He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

lunes, 4 de julio de 2016

La cajita

Fue su común afición a la historia de la fotografía lo que hizo que se conocieran en un curso de verano organizado por un pequeño museo de la ciudad. Durante la sesión del primer día les divirtió comentar algunas de las cosas que estaban viendo. Al salir, se presentaron y les hizo gracia que sus amistades y sus familias les llamaran por sus iniciales: Jota y Eme. Les pareció una buena señal. No sabían de qué, pero en cualquier caso era una coincidencia que les gustó. Ese mismo primer día descubrieron también que coincidían sus caminos de vuelta a casa, y al día siguiente decidieron aprovechar el fresco de las noches de verano en la ciudad para quedarse un rato en alguna terraza charlando. La tercera noche, mientras cenaban, Eme notó cómo Jota le miraba las manos. Le dijo que le habían llamado la atención desde que se conocieron. Al cabo de un rato le propuso subir a su casa. Eme accedió.
Era un piso alto, céntrico, no muy grande pero con un salón amplio que tenía un gran ventanal que debía hacerlo muy luminoso durante el día. Aún conservaba una chimenea que parecía no haber sido usada desde hacía años. Había libros por todas partes, fotos en las paredes, muchos objetos interesantes. Jota le preguntó qué le apetecía tomar y, al irse a la cocina para preparar algo de picar, Eme se quedó curioseando en el salón. En una de las paredes había varios dibujos, cada uno en su marco individual, que debían ser apuntes preparatorios para un cuadro barroco. Vio unos cuantos mapas, algunos antiguos. Junto a una esquina una figura africana de madera. En una vitrina que ocupaba un lugar principal en el salón había varias cámaras fotográficas. Al verlas, Eme pensó que ninguna de ellas tenía menos de cien o ciento cincuenta años. Sobre la repisa de la chimenea vio un par de fotos que reconoció y que parecían copias de época, una tetera de hierro japonesa, también antigua, varias piezas de cerámica...
Jota volvió con una bandeja y, mientras apartaba de una mesa baja unos cuantos libros para poder apoyarla, le explicó que había tenido varios familiares que se habían dedicado a viajar y a hacer fotografías por el mundo durante buena parte del siglo diecinueve y principios del veinte. Las siguientes generaciones habían abandonado la afición por la fotografía pero tuvieron la lucidez de conservar casi todo lo que sus antecesores habían recopilado en aquellos viajes y la gran mayoría de las fotografías que habían hecho. Su familia nunca había sido muy amplia y por eso había sido relativamente fácil mantener unida la colección. Le dijo que no había nada que fuera especialmente valioso, y que, desde su punto de vista, lo realmente interesante era más bien la gran variedad de objetos que habían logrado reunir. Pero a Eme todo le parecía fascinante. Tenía la sensación de estar en uno de esos pequeños museos formados a partir de la colección de alguna familia pudiente del siglo XIX.
Cuando Jota volvió a la cocina a por las bebidas, Eme le ofreció ayuda para traer lo que faltaba pero le oyó responder que no era necesario, así que siguió moviéndose por el salón como si estuviera visitando una exposición. Le llamó la atención una cajita hecha de una sola pieza de madera oscura, muy pulida, sin ningún adorno, que también estaba sobre la chimenea. La abrió con cuidado y al mirar en su interior encontró dentro centenares de uñas. Uñas grandes y pequeñas, algunas con manchas de esmalte, blanquecinas, oscuras, amarillentas, unas muy mal cortadas y otras perfectas como una luna casi nueva, varias desproporcionadamente largas o estrechas o gruesas...
De pie junto a la chimenea, con la cajita en la mano, sin poder apartar la vista de su contenido, oía cómo Jota le seguía hablando desde la cocina sobre sus familiares trotamundos y coleccionistas, sobre cómo muchas de esas cosas que tenía en casa le habían hecho interesarse por personas, países o libros. Eme se preguntaba, con una mezcla de asco y miedo, de dónde habrían salido todas aquellas uñas, a quién habrían pertenecido y por qué estaban allí guardadas. Seguía oyendo a Jota contar que su vida se había visto condicionada por todos esos objetos con los que vivía y que tenerlos había hecho que el coleccionismo fuera también su gran afición. A Eme las preguntas se le mezclaban con algo parecido a una náusea. Trató de pensar en algún motivo por el que alguien, en especial alguien tan aparentemente interesante y agradable como parecía ser Jota, pudiera querer coleccionar uñas cortadas. Recordó que, un rato antes de subir al piso, su vanidad había interpretado como deseo el interés con el que Jota le miraba las manos. Ese recuerdo le produjo aún más inquietud.
Eme pensó, mientras Jota seguía hablando desde la cocina, que cualquiera puede haber visto cientos de naranjas en una frutería, docenas de pelotas de tenis en una tienda de deportes, montones de coches en un parking o de camisas en un armario, pero que nunca, jamás, nadie debía haber visto varios cientos de uñas cortadas y metidas en una cajita de madera. Se asustó. Sintió un escalofrío que no se correspondía con la agradable brisa que refrescaba la ciudad y que entraba por el ventanal del salón. En silencio cerró la caja, la volvió a dejar con cuidado sobre la chimenea y salió de la casa. No volvió a las sesiones que quedaban del curso de fotografía. Y de hecho, durante mucho tiempo procuró no frecuentar esa zona de la ciudad para evitar un encuentro que hubiera resultado demasiado incómodo.

Madrid, marzo de 2016.

Licencia de Creative Commons
La cajita by Román J. Navarro Carrasco is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.

3 comentarios:

  1. Bueno bueno .....otro trocito de ti para disfrutar los demás!!! multumesc!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Gracias Mercedes!
      Me alegro de que te guste...
      Un beso.

      Eliminar