He estado de compras... y he comprado tres cosas. Lo primero: una máquina de escribir. Acabaré el capítulo seis de mi novela y seremos millonarios. La segunda: una estufa. Aquí hay calor humano pero no basta... La tercera: un despertador... porque hay que introducir el tiempo en nuestras vidas... porque nos hace falta disciplina... sobre todo a mí... y porque será la única forma de cronometrar mi tiempo.
[Ópera Prima, Fernando Trueba, 1980]

lunes, 12 de mayo de 2014

Christine Nöstlinger

Estos días he estado leyendo varios libros de la escritora austriaca de literatura infantil y juvenil Christine Nöstlinger [1936-2018].
  • Un marido para mamá
  • Una historia familiar
  • ¡Vuela, abejorro!
  • Wetti y Babs
  • Hugo, el niño en sus mejores años
En general magnífica, absolutamente recomendable. De vez en cuando leo cosas destinadas a público infantil o juvenil que me resultan un poco rancias, con ideas más propias de la infancia de mis padres que de la de mis sobrinxs. Nada que ver con las novelas de Nöstlinger: frescas, actuales, plenamente vigentes muchos años después de haber sido escritas, removedoras...

Dos cosas que me han gustado mucho de varias de estas novelas:

- Una de ellas la cuenta muy bien el artículo de la wikipedia sobre la autora: "sus libros nacen de problemas reales abordados sin dramatismo y casi siempre con humor o ironía".
- Y la otra: en muchos de sus libros las historias no quedan cerradas del todo. Aparentemente se resuelve el "conflicto" que se plantea en la novela, pero no del todo. La vida es más complicada que las películas de Hollywood y en la realidad raramente se dan "finales felices definitivos". Irónicamente en la última página de una de estas novelas con uno de esos finales más o menos abiertos (Una historia familiar) encuentro este párrafo:

Gretchen se dejó caer en su asiento y trató de prestar atención al profesor de Lengua. Este se lamentaba de que la mayoría de las redacciones no tuviesen un verdadero "final". ¡Lo que no se podía hacer, decía, era estar escribiendo durante cincuenta minutos para luego, cuando tocaba el timbre, poner punto final en cualquier sitio! Antes de empezar una redacción, dijo, había que pensar muy bien qué se quería escribir.

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