Querido lector:
Ya es hora de que te reciba a la puerta de mi pequeña Arca de Noé. Has acudido a visitarla con una constancia tan espontánea y tan pura, que tengo que perder el miedo a parecer ufano de mi obra, y acudir delicadamente a saludarte al menos una vez. La gentileza no se paga con descortesía, y yo soy instintivamente agradecido y correcto.
Este libro ha tenido la suerte de agradarte, y esto es algo que siempre me ha llenado de júbilo. Escribo para ti desde que empecé, sin lisonjearte, evidentemente, pero también sin ser insensible a tus reacciones. Formamos parte de un mismo presente temporal y, lo quieras o no, de un mismo futuro intemporal. Ahora sufrimos las vicisitudes que el momento nos impone, compañeros como somos en la apremiante realidad cotidiana; más tarde seremos el polvo de la Historia, el ejemplo prometedor o maldito, el pretérito que se cumplió bien o mal. Si yo hoy olvidase tus angustias y tú las mías, seríamos ambos traidores a una solidaridad de cuna, umbilical y cósmica; si mañana no estuviésemos unidos en los hechos fundamentales que la posteridad ha de juzgar, estos años pasados perderían todo su significado, porque donde está o ha estado un hombre es necesario que esté o haya estado toda la humanidad.
Unidos, pues, de este modo para la vida y para la muerte, bueno es que el azar haya hecho que te gusten estos Bichos. Apostar literariamente en el porvenir es un bello juego, pero es el juego de quien ya se ha resignado a perder el presente. Ahora bien, yo soy hermano tuyo, nací cuando tú naciste, y prefiero llegar al Juicio Final teniéndote junto a mí, en la paz de una fraternidad de raíz, que entrar en él solitario, como lobo descarriado. Nadie es feliz solo, ni siquiera en la eternidad. Además, un cuento que te ha agradado a ti tiene algunas posibilidades de agradarles también a tus nietos. ¿Por qué razón no iba a seducirles a estos pequeños andar a nidos? Y si no es así, paciencia: me pondré un poco triste, pero seguiré a tu lado, firme, con el simple y honrado consuelo de haber sido al menos un hombre de mi época.
Eres, pues, dueño como yo de este libro y, al saludarte a su entrada, no pretendo sugerirte que lo leas a la luz de la imaginación, ni atraer tu mirada hacia la penumbra de su simbología. Esto no me corresponde a mí, porque el árbol no explica sus frutos, aunque le guste que se los coman. Te saludo, simplemente, con esta alegría natural, contengo por haber construido una barcaza en que nuestra condición se ha encontrado, y en la que un día podremos, si quieres, atravesar juntos el Leteo, que es, como sabes, uno de los cinco ríos del Infierno, cuyas aguas beben las sombras, haciéndoles olvidar el pasado.
Prólogo de Bichos [1940], libro de cuentos del escritor portugués Miguel Torga [1907-1995].
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