Hay muchos motivos por los que me gusta leer. Y uno de ellos, y seguro que no es el menos importante, es por los mundos y las vidas que me abre, por todo lo que me muestra que me mueve y me remueve, por las historias que encuentro en los libros que no son las que están en mi vida y que de algún modo la completan y la enriquecen.
A veces, algunos días, en tu propia vida, o en la mía, pasan suficientes cosas como para llenar novelas enteras. Creo que para mí ayer fue uno de esos días. Fue un día aparentemente normal, en el que hice cosas que hago casi todos los días: dí algunas clases, hice compra, leí un rato, me encontré con gente, conduje de un pueblo a otro, escribí algunos mails... Pero entre los muchos días en los que no ocurre nada que te saque de tu lugar, de tu centro, de vez en cuando hay alguno que te hace pensar que, a pesar de todo, la vida es mucho más rica, más plena, más excitante, más alegre y más triste, más emocionante que muchas novelas.
Ayer efectivamente hice muchas cosas de las que hago habitualmente. Por ejemplo, por la mañana añadí una nota más a este
blog, que de todo lo que estoy haciendo últimamente es una de las cosas que más me gusta y me divierte.
Luego fui a
Manjirón. Hacía mucho que no iba por allí después de dejar la casa en la que viví año y medio. Aún no me he 'curado' del todo de esa experiencia que para mí resultó muy catártica, y me conmovió ayer hacer de nuevo la carreterita que llega hasta allí desde la autovía. Me han propuesto hacer un trabajo fotográfico sobre la zona de
Puentes Viejas. Creo que además de un trabajo alimenticio va a ser una buena 'terapia' para ayudarme a resolver mi relación con el lugar en que viví y cicatrizar del todo, por fin, esa etapa.
Ya que estaba por la zona continué la ronda y fui también a
Buitrago. Y tuve allí varias conversaciones con gente que me encontré en la frutería, en la biblioteca... Conversaciones que me sientan bien, reveladoras, que me hacen crecer de un modo u otro, que me ayudan a mirar y a entender. Pasé buena parte del día haciendo 'mandaos', como diría mi abuela: cogí unos cuantos libros en la biblioteca, saqué un billete de tren para ir en julio a celebrar con mis padres sus primeros cincuenta años de casadxs, dí una clase particular en la que me tocó, aunque no es mi tema, hablar de
historia del arte, y traté de contagiar a mi alumno, un chaval de diecinueve años, el asombro que sentí cuando vi el
David de
Miguel Ángel o al visitar el
Panteón de Agripa.
Al llegar a casa me enteré de que la semana que viene operarán a mi madre. No parece grave, pero me acercaré un par de días a
Algeciras a acompañar. Nos sentará bien estar cerca. Y al rato me llamó Vero, una de las personas más importantes de mi vida desde hace muchos años. Hacía tiempo que no hablábamos, así que me gustó oírla y que me contara sobre el trabajo, interesantísimo, que está haciendo en
Ecuador y sobre cómo se siente estas semanas allí. Y me contó también la muerte de
Vicente y el nacimiento de Adriana. Las dos cosas esperadas, pero no por esperadas menos impresionantes.
Por la tarde dí otra clase, esta vez de matemáticas, y volví a ver de cerca la fragilidad, la inseguridad de los dieciséis años. Volví a ser consciente de que mi trabajo con lxs alumnxs, en muchísimas ocasiones, no es tanto explicar polinomios y logaritmos sino escuchar, animar, dar confianza, sostener de algún modo.
Y luego al
CCH, uno de los lugares sobre los que gira mi vida últimamente en la sierra, al que voy todas las semanas, unas veces como profe del taller de fotografía y otras, la mayoría, como usuario del centro. Allí me encontré con más amigxs, tuve más conversaciones interesantes, hablamos sobre la
exposición del taller de fotografía, sobre el
Club de Lectura Serrano, sobre la vida......
A veces uno se pregunta para qué nos hacen falta las
novelas teniendo la vida...