Empujé, y entonces vi al anciano.
Dormía apaciblemente recostado en una silla de playa a la sombra de un limonero. El portón daba directamente a un patio embaldosado. Al fondo estaba la casa, invariablemente blanca, y por todas partes se veían macetas con geranios. Junto al anciano había una mesa, y sobre ella un vaso de agua y unos terrones de azúcar. Busqué en las baldosas un testimonio de mi infancia, y allí estaba, en dos o tres moscas aplastadas, secas por el sol.
Mi abuelo practicaba la misma diversión: se echaba un poco de azúcar a la boca, la humedecía con un buche de agua y enseguida escupía la mezcla. Entonces ponía un pie levemente alzado sobre la dulce trampa y esperaba a que llegaran las moscas. Luego, ¡platsch!
—¡Ay, Gerardo! ¿Cómo puede ser tan malvado? —lo reprendía la abuela.
—Favor que le hago a la humanidad. Si estos bichos evolucionan se transforman en curas o militares —respondía el abuelo.
Patagonia Express [1995], del escritor chileno Luis Sepúlveda [1949- ].
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