Ayer murió Oliver Sacks.
Un tipo sabio.
Y bueno.
Tuvo el tiempo y la lucidez para despedirse y contarnos que vivió una buena vida. Dice, aquí y aquí, que se va tranquilo y satisfecho, aunque le hubiera gustado quedarse un ratito más...
Sit tibi terra levis.
¡Seguimos!
▼
lunes, 31 de agosto de 2015
domingo, 30 de agosto de 2015
Mary Shelley
Hoy, 30 de agosto, se cumplen 218 años del nacimiento en Londres de la escritora Mary Wollstonecraft Godwin [1797-1851], más conocida como Mary Shelley, hija del filósofo y político William Godwin [1756-1836] y de la escritora feminista Mary Wollstonecraft [1759-1797], pareja del poeta romántico Percy B. Shelley [1792-1822] y, sobre todo, autora de, entre otras obras, Frankenstein o el moderno Prometeo [1818].
sábado, 29 de agosto de 2015
gente que lee (52)
Hoy, 29 de agosto, se cumplen 100 años del nacimiento de la actriz sueca Ingrid Bergman, y 33 de su fallecimiento.
viernes, 28 de agosto de 2015
jueves, 27 de agosto de 2015
miércoles, 26 de agosto de 2015
Testigo de ceniza
En la roca que el mar golpea
o en la seca corteza de ese árbol,
en el viento que aúlla contra los cristales,
sobre la huella de la arena o en la tierra más dura,
en el humo que se deshace entre tus manos,
escribe, escribe, como si aún descubrieras las palabras.
Escribe para pieles o piedras,
para blancos caballos, para aquellos ojos
que nunca te miraron y tú jamás miraste.
Escribe sin orgullo, pero tampoco con falsa modestia,
que no fue en vano tu paso por el mundo.
Olvida después tan estúpida frase
y mira el mar, las velas de aquel barco
que viene a rescatarte, su paciente cabecear sobre las olas,
las luces que se reflejan en la espuma.
Y escribe -sobre todo- cuando lo veas hundirse,
cuando desaparezca como el sueño o la bruma,
cuando ya no exista -sabido es que nunca existió-
escribe y repítelo en voz alta para el sordo mar, para el cielo distante.
Aprende así, testigo de ceniza,
el final implacable de tu ilusa labor,
y entonces, sin dudarlo -que no tiemble tu mano-,
escribe, escribe, escribe, escribe.
Juan Luis Panero [1942-2013]
o en la seca corteza de ese árbol,
en el viento que aúlla contra los cristales,
sobre la huella de la arena o en la tierra más dura,
en el humo que se deshace entre tus manos,
escribe, escribe, como si aún descubrieras las palabras.
Escribe para pieles o piedras,
para blancos caballos, para aquellos ojos
que nunca te miraron y tú jamás miraste.
Escribe sin orgullo, pero tampoco con falsa modestia,
que no fue en vano tu paso por el mundo.
Olvida después tan estúpida frase
y mira el mar, las velas de aquel barco
que viene a rescatarte, su paciente cabecear sobre las olas,
las luces que se reflejan en la espuma.
Y escribe -sobre todo- cuando lo veas hundirse,
cuando desaparezca como el sueño o la bruma,
cuando ya no exista -sabido es que nunca existió-
escribe y repítelo en voz alta para el sordo mar, para el cielo distante.
Aprende así, testigo de ceniza,
el final implacable de tu ilusa labor,
y entonces, sin dudarlo -que no tiemble tu mano-,
escribe, escribe, escribe, escribe.
Juan Luis Panero [1942-2013]
martes, 25 de agosto de 2015
Somos espías, mirones
Me pregunté si sería pertinente, llegado a este punto, dar una explicación algo más profunda de por qué había tantos escritores viajando en autobuses o metros por las grandes ciudades. Me imaginé diciéndoles: "Todos nosotros, los que contamos historias, somos espías, mirones. La vida es demasiado breve como para vivir el número suficiente de experiencias, es necesario robarlas."
De la novela Extraña forma de vida [1997] de Enrique Vila-Matas [1948- ].
lunes, 24 de agosto de 2015
Otras drogas semejantes...
Los teatros, los juegos, las farsas, los espectáculos, los gladiadores, los animales exóticos, las medallas, los cuadros y otras drogas semejantes eran para los pueblos antiguos los encantos de la servidumbre, el precio de su libertad y los instrumentos de la tiranía. Estos procedimientos, estas prácticas, estos engaños tenían los antiguos tiranos para adormecer a sus antiguos súbditos bajo el yugo. Así, los pueblos, entontecidos, encontrando bellos estos pasatiempos, distraídos por un vano placer que les pasaba ante los ojos, se acostumbraban a servir tan inocentemente -pero con mucho peores consecuencias- como los niños pequeños cuando, por ver las brillantes imágenes de los libros ilustrados, aprenden a leer.
Si Étienne de La Boétie [1530-1563] hubiera vivido en nuestro siglo quizá hubiera incluido en este párrafo de su Discurso algunas cosas más... quizá la tele, el fútbol...
domingo, 23 de agosto de 2015
Estupidez almacenada
Me puse de pie y le solté un discurso: "Cada hora que pasa, el mundo se libra de miles de tontos. Piénsalo. ¿Te has parado alguna vez a pensar en la cantidad de estupidez almacenada que desaparece en el transcurso de un día? Imagínate todos los cerebros que dejan de funcionar, pues es ahí donde se almacena la estupidez. Y sin embargo, todavía queda mucha estupidez, porque algunos la han perpetuado en libros, y así se mantiene viva. Mientras la gente siga leyendo novelas, ciertas novelas de las que tanto abundan, la estupidez seguirá existiendo".
Del relato Últimas notas de Thomas F. para la humanidad del escritor noruego Kjell Askildsen [1929- ].
sábado, 22 de agosto de 2015
viernes, 21 de agosto de 2015
jueves, 20 de agosto de 2015
14
El año pasado se publicaron montones de libros sobre la Primera Guerra Mundial conmemorando el primer centenario de su inicio. Echando un vistazo a las bibliografías que hay por ahí se encuentran libros sobre el desarrollo de la guerra, la estrategia militar, las consecuencias, las batallas, los personajes destacados que intervinieron... Miles de páginas contando la barbarie.
El libro de Echenoz no tiene desperdicio. En esas poquitas páginas (insisto) le da para contar no sólo el horror de las trincheras, sino también lo que ocurre en casa, cómo viven quienes se han quedado atrás, la relación entre mandos y tropa, la corrupción y los abusos que generan las guerras...
Con este librito vuelvo a confirmar esa teoría que tengo, y de la que cada vez estoy más convencido, de que para conocer la historia la literatura es (al menos) tan útil como los propios libros de historia.
Hace un par de días leí 14, del escritor francés Jean Echenoz [1947- ].
No llega a las cien páginas. Y da la impresión de que en esas pocas páginas está todo. Se lee de una sentada, casi sin pestañear. En la primera página la imagen, bucólica y amable, de un tipo montando en bici por el campo un sábado después de comer... Parece que va a ser un cuento fácil y con poca chicha. Pero poco a poco, casi sin darte cuenta, a las pocas páginas, estás en plena guerra contando qué pasa allí, contando la sorpresa e incluso la diversión de quienes son reclutados y salen de su ciudad como si fueran de turismo unos días, el frío y el calor, el peso del equipo que cargan, la mugre, el dolor, el ruido, la soledad...
Tantas veces nos han contado la guerra como algo limpio, necesario y heroico que libros como este parecen necesarios para acercarnos a la realidad.
Quizá los ejemplos en el cine son más claros. Pienso en esas pelis en las que hay unos malos y otros buenos, los buenos acaban con los malos limpiamente y vuelven a casa. Y asunto resuelto. Tal vez uno de los ejemplos más exagerados que me vienen a la memoria sea la peli-panfleto Objetivo Birmania, rodada meses antes de terminar la Segunda Guerra Mundial, con la única intención de hacer propaganda antijaponesa en Estados Unidos en esos meses finales del conflicto. Tan absurda que a ratos parece una parodia.
Y pienso, por ponerme en el otro extremo, en la primera media hora de Salvad al soldado Ryan, otra peli también a ratos patriotera, con demasiadas banderas y con los malos demasiado malos y los buenos demasiado buenos, pero que durante esos primeros minutos en que cuenta el inicio del desembarco de Normandía muestra cómo debe ser el espanto y el miedo de situaciones así.
Quizá los ejemplos en el cine son más claros. Pienso en esas pelis en las que hay unos malos y otros buenos, los buenos acaban con los malos limpiamente y vuelven a casa. Y asunto resuelto. Tal vez uno de los ejemplos más exagerados que me vienen a la memoria sea la peli-panfleto Objetivo Birmania, rodada meses antes de terminar la Segunda Guerra Mundial, con la única intención de hacer propaganda antijaponesa en Estados Unidos en esos meses finales del conflicto. Tan absurda que a ratos parece una parodia.
Y pienso, por ponerme en el otro extremo, en la primera media hora de Salvad al soldado Ryan, otra peli también a ratos patriotera, con demasiadas banderas y con los malos demasiado malos y los buenos demasiado buenos, pero que durante esos primeros minutos en que cuenta el inicio del desembarco de Normandía muestra cómo debe ser el espanto y el miedo de situaciones así.
El libro de Echenoz no tiene desperdicio. En esas poquitas páginas (insisto) le da para contar no sólo el horror de las trincheras, sino también lo que ocurre en casa, cómo viven quienes se han quedado atrás, la relación entre mandos y tropa, la corrupción y los abusos que generan las guerras...
Con este librito vuelvo a confirmar esa teoría que tengo, y de la que cada vez estoy más convencido, de que para conocer la historia la literatura es (al menos) tan útil como los propios libros de historia.
miércoles, 19 de agosto de 2015
martes, 18 de agosto de 2015
Por su mismo peso se viene abajo y se rompe
Son, pues, los mismos pueblos los que se dejan o, más bien, se hacen someter, pues cesando de servir, serían, por eso mismo, libres. Es el pueblo el que se esclaviza, el que se corta el cuello, ya que, teniendo en sus manos el elegir estar sujeto o ser libre, abandona su independencia y toma el yugo, consiente en su mal o, más bien, lo persigue. [...] De la misma manera que el fuego de una pequeña chispa llega a ser grande y se refuerza más y más cuando se une a la madera, y aún más si ésta se encuentra en condiciones de arder, y si no se tiene agua para extinguirlo, únicamente no arrojando a él más madera, no haciendo más que abandonarlo, se consume a sí mismo y se convierte en algo sin forma y que deja de ser fuego; así también los tiranos más saquean, más exigen, más arruinan y destruyen mientras más se les entrega y más se les sirve, tanto más se fortalecen y se hacen tanto más fuertes y más ansiosos de aniquilar y destruir todo; y, si no se les entrega nada, si no se les obedece, sin combatir y sin herir, quedan desnudos y derrotados y no son nada, igual que la raíz que, no teniendo sustancia ni alimento, degenera en una rama seca y muerta.
[...] Este anhelo, esta voluntad para desear las cosas que, siendo valiosas, los hacen dichosos y alegres, es común a los sabios y a los indiscretos, a los valientes y a los cobardes. Sólo hay una, se puede decir, en la cual, no sé por qué, la naturaleza ha hecho imperfectos a los hombres para desearla: es la libertad, la cual es, sin embargo, un bien tan grande y tan agradable, que, una vez perdida, todos los males se hacen patentes, y los bienes mismos que aún duran pierden enteramente su gusto y su sabor, corrompidos por la esclavitud. La libertad sola no la desean los hombres, por la sencilla razón, a mi entender, de que si la desearan la tendrían. Es como si rehusaran a realizar esta bella adquisición, tan sólo porque es demasiado fácil.
[...] Éste que os domina tanto no tiene más que dos ojos, no tiene más que dos manos, no tiene más que un cuerpo, y no tiene ni una cosa más de las que posee el último hombre de entre los infinitos que habitan en vuestras ciudades. Lo que tiene de más sobre todos vosotros son las prerrogativas que le habéis otorgado para que os destruya. ¿De dónde tomaría tantos ojos con los cuales os espía si vosotros no se los hubierais dado? ¿Cómo tiene tantas manos para golpear si no las toma de vosotros? Lo pies con que holla vuestras ciudades, ¿de dónde los tiene si no es de vosotros? ¿Cómo tiene algún poder sobre vosotros, si no es por obra de vosotros mismos? ¿Cómo osaría perseguiros si no hubiera sido enseñado por vosotros? ¿Qué os podría hacer si vosotros no fuerais encubridores del ladrón que os roba, cómplices del asesino que os mata y traidores a vosotros mismos? [...] Pero podéis libraros si ensayáis no siquiera a libertaros, sino únicamente a querer ser libres. Estad resueltos a no servir más y seréis libres. No deseo que le forcéis, ni le hagáis descender de su puesto; sino únicamente no sostenerlo más; y le veréis como un gran coloso al que se ha quitado la base, y por su mismo peso se viene abajo y se rompe.
Parece que este texto hubiera sido publicado hoy mismo refiriéndose a muchxs de nuestros gobernantes y políticxs. Sin embargo fue escrito hace casi cinco siglos por Étienne de La Boétie [1530-1563], íntimo amigo de Michel de Montaigne, y de cuya muerte se cumplen hoy 452 años.
lunes, 17 de agosto de 2015
El hombrecito de la lluvia
Yo conozco al hombrecito de la lluvia. Es un hombrecito ligero, muy ligero, que vive en las nubes, que salta de una nube a otra sin hundir el pavimento blanco y vaporoso.
Las nubes tienen muchos grifos. Cuando el hombrecito abre los grifos, las nubes dejan caer el agua sobre la tierra. Cuando el hombrecito cierra los grifos, la lluvia cesa. El hombrecito de la lluvia tiene mucho trabajo, siempre abriendo y cerrando los grifos. Y a veces se cansa. Cuando está cansado, muy cansado, se tumba sobre una nubecita y se duerme. Duerme, duerme, duerme, y mientras tanto, como ha dejado abiertos todos los grifos, sigue lloviendo sobre la tierra. Afortunadamente, un trueno más fuerte que los demás lo despierta. El hombrecito se pone en pie de un salto y exclama: "¡Pobre de mí, quién sabe cuánto tiempo habré dormido!".
Mira hacia abajo y ve los pueblos, las montañas y los campos grises y tristes bajo el agua que continúa cayendo. Entonces empieza a saltar de una nube a otra, cerrando apresuradamente todos los grifos. Y la lluvia cesa. Las nubes se dejan empujar hacia lo lejos por el viento y moviéndose acunan dulcemente al hombrecito de la lluvia, que vuelve a dormirse.
Cuando se despierta exclama: "¡Pobre de mí, quién sabe cuánto habré dormido!". Mira hacia abajo y ve la tierra seca y humeante, sin una gota de agua. Entonces corré por el cielo abriendo todos los grifos.
Y así siempre.
Cuento del escritor y pedagogo italiano Gianni Rodari [1920-1980], especializado en literatura infantil y juvenil.
domingo, 16 de agosto de 2015
Doble dos
-No hay sin embargo un caso más raro que el de uno de nuestros más efímeros primeros ministros. Y esto no es una historia de lord Dim, por más que lo parezca -dijo lord Winson Green-. Ya saben, el pobre Alfred Hill, que apenas duró seis meses en Downing Street. Su guardaespaldas, el guardaespaldas del Primer Ministro era un escritor más bien frustrado que divagaba a diario con la fantasía de matarlo y así conseguir la fama que necesitaba para vender libros. Como le daba tantas vueltas a la idea, pensó luego que lo mejor sería que el Primer Ministro lo matara a él. Eso sí que sería una gran noticia. Pero para recoger sus frutos tenía que sobrevivir, aunque fuera con nombre supuesto. El Primer Ministro tenía un sosias; él también. El del Primer Ministro era un poco atolondrado; el suyo, en cambio, tenía mucho charme y además hablaba francés como la señora del Primer Ministro. No me pregunten cómo, pero se las ingenió para organizar un affaire entre ellos. Si el Primer Ministro, al sorprenderlos en flagrante adulterio en Downing Street, lo mataba en un arrebato a la española o si ya en frío mandaba asesinarlo, sería al sosias al que mataran. El Primer Ministro no se inmutó sin embargo. Él y su señora llevaban un tiempo buscando alicientes sexuales para reavivar su relación. Así que cuando vio en la cama matrimonial a su esposa desnuda cabalgando sobre quien creía el guardaespaldas, se despojó de sus ropas y se unió a ellos. Ni el Primer Ministro ni su esposa sabían que aquel no era el verdadero guardaespaldas. ¡Al fin te tenemos en nuestra cama! -le dijeron con alborozo. Ni que decir tiene que el muñidor del curioso enredo siguió siendo un escritor frustrado.
Del libro London Calling [2015] del escritor Juan Pedro Aparicio [1941- ].
sábado, 15 de agosto de 2015
Colores
Uno de mis libros favoritos, desde hace años, es el diccionario. De vez en cuando, ojeándolo y hojeándolo, se descubren cosas sorprendentes. Y a veces muy hermosas.
Hace tiempo que, por ejemplo, encontré las definiciones de algunos colores. Y me encantan:
Me gusta esa especie de falta de rigor mezclada con poesía. Es posible que la RAE sea un sitio rancio, pero no cabe duda de que algunas de las personas que se sientan en esos sillones saben escribir bien y bonito.
Hace unos días, curioseando, me encontré con esta sorprendente décima acepción de la palabra amarillo que, obviamente, no conocía:
Aún sigo tratando de asimilarla. Uno nunca deja de sorprenderse...
P.S. En las últimas actualizaciones del diccionario han ido añadiendo en la definición de cada color la longitud de onda, en nanometros, correspondiente a la luz que lo produce. Afanes de ciencia que afortunadamente no han desplazado al cielo sin nubes, ni a la retama, ni a la hierba fresca...
Hace tiempo que, por ejemplo, encontré las definiciones de algunos colores. Y me encantan:
azul. 1. adj. Del color del cielo sin nubes.
amarillo, lla. 1. adj. De color semejante al del oro, la flor de la retama, etc.
verde. 1. adj. De color semejante al de la hierba fresca, la esmeralda, el cardenillo, etc.
Me gusta esa especie de falta de rigor mezclada con poesía. Es posible que la RAE sea un sitio rancio, pero no cabe duda de que algunas de las personas que se sientan en esos sillones saben escribir bien y bonito.
Hace unos días, curioseando, me encontré con esta sorprendente décima acepción de la palabra amarillo que, obviamente, no conocía:
amarillo, lla. 10. m. Adormecimiento extraordinario que los gusanos de seda, cuando son muy pequeños, suelen padecer en tiempo de niebla.
Aún sigo tratando de asimilarla. Uno nunca deja de sorprenderse...
P.S. En las últimas actualizaciones del diccionario han ido añadiendo en la definición de cada color la longitud de onda, en nanometros, correspondiente a la luz que lo produce. Afanes de ciencia que afortunadamente no han desplazado al cielo sin nubes, ni a la retama, ni a la hierba fresca...
viernes, 14 de agosto de 2015
Caminata
Aún no ha amanecido cuando empezamos a caminar. Una niebla fina cubre el suelo como si fuera un rocío que no hubiera llegado a cuajar, como hebras de algodón que para avanzar hubiera que ir apartando con los pies. Mientras andamos, protegiéndonos del frío de la mañana, la niebla parece pelear con la luz, remoloneando como si no quisiera retirarse del todo, tratando de mantenerse sobre el terreno como una manta que lo protegiera del calor que ya se anuncia. Al esfuerzo del camino se une pronto la sensación del sol en la cara, la calidez de la mañana sobre la escasa superficie de piel que la ropa deja al descubierto.
El sol, por fin, se ha impuesto y la niebla ha desaparecido del todo. Ya está alto y empieza a sentirse de verdad el calor. Hacemos una primera parada. Buscamos una sombra junto al camino, bajo un roble. Cerca hay unos castaños, algún tejo. Sacamos agua, frutos secos, algo de pan, queso.
Enseguida seguimos andando para no enfriarnos. Ahora con menos ropa y más alegría. Cuando se levanta un poco de aire se nota fresco, pero el calor ya nos acompaña como uno más del grupo, formando parte del camino.
Llegamos al refugio en el que vamos a comer, junto a la laguna. El aire se siente limpio y al tumbarte y mirar las nubes, el cielo parece estar más cerca que cuando lo vemos desde la ciudad.
Ya de vuelta, cojo algunas flores que encuentro junto al camino: una digital, un pendiente de la reina. Durante un rato las llevo en la palma de la mano viendo cómo las enciende el sol ya bajo del atardecer, sintiendo su peso ligero sobre mi piel...
Madrid, septiembre de 2012.
Caminata by Román J. Navarro Carrasco is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
jueves, 13 de agosto de 2015
El mejor momento
-Camarón que se duerme...
-No estoy dormido. Busco el mejor momento.
-El mejor momento no existe, criatura. La vida es ahora, siempre.
De la novela Los cuerpos extraños [2014], de la serie de Bevilacqua y Chamorro, del escritor Lorenzo Silva [1966- ].
miércoles, 12 de agosto de 2015
martes, 11 de agosto de 2015
Cuentitos y poesía para el verano
Los dos últimos libros que "han caído" estos días.
Este fin de semana he leído London Calling [2015] de Juan Pedro Aparicio [1941- ]. Es una colección de microrrelatos, si no recuerdo mal ninguno o casi ninguno pasa de las dos páginas, independientes pero con un hilo común: una reunión de caballeros ingleses, reunidos en un peculiar club con un embajador español, dialogan sobre diversos temas como el trato a los animales, las plumas de los ángeles o las relaciones de pareja...
Merece mucho la pena.
Y el otro es Palabra sobre palabra [2005], la poesía completa de Ángel González [1925-2008]. En realidad este libro llevaba ya unas cuantas semanas acompañándome junto a la cama y lo he ido leyendo de a poquitos. Ya he contado aquí más veces que no soy muy lector de poesía, pero me gusta probar... y lo de Ángel González ha sido un gusto.
(Por cierto, creo que se puede decir que Ángel ya es un "habitual" de este blog, pero Juan Pedro lo visitó ayer por primera vez.)
Este fin de semana he leído London Calling [2015] de Juan Pedro Aparicio [1941- ]. Es una colección de microrrelatos, si no recuerdo mal ninguno o casi ninguno pasa de las dos páginas, independientes pero con un hilo común: una reunión de caballeros ingleses, reunidos en un peculiar club con un embajador español, dialogan sobre diversos temas como el trato a los animales, las plumas de los ángeles o las relaciones de pareja...
Merece mucho la pena.
Y el otro es Palabra sobre palabra [2005], la poesía completa de Ángel González [1925-2008]. En realidad este libro llevaba ya unas cuantas semanas acompañándome junto a la cama y lo he ido leyendo de a poquitos. Ya he contado aquí más veces que no soy muy lector de poesía, pero me gusta probar... y lo de Ángel González ha sido un gusto.
(Por cierto, creo que se puede decir que Ángel ya es un "habitual" de este blog, pero Juan Pedro lo visitó ayer por primera vez.)
lunes, 10 de agosto de 2015
Homicidio en Heathrow
-¡Cuánto misterio emana de los aeropuertos! Yo les cuento otro caso -dijo lord Leighton Buzzard-. Este era también un hombre de empresa, un ejecutivo importante. Tenía un vuelo que no podía perder, como suele ocurrir con los ejecutivos, y buscaba desesperadamente un taxi en la zona de Knightsbridge. Iba a firmar un contrato en Qatar, vital para su futuro. Pero algo pasaba esa mañana con el tráfico. Por fin alcanzó a ver un coche libre y le hizo una señal muy llamativa. Había dejado el maletín en el suelo y agitaba los brazos por encima de su cabeza. Ya lo sé, demasiado nervioso para ser inglés. Una dama, joven todavía, en quien no había reparado, se le adelantó con descaro y se subió al taxi. Oyó que iba también a Heathrow. Le propuso que compartieran el coche, pero ella contestó con un mohín de desagrado. Decidió volver a su casa en Montpellier Walk y tomar su propio coche. Salió hacia Heathrow a toda la pobre velocidad que le permitió el tráfico y estacionó con tan mala suerte que produjo desperfectos en un coche vecino y tuvo que demorarse dejando sus datos en el parabrisas. Muy nervioso, se precipitó hacia la sala de embarque: el vuelo ya estaba cerrado. Con la sensación de haber sido asaltado, se acercó a la barra de la cafetería y pidió un whisky doble. Se lo bebió de un trago y pidió otro. No dejaba de pensar en el contrato perdido. Entonces vio a la mujer que le había quitado el taxi. Estaba sentada a una mesa tomándose muy plácidamente un té. Se acercó y le recriminó su conducta: ella se levantó muy airada "¡está usted bebido! -le acusó- ¿cómo se atreve a hablarme así?". Notó que ni siquiera lo había reconocido y se ofuscó. Agitó el brazo en actitud de rechazo como si quisiera apartar de sí el sonido de aquellas palabras, pero lo hizo con tal fuerza que la mujer se cayó hacia atrás y se desnucó. Salió a la calle entre gritos, los suyos, y los de la gente alrededor. Corrió sin saber a dónde y un autobús de los que unía las terminales lo atropelló. Tras una semana en coma, murió. Nadie logró convencer al marido de ella ni a la esposa de él de que no había habido entre ellos una turbulenta relación amorosa.
Del libro London Calling [2015] del escritor Juan Pedro Aparicio [1941- ].
domingo, 9 de agosto de 2015
sábado, 8 de agosto de 2015
viernes, 7 de agosto de 2015
Agradecimiento
-Y por esto. Yo te estoy agradecido por esto.
-No tienes que darme las gracias.
-Claro que sí. Hay algo que leí, en un libro que seguramente nunca habría leído por mí mismo. Lo tenía un compañero mientras estábamos en un sitio con pocas distracciones y se lo pedí para hojearlo. Era un libro de cartas, entre un escritor y una escritora, mi amigo me dijo que lo compró porque le gustaba el escritor y le habían dicho que en aquellas cartas se desnucaba como en ningún otro escrito suyo. Y era verdad. En una de ellas decía algo que se me quedó grabado: "Siempre he creído que la mujer que se acostaba conmigo me hacía un favor". Es justo la misma sensación que he tenido yo siempre.
No supe muy bien cómo encajar aquello.
-No me tomes el pelo -protesté.
-En serio te lo digo. Y por eso entiendo muy bien otra cosa que escribía el hombre, en aquella carta. Que siempre que se veía con una mujer en los brazos, trataba de cuidarla y quererla lo mejor posible, para hacerle sentir ese agradecimiento que le inspiraba.
De la novela Música para feos [2015] de Lorenzo Silva [1966- ].
jueves, 6 de agosto de 2015
El Paraíso
Junto a la tumba de Eva, dejó escrito Adán:
"Allá donde estuviera Eva, estaba el Paraíso"
De El diario de Adán y Eva, de Mark Twain [1835-1910].
miércoles, 5 de agosto de 2015
martes, 4 de agosto de 2015
Mi tabla periódica
Espero con entusiasmo, casi ansiosamente, la llegada semanal de revistas como Nature y Science, y me dirijo inmediatamente a los artículos sobre ciencias físicas, y no, como tal vez debería, a los que tratan de biología y medicina. Las ciencias físicas fueron las primeras en fascinarme siendo niño.
En una reciente edición de Nature había un apasionante artículo del físico Frank Wilczek, ganador de un premio Nobel, sobre una nueva manera de calcular las masas ligeramente diferentes de los neutrones y los protones. El nuevo cálculo confirma que los neutrones son muy poco más pesados que los protones (la ratio entre sus masas es de 939,56563 a 938,27231). Se podría pensar que la diferencia es insignificante, pero si no fuese así, el universo, tal como lo conocemos, nunca habría llegado a desarrollarse. La capacidad de calcular algo así, dice Wilczek, “nos anima a predecir un futuro en el que la física nuclear alcanzará el nivel de precisión y versatilidad ya logrado por la física atómica”, una revolución que, por desgracia, yo nunca veré.
Francis Crick estaba convencido de que “el problema difícil” —entender cómo el cerebro produce la conciencia— estaría resuelto en 2030. “Tú lo verás”, solía decirle a Ralph, mi amigo neurólogo, “y tú también, Oliver, si llegas a mi edad”. Crick vivió hasta avanzados los 80 años, trabajando y pensando sobre la conciencia hasta el final. Ralph murió prematuramente, a la edad de 52 años, y ahora yo sufro una enfermedad terminal a los 82. Debo decir que no tengo demasiada experiencia con el “problema difícil” de la conciencia. La verdad es que no lo veo como un problema en absoluto, pero me entristece no ser testigo de la nueva física nuclear que vislumbra Wilczek, ni de otros miles de avances en las ciencias físicas y biológicas.
Hace unas semanas, en el campo, lejos de las luces de la ciudad, vi el cielo entero “salpicado de estrellas” (en palabras de Milton). Un cielo así, imaginé, solo se debía de poder contemplar en altiplanos secos y elevados como el de Atacama, en Chile (donde se encuentran algunos de los telescopios más potentes del mundo). Fue ese esplendor celestial el que me hizo darme cuenta de repente de qué poco tiempo, qué poca vida me quedaba. Para mí, mi percepción de la belleza del cielo, de la eternidad, estaba asociada indisolublemente a una sensación de fugacidad y muerte.
Dije a mis amigos Kate y Allen: “Me gustaría ver un cielo así cuando esté muriendo”.
Ellos me respondieron: “Nosotros empujaremos la silla de ruedas”.
Desde que en febrero escribí que tenía cáncer con metástasis, los cientos de cartas recibidas, las expresiones de cariño y aprecio, y la sensación de que (a pesar de todo) he vivido una vida buena y provechosa, me han consolado. Estoy muy feliz y agradecido por todo ello, pero nada me ha impactado tanto como lo hizo aquel cielo nocturno cubierto de estrellas.
Desde mi infancia he tenido la tendencia a afrontar la pérdida —pérdida de personas queridas— recurriendo a lo no humano. Cuando, siendo un niño de seis años, me enviaron a un internado a principios de la II Guerra Mundial, los números se hicieron mis amigos; cuando regresé a Londres a los 10, los elementos y la tabla periódica se convirtieron en mis compañeros. Las épocas de tensión a lo largo de mi vida me han llevado a volverme, o a volver, a las ciencias físicas, un mundo en el que no hay vida, pero tampoco muerte.
Y ahora, en este punto crítico, cuando la muerte ya no es un concepto abstracto, sino una presencia —demasiado cercana e innegable— vuelvo a rodearme, como cuando era pequeño, de metales y minerales, pequeños emblemas de eternidad. En un extremo de mi escritorio, en un estuche, tengo el elemento 81 que me enviaron unos amigos de los elementos de Inglaterra; en el estuche dice: “Feliz cumpleaños de talio”, un recuerdo de mi 81º cumpleaños, el pasado julio. Y después está el reino dedicado al plomo, el elemento 82, por mi 82º cumpleaños, que acabo de celebrar a principios de este mes. En él hay también un pequeño cofre de plomo que contiene el elemento 90: torio, torio cristalino, tan bello como los diamantes, y, por supuesto, radioactivo (de ahí el cofre de plomo).
A principios de año, las semanas después de enterarme de que tenía cáncer, me sentía muy bien a pesar de que la mitad de mi hígado estaba invadido por la metástasis. Cuando, en febrero, se aplicó a mi enfermedad un tratamiento consistente en inyectar gotas minúsculas en las arterias hepáticas (un procedimiento conocido como embolización), me encontré fatal durante un par de semanas, pero luego me sentí fenomenal, cargado de energía física y mental. (Casi todas las metástasis habían sido aniquiladas por la embolización). No se me había concedido una remisión, pero sí un descanso, un tiempo para profundizar amistades, visitar pacientes, escribir y volver a mi país natal, Inglaterra. Entonces la gente apenas podía creer que estuviese en fase terminal, y yo mismo podía olvidarlo fácilmente.
Esa sensación de salud y energía empezó a decaer cuando mayo dejó paso a junio, pero pude celebrar mi 82º cumpleaños por todo lo alto. (Auden solía decir que uno debería celebrar siempre su cumpleaños, no importa cómo se encuentre). Pero ahora tengo un poco de náusea y pérdida de apetito; escalofríos durante el día y sudores por la noche; y, sobre todo, un cansancio generalizado acompañado de agotamiento repentino cuando hago demasiadas cosas. Sigo nadando a diario, aunque ahora más despacio, ya que estoy empezando a notar que me falta un poco el aliento. Antes podía negarlo, pero ahora sé que estoy enfermo. Un TAC realizado el 7 de julio confirmó que las metástasis no solo se habían reproducido en el hígado, sino que se había extendido más allá de él.
La semana pasada empecé un nuevo tipo de tratamiento: la inmunoterapia. No está exenta de riesgos, pero espero que me proporcione unos cuantos buenos meses más. No obstante, antes de empezar con ella, quería divertirme un poco haciendo un viaje a Carolina del Norte para ver el maravilloso centro de investigación sobre lémures de la Universidad de Duke. Los lémures están próximos a la estirpe ancestral de la que surgieron todos los primates, y me gusta pensar que uno de mis propios antepasados, hace 50 millones de años, era una pequeña criatura que vivía en los árboles no tan diferente de los lémures actuales. Me encantan su saltarina vitalidad y su naturaleza curiosa.
Junto al círculo de plomo de mi mesa está la tierra del bismuto: bismuto de origen natural procedente de Australia; pequeños lingotes de bismuto en forma de limusina de una mina de Bolivia; bismuto fundido y enfriado lentamente para formar hermosos cristales iridiscentes escalonados como un poblado hopi; y, en un guiño a Euclides y la belleza de la geometría, un cilindro y una esfera hechos de bismuto.
El bismuto es el elemento 83. No creo que llegue a ver mi 83º cumpleaños, pero creo que hay algo esperanzador, algo alentador en tener cerca el “83”. Además, siento debilidad por el bismuto, un humilde metal gris, a menudo desdeñado e ignorado, incluso por los amantes de los metales. Mi sensibilidad de médico hacia los maltratados y los marginados se extiende al mundo inorgánico y encuentra un paralelo en mi simpatía por el bismuto.
Es casi seguro que no seré testigo de mi cumpleaños de polonio (el número 84), ni tampoco querría tener polonio cerca de mí, con su radiactividad intensa y asesina. Pero en el otro extremo de mi mesa —de mi tabla periódica— tengo un bonito trozo de berilio (elemento 4) elaborado mecánicamente para que me recuerde mi infancia y lo mucho que hace que empezó mi vida próxima a acabar.
Oliver Sacks [1933- ] anunció en febrero de este año que tenía un cáncer terminal en este artículo. Hace un par de días publicó un nuevo artículo en el que habla de su proceso con la enfermedad, de su vida y de su muerte. Entre tanta pamplina como nos encontramos cada día, en la red y fuera de ella, merece la pena prestar atención a estas gotitas de lucidez...
lunes, 3 de agosto de 2015
País de vampiros
Aquí el descanso perfecto es imposible. No podemos dormir tranquilos, aunque nuestro cobijo sea seguro. Caemos en un sueño inquieto, temeroso, lleno de sobresaltos. Un sueño donde los presentimos, dedicados a su ávida busca, con el propósito indeclinable de alcanzarnos. Invadidos por un miedo que a veces nos hace despertar, imaginamos sus figuras oscuras, sus capas aleteantes, el maletín en que se guardan la aguzada estaca que esperan clavar en nuestro corazón.
José María Merino [1941- ]. Microrrelato de su libro La glorieta de los fugitivos [2007].
domingo, 2 de agosto de 2015
Museo Cerralbo
Hace unos días visité el Museo Cerralbo. El Museo es el legado de un "coleccionista profesional": una vida entera dedicada a coleccionar objetos. En uno de los carteles que encontré en una galería decía que se podían ver tales y tales cosas "con un auténtico afán de acumulación que queda especialmente patente en la monumental vitrina que aloja un variado repertorio de menudencias y pequeñas figuras o bibelots de porcelana". Pues eso, una locura de cosas y cosas, desde armas medievales a lamparitas de aceite romanas, pasando por cuadros, mobiliario, cerámica, lámparas, relojes... En la foto, una parte de la biblioteca.