Al salir de la cocina oyó a Fedink que le preguntaba en voz triste y muerta:
—¿Dónde está Ted?
El único ojo que resultaba visible estaba medio abierto. Ned se acercó:
—¿Quién es Ted?
—El chico que estaba conmigo.
—¿Estabas con alguien? ¿Cómo quieres que yo lo sepa?
Fedink abrió la boca e hizo un desagradable ruido seco al cerrarla.
—¿Qué hora es? —preguntó.
—Tampoco lo sé. Amanecerá pronto.
Se restregó la muchacha la cara contra la funda de cretona que recubría el almohadón en que la descansaba y dijo:
—Pues sí que me he portado bien. Le prometí ayer casarme con él y voy y le dejo para traerme a casa al primer quídam con que topo —abrió y cerró la mano que tenía encima de la cabeza y añadió—: ¿O no estoy en mi casa?
—Al menos tenías la llave de la puerta —respondió Ned—. ¿Quieres un zumo de naranja y un poco de café?
—Lo único que quiero es morirme. ¿Quieres irte, Ned, y no volver nunca?
—Me va a suponer un tremendo sacrificio —dijo él desabridamente—, pero trataré de hacerlo.
Se puso el abrigo y los guantes, sacó una arrugada gorra del bolsillo del abrigo, se la puso y salió del apartamento.
Ayer, en el taller de escritura, nuestro profe nos dijo que si queríamos aprender a escribir diálogos debíamos leernos una y mil veces El cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain, y a Raymond Chandler y a Dashiell Hammett. Este fragmento que he colgado hoy aquí es de la novela La llave de cristal, escrita en 1931 por este ultimo.
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