Un exceso de pena es paralizante mientras que un grado moderado de tristeza es bueno para la literatura. Lo peor es la felicidad completa, pues el satisfecho no pierde el tiempo en fantasear situaciones que mejoren una realidad que ya lo contenta.
Lo acabo de leer en el capítulo dedicado a Borges de Libros malditos, malditos libros, de Juan Carlos Díez Jayo.
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