Me gustaría creer que esto no es más que un cuento que estoy contando. Necesito creerlo. Debo creerlo. Los que pueden creer que estas historias son sólo cuentos tienen mejores posibilidades.
Si esto es un cuento que yo estoy contando, entonces puedo decidir el final. Habrá un final para este cuento, y luego vendrá la vida real. Puedo decidir dónde dejarlo.
Esto no es un cuento que estoy contando.
También es un cuento que estoy contando, en mi imaginación, sobre la marcha.
Contando, más que escribiendo, porque no tengo con qué escribir y, de todos modos, escribir está prohibido. Pero si es un cuento, aunque sólo sea en mi imaginación tengo que contárselo a alguien. Nadie se cuenta un cuento a sí mismo. Siempre hay otra persona.
Aunque no haya nadie.
Un cuento es como una carta. Querido, diría. Sólo querido, sin nombre. Porque si agregara tu nombre, te agregaría al mundo real, lo cual es más arriesgado y más peligroso: ¿quién sabe cuáles son tus posibilidades de supervivencia? Diré querido, querido, como si fuera una antigua canción de amor. Querido puede ser cualquiera.
Querido pueden ser miles.
Te diré que no corro un peligro inminente.
Haré como si me oyeras.
Pero no está bien, porque sé que no puedes.
De la novela El cuento de la criada [1985] de Margaret Atwood [1939- ].
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