Montag movió los labios.
—Charlemos.
Las mujeres dieron un respingo y se le quedaron mirando.
—¿Cómo están tus hijos, Mrs. Phelps? —preguntó él.
—¡Sabe que no tengo ninguno! ¡Nadie en su sano juicio los tendría, bien lo sabe Dios! —exclamó Mrs. Phelps, no muy segura de por qué estaba furiosa contra aquel hombre.
—Yo no afirmaría tal cosa —dijo Mrs. Bowles—. He tenido dos hijos mediante una cesárea. No tiene objeto pasar tantas molestias por un bebé. El mundo ha de reproducirse, la raza ha de seguir adelante. Además, hay veces en que salen igualitos a ti, y eso resulta agradable. Con dos cesáreas, estuve lista. Sí, señor. ¡Oh! Mi doctor dijo que las cesáreas no son imprescindibles, que tenía buenas caderas, que todo iría normalmente, pero yo insistí.
—Con cesárea o sin ella, los niños resultan ruinosos. Estás completamente loca —dijo Mrs. Phelps.
—Tengo a los niños en la escuela nueve días de cada diez. Me entiendo con ellos cuando vienen a casa, tres días al mes. No es completamente insoportable. Los pongo en el «salón» y conecto el televisor. Es como lavar ropa; meto la colada en la máquina y cierro la tapadera. —Mrs. Bowles rió entre dientes—. Son tan capaces de besarme como de pegarme una patada. ¡Gracias a Dios, yo también sé pegarlas!
Las mujeres rieron sonoramente.
Mildred permaneció silenciosa un momento y, luego, al ver que Montag seguía junto a la puerta, dio una palmada.
—¡Hablemos de política, así Guy estará contento!
De la novela Fahrenheit 451 [1953] de Ray Bradbury [1920-2012].