Las opiniones eran que el viejo se había resbalado, que el auto había "quemado" la luz roja, que el viejo había querido suicidarse, que todo estaba cada vez peor en París, que el tráfico era monstruoso, que el viejo no tenía la culpa, que el viejo tenía la culpa, que los frenos del auto no andaban bien, que el viejo era de una imprudencia temeraria, que la vida estaba cada vez más cara, que en París había demasiados extranjeros que no entendían las leyes del tráfico y les quitaban el trabajo a los franceses.
El viejo no parecía demasiado contuso. Sonreía vagamente, pasándose la mano por el bigote. Llegó una ambulancia, lo izaron a la camilla, el conductor del auto siguió agitando las manos y explicando el accidente al policía y a los curiosos.
-Vive en el treinta y dos de la rue Madame -dijo un muchacho rubio que había cambiado algunas frases con Oliveira y los demás curiosos-. Es un escritor, lo conozco. Escribe libros.
-El paragolpes le dio en las piernas, pero el auto ya estaba muy frenado.
-Le dio en el pecho -dijo el muchacho-. El viejo se resbaló en un montón de mierda.
-Le dio en las piernas -dijo Oliveira.
-Depende del punto de vista -dijo un señor enormemente bajo.
-Le dio en el pecho -dijo el muchacho-. Lo vi con estos ojos.
-En ese caso... ¿No sería bueno avisar a la familia?
-No tiene familia, es un escritor.
-Ah -dijo Oliveira.
-Tiene un gato y muchísimos libros. Una vez subí a llevarle un paquete de parte de la portera, y me hizo entrar. Había libros por todas partes. Esto le tenía que pasar, los escritores son distraídos. A mí, para que me agarre un auto...
Comienzo del capítulo 22 de Rayuela [1963], de Julio Cortázar [1914-1984].
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