El género importa en el mundo entero. Y hoy me gustaría pedir que empecemos a soñar con un plan para un mundo distinto. Un mundo más justo. Un mundo de hombres y mujeres más felices y más honestos consigo mismos. Y esta es la forma de empezar: tenemos que criar a nuestras hijas de otra forma. Y también a nuestros hijos.
La forma en que criamos a nuestros hijos les hace un flaco favor. Reprimimos la humanidad de los niños. Definimos la masculinidad de una forma muy estrecha. La masculinidad es una jaula muy pequeña y dura en la que metemos a los niños.
Enseñamos a los niños a tener miedo al miedo, a la debilidad y a la vulnerabilidad. Les enseñamos a ocultar quiénes son realmente, porque tienen que ser, como se dice en Nigeria, hombres duros.
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Pero lo peor que les hacemos a los niños, con diferencia -a base de hacerles sentir que tienen que ser muy duros-, es dejarlos con unos egos muy frágiles. Cuanto más duro se siente obligado a ser un hombre, más debilitado queda su ego.
Y luego les hacemos un favor todavía más flaco a las niñas, porque las criamos para que estén al servicio de esos frágiles egos masculinos.
A las niñas les enseñamos a encogerse, a hacerse más pequeñas.
A las niñas les decimos: Puedes tener ambición, pero no demasiada. Debes intentar tener éxito, pero no demasiado, porque entonces estarás amenazando a los hombres. Si tú eres el sostén económico en tu relación con un hombre, finge que no lo eres, sobre todo en público, porque si no lo estarás castrando.
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El problema del género es que prescribe cómo tenemos que ser, en vez de reconocer cómo somos realmente. Imagínense lo felices que seríamos, lo libres que seríamos siendo quienes somos en realidad, sin sufrir la carga de las expectativas de género.
Así de simple.
Así de difícil.
Así de necesario...
Y sigue:
No es fácil tener conversaciones sobre género. Ponen incómoda a la gente y a veces la irritan. Tanto hombres como mujeres se resisten a hablar de género, o bien tienen tendencia a restar importancia rápidamente a los problemas de género. Porque siempre incomoda pensar en cambiar el estado de las cosas.
Hay gente que pregunta: "¿Por qué usar la palabra 'feminista'? ¿Por qué no decir simplemente que crees en los derechos humanos o algo parecido?". Pues porque no sería honesto. Está claro que el feminismo forma parte de los derechos humanos en general, pero elegir usar la expresión genérica "derechos humanos" supone negar el problema específico y particular del género. Es una forma de fingir que no han sido las mujeres quienes se han visto excluidas durante siglos. Es una forma de negar que el problema del género pone a las mujeres en el punto de mira. Que tradicionalmente el problema no era el ser humano, sino concretamente ser una humana de sexo femenino. Durante siglos, el mundo dividía a los seres humanos en dos grupos y a continuación procedía a excluir y oprimir a uno de esos grupos. Es justo que la solución al problema reconozca eso.
Hay hombres que se sienten amenazados por la idea del feminismo. Creo que viene de la inseguridad que les genera la forma en que se les cría, del hecho de que su autoestima se ve mermada si ellos no tienen "naturalmente" el control en calidad de hombres.
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La cultura no hace a la gente. La gente hace la cultura. Si es verdad que no forma parte de nuestra cultura el hecho de que las mujeres sean seres humanos de pleno derecho, entonces podemos y debemos cambiar nuestra cultura.
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La definición que doy yo es que feminista es todo aquel hombre o mujer que dice: "Sí, hay un problema con la situación de género hoy en día y tenemos que solucionarlo, tenemos que mejorar las cosas".
Y tenemos que mejorarlas entre todos, hombres y mujeres.
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Por cierto, hoy se cumplen 222 años de la muerte en la guillotina a los 45 años de edad, de Marie Gouze, conocida como Olympe de Gouges [1748-1793], autora en 1791 de la Declaración de los derechos de la Mujer y de la Ciudadana.
Retrato realizado por Alexander Kucharsky [1741-1819]
Seguimos...
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