Aquí, teniendo a mi alrededor una tierra poderosa, por encima de la cual pasan los vientos del mar, aquí siento que a esas preguntas y sentires, que tienen una vida propia en sus honduras, nunca le podrá contestar a usted nadie; pues aun los mejores se equivocan en las palabras cuando éstas han de significar lo más silencioso y casi indecible. Pero creo, a pesar de todo, que usted no debe quedar sin solución, si se detiene en cosas semejantes a aquellas en que mis ojos ahora se reponen. Si se queda usted en la naturaleza, en los sencillo que hay en ella, en lo pequeño, que apenas ve uno, y que tan imprevisiblemente puede convertirse en grande e inconmensurable; si usted tiene ese amor por lo pequeño y trata de ganarse, como un siervo, la confianza de lo que parece pobre, entonces todo le será más fácil, más unitario y, no sé cómo, más reconciliador, acaso no en el entendimiento, que se echa atrás asombrado, sino en su íntima conciencia, en su vigilia y en su saber. Usted es tan joven, está tan antes de todo comienzo, que yo querría rogarle lo mejor que sepa, mi querido señor, que tenga paciencia con todo lo que no está resuelto en su corazón y que intente amar las preguntas mismas, como cuartos cerrados y libros escritos en un idioma muy extraño. No busque ahora las respuestas, que no se le pueden dar, porque usted no podría vivirlas. Y se trata de vivirlo todo. Viva usted ahora las preguntas. Quizá luego, poco a poco, sin darse cuenta, vivirá un día lejano entrando en la respuesta. Quizá lleva usted ya en sí la posibilidad de crear y formar, como una manera de vida especialmente dichosa y pura; edúquese para ello, pero acepte lo que venga, con gran confianza, y aunque sólo venga de su voluntad, de alguna necesidad de su interior, acéptelo en sí y no lo odie.
De las Cartas a un joven poeta [publicadas en 1929], que Rainer Maria Rilke [1875-1926] escribió a principios del siglo XX a Franz Xaver Kappus.
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