He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

lunes, 2 de octubre de 2017

La más perniciosa ralea de repugnantes sabandijas

Se quedó completamente asombrado con el relato que le hice de los acontecimientos de nuestra historia durante el último siglo, y enérgicamente afirmó que se trataba simplemente de un cúmulo de conspiraciones, rebeliones, asesinatos, matanzas, revoluciones y destierros, los peores efectos que la avaricia, el partidismo, la hipocresía, la deslealtad, la crueldad, la ira, la locura, el odio, la envidia, la lujuria, el rencor y la ambición pudieran producir.
En otra entrevista Su Majestad se tomó la molestia de recapitular el total de todo lo que yo había dicho, comparó las preguntas que me había hecho con las respuestas que le había dado, y después, tomándome en sus manos y acariciándome suavemente, se expresó con estas palabras, que no olvidaré nunca, ni el modo en que las pronunció. «Amiguito Grildrig: Has hecho un panegírico admirabilísimo de tu país. Has demostrado claramente que la ignorancia, la holgazanería y el vicio son los ingredientes necesarios para poder ser legislador; que las leyes las explican, interpretan y aplican mejor aquellos cuyo interés y aptitudes radican en tergiversarlas, embarullarlas y eludirlas. Advierto en vosotros algunos trazos de una cierta institución que originalmente pudo haber sido aceptable, pero que se encuentran medio borrados, y el resto completamente desdibujados y emborronados por la corrupción. De todo lo que has dicho no parece que sea necesario ningún talento para la consecución de cargo alguno entre vosotros, y mucho menos que los hombres se ennoblezcan con su virtud, que los sacerdotes asciendan por su devoción o erudición, los soldados por su conducta o valor, los jueces por su integridad, los parlamentarios por el amor a la patria y los consejeros por su sabiduría. En cuanto a ti (continuó el Rey), que has pasado la mayor parte de tu vida viajando, me inclino a confiar que puedas haber escapado hasta ahora de muchos vicios de tu país. Pero por lo que colijo de tu propio relato y de las respuestas que con mucho trabajo he arrancado y desentrañado de ti, no puedo por menos de concluir que la mayoría de tus paisanos son la más perniciosa ralea de repugnantes sabandijas que la Naturaleza haya jamás permitido se arrastre sobre la superficie de la tierra.»

Del capítulo 6 de la segunda parte de Los viajes de Gulliver [1726], de Jonathan Swift [1667-1745], en la que el protagonista viaja a Brobdingnag, país habitado por gigantes y situado, quizá, en algún lugar del norte del océano Pacífico...

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