Un granjero vivía en una pequeña aldea. Sus paisanos lo consideraban afortunado porque tenía un caballo, que utilizaba para labrar y transportar la cosecha. Pero un día el caballo se escapó. La noticia corrió pronto por el pueblo, de manera que al llegar la noche los vecinos fueron a consolarle por aquella grave pérdida. Todos le decían: «¡Qué mala suerte has tenido!». La respuesta del granjero fue un sencillo: «Puede ser».
Pocos días después, el caballo regresó, trayendo consigo dos yeguas salvajes que había encontrado en las montañas. Enterados los aldeanos, acudieron de nuevo a su casa, esta vez para darle la enhorabuena y comentarle su buena suerte, a lo que él volvió a contestar: «Puede ser».
Al día siguiente, el hijo del granjero trató de domar a una de las yeguas, pero ésta lo arrojó al suelo y el joven se rompió una pierna. Los vecinos visitaron al herido y lamentaron su mala suerte, pero el padre se limitó a decir otra vez: «Puede ser».
Una semana más tarde aparecieron en el pueblo los oficiales de reclutamiento para llevarse a los jóvenes al ejército. El hijo del granjero fue rechazado por tener la pierna rota. Al atardecer, los aldeanos que habían despedido a sus hijos se reunieron en la taberna y comentaron la buena estrella del granjero, mas éste, como ya podemos imaginar, contestó nuevamente: «Puede ser».
Y así ad infinitum. Por lo que de nuevo cabe aquí la pregunta esencial: ¿qué sabemos?
Cuento taoísta citado por Joan Garriga [1957- ] en su libro Vivir en el alma [2008].
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