martes, 31 de mayo de 2016

El infierno

El atlas del Gran Kan contiene también los mapas de las tierras prometidas visitadas en el pensamiento pero todavía no descubiertas o fundadas; la Nueva Atlántida, Utopía la Ciudad del Sol, Océana, Tamoé, Armonía, New-Lanark, Icaria.
Pregunta Kublai a Marco: —Tú que exploras en torno y ves los signos, sabrás decirme hacia cuál de estos futuros nos impulsan los vientos propicios.
—Para estos puertos no sabría trazar la ruta en la carta ni fijar la fecha de llegada. A veces me basta un escorzo abierto en mitad mismo de un paisaje incongruente, un aflorar de luces en la niebla, el diálogo de dos transeúntes que se encuentran en medio del trajín, para pensar que partiendo de allí juntaré pedazo a pedazo la ciudad perfecta, hecha de fragmentos mezclados con el resto, de instantes separados por intervalos, de señales que uno manda y no sabe quién las recibe. Si te digo que la ciudad a la cual tiende mi viaje es discontinua en el espacio y en el tiempo, ya más rala, ya más densa, no has de creer que se puede dejar de buscarla. Quizá mientras nosotros hablamos está aflorando desparramada dentro de los confines de su imperio; puedo rastrearla, pero de la manera que te he dicho.
El Gran Kan estaba hojeando ya en su atlas los mapas de las ciudades que amenazan en las pesadillas y en las maldiciones: Enoch, Babilonia, Yahoo, Butua, Brave New World.
Dice: —Todo es inútil si el último fondeadero no puede ser sino la ciudad infernal, y allí en el fondo es donde, en una espiral cada vez más estrecha, nos sorbe la corriente.
Y Polo: —El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.

De Las ciudades invisibles [1972] de Italo Calvino [1923-1985].

lunes, 30 de mayo de 2016

El expreso

Nadie quería decirle a qué hora pasaría el tren. Lo veían tan cargado de maletas, que les daba pena explicarle que allí no había habido nunca ni vías ni estación.

Microcuento del escritor catalán Pere Calders [1912-1994], del Invasió subtil i altres contes, incluido en la antología de cuentos breves y brevísimos La mano de la hormiga.

domingo, 29 de mayo de 2016

El elefante

El director del parque zoológico resultó ser un trepa. Trataba a los animales como simples peldaños de su carrera. Tampoco le preocupaba el papel que la institución que regentaba debía desempeñar en la formación de la juventud. En su zoológico, la jirafa tenía el cuello corto, no había ni una triste madriguera para el tejón y las marmotas, indiferentes a todo, silbaban sólo muy de vez en cuando y de mala gana. Estas irregularidades resultaban tanto más inexcusables cuanto que su parque zoológico era el destino habitual de las excursiones escolares.
Era un zoológico de provincias donde faltaban algunos de los animales básicos, por ejemplo el elefante. Temporalmente, se intentó suplir esta carencia con la cría de tres mil conejos. Sin embargo, a medida que el país se desarrollaba, se fue poniendo remedio a las deficiencias de forma más planificada. Y, finalmente, le llegó el turno al elefante. Con motivo de la fiesta del 22 de Julio, se notificó al parque zoológico que su solicitud de adjudicación de un elefante había sido resuelta favorablemente. Los empleados, entregados sin condiciones a la causa, se alegraron sobremanera. ¡Cuál fue su asombro cuando se enteraron de que en un memorial enviado a Varsovia el director renunciaba a la asignación y presentaba un proyecto para adquirir el elefante con recursos propios!
"Yo y toda la plantilla —escribía— somos conscientes de que el elefante constituiría una enorme carga para los mineros y los metalúrgicos de Polonia. Para minimizar los costes, sugiero la posibilidad de sustituir el elefante solicitado por un elefante casero. Fabricaremos un elefante de goma de tamaño real, lo hincharemos y lo colocaremos detrás de los barrotes. Debidamente pintado, nadie podrá distinguirlo de un animal auténtico, ni siquiera mirándolo de cerca. No hay que olvidar que el elefante es un animal pesado. No salta, no corre, ni se revuelca en el barro. Un letrero colgado en la cerca explicará que se trata de un ejemplar particularmente macizo. Así ahorraremos un dinero que podrá ser destinado a la construcción de un nuevo avión de caza o a la restauración de la arquitectura religiosa. Les ruego adviertan que tanto la idea como la ejecución del proyecto constituyen mi modesta contribución a los esfuerzos y a la lucha de nuestra sociedad. Su seguro servidor". Y una firma.
Por lo visto, el memorial había llegado a las manos de un oficinista rutinero que trataba sus deberes con una falta de sensibilidad típicamente burocrática. Sin entrar en el quid de la cuestión y guiándose sólo por la directriz de reducir costes, aprobó el proyecto. Al recibir el visto bueno, el director del parque zoológico ordenó confeccionar una gran bolsa de goma que luego tenía que ser hinchada.
Dos conserjes se encargaría de la tarea soplando por los dos extremos. Para mantener el asunto en secreto, disponían sólo de una noche. Los habitantes de la ciudad ya se habían enterado de que un elefante de verdad iba a llegar al zoo y querían verlo. Además, el director los apremiaba, porque esperaba cobrar una prima cuando la idea se hiciera realidad.
Los conserjes se encerraron en un cobertizo habilitado como taller y procedieron a la insuflación. Sin embargo, después de dos horas de duro trabajo, constataron que la bolsa gris apenas se había levantado del suelo, formando un bulto deforme que no se parecía en nada a un elefante. La noche avanzaba, las voces humanas habían enmudecido y del parque zoológico sólo llegaban los aullidos del chacal. Fatigados, interrumpieron su labor, cuidando de que no se escapara el aire que habían insuflado. Eran hombres de avanzada edad, poco avezados a esta clase de trabajos.
—A este paso, no acabaremos hasta mañana —dijo uno de ellos—. ¿Qué le diré a mi mujer cuando vuelva a casa? No me va a creer si le cuento que me he pasado toda la noche hinchando un elefante.
—Cierto —afirmó el otro—. No se hincha un elefante todos los días. ¡Esto nos pasa por tener un director de izquierdas!
Al cabo de media hora estaban agotados. El torso del elefante había aumentado de volumen, pero aún le faltaba mucho para alcanzar la forma definitiva.
—Se me hace cada vez más cuesta arriba —declaró el primero.
—Totalmente de acuerdo —asintió el otro—. Esto es un trabajo de negros. Descansemos un rato. 
Mientras descansaban, uno de ellos advirtió una espita de gas que sobresalía de la pared. Se le ocurrió que, en lugar de hacerlo con aire, tal vez fuera posible hinchar el elefante con gas. Le comentó la idea a su compañero.
Decidieron hacer una prueba. Conectaron la espita al elefante y con gran alegría constataron que, al poco, en medio del cobertizo se erigía un especímen de estatura normal. Parecía vivo. Un corpachón imponente, patas como columnas, enormes orejas y la imprescindible trompa. El director, que tenía vía libre y quería exhibir un elefante espectacular en su zoológico, había hecho todo lo posible para que el prototipo fuese grande.
—¡De perlas! —declaró el que había tenido la idea del gas—. Podemos irnos a casa.
Por la mañana, transportaron el elefante a un recinto construido especialmente para la ocasión en el centro mismo del zoológico, junto a la jaula de los monos. Colocado en primer plano y con una roca natural al fondo, el elefante ofrecía un aspecto amenazador. Delante, instalaron un letrero que rezaba: "¡Ejemplar particularmente pesado: no corre!".
Los primeros visitantes del día fueron los alumnos de la escuela local acompañados de un maestro. El maestro se disponía a dar una clase práctica sobre el elefante. Detuvo al grupo frente al animal y empezó la lección:
—...El elefante es herbívoro. Arranca con la trompa árboles pequeños y devora el follaje.
Los colegiales agolpados delante del elefante lo contemplaban con admiración. Tenían la esperanza de que arrancara algún árbol, pero el bicho permanecía inmóvil detrás de la cerca.
—...El elefante es un descendiente directo de los mamuts, hoy ya extinguidos. No es extraño, pues, que sea el animal terrestre más grande.
Los alumnos más aplicados tomaban apuntes.
—...Sólo la ballena pesa más que el elefante, pero vive en el mar. Por lo tanto, podemos decir que el elefante es el rey de la selva.
Un leve soplo de viento recorrió el parque zoológico.
—...El peso de un elefante adulto oscila entre los cuatro y los seis mil kilos.
De pronto, el elefante se estremeció y alzó el vuelo. Se meció por un instante a ras del suelo, pero, sustentado por la brisa, ganó altura y su recia silueta se recortó contra el cielo azul. Tras unos segundos el elefante se elevó aún más y exhibió ante los espectadores las cuatro pezuñas circulares, el vientre abombado y la punta de la trompa. Luego, arrastrado por el viento en sentido horizontal, sobrevoló la cerca y desapareció por encima de las copas de los árboles. Los monos miraban al cielo, estupefactos. El elefante fue encontrado en el cercano jardín botánico, donde se había pinchado al caer sobre un cactus y había reventado.
Los chavales que habían visitado el parque zoológico aquel día empezaron a tomarse a pitorreo los estudios y se volvieron unos gamberros. Por lo visto, beben vodka y rompen cristales. Y no creen en elefantes.

Cuento del escritor polaco Sławomir Mrożek [1930-2013].

sábado, 28 de mayo de 2016

viernes, 27 de mayo de 2016

Los buenos instantes

Cuando no puedo hacer algo, me siento infeliz; cuando puedo hacerlo, no me basta el tiempo; y cuando tengo esperanza en el futuro, acude de inmediato el temor, el más diverso temor de que entonces de veras no podré trabajar. Un infierno sutilmente calculado. Sin embargo -y esto es aquí lo principal-, no está falto de buenos instantes.

Escrito por Franz Kafka en una carta a Felice Bauer el 20 de diciembre de 1916.

jueves, 26 de mayo de 2016

Mecanógrafa o reina

Hacía ya tiempo que no recordaba yo a Carmencita, pero esta tarde, Dimas –no el de la sección de compras, sino el calvo– ha estado hablando de ella conmigo. Ha sido a esa hora en que Dimas, mientras se toma su bocadillo, nos viene a ver a los de Asuntos Sociales. Él está en Material y Construcción, precisamente donde estuvo los seis primeros meses, cuando llegó Carmencita. Luego la pasaron a Secretaría Técnica, y ahora ya no está con nosotros.
Recuerdo que en aquel tiempo, cuando llegó el pimpollo de Carmencita a Material y Construcción, echaban una película de Marilyn Monroe: Tormenta en la ciudad, me parece; o no, Tarde de lluvia, Amor en el mar o algo así. No va uno a recordar todas las películas. Pues, al principio, llegar a la oficina Carmencita y representársenos Marilyn Monroe todo fue una. Algunos, y entre ellos Dimas, llegaron a tararearle en broma la canción de la película aquella, Amor en el mar, o como se llamase.
Durante los primeros días, Carmencita estuvo cohibida. Siempre, cuando entran nuevas, les pasa eso: se preocupan por el número de pulsaciones que dan en la máquina y cosas por el estilo, hasta que aprenden que se debe de escribir despacio y nada más, y que por eso no las van a comer. También están siempre tirándose de la falda, pero eso es un timito para que sepamos que allí hay una falda. Carmencita fue sensacional. La llamábamos todos "la chiquilla", porque estábamos ya hartos de aquellas otras "mujeres" y queríamos distinguirla. Bueno, si la chiquilla llega al 6 de enero, creemos que la han dejado los Reyes y si entra el 21 de marzo la tomamos por la mismísima primavera. Fue realmente curioso lo que pasó.
Un buen día, a Material y Construcción llega la mecanógrafa nueva y a los cinco minutos la casa estaba revuelta hablando de la chavala. Y ni era llamativa ni se pintaba casi. Pero tenía algo. Morán y Manolo van en seguida y se peinan bien, se arreglan el bigote, se ponen dos semanas el traje nuevo y dicen: "Esta, para uno de los dos." Y pasan un día por Material y Construcción, y otro día y otro. Pero Carmencita ni verlos. Ella ni mirarlos ni caso. Total: que todos la confundieron. Empezaron a hablar de que tenía muchos humos, de que se lo tenía creído y quería un príncipe azul y otras cosas. Y no era eso. Carmencita sabía lo que quería, y esperaba, y Morán y Manolo acabaron colándose como dos críos. Dimas y yo nos alegramos de que no les hiciera cara, ¡qué diablo! Con 950 al mes que ganan ellos se puede ser guapo hasta cierto punto.
Pues sí: esta tarde hemos estado hablando con ella. Rosarito, la secretaria de mi sección, de oírnos, no daba abasto para reírse, con una risita molesta, como si no pudiera comprender nuestra admiración altruista por aquella muchacha. Ya sabemos que las mujeres, entre ellas, en esto del compañerismo, andan regular. Ella, la chiquilla, lo sabía también y sufrió lo suyo con la mayoría de sus compañeras y hasta con la mujer de alguno. Cuando ella estaba delante, las demás le ponían buena cara y le pasaban las manos por las mejillas, que daba gloria ver cómo se deslizaban; pero si no estaba ella, la llamaban frívola, presumida y loca, y, sobre todo, lo que más me indignaba es que decían que no era para tanto.
Y eso no: loca no era. Porque yo –y muchos– hemos ido al cine con ella y sabemos que de loca no tenía ni un pelo. Como compañeros, dentro o fuera del trabajo, lo que quisiéramos, pero nada más. A lo mejor estabas en el cine, por ejemplo, y se te ponía en la cabeza que la chiquilla era para ti. Ella entonces se te quedaba mirando de tal forma, que tú sabías que estabas haciendo el indio, y ese momento de duda era el que aprovechaba ella para decirte:
–No lo estropees, hombre. Eres un compañero y nada más, y por eso he venido al cine contigo. Es una tontería. Estate quieto.
Algunos, por esto, decían que era fría. Pero mirando sus ojos con un poco de comprensión se veía que encerraba fuego, un fuego, incluso, particular; un hermoso incendio. La chiquilla era singular en todo. Fue la única mecanógrafa que no quiso casarse con ninguno de nosotros, y su pudo hacerlo o no, ahí están Manolo y Morán, y sobre todo Moro, que lo pueden decir. 
Bernardo Moro está en Secretaría Técnica y hace cuatro años se quedó viudo. Es buen compañero y es serio, aunque tiene mucho amor propio y no encaja que se le niegue algo. Ese también es de los que se encienden, y estuvo sus tres años que ni comía, ni vivía, ni pegaba un ojo. Lo de la chiquilla le dio demasiado fuerte y lo pasó muy mal.
A mí lo que me gustaba de Carmencita era cuando aparecía en una puerta, miraba, decía "¡Hola!" y se volvía sin entrar, como si algo se le hubiese olvidado o hubiera ido a mirar Dios sabe qué. Entonces, sí. Entonces era para comérsela, porque ella tenía su mundo: un mundo muy personal. La verdad es que, en tres años que estuvo, hizo de la oficina una pecera, en la que nosotros, los peces grises, admirábamos con orgullo a aquel pez de colores, que se dignaba estar ocho horas como todos y ganar un sueldo como los demás. Era un bonito pez, de carne jugosa, larga y de limpio color, al que, descuartizado, se hubiera vendido a buen precio, pero con pena. Vestía muy sencilla y con gracia, y ante ella uno sentía que era un cero a la izquierda, porque su presencia lo menos que evocaba eran los trasatlánticos, los partidos de tenis y las grandes ciudades: Nueva York, París. Es como decía Dimas el calvo:
–En esto de las chavalas hay verdaderas preciosidades. 
Cuando la pasaron de Material y Construcción a Secretaría Técnica, donde más bien estuvo de secretaria, volvió a equivocar a todo el mundo. Yo no estaba en lo cierto. Yo también me equivoqué. Los jefes viven, por así decirlo, en Secretaría Técnica, y en seguida pensamos que la chiquilla, como era lógico, iría a parar a manos de don Tomás, que es un tipo sanguíneo y demasiado gordo, pero tiene dinero y posición y ya es sabido de qué pie cojea. Es hombre de paladar y distrae bien a las muchachas que, de buenas a primeras, se encuentran con un coche a la puerta y la cabeza se les llena de pájaros. Pero no pasó nada, y nos consta que el jefe se excedió en ofertas y en atenciones. Hay quien dice –todos sabemos quién lo dice– que Carmencita un día le zumbó. En fin, uno no sabe si llegaría a tanto. El caso es que a la chiquilla tampoco era el dinero lo único que le interesaba, como habíamos pensado muchas veces. Y eso que don Tomás, por ser casado, evitaba con largueza toda clase de escándalos. Es lo que yo decía antes: que también una mujer tiene su gusto, y que ella sabía lo que quería y lo esperaba sin apuro, como debe ser.
Hoy ha estado Dimas hablando de ella conmigo lo menos hora y media. Todos han tenido tiempo de merendar, y yo mismo, que no lo hago nunca, he llamado por teléfono a Joaquín, el del bar, para que me hiciera un café. Hay veces, por las tardes, que se pasa bien el rato. Uno se lía, se lía, y llegan las siete y media sin sentir. Y es que hoy Dimas ha visto a la chiquilla por la calle y, según dice, se han parado a charlar. Creo que nos recordaba a todos y Dimas dice que ha estado muy amable. Por cierto que al final hemos acabado hablando de Gaspar. Yo he querido ver las cosas con frialdad, ser objetivo. Pienso que la vida nos ofrece muchas sorpresas; a veces la pasión hay que dejarla a un lado. Gaspar fue una sorpresa. Recuerdo que, en uno o dos meses, no hubo por aquí nada que atrajese la atención tanto como él. Cómo entraría en la oficina, aún no lo sabemos, pero todas las mañanas llegaba tarde y, cuando se terciaba, le daba voces al jefe que era un primor. Al principio le admirábamos un poco, todo el mundo hablaba de él y se dijo que si al jefe le había salvado la vida en Teruel, en el frente; que si había sido oficial. Vaya usted a saber. El caso es que tampoco se le quería demasiado. Tenía mucho orgullo, parecía que había jugado al golf mucho más que el príncipe de Gales, y el tipo era un elegante de miedo. Yo me inclino a creer que era un buen chico, pero, ¡lo que pasa!: de esos que tiene mala crianza y gastan más de lo que ganan.
Yo no sé lo que Carmencita vería en él, pero allí acabó su historia. Se casaron, dieron una boda por todo lo alto –en la que se hicieron novios Alberto y María Luisa, que están los dos en la Sección de Comercial– y al poco tiempo a Gaspar –que organizó un "cacao"– le echaron de la oficina, y Carmencita pidió el traslado a la sucursal de Méndez Núñez, donde ahora trabaja. 
Rosarito, la secretaria de mi sección, al final se ha interesado y le ha preguntado a Dimas si Carmencita había tenido familia después de casarse o si "esperaba algo". Dimas no sabía. Ni se había fijado ni quiso preguntar.
Después de marcharse no he visto yo a la chiquilla y hacía tiempo que no me acordaba de ella. Hoy nos ha dicho Dimas que ya no es ni la sombra de lo que fue, ni vistiendo ni nada. 
Ahora que lo pienso, creo que lo de Carmencita fue un reinado. En aquel tiempo éramos mejores, porque su presencia nos lo exigía. Fue un reinado que echamos de menos los que lo conocimos. Estábamos entonces en un peldaño más alto y teníamos todos los días sueños en la cabeza. ¡Qué saben los que han entrado nuevos, estos jovencitos, de nuestras cosas pasadas! No alcanzarán ellos otro reinado igual.

Cuento de Medardo Fraile [1925-2013] incluido en su libro Con los días contados [1972].

miércoles, 25 de mayo de 2016

gente que lee (90)

Un niño leyendo entre las ruinas de una librería en Londres tras el bombardeo del 8 de octubre de 1940.

martes, 24 de mayo de 2016

La vida y el arte

El arte no es superior a la vida. Las obras de arte no son ídolos sagrados que desafían el tiempo y el espacio; son artefactos y representaciones lúdicas del espíritu humano carentes de esos poderes mágicos y redentores que tal vez desearíamos concederles. Si intentamos explotar el arte como medio para eliminar o, incluso, capitalizar las pérdidas reales que la vida nos causa, la superficial necesidad que motiva ese acto empequeñecerá tanto la vida como el arte.

Del libro Sobre el bloqueo del escritor [1993] de Victoria Nelson [1945- ].

lunes, 23 de mayo de 2016

Pequeñas flaquezas

¡Cuántos coches he comprado! Pero ¿se puede ser más cretino? Lo único que lamento es no haber guardado la documentación. Podría hacer un gran cuadro, con mi fotografía al lado de cada uno de los coches que he tenido, quizá para mostrarles a mis nietos, si es que llego a tenerlos, lo cretino que era su abuelo.
"Vale -diréis-, pero ¿Qué nos importan a nosotros todas esas tonterías que cuentas de los coches?" Tengo que hablar de mí, ¿no?, y grandes cualidades que exponer no tengo, así que hablo también de mis pequeños defectos, de mis pequeñas flaquezas.

De Sí, ya me acuerdo... [1996], la autobiografía de Marcello Mastroianni [1924-1996].

domingo, 22 de mayo de 2016

sábado, 21 de mayo de 2016

viernes, 20 de mayo de 2016

Cuando se canse, déjelo

En primer lugar, permítase no hacer nada hasta sentir una urgencia profunda y genuina de escribir algo concreto. A continuación, escriba sólo lo que quiera escribir. Escriba donde y cuando desee hacerlo. Escriba tanto o tan poco como le apetezca. Cuando se canse de escribir, déjelo.

Del libro Sobre el bloqueo del escritor [1993] de Victoria Nelson [1945- ].

miércoles, 18 de mayo de 2016

martes, 17 de mayo de 2016

Novelas venenosas

[...] Con mucha frecuencia nos tropezamos en la literatura del siglo XVIII con personajes femeninos inocentes, víctimas de los manejos de desalmados seductores o que saben defenderse de ellos a su manera. Por regla general, hasta principios del siglo XVIII, las mujeres eran consideradas el sexo más concupiscente: es Eva quien seduce a Adán. Ahora esa relación se invierte: el desconocimiento en materia sexual y la pasividad son cada vez más apreciados en las mujeres, incluso por ellas mismas. El hombre, en cambio, con su supuestamente más marcado instinto sexual, adopta el papel del seductor, un papel en el que se gusta. Parte de esta manera de pensar ha perdurado hasta hoy en día. 
La lectura, decían, desempeñaba un papel decisivo en la amenaza a la inocencia femenina; no sólo el amante, sino también las novelas que hablaban de amor instilaban el dulce veneno del deseo en el corazón de las muchachas. [...]

De Mujeres y libros [2013] de Stefan Bollmann [1958- ].

lunes, 16 de mayo de 2016

Tristes guerras

Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.

Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.

Miguel Hernández [1910-1942]

domingo, 15 de mayo de 2016

Lectura de domingo

Hace unas cuantas semanas leyendo El Marciano [2011], de Andy Weir [1972- ], en un café de Madrid.

sábado, 14 de mayo de 2016

Desaparecer

Paseábamos por la llamada alameda del fin del mundo, un melancólico sendero junto al castillo de Montaigne, cuando me preguntaron:
-¿De dónde viene tu pasión por desaparecer?
Mi acompañante deseaba saber de dónde venía esa idea de desaparecer que tanto anunciaba yo en escritos y entrevistas, pero que no acababa nunca de llevar a la práctica. La pregunta me cogió más bien desprevenido, pues andaba en ese momento distraído pensando absurdamente en un gol que había marcado Pelé en el remoto Mundial de fútbol de Suecia. Así que no escuché bien del todo la pregunta y pedí que me la repitieran.
-Pues no lo sé -terminé al poco rato contestando-, ignoro de dónde viene, pero sospecho que paradójicamente toda esa pasión por desaparecer, todas esas tentativas, llamémoslas suicidas, son a su vez intentos de afirmación de mi yo.
Sonaron muy pertinentes estas palabras ensayísticas, dichas allí, nada menos que en la cuna misma del género literario del ensayo. Como se sabe, Michel de Montaigne escribió sus libros en lo alto de una torre anexa a su castillo cercano a Burdeos. Los escribió en un estudio y biblioteca que estaba en la tercera planta de la torre. Allí inventó el ensayo, ese género literario que con el tiempo iría ligado a la construcción de la subjetividad moderna, construcción en la que participaría asimismo Descartes, que también decidió encerrarse a pensar en un lugar solitario, en su caso en la bien caldeada habitación de un cuartel de invierno de Ulm. De modo que puede decirse que el sujeto moderno no surgió en contacto con el mundo, sino en aisladas habitaciones en las que los pensadores estaban solos con sus certezas e incertidumbres, solos consigo mismos.
Mientras subía por la estrecha y empinada escalera de caracol que conducía al estudio y biblioteca de Montaigne, y enlazando con la respuesta que le había dado poco antes a mi acompañante, pensé en el misterio de la desaparición de los hombres. Montaigne, sin ir más lejos, había estado allí una multitud de veces, aquella era su casa y en lo alto de la torre había inventado el ensayo, y sin embargo no parecía que quedara ni su más remota sombra en los lugares por los que había pasado.
Miré a mi acompañante y la imaginación me hizo verle distinto de como lo había visto hasta entonces. Al mirarle con más atención, vi, o creí ver, que era Dios.
-¿De dónde viene tu pasión por desaparecer? -volvió a preguntarme.
"Fortis imaginatio generat casum", es decir, una fuerte imaginación generó el acontecimiento, que decían los clérigos en tiempos de Montaigne. Lo mismo puede decirse de mi visión de Dios en aquel preciso instante. Allá en lo alto de la torre, creí descubrir que Dios repetía al menos dos veces las preguntas. Como mínimo, algo torpe parecía. ¿Tenía ese Dios inteligencia suficiente para, por ejemplo, escribir ensayos? Le miré para volver a contestarle y entonces vi que había ya dejado de ser Dios para volver a ser la persona que me acompañaba. La visión pasajera se había desvanecido. Respiré aliviado. Seguramente, no me había hecho ni la pregunta. Mi acompañante no era tan estúpido como para insistir en preguntas ya contestadas. Miré hacia las vigas del techo, donde Montaigne había grabado sentencias griegas y latinas que todavía hoy se conservan perfectamente. 
-¿De dónde viene tu pasión por desaparecer? -oí que volvían a decirme.
Mi acompañante no había dicho aquello. Estaba de pie junto a una de las ventanas, como si quisiera ver exactamente lo mismo que en su tiempo veía Montaigne por aquella abertura. Estaba inmóvil. No, él no había podido ser. Además, estaba completamente ausente. Entonces, ¿quién había dicho aquello? ¿Era un eco? ¿Era una voz que procedía del interior de mí mismo? ¿Era el fantasma de la cuna del ensayo?

Así comienza Doctor Pasavento [2005] la novela de Enrique Vila-Matas [1948- ] de la que vamos a hablar en nuestra próxima reunión del Club de Lectura Serrano, que será este viernes en el CCH de La Cabrera, como siempre...

No puede ir mal un libro en el que en la primera página se mezclan Montaigne con Descartes y con Vila-Matas, y un par de páginas más adelante aparecen también Robert Walser y Bernardo Atxaga... y no sé cuánta gente más me voy a ir encontrando...
...Así que ¡me pongo con él cuanto antes!

viernes, 13 de mayo de 2016

Una experiencia iniciática

Para abandonar las consideraciones generales y pasar a mi experiencia como escritor, he de decir que más que el deseo de escribir mi libro, el libro equivalente a mí mismo, me anima el deseo de tener ante mí el libro que me gustaría leer, y entonces intento identificarme con el autor imaginario de ese libro aún por escribir, un autor que podría ser muy distinto a mí.
Por ejemplo, recientemente publiqué en Italia un libro hecho en su totalidad de descripciones. El elemento central de este libro es un personaje que se llama Palomar que sólo piensa a través de la observación minuciosa de todo lo que se presenta ante sus ojos: una iguana en el parque zoológico o los quesos en el mostrador de una tienda.  El problema es que yo no soy lo que se dice un observador: soy muy distraído, estoy absorto en mis pensamientos, incapaz de concentrar mi atención en lo que veo. Por lo tanto, antes de escribir cada capítulo de este libro me veía en la necesidad de llevar a cabo una operación previa: ponerme a observar cosas que había tenido ante mis ojos centenares de veces y registrar cada mínimo detalle para grabármelo en la memoria como nunca lo había hecho; ejercicio que puede ser extremadamente difícil cuando se trata, por ejemplo, del cielo estrellado de una noche de verano o de la hierba de un prado. Tenía que intentar transformarme a mí mismo, de algún modo, para poder parecerme al presunto autor de ese libro que quería escribir. De ese modo, escribir un libro se convierte en una experiencia iniciática y significa una continua educación de uno mismo, y ésa debería ser la meta de todo acto humano.

De la conferencia-ensayo El libro, los libros pronunciada por Italo Calvino [1923-1985] en Buenos Aires en 1984 y recogida, unos años después de su muerte, en el volumen Mundo escrito y mundo no escrito.

jueves, 12 de mayo de 2016

El llanto de Kafka

En el curso de muchos años sólo he llorado una vez, hace dos o tres meses. Pero en esa ocasión me sobrevino dos veces consecutivas, estando sentado en mi sillón. Temí que los indomables sollozos pudieran despertar a mis padres en la habitación contigua; era de noche, y la causa de todo fue un pasaje de mi novela.

Carta de Franz Kafka [1883-1924] a Felice Bauer, escrita el 28 de noviembre de 1912, en la que le habla de su novela América.

miércoles, 11 de mayo de 2016

gente que lee (88)

Vasili Kandinsky [1866-1944] fotografiado por su pareja Nina en 1929 en su casa de Dessau, en la que vivieron durante los años en que él fue profesor de la Bauhaus.

martes, 10 de mayo de 2016

Lo posible y lo real

Muchos escritores y aspirantes a escritores experimentan bloqueos crónicos debido  no sólo a sus grandiosas expectativas sino, también, a una abrumadora vaguedad respecto a lo que realmente son capaces de hacer, en contraposición con lo que podrían realizar algún día si se dedicaran a ello. Como es natural, la mejor manera de mantenerse en esta reconfortante ignorancia de los propios límites creativos es no hacer nada e imaginarlo todo. En realidad, llevar palabras al papel es abandonar el mundo divino de lo posible y entrar en el profano de lo real, con todas sus triviales limitaciones. Entrar en acción, escribir, significa dar la espalda al país de nunca jamás de la adolescencia, donde todo y cualquier cosa está siempre a punto de suceder o podría suceder, pero, por lo general, nunca sucede.

Del libro Sobre el bloqueo del escritor [1993] de Victoria Nelson [1945- ].

lunes, 9 de mayo de 2016

Soneto

   Un soneto me manda hacer Violante,
que en mi vida me he visto en tal aprieto;
catorce versos dicen que es soneto,
burla burlando van los tres delante.
   Yo pensé que no hallara consonante,
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.
   Por el primer terceto voy entrando,
y aun parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.
   Ya estoy en el segundo y aun sospecho
que estoy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.

Lope de Vega [1562-1635]

domingo, 8 de mayo de 2016

¿Por qué escribo?

1) Porque estoy insatisfecho con lo que ya he escrito y quisiera corregirlo de alguna manera, completarlo y proponer una alternativa. En ese sentido nunca hubo una "primera vez" en que me pusiera a escribir. Escribir siempre fue un intento de borrar algo ya escrito y poner en su lugar algo que aún no sé si lograré escribir.

2) Porque al leer a X (un antiguo o contemporáneo) pienso: "¡Ah, cómo me gustaría escribir como X! ¡Lástima que eso esté totalmente fuera de mis posibilidades!". Entonces intento imaginarme esa empresa imposible, pienso en el libro que nunca escribiré pero que me gustaría poder leer y poder colocar junto a otros libros amados en una estantería ideal. Y, de repente, alguna palabra, alguna frase me viene a la mente... A partir de ese momento ya no pienso más en X ni en ningún otro modelo posible. En lo que pienso es en ese libro, en ese libro que aún no ha sido escrito y que podría ser ¡mi libro! Intento escribirlo...

3) Para aprender algo que no sé. No me refiero ahora al arte de la escritura sino a lo demás, a algún saber o competencia específicos o a ese saber más general al que llaman "experiencia de la vida". Lo que más me anima a escribir no es el deseo de enseñar a los demás lo que sé o creo saber sino, al contrario, la conciencia dolorosa de mi incompetencia. Por lo tanto, ¿mi primer impulso sería el de escribir para fingir una competencia que no tengo? Pero para ser capaz de fingir debo, en cualquier caso, acumular informaciones, nociones y observaciones; debo llegar a imaginar el lento acumularse de una experiencia. Y eso sólo puedo hacerlo en la página escrita, donde espero capturar, al menos, algún rastro de un saber o de una sabiduría que en la vida apenas he rozado y que enseguida he perdido.

De un artículo de Italo Calvino [1923-1985] escrito en 1984 y recogido en el volumen Mundo escrito y mundo no escrito.

sábado, 7 de mayo de 2016

viernes, 6 de mayo de 2016

Star Wars

Este fin de semana he ido a ver la nueva película de 'Star Wars'. Me divertí. Encontré exactamente lo que esperaba encontrar: los mismos personajes de hace treinta años, las mismas naves, mucho ruido, batallas espaciales, duelos con espadas láser, las mismas patadas de siempre a los libros de física... y todo eso en pantalla grandísima. Fui a ver la continuación de una historia bien conocida que pertenece a mi infancia, a cuando tenía diez o quince años.
Un amigo con el que hablé al día siguiente me dijo que a él le hubiera gustado algo más de guión y no sólo efectos especiales demasiado espectaculares y ya demasiado vistos. Quizá tenga razón, pero a mi me valió. Y me valió, además de para pasar un buen rato en el cine, para trasladarme a la época en que vi esas pelis por primera vez. De hecho creo que no había vuelto a ver entera ninguna de las tres películas originales hasta hace un par de semanas, que me las puse de deberes en casa pensando en tenerlas frescas para ir a ver la nueva. No recuerdo cuándo, dónde, ni con quién, vi 'La guerra de las galaxias' y 'El imperio contraataca', las dos primeras de la serie. Pero recuerdo que la tercera, 'El retorno del Jedi', la vi con Ramón y José Ramón, dos compañeros del colegio, el 21 de diciembre de 1983 en un cine que había entre San Bernardo y Quevedo.
Siempre fui un niño bueno. Un hermano mayor razonablemente aplicado, estudioso y obediente. Creo que nunca di en casa problemas mucho más graves de los que pueda provocar cualquier adolescente más o menos formalito. Segundo de BUP fue mi año rebelde. Empecé a ir menos con mis amigos de siempre. Estudié menos. Quise salir más. Frecuenté a gente nueva en clase. Dos de los compañeros de esa época eran Ramón y José Ramón. A José Ramón le tengo más desdibujado en la memoria, pero sí recuerdo bien a Ramón: los ojos claros, el pelo castaño, un poquito largo de más para lo que se estilaba entonces en un colegio de frailes. Recuerdo su risa, muy fresca, alegre, recuerdo su flequillo, y recuerdo que siempre estaba hablando de música, de los discos que compraba y de los muchísimos conciertos a los que iba. De hecho con ellos fui a mi primer concierto: Supertramp. Me costó mucho negociar en casa que me dejaran ir...
José Ramón no tanto, pero Ramón era una ruina para los estudios. Suspendía hasta el recreo y no parecía que las notas que sacaba le alteraran en absoluto. En mi casa suponía una catástrofe que yo pudiera llegar con un par de suspensos, así que no podía imaginar la escena de aparecer ante mis padres con los siete, ocho o nueve que él solía tener habitualmente.
Recuerdo que ese año salimos unas cuantas veces. Algunas las tengo en la memoria muy vívidamente. Nunca he bebido, ahora aún menos, y de las cuatro o cinco borracheras que he podido cogerme en mi vida, la mayoría fueron en esa época con ellos. Recuerdo un día que quedamos en Arturo Soria, cerca de donde vivía José Ramón, y fuimos a una pequeña tienda de ultramarinos a por un litro de cerveza para cada uno. Quizá ese fue el día del cine, no estoy seguro. Recuerdo también un tarde que fuimos al cumpleaños de una amiga de uno de ellos. Yo ni siquiera la conocía. No conocía a nadie. Una casa sin padres llena de chavales de 16 años de fiesta. En la mesa del salón, frente al sofá en el que me senté nada más llegar, había un gran cuenco o una olla o algo así, con una bebida dulzona con sabor a plátano que había preparado alguien. Todo fue más o menos bien hasta que me levanté del sofá...
Recuerdo un día que Ramón y yo fuimos a ver a José Ramón a su casa porque llevaba unos días sin venir a clase por unas fiebres que había cogido. Ellos bromearon sobre las chicas del pueblo al que iba de vacaciones, que quizá le habían pegado algo. José Ramón tenía unos cuantos cómics. Recuerdo que a veces se los intercambiaban en clase, igual que los discos. Me dejó uno de ellos para que lo hojeara. Me dijo que me iba a gustar, que seguro que no había visto antes uno así. Debía hacer poco tiempo que yo había dejado a Mortadelo y al Jabato y así, de repente, conocí a Milo Manara.
El día que fuimos a ver 'El retorno del Jedi' debimos coger el metro en Arturo Soria para ir hasta Bilbao o San Bernardo. Quizá después de pillar los litros de cerveza. A ninguno de los tres nos interesaba el fútbol: ni jugábamos bien, éramos de los que eran elegidos al final del todo cuando se hacían equipos en el recreo, ni tampoco nos interesaba especialmente la liga ni ningún equipo. Por eso no fue hasta llegar a casa, o quizá hasta el día siguiente, que nos enteramos de que España se había clasificado para la Eurocopa de ese año ganando a Malta por 12 goles a 1 mientras nosotros veíamos a Luke destruir la Estrella de la Muerte por segunda vez.

La Cabrera, enero de 2016.

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Este recuerdo de adolescencia es el resultado de otro de los ejercicios propuestos en el taller de escritura creativa que hice durante el primer trimestre de este año en Escuela de Escritores.

jueves, 5 de mayo de 2016

Mundo escrito y mundo no escrito

Mientras espero a que el mundo no escrito se aclare ante mis ojos, siempre hay una página escrita al alcance de mi mano en la que puedo volver a zambullirme; me apresuro a hacerlo con la mayor satisfacción: en ella, al menos, aunque logre comprender tan sólo una pequeña parte del total, puedo hacerme la ilusión de tenerlo todo controlado.
[...]
Llegados a este punto, me preguntaréis: si dices que tu verdadero mundo es la página escrita, si sólo en ella te sientes a gusto, ¿por qué quieres apartarte de él, por qué quieres aventurarte en este vasto mundo que no eres capaz de dominar? La respuesta es sencilla: para escribir. Porque soy un escritor. Lo que se espera de mí es que mire alrededor y capture rápidas imágenes de lo que sucede para después volver a inclinarme sobre mi escritorio y reanudar mi trabajo. Para hacer funcionar mi fábrica de palabras es por lo que debo extraer nuevos combustibles del pozo de lo no escrito.

De la conferencia-ensayo Mundo escrito y mundo no escrito, pronunciada por Italo Calvino [1923-1985] en Nueva York en 1983.

miércoles, 4 de mayo de 2016

martes, 3 de mayo de 2016

lunes, 2 de mayo de 2016

No hacer nada e imaginarlo todo

Muchos escritores y aspirantes a escritores experimentan bloqueos crónicos debido no sólo a sus grandiosas expectativas sino, también, a una abrumadora vaguedad respecto a lo que realmente son capaces de hacer, en contraposición con lo que podrían realizar algún día si se dedicaran a ello. Como es natural, la mejor manera de mantenerse en esta reconfortante ignorancia de los propios límites creativos es no hacer nada e imaginarlo todo. En realidad, llevar palabras al papel es abandonar el mundo divino de lo posible y entrar en el profano de lo real, con todas sus triviales limitaciones. Entrar en acción, escribir, significa dar la espalda al país de nunca jamás de la adolescencia, donde todo y cualquier cosa está siempre a punto de suceder o podría suceder, pero, por lo general, nunca sucede.

Del libro Sobre el bloqueo del escritor [1993] de Victoria Nelson [1945- ].

domingo, 1 de mayo de 2016