que la nieve es perpetua. Los nativos los escuchaban absortos, pero, en cuanto los viajeros acababan su narración, volvían a sus tareas sin que la nieve les hiciese perder ni una hora de sueño. En cambio, ahora todo estaba nevado: las montañas, las calles, los tejados de las casas, el puesto de la castañera... Era nieve polvo, tan polvo que parecía harina. 
Debido a la afluencia de gente para empadronarse, no encontraron ni una habitación libre en todo Belén. Los habitantes no eran demasiado acogedores; ni la imagen de una mujer embarazada los movía a piedad. Por esto se vieron forzados a instalarse en un establo abandonado. Adecentaron un rincón, cerca de un buey adormilado y del burro que llevaban. Fue allí donde, el 25 de diciembre, María dio a luz. Era un niño precioso, saludable y llorón. José lo tomó en brazos para limpiarlo. Pero María requirió de nuevo su atención. Estaba naciendo un segundo niño.
Eran dos niños preciosos, y cada uno con su halo tipo holograma sobre la cabeza. Tras alimentarlos y ponerles los pañales —afortunadamente María había previsto recambios— los acostaron sobre un montón de paja, uno junto al otro. Movían las manos. El buey y el burro contemplaban la escena de reojo.
—¿Estás segura de que te habló de un niño? ¿No diría dos y no te fijaste?
José no entendía qué había pasado. Que fuesen dos trastocaba todos los planes. Incluso algo tan poco importante como lo del nombre. El arcángel había dicho que debía llamarse Jesús. Era un nombre que no les desagradaba; tampoco les entusiasmaba, si tenemos que ser sinceros. En aquella época, los nombres predominantes eran Sandra, Vanessa, Kevin, Jonathan e incluso Sue Ellen, que les parecían frívolos y pretenciosos. José y María habían pensado otros nombres e incluso habían hecho una lista de sus preferidos: David, Samuel, Alejandro, Abel, Moisés, Iván... De todos, el que más les gustaba era Alejandro. Era un nombre sonoro y vibrante. Si el arcángel no hubiese dejado tan claro que tenían que llamarle Jesús, le habrían puesto Alejandro, sin ninguna duda. Pero, en fin, no pudiendo llamarse Alejandro, a María el nombre de Jesús ya le parecía bien. En algún momento, José había propuesto que se llamase como él: José. Muchos amigos suyos ponían su nombre a sus primogénitos. ¿Por qué no él? María no había querido ni oír hablar de un posible cambio.
—El arcángel dijo que debía llamarse Jesús y se llamará Jesús.
No hablaron más del asunto. Se llamaría Jesús; estaba decidido. Pero ahora se encontraban con dos niños, el doble de lo que esperaban. ¿Cómo los llamarían? Después de darle muchas vueltas encontraron la solución. Uno se llamaría Jesús María y el otro Jesús José. Así respetaban la orden de que se llamase Jesús y de paso satisfacían el deseo de José: al menos, uno de los dos se llamaba como él, aunque fuera de segundo nombre. 
Eso no era más que el inicio de las duplicaciones. Desde ese momento —cavilaba José— todo sería doble. Las cunas, los vestiditos, los chupetes, el consumo de dodotis. De su cavilación lo sacó un ruido de cascos. Eran camellos que atravesaban, por un débil puente de madera, las aguas del río, que parecían inmóviles y como de papel de plata. Cuando llegaron al establo, los tres Reyes Magos se quedaron pasmados. Era la misma sorpresa que María y José habían visto en las caras de los pastores que se habían acercado a adorar al niño y, en vez de uno, se habían encontrado con dos. Uno de los pastores, que había traído como regalo un cochecito Jané monoplaza, corrió a cambiarlo por un modelo doble. Melchor, Gaspar y Baltasar —hombres curtidos en mil batallas y duchos en tomar decisiones— reaccionaron de manera rápida y, sin que ni María ni José se diesen cuenta, haciendo como que buscaban los regalos, dividieron en dos partes más o menos iguales el oro, el incienso y la mirra.
¿Eran ambos hijos de Dios? ¿O sólo lo era uno de ellos? La pregunta no tenía respuesta clara porque, si bien al lavarlos en la bañera uno de ellos (Jesús María) caminaba sobre el agua —dejando de piedra no sólo a su hermano, sino también a sus padres—, era el otro (Jesús José) quién, cuando los petitsuís se habían acabado, los multiplicaba sin problemas. Esa dualidad —calculaba Alejandro mientras colocaba el caganer al lado del cura con paraguas— se mantendría a lo largo de los años, hasta el final de sus días. Alejandro volvió a alinear las dos cunitas, contempló una vez más el belén y corrió a llamar a su padre, reputado miembro del Opus Dei, para que fuese a verlo. Confiaba que lo felicitaría por su ingenio: en vez de tirar la figurita del niño Jesús del antiguo pesebre (una de las pocas que no estaban rotas), la había incorporado a las nuevas, que habían comprado el día antes en la feria de Santa Lucía. No sabía que, esa noche, su ingenio le costaría irse a la cama sin cenar.

Del libro Tres Navidades [2003] de Quim Monzó [1952- ].

viernes, 23 de diciembre de 2016

jueves, 22 de diciembre de 2016

miércoles, 21 de diciembre de 2016

martes, 20 de diciembre de 2016

Mío Cid

Gulusmeando por la wikipedia me encuentro con la noticia de que tal día como hoy, el 20 de diciembre de 1960, la Fundación Juan March compró el manuscrito del Cantar del Mío Cid, que hasta entonces había estado en manos privadas, y diez días después, el 30 de diciembre, lo donó a la Biblioteca Nacional, donde permanece hasta hoy.
Me ha hecho recordar a algunos de los profes que tuve en el cole y que tuvieron que ver con mi afición a la lectura de hoy. Sin duda los profesores más importantes que tuve durante mis años de colegio fueron dos de los de bachillerato: el que me dio historia, Ángel Santaolalla, y el que me dio literatura, Vicente Alarcia. Me hicieron descubrir, me divirtieron aprendiendo, me provocaron una curiosidad por muchas cosas que mantengo más de treinta y tantos años después... les debo mucho... Y especialmente al segundo, le debo haber disfrutado muchísimo leyendo cientos de libros en los últimos años. Un día escribiré aquí algo más sobre ellos.

Pero también hubo otros más oscuros... Uno de ellos fue el que teníamos en séptimo en Lengua y literatura. No recuerdo su nombre, para todo el mundo era el Pinocho. Recuerdo que una de las lecturas de ese año fue el Mío Cid. Lo leíamos en clase, en voz alta, una página o un capítulo cada uno, en un castellano antiguo que a nuestros oídos nos parecía ininteligible. A palo seco. Consiguió que lo aborreciéramos durante años. Mucho después, quizá en COU o en la facultad, de motu proprio, lo leí y lo disfruté como un enano. Supongo que no era fácil, pero seguro que había formas de habernos acercado a algo así sin que nos diera alergia.

Para mí sigue siendo todo un misterio (confirmado por amigxs padres o madres, bibliotecarixs, profes...) ésto de cómo hacer que los niños y las niñas y lxs adolescentes se aficionen a la lectura y no pierdan esa afición después...

lunes, 19 de diciembre de 2016

UPMR

Iba acercándose más y más y cuando estuvo a cosa de un cuarto de kilómetro empezó a aminorar la marcha. De pronto me fijé en la forma del radiador. ¡Era un Rolls-Royce! Levanté un brazo y lo mantuve en alto y el cochazo verde, a cuyo volante iba un hombre, se detuvo al lado de mi Lagonda.
Me sentía absolutamente eufórico. De haberse tratado de un Ford o un Morris, me habría alegrado bastante, pero sin llegar a la euforia. El hecho de que se tratara de un Rolls —un Bentley habría surtido el mismo efecto, o un Isotta, u otro Lagonda— era una garantía virtual de que iba a recibir toda la ayuda que necesitase; porque, sépanlo o no ustedes, existe un poderoso sentimiento de hermandad entre las personas poseedoras de automóviles muy costosos. Se respetan unas a otras automáticamente y la razón de tal respeto consiste sencillamente en que la riqueza respeta a la riqueza. A decir verdad, no hay nadie en el mundo a quien una persona muy rica respete más que a otra persona muy rica y, debido a ello, estas personas, como es natural, se buscan mutuamente adondequiera que vayan. Entre ellas se utilizan muchas clases de señales de reconocimiento. Entre las hembras la ostentación de grandes joyas es, tal vez, la más común; pero el automóvil costoso también es una señal favorita y la utilizan ambos sexos. Es una pancarta itinerante, una declaración pública de opulencia y, como tal, es también el carnet de socio de esa excelente sociedad oficiosa llamada la Unión de Personas Muy Ricas. Yo mismo soy socio de solera de dicha sociedad y me encanta serlo. Cuando me encuentro con otro socio, como iba a suceder dentro de unos instantes, siento una compenetración inmediata. Le respeto. Hablamos la misma lengua. Él es uno de los nuestros. Por consiguiente, tenía buenos motivos para sentirme eufórico.

Del cuento El visitante de Roald Dahl [1916-1990].

domingo, 18 de diciembre de 2016

Roald Dahl

Estos días estoy leyendo cuentos para adultxs de Roald Dahl [1916-1990]: El gran cambiazo, Relatos de lo inesperado...
Algunos ya los había leído, pero hace muchísimo y me está encantando releerlos. Son extraordinarios. Muy, muy recomendables.

sábado, 17 de diciembre de 2016

¿Quién ha de hacer los deberes?

Comparto al 100 % cada palabra del artículo que Elvira Lindo publica hoy en El País:

Se me ocurre que hay una sociedad que tiene una serie de deberes pendientes y más aún con los resultados aún calientes de la evaluación Pisa

La leyenda, más que urbana, doméstica, existe: los deberes los hacen los padres. No los míos, desde luego. Ni tampoco los suyos, si compartimos generación. Cuando nosotros éramos niños, las madres, que eran las que solían estar en casa, no estaban muy pendientes de ese asunto. De vez en cuando, se oía la célebre frase “¿no tienes deberes?” en un tono rutinario. Éramos, para bien o para mal, más independientes; para bien o para mal, nuestra primordial misión en la vida como niños era no dar guerra. Y aprobar. Una vez que nos tocó ser padres y madres, en ocasiones, divorciados, vivíamos nuestro papel con culpabilidad, y sí, les hicimos algunos deberes a nuestros niños. Que tire la primera piedra el que no lo hiciera. En mi caso, como mis cualidades pedagógicas son nulas era como que terminaba antes si lo remataba yo. No siempre me pusieron buena nota, la verdad sea dicha.

Urge que los políticos hablen de educación y dejen polémicas banales

Ahora me cuentan amigos más jóvenes que las criaturas andan agobiadas por el volumen de deberes a los que han de enfrentarse cada tarde. A eso se suma que con los disparatados horarios españoles, las madres o los padres ya no están en casa para aliviarles el trabajo. Dado que el asunto ha llegado al Congreso de los Diputados, de lo cual me alegro (es urgente que los políticos hablen de asuntos como la educación y dejen de embarullarnos con sus polémicas banales), se me ocurre que hay una sociedad que tiene una serie de deberes pendientes y más aún con los resultados aún calientes de la evaluación Pisa. Apunto algunos:
Los padres tienen el deber de educar a sus hijos en la medida de lo posible, para que el profesor pierda menos tiempo en corregir unos modales que dificultan la enseñanza; la sociedad en sí misma tiene el deber de entender que la buena educación diaria, en la calle o en el trabajo, es formativa, que la cortesía es tan contagiosa como la zafiedad; si antes aceptábamos que la educación de los niños correspondía a la sociedad en general y no solo a papá o a mamá, ahora debería comprenderse que el aumento de la grosería y la violencia verbal contribuyen a cómo se comportan los niños; el Gobierno y la oposición tienen el deber de racionalizar los horarios para favorecer la convivencia familiar; los padres tienen el deber de no sobrecargar a sus hijos con un exceso de actividades extraescolares que a cualquiera de nosotros agotaría; los niños tienen el derecho inapelable a jugar; los adultos tienen el deber de favorecer el juego en la calle; los niños tienen el deber de aburrirse, y los padres, de no provocar en sus hijos una necesidad constante de novedades; los padres tienen el deber de no sobreestimular a los niños favoreciendo un carácter ansioso e impaciente; los profesores deben serlo por vocación, no es un oficio que tolere las medias tintas; el Gobierno no debe sobrecargar a la educación pública con las necesidades provenientes de la inmigración, es un asunto que concierne a toda la comunidad educativa, privada, concertada o pública; el Gobierno debe entender que es urgente y necesaria una asignatura que aborde los derechos y deberes de la ciudadanía; los centros no deben tolerar las faltas de respeto a los profesores por parte de los alumnos; los padres no deben tolerar que sus hijos ofendan a sus profesores; los padres no deben hablar de manera displicente de los profesores delante de sus hijos; las tutorías, más en estos tiempos, deben considerarse parte fundamental de la actividad escolar; las asignaturas creativas, como la música o las artes plásticas, no deben relegarse al horario extraescolar como si no sirvieran para nada; los niños tienen el derecho a ir bien desayunados al colegio; los padres, los profesores y los médicos deben entender que hay niños que sufren ansiedad y la ansiedad no precisa medicación sino un ritmo social distinto; el estado debe asumir que la escuela tiene que seguir siendo el mayor mecanismo de igualdad social; el sistema educativo debe insistir en que los niños aprendan a expresarse con claridad y a comprender un texto, de ahí depende en gran parte su futuro; la educación debiera ser uno de los temas prioritarios del discurso político; los profesores deberían de tener más tiempo para desarrollar sus clases y no vivir esclavos de la burocracia.

Cargar sobre el profesorado el que los niños sean excelentes es injusto

Todos deberíamos entender que un niño no se educa solamente en el colegio y que los resultados académicos son un reflejo de lo que está ocurriendo en un país: el nivel de educación en la calle, en los medios, la ansiedad que provoca la falta de expectativas, la agresividad, los malos modos, las palabras gruesas. Eso importa. Cargar sobre las espaldas del profesorado el deber de que los niños sean excelentes es injusto. Los cachorros se educan en la manada, así que usted y yo, como parte de ella, también tenemos un montón de deberes que hacer.

viernes, 16 de diciembre de 2016

a l r e d e d o r e s

DOHA

En el control del aeropuerto de Doha, me he quitado la chaqueta, las botas, he sacado los líquidos, el ordenador y he pasado el arco de seguridad. Han retenido mi mochila en el escaner:
- ¿Llevas un libro?
- Sí.
- ¿Gordo?
- Sí.
- Puedes pasar.
Me ha parecido un gran inicio de relato para Román. El libro es La Odisea.

Leído ayer en a l r e d e d o r e s, el blog de Vero viajera.

jueves, 15 de diciembre de 2016

La sonrisa de Calabacillas

Anoche estuve en el intruso BAR en el primer (y parece que lamentablemente último) concierto de la gira mundial de presentación del disco La sonrisa de Calabacillas, de Gonzalo Sánchez-Terán.
Conozco a Gonzalo a través de Vero y de n'UNDO y he tenido la suerte de estar incluido en la lista de gente invitada al concierto de ayer. Me parece atrevido decir que somos amigos, es una palabra seria que me cuesta usar con ligereza, pero es una de esas personas que me resultan interesantes y que cada vez que coincido con él pienso que estaría bien volver a vernos una vez más...


Ayer me lo pasé como un enano. Disfruté de las canciones y del ambiente. Fue un concierto divertido, cultureta, político, cerebrudo, incorrecto, inteligente, comprometido, honesto, crítico, como creo que, hasta donde le conozco, es Gonzalo.
Es prácticamente seguro que ni él ni los amigxs que le acompañaban en el escenario se van a hacer multimillonarixs vendiendo este disco, sería rarísimo que llegaran a destrozar con él las listas de éxitos y de ventas, es muy improbable que les den el Nobel de Música, pero fue hermoso ver a alguien compartir y compartirse con amor y sinceridad. Esa afán de compartir lo tuyo con los tuyos es un bien escaso que se echa de menos y que se agradece cuando se encuentra.
¡Gracias!


Vano como insultar al tiempo

Vano como insultar al tiempo que nos regala su edad,
vano cual condenar a muerte al vientre de la verdad,
vano como arrodillarse ante los dioses de sal,

mejor andar por los valles como la lluvia de abril, 
ser arponero del miedo hasta que el mismo miedo se esconda de ti.

Vano como quemar banderas para banderas izar,
vano cual derribar estatuas sin derruir el pedestal,
como sentarse a la mesa junto a la tenia del mal,

mejor andar por las plazas como los días de sol,
adiestrar a los silencios hasta que el silencio obedezca tu voz.

Vano como imponer fronteras al ave y al corazón,
vano cual escandir la vida con los dedos del temor,
inútil cual la nostalgia, inútil como el rencor,

mejor tumbarse en la hierba como la uva en la vid,
acariciar a los noes hasta que los noes confiesen su sí.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

gente que lee (123)

Vero leyendo en Lanzarote, noviembre de 2008.

martes, 13 de diciembre de 2016

Ganivet

Hoy se cumplen 151 años del nacimiento del escritor granadino Ángel Ganivet [1865-1898]. Precursor de la generación del 98, amigo de Unamuno, viajero, grandísimo observador.
Quizá demasiado lúcido para su época, demasiado olvidado hoy, demasiado vigente al leerle más de un siglo después de su muerte, demasiado joven al morir...

lunes, 12 de diciembre de 2016

El juego

La idea es del hijo: se esconderá en el armario y, cuando su padre pase por delante, le dará un susto. La criatura abre las puertas, se instala debajo del estante inferior y, silenciosamente, cierra desde dentro. Al cabo de un rato, oye la voz de su padre. De entrada, lo llama en un tono normal. Luego, le añade una inquietud que va en aumento. Arriba y abajo de la casa, el padre repite el nombre del hijo, cada vez más alto, cada vez más irritado. Cuando, por la proximidad de los pasos y de los gritos, adivina que el padre debe de estar allí mismo, el hijo abre repentinamente las puertas y, divertido, grita: ¡buh! El padre sólo tiene tiempo para verse reflejado en el espejo del armario. Asustado, empalidece, siente una fuerte presión en el pecho, cae de rodillas, pone los ojos en blanco, hace una mueca, se ahoga, se convulsiona, saca baba por la boca y, medio minuto después, está clínicamente muerto. Horrorizado por la reacción de su compañero de juego, el hijo se pone a llorar. Al ver que el cuerpo de su padre no reacciona, se agarra a él con una desesperación que contrasta con la alegría que, hace medio minuto, le iluminaba la mirada. Mientras tanto, y envuelta en unos efectos especiales de alta intensidad lumínica, el alma del padre sale disparada del cuerpo, fffiiiuuu, hacia el cielo. Cuando llega al mostrador de recepción de esta gran superficie, San Pedro lo mira de arriba abajo. "¿Qué desea?", le pregunta. "Volver", responde el alma. San Pedro sonríe. "Todos decís lo mismo", comenta. El alma insiste en lo absurdo de la escena que, hace un rato, acaba de provocar la orfandad de un niño, solo en medio de un pasillo, de una ciudad con altos índices de criminalidad, de un mundo sin piedad. San Pedro no se inmuta. "Haberlo pensado antes de jugar a un juego tan peligroso", dice. El alma apela a la bondad universal y, de un modo voluntariamente retórico, se pregunta cómo es posible ser tan cruel y dejar abandonado a un pobre niño de seis años. Y mientras verbaliza un temor que le sirve para darse cuenta de la gravedad de la situación, enumera los problemas que, si no regresa de inmediato, amenazan a la criatura: fracaso escolar, crisis emocional, dislexia, secuelas de un golpe tan duro que se traducirán, seguro, en aislamiento, violencia, adicciones, psicopatías, traumas, deudas, dudas sobre la identidad sexual, embargos. "¿Le parece justo?", pregunta el alma, consciente del tono que emplea y del riesgo que, dadas las circunstancias, puede acarrear. En un primer momento, San Pedro se encoge de hombros, pero, quizá porque no tiene ninguna otra alma a mano ni demasiadas ganas de trabajar, le dice que vale, que haga el favor de regresar y que, la próxima vez, juegue a cosas más instructivas, como el scrabble, el monopoly, el ahorcado, la rayuela o el tetris. El alma se conmueve. Había oído hablar de la bondad de San Pedro, pero temía que fuera, como tantas otras cosas, una leyenda. Le da las gracias de un modo exagerado, con reverencia incluida, pero, con una leve sonrisa teñida de melancolía, San Pedro le dice que no esté tan contento y que ya se arrepentirá de haber regresado. La vuelta es tan fugaz como la ida: fffiiiuuu. De repente, el alma del padre vuelve a formar parte de un cuerpo sobre el cual, histérico y fuera de sí, llora un niño. El padre siente los latidos de su propio corazón y también los de su hijo, mucho más acelerados. Se abrazan. Se miran. La emoción mutua es la imagen de un equilibrio simétrico. Se levantan. El padre se pone al hijo a hombros y el niño, entre risas, todavía con los ojos entelados de lágrimas, le pregunta: "¿Y ahora a qué jugamos?"

Del libro Si te comes un limón sin hacer muecas [2006] del Sergi Pàmies [1960- ].

domingo, 11 de diciembre de 2016

La noche

cuando la sombra esconde
sus propios
miedos
es sencillo
confundirse
apoyarse
pisar en falso
caer

soportar la noche

como la casa vacía intenta
deshabilitarse
de sus fantasmas

De Soportar la noche [2015] de David Minayo [1981- ].

sábado, 10 de diciembre de 2016

viernes, 9 de diciembre de 2016

jueves, 8 de diciembre de 2016

Monzó

Estos días, por sugerencia de Ángel Zapata, mi profe en la Escuela de Escritores, he vuelto a leer El porqué de las cosas, de Quim Monzó...
Cada cuento que leo suyo me siento más y más envidioso...

miércoles, 7 de diciembre de 2016

martes, 6 de diciembre de 2016

La micología

Al rayar el alba el setero sale de su casa con un bastón y una cesta. Toma la carretera y, un rato más tarde, un camino, hasta que llega a un pinar. De tanto en tanto se para. Aparta con el bastón la capa de pinocha seca y descubre níscalos. Se agacha, los recoge y los mete en la cesta. Sigue andando y, más allá, encuentra rebozuelos, oronjas y agáricos.
Con la cesta llena, empieza a desandar el camino. De golpe ve el sombrero redondeado, escarlata y jaspeado de blanco, de la amanita muscaria. Para que nadie la coja le da un puntapié. En medio de la nube de polvo que la seta forma en el aire al desintegrarse, plop, aparece un gnomo con gorro verde, barba blanca y botas puntiagudas con cascabeles, flotando a medio metro del suelo.
—Buenos días, buen hombre. Soy el gnomo de la suerte que nace de algunas amanitas cuando se desintegran. Eres un hombre afortunado. Sólo en una de cada cien mil amanitas hay un gnomo de la suerte. Formula un deseo y te lo concederé. 
El setero lo mira despavorido.
—Eso sólo pasa en los cuentos.
—No —responde el gnomo—. También pasa en la realidad. Anda, formula un deseo y te lo concederé.
—No me lo puedo creer.
—Te lo creerás. Formula un deseo y verás como, pidas lo que pidas, aunque parezca inmenso o inalcanzable, te lo concederé.
—¿Cómo puedo pedirte algo si no consigo creer que haya gnomos que puedan concederme cualquier cosa que les pida?
—Tienes ante ti un hombrecito de barba blanca, con gorro verde y botas con cascabeles en las puntas, flotando a medio metro del suelo, ¿y no te lo crees? Venga, formula un deseo.
Nunca se habría imaginado en una situación así. ¿Qué pedir? ¿Riquezas? ¿Mujeres? ¿Salud? ¿Felicidad? El gnomo le lee el pensamiento. 
—Pide cosas tangibles. Nada de abstracciones. Si quieres riquezas, pide tal cantidad de oro, o un palacio, o una empresa de tales y cuales características. Si quieres mujeres, di cuáles en concreto. Si luego lo que pides te hace o no realmente feliz, es cosa tuya.
El setero duda. ¿Cosas tangibles? ¿Un Range Rover? ¿Una mansión? ¿Un yate? ¿Una compañía aérea? ¿Elizabeth McGovern? ¿Kelly McGillis? ¿Debora Caprioglio? ¿El trono de un país de los Balcanes? El gnomo pone cara de impaciencia.
—No puedo esperar eternamente. Antes no te lo he dicho porque pensaba que no tardarías tanto, pero tenías cinco minutos para decidirte. Ya han pasado tres.
Así pues, sólo le quedan dos. El setero empieza a inquietarse. Debe decidir qué quiere y debe decidirlo en seguida.
—Quiero...
Ha dicho "quiero" sin saber todavía qué va a pedir, sólo para que el gnomo no se exaspere.
—¿Qué quieres? Di.
—Es que elegir así, a toda prisa, es una barbaridad. En una ocasión como ésta, tal vez única en la vida, hace falta tiempo para decidirse. No se puede pedir lo primero que a uno se le pase por la cabeza. 
—Te queda un minuto y medio.
Quizá, más que cosas, lo mejor sería pedir dinero: una cifra concreta. Mil billones de pesetas, por ejemplo. Con mil billones de pesetas podría tenerlo todo. ¿Y por qué no diez mil, o cien mil billones? O un trillón. No se decide por ninguna cifra porque, en realidad, en una situación como ésta, tan cargada de magia, pedir dinero le parece vulgar, poco sutil, nada ingenioso.
—Un minuto.
La rapidez con que pasa el tiempo le impide razonar fríamente. Es injusto. ¿Y si pidiera poder?
—Treinta segundos.
Cuanto más lo apremia el tiempo más le cuesta decidirse. 
—Quince segundos.
¿El trillón, entonces? ¿O un millón de trillones? ¿Y un trillón de trillones?
—Cuatro segundos.
Renuncia definitivamente al dinero. Un deseo tan excepcional como éste debe ser más sofisticado, más inteligente.
—Dos segundos. Di.
—Quiero otro gnomo como tú.
Se acaba el tiempo. El gnomo se esfuma en el aire y de inmediato, plop, en el lugar exacto que ocupaba aparece otro gnomo, igualito al anterior. Por un momento el buscador de setas duda de si es o no el mismo gnomo de antes, pero no debe de serlo porque repite la misma cantinela que el otro y si fuese el mismo, piensa, se la ahorraría:
—Buenos días, buen hombre. Soy el gnomo de la suerte que nace de algunas amanitas cuando se desintegran. Eres un hombre afortunado. Sólo en una de cada cien mil amanitas hay un gnomo de la suerte. Formula un deseo y te lo concederé.
Han empezado a pasar los cinco nuevos minutos para decidir qué quiere. Sabe que si no le alcanzan le queda la posibilidad de pedir un nuevo gnomo igual a éste, pero eso no lo libra de la angustia.

Del libro El porqué de las cosas [1992] de Quim Monzó [1952- ].

lunes, 5 de diciembre de 2016

domingo, 4 de diciembre de 2016

sábado, 3 de diciembre de 2016

viernes, 2 de diciembre de 2016

Ni feminista ni machista

Hace unos días se celebró el día contra la violencia machista. En esta ocasión no hice ninguna referencia en el blog como he hecho otras veces, pero no me resisto a dejarlo pasar sin algún comentario... y el de esta 'viñeta' me parece muy pertinente.

¡Seguimos!