Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas...
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.)
Ángel González [1925-2008]
▼
martes, 30 de junio de 2015
lunes, 29 de junio de 2015
Eructos y regüeldos
"De Cervantes se acuerdan cuatro gatos porque se los obliga a leer el Quijote", afirmó una vez la escritora de superventas mundiales Isabel Allende. Y algo similar dijo de Borges, antes de asegurar que los escritores "se mueren y se acabaron".
Lo contaba ayer el escritor chileno Carlos Franz en un artículo que publicó en El País, en el que hablaba de cómo evoluciona la lengua, lo que queda de ella y lo que no al cabo de los años y de la influencia de libros como la novela de Cervantes.
Hay que ser realmente muy osadx para hacer un comentario como ése que el autor del artículo atribuye a Isabel Allende. Estaría bien saber cómo funciona y qué se mueve en la cabeza de un/a escritor/a de "superventas mundiales" para llegar a afirmar algo así.
Hace muchos, muchos años fui muy asiduo de sus libros. Me leí todos los primeros, y sobre todo leí y releí un montón de veces De amor y de sombra, que se convirtió durante un tiempo en uno de mis libros de cabecera. Ahora, con la distancia de 20 ó 25 años, se me ocurren muchos motivos para que me gustara tanto: la idea del amor que mostraba, la lealtad, las ideas políticas...
Luego hubo cosas que fueron desinflando mi visión tanto de la autora como de su obra. Recuerdo una de ellas que para mí fue una enorme decepción cuando la descubrí. En la edición que tenía de esa novela marqué muchas cosas, subrayé frases, anoté impresiones... aún debo tenerla por ahí llena de notas. Una de las frases que recuerdo que me impresionaron y me emocionaron era aquella en la que se describía el amor de lxs protagonistas como un "apetito desordenado de placeres deshonestos". Desde mis 17 ó 18 añitos aquello me parecía el no va más de la poesía y de la literatura. Durante años recordé esa frase de memoria y aún hoy la escribo sin tener que buscar la novela para consultarla.
En algún momento, mucho tiempo después, por algún motivo, busqué en el diccionario de la RAE la palabra concupiscencia:
concupiscencia.
1. f. En la moral católica, deseo de bienes terrenos y, en especial, apetito desordenado de placeres deshonestos.
Y a partir de ahí, poco a poco, en cada entrevista, en cada nuevo libro, y ahora en este comentario que leo en el artículo de ayer, Isabel Allende se me ha ido derrumbando...
Hace unos años, después de una conversación con una amiga en que le conté cómo me había marcado esta novela, al llegar a casa la busqué y volví a releerla de una sentada. Volví a reconocerme en ella, le agradecí lo que me había aportado, me emocioné recordando cómo me emocionaba... y la volví a poner en su estantería...
***
Por cierto, a mi me ha evocado todo esto sobre Isabel Allende y sus libros, pero merece mucho la pena leer completo el artículo de Carlos Franz sobre los eructos y regüeldos de el Quijote...
[La ilustración que lo acompaña y que he sumado a esta entrada de mi blog es de Enrique Flores.]
domingo, 28 de junio de 2015
sábado, 27 de junio de 2015
Implante
Ayer, viernes, tuve cita con mi dentista para que me hiciera un implante. Primera vez. No la primera vez que me hacen algo en el dentista, que me han hecho de todo, sino la primera vez que me hacen un implante. Ahorro los detalles por innecesarios, desagradables y quizá hirientes para sensibilidades frágiles.
Siempre he tenido terror a ir al dentista. Pánico. Una legendaria cobardía ante la idea de ir a la clínica dental me ha acompañado desde pequeño, quizá debida a las demasiadas visitas que he tenido que hacer en mi vida, a la mala fortuna de haber dado en ocasiones con dentistas que no eran todo lo hábiles o cuidadosos (o ambas) que a mí me hubiera gustado, a una dentadura de poca calidad, a un cuidado inadecuado, etc., etc. ¿Qué se yo?
A ese miedo histórico, ayer se sumaba la posibilidad de que, tras la intervención podía pasar de todo: infección, inflamación, dolores, posible hemorragia, rechazo... Así que la sugerencia de mi dentista fue que dedicara el fin de semana a hacer "reposo relativo". Así lo llama en la hoja fotocopiada que me dio con un montón de indicaciones...
En previsión de tener bien ocupado ese tiempo de reposo relativo me he hecho acompañar estos días post-implante por Gianni, Alice, Quim y Banana.
Mi dentista es una artista. No hace odontología, hace orfebrería fina, alta cocina, mecánica de precisión... Así que después de su obra de arte la recuperación está siendo maravillosa. Al susto de sentarme en ese sillón y sentir la anestesia siguió la tranquilidad de estar en buenas manos. Y luego a casita.
En resumen, que con la excusa del implante estoy aprovechando para pasar el fin de semana comiendo cosas ricas (y blanditas) y leyendo cuatro libros maravillosos...
Seguimos.
Siempre he tenido terror a ir al dentista. Pánico. Una legendaria cobardía ante la idea de ir a la clínica dental me ha acompañado desde pequeño, quizá debida a las demasiadas visitas que he tenido que hacer en mi vida, a la mala fortuna de haber dado en ocasiones con dentistas que no eran todo lo hábiles o cuidadosos (o ambas) que a mí me hubiera gustado, a una dentadura de poca calidad, a un cuidado inadecuado, etc., etc. ¿Qué se yo?
A ese miedo histórico, ayer se sumaba la posibilidad de que, tras la intervención podía pasar de todo: infección, inflamación, dolores, posible hemorragia, rechazo... Así que la sugerencia de mi dentista fue que dedicara el fin de semana a hacer "reposo relativo". Así lo llama en la hoja fotocopiada que me dio con un montón de indicaciones...
En previsión de tener bien ocupado ese tiempo de reposo relativo me he hecho acompañar estos días post-implante por Gianni, Alice, Quim y Banana.
Mi dentista es una artista. No hace odontología, hace orfebrería fina, alta cocina, mecánica de precisión... Así que después de su obra de arte la recuperación está siendo maravillosa. Al susto de sentarme en ese sillón y sentir la anestesia siguió la tranquilidad de estar en buenas manos. Y luego a casita.
En resumen, que con la excusa del implante estoy aprovechando para pasar el fin de semana comiendo cosas ricas (y blanditas) y leyendo cuatro libros maravillosos...
Seguimos.
viernes, 26 de junio de 2015
jueves, 25 de junio de 2015
Mitad hombre, mitad mujer
Mitad hombre,
mitad mujer,
Te besaré las cuencas de los ojos
sorprendidos al tacto de mi lengua,
que diestra lamerá
los hombros, las orejas,
y el cuello que se achica de tanto escalofrío.
Mordisquearé tu pecho tiernamente
deslizando mi voz
hasta la selva de tu pubis
donde me internaré curioso
por descubrir el clímax donde mecer el sueño
Toda mujer,
todo hombre,
muertos de placer.
Del poemario Cartografía del deseo [2015] de la poeta Ana Martínez.
mitad mujer,
Te besaré las cuencas de los ojos
sorprendidos al tacto de mi lengua,
que diestra lamerá
los hombros, las orejas,
y el cuello que se achica de tanto escalofrío.
Mordisquearé tu pecho tiernamente
deslizando mi voz
hasta la selva de tu pubis
donde me internaré curioso
por descubrir el clímax donde mecer el sueño
Toda mujer,
todo hombre,
muertos de placer.
Del poemario Cartografía del deseo [2015] de la poeta Ana Martínez.
miércoles, 24 de junio de 2015
martes, 23 de junio de 2015
En la playa de Ostia
A pocos kilómetros de Roma está la playa de Ostia, donde los romanos acuden a miles en verano; en la playa no queda espacio ni siquiera para hacer un agujero en la arena con una palita, y el que llega el último no sabe dónde plantar la sombrilla.
Una vez llegó a la playa de Ostia un tipo extravagante, realmente cómico. Llegó el último, con la sombrilla bajo el brazo, y no encontró sitio para plantarla. Entonces la abrió, le hizo un retoque al mango y la sombrilla se elevó inmediatamente por el aire, sobrevolando miles y miles de sombrillas y yéndose a detener a la misma orilla del mar, pero dos o tres metros por encima de la punta de las otras sombrillas. El desconcertante individuo abrió su tumbona, y también ésta flotó en el aire. El hombre se tumbó al amparo de la sombrilla, sacó un libro del bolsillo y empezó a leer, respirando la brisa del mar, picante de sal y yodo.
Al principio, la gente ni siquiera se dio cuenta de su presencia. Todos estaban debajo de sus sombrillas, intentando ver un pedacito de mar por entre las cabezas de los que tenían delante, o hacían crucigramas, y nadie miraba hacia arriba. Pero de repente una señora oyó caer algo sobre su sombrilla; creyó que había sido una pelota y se levantó para regañar a los niños; miró a su alrededor y hacia arriba y vio al extravagante individuo suspendido sobre su cabeza. El señor miraba hacia abajo y le dijo a aquella señora:
-Disculpe, señora, se me ha caído el libro. ¿Querría usted echármelo para arriba, por favor?
De la sorpresa, la señora se cayó de espaldas, quedándose sentada sobre la arena, y como era muy gorda no lograba incorporarse. Sus parientes acudieron para ayudarla, y la señora, sin hablar, les señaló con el dedo la sombrilla volante.
-Por favor -repitió el desconcertante individuo-, ¿quieren tirarme mi libro?
-Pero ¿es que no ve que ha asustado a nuestra tía?
-Lo siento mucho, pero de verdad que no era esa mi intención.
-Entonces, bájese de ahí; está prohibido.
-En absoluto; no había sitio en la playa y me he puesto aquí arriba. Yo también pago mis impuestos, ¿sabe usted?
Mientras, uno tras otro, todos los romanos de la playa se pusieron a mirar hacia arriba, y señalaban riendo a aquel extraño bañista.
-¿Ves a aquel? -decían-, ¡Tiene una sombrilla a reacción!
-¡Eh, astronauta! -le gritaban-, ¿Me dejas subir a mí también?
Un muchachito le echó hacia arriba el libro, y el señor lo hojeaba nerviosamente buscando la señal. Luego prosiguió su lectura muy sofocado. Poco a poco fueron dejándolo en paz. Sólo los niños, de vez en cuando, miraban al aire con envidia, y los más valientes gritaban:
-¡Señor! ¡Señor!
-¿Qué queréis?
-¿Por qué no nos enseña cómo se hace para estar así en el aire?
Pero el señor refunfuñaba y proseguía su lectura. Al atardecer, con un ligero silbido, la sombrilla se fue volando, el desconcertante individuo aterrizó en la calle cerca de su motocicleta, se subió a ella y se marchó.
¿Quién sabe quién era aquel tipo y dónde había comprado aquella sombrilla?
Cuento del escritor y pedagogo italiano Gianni Rodari [1920-1980], especializado en literatura infantil y juvenil.
lunes, 22 de junio de 2015
El viaje de Montaigne
Hoy, 22 de junio, recién comenzado el verano, hace 435 años que Michel de Montaigne salió de su castillo en el sur de Francia para viajar por Europa. Recorrió parte de Francia, Suiza, Alemania e Italia. Y durante los 17 meses y 8 días que duró su viaje lo fue registrando en un diario que dictó y escribió en francés e italiano.
Hoy, aprovechando el aniversario de su partida, he abierto un nuevo blog en el que contar su viaje. Y si todo va bien en un año estaré en camino para contar el mío...
Hoy, aprovechando el aniversario de su partida, he abierto un nuevo blog en el que contar su viaje. Y si todo va bien en un año estaré en camino para contar el mío...
domingo, 21 de junio de 2015
Necesitamos aire para respirar
Todos pedimos aire,
aire para reír y suspirar,
aire para que nuestras palabras
no se estrellen en murallas
construidas a punta de muerte.
Es por el aire por lo que cantamos,
poetas, músicos, habladores,
nuestro pueblo está sediento de aire,
se está ahogando nuestro pueblo
en el olor fétido de la carroña.
Es aire lo que se respira en el subsuelo
allí donde se esconde el verbo nuevo.
Es aire lo que se respira en las montañas,
a pesar de los gritos,
es aire lo que se respira,
es aire,
todos están oliendo
-subrepticiamente y a escondidas-
un aire limpio.
Gioconda Belli [1948- ].
sábado, 20 de junio de 2015
Un año después de ya no verte
Éste es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara.
José Alfredo Jiménez
Olor de solitario y soledad, cama deshecha,
cegados ceniceros en esta tarde de domingo,
helado soplo de noviembre en el cristal
y un vaso medio lleno de cansancio.
Te escribo por hacer algo más inútil aún
que pensar en silencio o imaginar tu voz,
o escuchar una música herida de recuerdos
o pedir al teléfono un absurdo milagro.
"Éste es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara".
Éste es el corrido, pero nadie canta,
y un muerto con mi nombre, vestido con mis trajes,
me saluda y observa por los cuartos vacíos,
me mira en la distancia como si fuera un niño
y acaricia en sus dedos un rastro de ternura.
Sobre su frente inmóvil va cayendo tu nombre
y humedece sus labios una lluvia perdida.
Olor de soledad y humo de aniversario
mientras busco, dolorosamente trato de recordar
tus ojos insomnes con su vaho de mendigo,
devorando su luz, ahogando su locura.
Tus dos ojos como picos de presa que se clavan
y rasgan y desgarran la piel de nuestro amor.
Soplo de embriagado recuerdo, agria melancolía,
rescoldo que tu lengua aún enciende
en estas horas de strip-tease solitario
en que celebro en tu derrota todas las derrotas.
Un año después y tu pelo, tu largo pelo
ardiendo desbocado entre mis manos,
clavado para siempre en esta almohada,
recorriendo esta casa, sus rincones y puertas
como un viento insaciable que buscase su fin.
Un año después de ya no verte,
definitivamente talando en tu memoria,
qué real sigues siendo, qué difícil herirte.
La sosegada certidumbre de esta mesa en que escribo
puede tener la pasión estremecida de tu piel
y la ropa que el sillón desordena
puede ahora ocultar el temblor de tus pechos.
Sobre tu sexo abierto y tus muslos de arena,
sobre tus manos ciegas que persiguen la noche,
qué triste es el cuchillo, qué aciaga la hoja.
Un muerto con mi nombre y mis uñas mordidas,
un cadáver grotesco, me dicta estas palabras,
me señala en los cuadros, en la pared manchada,
el destino de hoy, de este día cualquiera,
al borde de mi vida, al borde del invierno,
al borde de otro año que empieza con tu ausencia,
al borde de mis ojos y tu voz que ahora escucho.
Un año después de ya no verte,
mientras te escribo, odiando hasta la tinta,
en esta tarde de noviembre, olor solitario y soledad,
helado soplo en el cristal vacío. Un muerto.
viernes, 19 de junio de 2015
jueves, 18 de junio de 2015
miércoles, 17 de junio de 2015
Firmas
El domingo pasado terminó la Feria del Libro de Madrid. Estos días veo en algunos periódicos los balances que se hacen de esas dos semanas de fiesta de libros en el Retiro de Madrid. Se habla de número de visitantes, de ventas, de los libros más vendidos...
Y están los y las escritores que más firman, y las colas que se forman en algunas casetas para conseguir un ejemplar firmado o una foto junto a las estrellas de la literatura...
Este domingo por la tarde, mientras paseaba entre las casetas, las mayores colas las vi en dos de ellas en las que la gente esperó durante horas para conseguir una firma de su ídolo, de su escritor idolatrado: uno de ellos era un cocinero que se ha hecho famoso haciendo de jurado en un concurso de cocina en la tele, y el otro era un presentador de otro concurso. También de la tele, claro.
Seguimos.
Y están los y las escritores que más firman, y las colas que se forman en algunas casetas para conseguir un ejemplar firmado o una foto junto a las estrellas de la literatura...
Este domingo por la tarde, mientras paseaba entre las casetas, las mayores colas las vi en dos de ellas en las que la gente esperó durante horas para conseguir una firma de su ídolo, de su escritor idolatrado: uno de ellos era un cocinero que se ha hecho famoso haciendo de jurado en un concurso de cocina en la tele, y el otro era un presentador de otro concurso. También de la tele, claro.
Seguimos.
martes, 16 de junio de 2015
En unas horas será de nuevo de día...
Estoy agotada. Parece que ya no queda mucho. Sólo quiero descansar. Veo a Nidia que se mueve a mi alrededor sin parar. Entra y sale, va y viene, siempre pendiente de si necesito algo, de si estoy bien. A veces siento que ella está viviendo estos últimos días peor que yo. Lo está pasando mal y no veo forma de tranquilizarla, de decirle que no se preocupe, que lo que ocurre es lo que tiene que ocurrir y que todo va como tiene que ir… A ella también le va a hacer bien descansar cuando esto termine. Y a su bebé que está en camino… No me va a dar tiempo a conocerle. Es una de las pocas cosas que lamento perderme. Me hubiera gustado tanto verle la carita, cogerle en brazos, irme con su imagen en mi memoria… Pero no va a ser posible. Ya no queda mucho. Quizá días, o unas horas... Ya estoy muy, muy cansada y necesito reposar un poco. No me puedo quejar, he disfrutado
mucho. También he sufrido, y he trabajado muchísimo, pero el balance es más que bueno. Desde que se fue Tomás me he sentido sola, pero he mantenido las ganas de disfrutar a pesar de todo. Sabía
que no me quedaba mucho tiempo y quería aprovecharlo lo más y lo mejor posible, aunque él ya no estuviera. Se cansó antes que yo. Hacía ya tiempo que decía que no quería conocer más gente, ni
aprender más cosas, ni ver más sitios. Estaba agotado y el cuerpo ya no le respondía como antes. Yo creo que es el cuerpo el que envejece. Mientras la mente está fresca y activa todo va bien, sólo el cuerpo se estropea. Cuando es la cabeza la que se hace mayor, entonces sí que llega el final. Pero él sentía su cuerpo como una carga pesada que más que ayudarle a vivir le suponía un lastre que tenía que arrastrar día a día. Y no pudo con ese peso. Era un buen hombre y he sido muy feliz con él. Nos han pasado muchas cosas, unas buenas y otras regulares. Aún recuerdo el día que se acercó a pedirme que saliera al baile con él. ¿Cuántos años hace? Se me hace difícil echar la cuenta, ochenta quizá, debíamos tener dieciséis o diecisiete. Nos habíamos visto muchas veces cuando él venía a mi aldea con la cuadrilla a trabajar en los campos o cuando yo iba a la suya cada semana al mercado. Nunca nos dijimos nada, pero nos mirábamos con interés, con curiosidad. Los dos habíamos tenido pretendientes, como se decía entonces, novietes con los que nos escapábamos alguna tarde de domingo a dar una vuelta clandestina más allá del cementerio o detrás de alguna de las revueltas del río, y regresábamos al cabo de un rato, siempre demasiado breve, alterados, sorprendidos. Me hace sonreír nuestra inocencia de entonces, nuestra ingenuidad frente a tantos obstáculos. Aquel día, cuando me pidió que bailara con él, me hizo feliz. No sabía si sería el hombre de mi vida, pero en ese instante sabía que era el hombre de ese día, de ese baile, de ese mismo minuto en que nos abrazamos y bailamos por la plaza como si estuviéramos solos… Y quería, en ese momento estaba segura, que fuera también el hombre del siguiente día, del
siguiente baile, del siguiente minuto. Hoy todo es diferente, quizá más fácil. Han pasado muchos años y muchas cosas y ha habido muchos cambios, yo creo que la mayoría para bien. La gente joven ya no piensa en encontrar a alguien para toda la vida. Mejor, así evitan tener que comprobar en sí mismos que eso no existe. Aquello de la media naranja era un disparate. Lo que existe es el día a día, el esfuerzo y el placer de quererse en cada minuto y en el minuto siguiente y en el siguiente… Tomás y yo nos hemos querido mucho. Y también hemos pasado mucho. La guerra. Terrible, feroz. El hambre, la escasez. El traslado del campo a la capital con la confianza de que allí nos fuera mejor. El viaje a Filipinas... Cuando surgió la posibilidad de irnos, a los dos nos pareció una locura, pero sentíamos que era la locura que podía sacarnos de la mediocridad y de la rutina sin futuro. Habíamos tenido la suerte de ir a la escuela y poder aprender algo más que el abecé y las cuatro reglas. A los dos nos gustaba estudiar y aprender y los maestros se dieron
cuenta, así que lo apoyaron y hablaron con nuestros padres para que no perdiéramos ese tren… Ese tren que nos permitió salir de la aldea, tratar de buscar algo mejor. Siempre mantuvimos el gusto por saber, por aprender, por leer, por conocer cosas nuevas, lugares, personas. Cuando nos casamos, vivimos primero unos años en la capital y luego nos trasladamos a Filipinas. El cambio fue brutal. Tuvimos que hacernos a todo: nuevo clima, nuevas comidas, nuevas caras, nuevas voces. Es verdad que muchos españoles trataban de vivir allí como en una burbuja, como si siguieran en casa, como si aún estuvieran en las colonias. Muchos lo conseguían a base de dinero y desdén, pero en cuanto mirabas un poquito más allá de los límites de esa burbuja sentías que estabas muy, muy lejos de casa. Aún así, a pesar de ser años austeros, fueron buenos años, años felices.
Nidia se acaba de acercar a preguntarme cómo estoy. Tiene los ojos llorosos. Llorosos y cansados. Trata de disimularlo cuando se acerca, pero veo su cara de tristeza. Hace mucho que ésto dejó de ser para ella simplemente un trabajo. Cuánto cariño le he cogido a esta muchacha. Me coge la mano y yo trato de apretarle las suyas con las pocas fuerzas que me quedan. Trato de animarla para que no se sienta triste por mí. Tiene que guardar fuerzas para ella y para su bebé. Me recuerda mucho a mi misma cuando nos fuimos. La historia se repite una y otra vez, pero parece que no aprendiéramos, parece que todo se nos olvidara. Olvidamos rápido. Cuesta tanto aprender y luego
olvidamos tan rápido. Hoy hay tanta gente que protesta por todas esas personas que llegan de Sudamérica, de África… y olvidan cuántos tuvimos que irnos hace años a buscarnos las alubias fuera de casa: Alemania, Bélgica, Australia, Francia, Suiza… ¡éramos tantos los que fuimos saliendo poco a poco! Qué rápido olvidamos. Y oigo que también ahora muchos jóvenes están teniendo que salir de nuevo. Otra vez se repite la historia. Espero que a Nidia le vaya muy
bien y que la criatura que espera crezca sana y feliz en esta tierra. Me gusta su marido. Un chico también trabajador, como ella, serio. Muchas veces vienen juntos y él pasa por casa un minuto a saludarme antes de seguir hasta su trabajo, otras veces por la tarde viene a buscarla y aprovecha para quedarse un ratito charlando. Nos han hecho mucha compañía. A veces me preguntaba por nuestros viajes, por nuestros años fuera de casa. También charlamos mucho cuando aún estaba Tomás. Cuando ellos nos hablaban de su propia experiencia aquí y de la de tantos conocidos suyos, sentíamos cuánto se parecen las historias de hace sesenta años a las de ahora. Historias de desarraigo y de dificultades. Hoy tienen internet y los aviones tardan sólo unas horas en ir hasta el otro lado del mundo, pero el dolor es el mismo, los kilómetros pesan igual que nos pesaban a nosotros. Lo bueno es que también hay historias de encuentros maravillosos como éste nuestro, de vínculos que ni ellos ni nosotros hubiéramos podido imaginar y que de repente, inesperadamente, surgen y se vuelven irrompibles. Me apena no poder conocer al bebé, pero sé
que mucha de mi energía le acompañará mientras crece, cuando yo ya no esté. Quizá un día regresará a su tierra, a la casa de sus padres y de sus abuelos, y podrá conocer sus raíces. De algún modo, en ese viaje de vuelta, yo le acompañaré también un poquito. Cuando regresamos de Filipinas vinimos directamente aquí, a esta casa. Fue en los primeros sesenta, o quizá un poco antes... ahora no estoy segura, me bailan las fechas. Volvimos con algunos ahorros, así que nos instalamos en esta casa en el centro y aquí hemos vivido todos estos años. Más de cincuenta. Cuando llegamos este barrio no era como es ahora. Nada que ver. Es increíble cómo ha crecido. Y
cómo ha cambiado. Cómo se ha llenado de gente con otras pieles, otras caras, otras ropas, otros idiomas y otros rezos. Muchos se quejan de que haya llegado toda esta gente, pero cuánto nos perdemos por no acogerles mejor y no aprovechar tanta variedad, tanta cultura diferente, tanto mundo en unos pocos metros. Si hubiéramos tenido nietos me hubiera gustado pasear con ellos por aquí y contarles que recorriendo estas poquitas calles podíamos viajar por el mundo entero: Sudamérica, China, India, África, Europa… Este barrio es un atlas, un mapamundi. No tuvimos nietos. Ni hijos. No pudo ser. Hubo una temporada en que nos hubiera gustado mucho que llegaran,
pero no llegaron. Nunca supimos cuál era el problema, pero hubo un momento en que por fin asumimos que no vendrían. Y por fin nos relajamos. Y desde ese momento disfrutamos más. Vivimos con esa ausencia de los hijos que no tuvimos pero con la tranquilidad de no seguir con la ansiedad de buscarlos. Qué bien lo habíamos pasado intentando concebirlos, y qué bien lo pasamos después de quitarnos la presión de que tuvieran que llegar...
Recordándolo he sonreído y me ha dado un poco de tos. Nidia ha venido corriendo al oírme. ¿Cómo explicarle que la tos es por el recuerdo del cuerpo de Tomás, del roce de su piel, por el recuerdo de lo que nuestros cuerpos disfrutaron uno del otro durante tanto tiempo? ¿Cómo contarle que aún hoy me altero al recordarlo? Entre nosotros éramos increíblemente libres. Al menos así lo vivimos desde aquella primera vez después de ese baile, cuando anduvimos ligeros, casi corriendo, casi escapando, hasta llegar tras el molino, abajo en el río, y al volver a la plaza se nos veía alborozados, dichosos por habernos descubierto uno al otro. Entre dos de aquellos pasodobles,
casi sin hablar, nos escabullimos entre las demás parejas que bailaban y nos apartamos a una zona que llamaban la Charca Blanca, bajando desde la escuela hacia el río. Al volver ya no éramos los
mismos. Habíamos viajado a lugares que no habíamos siquiera imaginado… Y siempre fue así, una delicia. Nunca nos sentimos obligados a querernos, simplemente nos quisimos cada día y cada
noche. No fue una obligación, nunca sentimos que tuviera que ser para siempre, y sin embargo día a día, llegamos hasta aquí, hasta hoy mismo que él ya no está pero le siento aquí al lado, junto a mi, acompañándome en esta despedida, en este nuevo viaje. Tuvimos malas rachas, claro. Muchas veces tenían que ver con problemas en el trabajo, con el dinero… pero siempre fuimos un buen equipo. Los dos tuvimos algún lío por ahí. En casi ochenta años, ¿cómo no sentirse atraído por alguna otra persona? ¿cómo no probar algo que no conoces? Nos dimos esa libertad. No siempre nos contábamos y no nos exigíamos nada, pero siempre volvíamos uno al otro. Y además volvíamos con lo aprendido. Juntos nos sentíamos como en tierra firme. Reencontrarnos era como volver a casa. No hace ni un año que murió. Estos meses sin él han sido raros. Qué extraño, después de tanto tiempo con él, ver que el mundo sigue sin él, que cada uno seguimos haciendo nuestras cosas, la vecina de enfrente sigue bajando con sus niñas al colegio cada mañana, yo me sigo encontrando al vecino del primero cuando voy con Nidia al mercado, Conchita sigue asomándose al balcón cada tarde y regañando sin convicción a su perro cuando ladra a la gente que pasa. Y sin embargo él no está.
Se me hace raro que el mundo siga sin él. Y sin embargo sigue. Y seguirá sin mí cuando me vaya. Será hoy mismo, o mañana, o en un par de días como mucho. Siento que el cuerpo ya no me da para más. Siento que está como despidiéndose de esta casa, de Nidia, de mí misma. Y también mañana, o pasado, cuando yo ya no esté, la vecina volverá a bajar a sus niñas al colegio y luego cogerá la bici para ir a su trabajo, y el vecino de abajo volverá al mercado... Quedaré en el recuerdo de unos pocos. De Nidia, seguro. Espero que de su bebé cuando crezca y ella le cuente. No le voy a ver pero le siento como un nieto. Como uno de esos nietos que no he podido tener. He sentido no tener más familia. Hace unos años se acercaron por aquí unos sobrinos. Sólo querían ver la casa, ver qué podían sacar de aquí. Las dos o tres veces que vinieron sólo miraban los muebles, los
libros, las cuatro cosas que hay en la casa, parecía que estuvieran haciendo inventario y midiendo con la mirada los metros cuadrados para estimar cuánto podrían sacar cuando hubiéramos muerto Tomás y yo. Volvieron a aparecer cuando enterramos a Tomás y no les hemos vuelto a ver. Muchas veces la sangre no tiene nada que ver con la familia. Siento mucho más cerca a Nidia, a su marido Erlin, y a ese niño o esa niña que está a punto de nacer, que a esos sobrinos que se dejaron caer por aquí para ver cuánto faltaba para que se murieran los viejos y hacerse con el piso y con todo lo que hay dentro… En realidad no hay mucho, pero no me apetece que caiga en
sus manos. Libros, algunas fotos, un par de cosas que trajimos de Filipinas y que han resistido con nosotros todos estos años, algún mueble que merece la pena. Hace unos días, cuando aún podía
moverme un poco más que ahora, cuando aún podía hablar sin cansarme tanto, y sintiendo que no quedaba mucho, le pedí a Nidia que llamara al vecino de arriba. Es un buen chico. Siempre da la
sensación de tener la cabeza en otra parte, pero es buen chaval y con nosotros siempre ha sido cuidadoso. Algún día bajaba a hacernos una visita, a preguntarnos qué tal estábamos y charlar un ratito. Le encantaba que Tomás le hablara de algunas de las fotos que hay colgadas en casa, fotos de después de la guerra o de Filipinas... Le dije a Nidia que le avisara para que viniera y tomara nota de un cambio en mi testamento, y que llamara también a algunos de los vecinos para que hicieran de testigos. Al irme no quedará más que este piso y unos cachivaches sin mucho valor, pero prefiero que sean para Nidia, que va a saber apreciarlos y los va a recibir con cariño. Los sobrinos pelearán por la casa. Sé que a Nidia todo esto le va a suponer un buen lío de abogados y juicios, pero si todo sale bien, y espero que así sea, este piso sé que les ayudará a vivir con más tranquilidad el tiempo que sigan fuera de su país.
Está anocheciendo. Veo cómo disminuye la luz que entra por el balcón. Siento que no veré la de la mañana. Estoy tranquila. Sé que no hay nada esperándome cuando muera, pero también sé que quedaré en la memoria de quienes me han querido, como Tomás ha seguido en la mía durante estos meses, imborrable. Eso me reconforta, me hace sentir bien, tranquila. Me cuesta respirar. Y con la penumbra y el cansancio y los medicamentos me estoy adormeciendo. Creo que no despertaré. Con el hilo de voz que me queda he llamado a Nidia para despedirme de ella, para darle las gracias. Nos ha dado mucho amor a Tomás y a mí durante estos años que ha estado viniendo a casa. Ha roto a llorar sin consuelo, como una niña pequeña. Se le pasará. En unos días o en unas semanas sé que se le pasará y quedará el buen recuerdo, el vínculo que hemos creado, y el amor que nosotros también hemos sentido hacia ella. Y esta tristeza de ahora se transformará en vitalidad para el bebé que nacerá pronto. Estoy cansada. Nidia ha bajado un poquito más la persiana para que no me moleste la luz que aún queda fuera y se ha vuelto a sentar en el sillón junto a mí. Me coge la mano antes de dormirme, como ha hecho estas últimas noches, y esperamos juntas a que anochezca del todo. En unas horas será de nuevo de día...
Madrid, julio de 2012.
En unas horas será de nuevo de día... by Román J. Navarro Carrasco is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
lunes, 15 de junio de 2015
domingo, 14 de junio de 2015
La cuarta salida
El profesor Souto, gracias a ciertos documentos procedentes del alcaná de Toledo, acaba de descubrir que el último capítulo de la Segunda Parte de El Quijote -"De cómo don Quijote cayó malo, y del testamento que hizo y su muerte"- es una interpolación con la que un clérigo, por darle ejemplaridad a la novela, sustituyó buena parte del texto primitivo y su verdadero final. Pues hubo una cuarta salida del ingenioso hidalgo y caballero, en ella encontró al mago que enredaba sus asuntos, un antiguo soldado manco al que ayudaba un morisco instruido, y consiguió derrotarlos. Así, los molinos volvieron a ser gigantes, las ventas castillos y los rebaños ejércitos, y él, tras incontables hazañas, casó con Doña Dulcinea del Toboso y fundó un linaje de caballeros andantes que hasta la fecha han ayudado a salvar al mundo de los embaidores, follones, malandrines e hideputas que siguen pretendiendo imponernos su ominoso despotismo.
José María Merino [1941- ]. Microrrelato incluido en su libro La glorieta de los fugitivos [2007].
sábado, 13 de junio de 2015
Un deseo ingrávido, sin fisuras
Flotaba entre ambos un deseo ingrávido, sin fisuras. Se inclinó y lo besó, y él tardó en reaccionar, pero al cabo de un momento le quitaba la blusa a tirones, le bajaba bruscamente las copas del sujetador para liberarle los pechos. Ella conservaba un vívido recuerdo de la firmeza de su abrazo, y sin embargo se percibía también algo nuevo en su unión; sus cuerpos recordaban y no recordaban. Ella le tocó la cicatriz del torso, recordándola otra vez. Siempre había considerado la expresión "hacer el amor" un poco sensiblera; "tener relaciones sexuales" le parecía más auténtica y "follar" era más excitante, pero después, tendida a su lado, los dos sonriendo, a veces riendo, el cuerpo de ella sumido en una sensación de paz, pensó en lo acertada que era esa expresión, "hacer el amor". Se produjo un despertar incluso en sus uñas, en aquellas partes de su cuerpo que siempre habían estado adormecidas. Deseó decirle: "No ha habido semana que no haya pensado en ti". Pero ¿era verdad? Claro que hubo semanas durante las cuales él quedó oculto bajo capas de su vida, pero tenía sensación de que era verdad.
De Americanah [2013] de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie [1977- ].
viernes, 12 de junio de 2015
jueves, 11 de junio de 2015
Barrio de Salamanca
Ayer por la tarde, en el Colegio del Pilar de Madrid, se presentó el libro Barrio de Salamanca, de Paco Juez (Atacama), y editado por Flashback Ediciones.
Se trata de un pequeño volumen, muy manejable y estupendamente impreso, en el que se hace un repaso por la historia del barrio de Salamanca de Madrid a través de varios cientos de imágenes procedentes de diversos archivos, públicos y privados, y en muchos casos de colecciones particulares de fotografías.
Las imágenes se han organizado en varios "capítulos". Cada uno de esas secciones se inicia con una introducción general, y cada una de las fotografías va acompañada de documentadísimos pies de foto.
En la presentación de ayer comentaba Paco Juez que el inicio de su investigación sobre el barrio se remonta a hace unos nueve años, aunque el trabajo expresamente dedicado a la documentación del libro ha llevado aproximadamente los tres últimos.
El trabajo es excelente y se pueden encontrar cosas sorprendentes como esta imagen de lo que ahora es la Plaza de Colón, con las Torres en construcción al fondo y la Casa de la Moneda en lo que luego fueron los Jardines del Descubrimiento:
En esta otra, una litografía hecha a partir de una fotografía aérea, se ve la Plaza de Toros que había cerca de la Puerta de Alcalá, en lo que hoy sería el inicio de la calle Serrano:
Se trata de un pequeño volumen, muy manejable y estupendamente impreso, en el que se hace un repaso por la historia del barrio de Salamanca de Madrid a través de varios cientos de imágenes procedentes de diversos archivos, públicos y privados, y en muchos casos de colecciones particulares de fotografías.
En la presentación de ayer comentaba Paco Juez que el inicio de su investigación sobre el barrio se remonta a hace unos nueve años, aunque el trabajo expresamente dedicado a la documentación del libro ha llevado aproximadamente los tres últimos.
El trabajo es excelente y se pueden encontrar cosas sorprendentes como esta imagen de lo que ahora es la Plaza de Colón, con las Torres en construcción al fondo y la Casa de la Moneda en lo que luego fueron los Jardines del Descubrimiento:
Y éste es el palacete que, hasta mediados del siglo pasado, ocupaba el solar en el que actualmente está la Embajada de Estados Unidos:
El libro es una colección de imágenes sorprendentes, acompañadas de multitud de datos e información de gran interés para amantes de Madrid, de la fotografía, de la historia, de la arquitectura, del urbanismo...
miércoles, 10 de junio de 2015
martes, 9 de junio de 2015
La vuelta a la ciudad
Paolo era un chico muy activo. No podía estar sin hacer algo interesante o útil. Nunca se aburría porque la fantasía estaba siempre dispuesta a sugerirle un juego, un trabajo, una actividad. También era tenaz: una vez tomada una decisión, no retrocedía, no dejaba las cosas a la mitad. Un día que no tenía colegio y estaba solo en casa, hizo deprisa los deberes y extendió sobre la mesa un gran plano de su ciudad contemplando largo rato la maraña de calles y plazas, de avenidas y callejas, más apretadas en los barrios céntricos y más abiertas donde los arrabales periféricos se confundían con el campo.
Casi sin darse cuenta Paolo se encontró con el compás entre las manos y dibujó sobre aquella desordenada madeja de líneas y espacios un círculo exacto. ¿Qué extraña idea le estaba viniendo a la cabeza? Al fin y al cabo ¿por qué no intentarlo? Ya está, había tomado una decisión: dar la vuelta a la ciudad. Pero la vuelta exacta. Las calles giran en zig zag, cambiando a cada momento caprichosamente, abandonando un punto cardinal para seguir otro. Incluso las grandes carreteras de circunvalación están trazadas en círculo, por así decirlo, no están trazadas con compás. En cambio Paolo quería dar la vuelta a la ciudad caminando siempre por la circunferencia trazada por su compás, sin desviarse ni un paso de ese anillo, nítido como una hermosa idea.
Por casualidad el círculo pasaba justo por la calle en la que Paolo vivía con su familia. Se metió el plano en el bolsillo, en el otro se guardó un panecillo, por si acaso le entraba hambre y adelante...
Ya está en la calle. Paolo decide ir hacia la izquierda. El círculo del compás sigue la calle por un buen trecho, después la atraviesa, en un punto en el que no hay paso de peatones. Pero Paolo no desiste de su proyecto. Él también, como el círculo, cruza la calle y se encuentra ante un portal. Desde allí la calle continúa recta. Pero el círculo sigue por su cuenta, abandonando la calle. Parece que pasa precisamente por ese grupo de casas y sale del otro lado, a una plazoleta. Paolo, tras echar una ojeada al plano, entra en el portal. No hay nadie. Adelante. Hay un patio. Se puede atravesar. ¿Y ahora? Ahora hay escaleras, pero Paolo no sabe si subir: llegaría al último piso, no podría salir al tejado y luego saltar de un tejado a otro... Una marca de lápiz trepa rápido por los tejados, pero los pies, sin alas, es muy distinto.
Por suerte en el rellano de la escalera hay un ventanuco. Un poco alto, a decir verdad, y no muy ancho. Paolo constata su plano: no cabe duda, para seguir el círculo hay que pasar por allí. No queda otra solución que trepar.
Cuando se agacha para lanzarse arriba, le coge de sorpresa una voz masculina a sus espaldas que le inmoviliza contra la pared, como a una araña asustada.
-Eh, chicuelo, ¿dónde vas? ¡Qué idea se te ha metido en la cabeza? Baja en seguida.
-¿Me dice a mí?
-Sí. Pero, dime, no serás un ladronzuelo... No, no me parece que tengas pinta de eso. ¿Entonces? ¿Quizá estás haciendo gimnasia?
-La verdad, señor... sólo quería pasar al otro patio.
-No tienes más que salir, dar la vuelta a la casa y entrar en el siguiente portal.
-No, no puedo...
-Ya entiendo: has jugado una mala pasada y tienes miedo de que te atrapen.
-No, le aseguro que no he hecho nada malo...
Paolo observa atentamente al señor que le ha detenido al pie del ventanuco. Después de todo parece una persona amable. Tiene un bastón, pero no lo emplea para amenazar. Se apoya en él sonriendo. Paolo decide fiarse de él y le confía su proyecto...
-La vuelta a la ciudad -repite el señor- ¿siguiendo un círculo dibujado con un compás? ¿Eso es lo que quieres hacer?
-Sí, señor.
-Hijo mío, pero eso no es posible. ¿Qué vas a hacer si te encuentras ante una pared sin ventanas?
-La saltaré.
-¿Y si es demasiado alta para saltarla?
-Haré un hueco y pasaré por debajo.
-¿Y cuando llegues a la orilla del río? Mira, en tu plano el círculo pasa por el río en su parte más ancha y en esa parte no hay puentes.
-Pero sé nadar.
-Ya veo, ya veo. No eres un tipo que se rinda fácilmente, ¿verdad?
-No.
-Se te ha metido en la cabeza un proyecto tan preciso como el círculo de un compás... ¿Qué quieres que te diga? ¡Inténtalo!
-Entonces, ¿me deja pasar por el ventanuco?
-Haré algo más, te ayudaré. Te hago una escalerilla con las manos. Pon el pie aquí arriba, ánimo... Pon atención a caer de pie...
-¡Muchas gracias, señor! Y ¡hasta la vista!
Y Paolo sigue, todo derecho. Bueno, no exactamente derecho: tiene que andar en círculo, sin salirse un ápice de la línea que ha dibujado en su plano. Ahora se encuentra al pie de un monumento ecuestre. Un caballo de bronce pisotea su pedestal de mármol. Un héroe, del que Paolo ignora el nombre, sujeta las riendas con la mano izquierda mientras con la derecha señala a una lejana meta. Parece apuntar precisamente la continuación del círculo de Paolo. ¿Qué hacer? ¿Pasar entre las patas del caballo? ¿Trepar por la cabeza del héroe? O sencillamente rodear el monumento...
PRIMER FINAL
Mientras reflexiona en la forma de resolver el problema, Paolo tiene la sensación de que el héroe, desde lo alto de su caballo, ha ladeado la cabeza. No mucho, sólo lo suficiente para mirarle y guiñarle un ojo.
-Empiezo a ver visiones -murmura Paolo asustado. Pero el héroe de bronce insiste. Ahora, además, baja la mano que apuntaba fieramente a la meta y hace un gesto de invitación:
-Arriba -dice-, monta. En este caballo hay sitio para dos.
-Pero yo... verás...
-Venga, no me hagas perder la paciencia. ¿Crees que yo no sé cabalgar sobre un círculo perfecto, sin salirme por la tangente? Yo te llevaré a hacer tu viaje geométrico. Te lo mereces porque no has dejado que te desanimen los obstáculos.
-Gracias, se lo agradezco de verdad, pero...
-Uff, qué pesado te pones. Y también eres soberbio. No te gusta que te ayuden ¿eh?
-No es por eso...
-Entonces es sólo para perder el tiempo parloteando. Sube y vámonos. Me gustas porque sabes dar algo bello y ponerlo en práctica sin pensar en las dificultades. Rápido, el caballo se está despertando... Has llegado aquí justamente en el único día del año en el que, no sé por qué hechizo, nos está permitido hacer una galopada, como en los buenos viejos tiempos... ¿Te decides o no?
Paolo se decide. Se agarra a la mano del héroe. Ya está en la silla. Ya vuela... Allí está la ciudad, a sus pies. Y allí, dibujado sobre la ciudad, un círculo de oro, un perfecto camino resplandeciente, tan preciso como el dibujado por el compás.
SEGUNDO FINAL
Mientras reflexiona sobre la forma de resolver su problema, Paolo deja vagar la mirada por la plaza en la que se encuentra su monumento. El círculo del compás la atraviesa y entra desenvueltamente en una gran iglesia, coronada por una inmensa cúpula. Él no necesita puertas. Pero ¿cómo hará Paolo para entrar en la iglesia por el punto justo, atravesando la pared que debe ser tan sólida como la de una fortaleza? Para no desviarse de la circunferencia tiene que trepar por la cúpula. Es un decir. Sin cuerdas ni clavos ni siquiera lo conseguiría el mejor de los alpinistas, el más hábil y osado de los escaladores. Hay que claudicar. Ha sido únicamente un hermoso sueño. Los caminos de la vida nunca son tan netos, precisos e ideales como las figuras geométricas.
Paolo echa una última ojeada al héroe que señala, inmóvil y severo, una meta lejana e inalcanzable. Después, con paso lento y desconsolado, vuelve a casa, siguiendo pasivamente el zigzagueo caprichoso e irracional de las calles de todos los días.
TERCER FINAL
Mientras reflexiona al pie del monumento, Paolo siente que le toca una manita más pequeña y cálida que la suya.
-Quiero ir a casa.
La vocecita insegura y temblorosa pertenece a un niño de unos tres años. Mira a Paolo con una mezcla de confianza y temor, de esperanza y desánimo. Sus ojos tienen muchas ganas de llorar.
-¿Dónde vives?
El niño señala a un punto vago del horizonte.
-Quiero ir con mi mamá.
-¿Dónde está tu mamá?
-Allí.
También este "allí" señala a un punto impreciso. Lo único que está claro es que el niño se ha perdido en la ciudad y no sabe encontrar el camino a casa. Su mano ha aferrado firmemente la de Paolo y no suelta la presa.
-¿Me llevas con mi mamá?
Paolo querría decirle que no puede, que tiene algo más importante que hacer, pero no se siente capaz de traicionar la confianza que le demuestra el pequeño. Paciencia respecto al círculo, el compás y la vuelta a la ciudad: otra vez será...
-Ven -dice Paolo-, vamos a buscar a tu mamá.
***
El primer final es para los soñadores. El segundo para los pesimistas. Yo estoy a favor del tercero: me gusta que Paolo sacrifique su sueño personal, hermoso pero abstracto, para ayudar en forma concreta a quien tiene necesidad de él.
Del libro Cuentos para jugar de Gianni Rodari [1920-1980].
En las últimas semanas estoy descubriendo algunos de los libros de cuentos de Gianni Rodari. Uno de los que más me están gustando es el que se llama Cuentos para jugar, que como su título sugiere propone que los cuentos no sean sólo algo que se lee o se escucha, sino que sean algo con lo que se pueda interaccionar y jugar. En cada uno de los cuentos Rodari propone tres finales posibles y luego plantea cuál es el que a él más le gusta, aunque los deja suficientemente abiertos para que quien recibe el cuento pueda elegir uno de los finales que se proponen o inventarse el suyo propio.
Al principio del libro se proponen unas
INSTRUCCIONES PARA EL USO
Estas historias se publican con la amable autorización de la RAI (Radio Televisión Italiana). De hecho, fueron escritas para un programa radiofónico que se titulaba precisamente Cuentos para jugar, que fue emitido en los años 1969-70.
Estos mismos cuentos aparecieron después en el Corriere dei piccoli.
Cada cuento tiene tres finales, a escoger.
En las últimas páginas el autor ha indicado cuál es el final que él prefiere.
El lector lee, mira, piensa y si no encuentra un final a su gusto puede inventarlo, escribirlo o dibujarlo por sí mismo.
¡Que os divirtáis!
lunes, 8 de junio de 2015
domingo, 7 de junio de 2015
sábado, 6 de junio de 2015
viernes, 5 de junio de 2015
Dimisión general
Tras el anuncio de la dimisión de aquel comité, que llegó a los centros de noticias durante la madrugada, hubo como una hora de estupefacto silencio. Pero cuando la noche era todavía espesa sobre el continente, comenzaron a sucederse sin cesar noticias de la misma naturaleza, que provenían de todas las partes del planeta. A esa primera dimisión siguieron la del gobierno francés, la del alemán y la del portugués, con la de la Reina de Inglaterra y su gabinete. El rey Juan Carlos y el gobierno español comunicaron su decisión de retirarse a las tres cuarenta y ocho, y enseguida lo hicieron el presidente de los Estados Unidos y todo su equipo gubernamental. A eso de las cuatro de la mañana no quedaba sin dimitir ningún responsable de los estados europeos, norteamericanos y australianos. Con el alba presentaron su renuncia los altos jerarcas chinos, Fidel Castro y sus colaboradores inmediatos, Gadaffi y los demás gobernantes árabes. El resto de los altos responsables políticos americanos, africanos y asiáticos ya se habían retirado a eso de las nueve. Los mandos militares del mundo también lo habían hecho a esas horas, y un aluvión de renuncias de responsables regionales, locales y municipales, y la de los directivos de los partidos, sindicatos y asociaciones de todo orden, ocupó las primeras horas de la mañana. A la dimisión de todos los líderes políticos y sociales del mundo sucedió la de los altos ejecutivos de las empresas y miembros de todos los consejos de administración. De los últimos en renunciar fue el Papa, con el pleno del colegio cardenalicio, y esas dimisiones provocaron la misma actitud en las demás iglesias del mundo y en sus respectivos escalones jerárquicos. Al mediodía de la mañana siguiente, se podía decir que en el mundo no quedaba ni un solo líder en funciones. Sin embargo, los mercados seguían abiertos, en los bancos se percibía la actividad habitual, los centros docentes hacían su vida normal, como los hospitales, los juzgados, las fábricas, las bibliotecas, los talleres, las librerías y las panaderías, y la gente esperaba que el tiempo mejorase y hacía planes para las próximas vacaciones. ¿Cómo se presentaba realmente el inmediato futuro? Al parecer, habían quedado interrumpidos todos los conflictos internacionales, aunque algo seguro se pudo vaticinar: la bolsa iba a sufrir una grave caída.
Microrrelato del (entre otras cosas) cuentista José María Merino [1941- ], incluido en su libro La glorieta de los fugitivos [2007].
jueves, 4 de junio de 2015
miércoles, 3 de junio de 2015
martes, 2 de junio de 2015
Pobrema, por ejemplo, jamás había sido escrita ni pronunciada
Pobrema, por ejemplo, jamás había sido escrita ni pronunciada, no estaba en ningún libro ni en ningún periódico, no formaba parte de ninguna canción, de ningún verso, ni de manual alguno de instrucciones. Nadie la añadiría a la lista de la compra. Pobrema estaba excluida del mundo de las palabras, que no toleraban su presencia. Si se acercaba a un libro le cerraban el paso antes de que cruzara la cubierta; si a un diálogo, era rechazada por los que participaban en él; si a un taller de etiquetas o rótulos, terminaba en el cubo de la basura, junto a los desperdicios de la jornada. Inhábil para pertenecer a nada o a nadie, se ocultaba durante el día y por la noche salía a respirar, pegándose, como los insectos nocturnos, a las ventanas en las que había luz. Si descubría a alguien escribiendo o hablando al otro lado, intentaba llamar discretamente su atención con la esperanza de que solicitara sus servicios. Lejos de eso, la gente corría las cortinas o bajaba las persianas como quien vuelve la vista frente a un espectáculo desagradable.
Todo esto se lo contó la palabra Pobrema a Julia una noche que se coló en su habitación y revoloteó como un insecto alrededor de la lámpara antes de posarse con mil cautelas en el borde de la mesa. La chica dice que levantó los ojos del libro de gramática que tenía delante y preguntó a Pobrema qué hacía allí.
-Yo, nada -dijo Pobrema-. ¿Y tú?
-Yo estudio Lengua -confesó la chica.
-Entonces sabrás decirme por qué, siendo una palabra, no me aceptan en ninguna frase.
Julia dice que tomó un diccionario que había sobre la mesa, junto al libro de texto, y lo abrió para buscarla, pero no dio con ella.
-No estás aquí -dijo.
-¿Cómo voy a estar ahí si estoy aquí? -respondió Pobrema.
-Las palabras pueden estar en muchos sitios a la vez, pero si no estás aquí, no estás en ninguno porque no existes.
Comienzo de la novela La mujer loca [2014] de Juan José Millás [1946- ].
lunes, 1 de junio de 2015
¿Cómo hacerse escritor?
En primer lugar, hay que escribir, naturalmente. Luego, hay que seguir escribiendo. Incluso cuando no le interese a nadie, incluso cuando tenemos la impresión de que nunca interesará a nadie. Incluso cuando los manuscritos se acumulan en los cajones y los olvidamos para escribir otros.
[...] He aquí la respuesta a la pregunta: uno se hace escritor escribiendo con paciencia y obstinación, sin perder nunca la fe en lo que se escribe.
De La analfabeta [2004], autobiografía de la escritora húngara Agota Kristof [1935-2011].