martes, 18 de agosto de 2015

Por su mismo peso se viene abajo y se rompe

Son, pues, los mismos pueblos los que se dejan o, más bien, se hacen someter, pues cesando de servir, serían, por eso mismo, libres. Es el pueblo el que se esclaviza, el que se corta el cuello, ya que, teniendo en sus manos el elegir estar sujeto o ser libre, abandona su independencia y toma el yugo, consiente en su mal o, más bien, lo persigue. [...] De la misma manera que el fuego de una pequeña chispa llega a ser grande y se refuerza más y más cuando se une a la madera, y aún más si ésta se encuentra en condiciones de arder, y si no se tiene agua para extinguirlo, únicamente no arrojando a él más madera, no haciendo más que abandonarlo, se consume a sí mismo y se convierte en algo sin forma y que deja de ser fuego; así también los tiranos más saquean, más exigen, más arruinan y destruyen mientras más se les entrega y más se les sirve, tanto más se fortalecen y se hacen tanto más fuertes y más ansiosos de aniquilar y destruir todo; y, si no se les entrega nada, si no se les obedece, sin combatir y sin herir, quedan desnudos y derrotados y no son nada, igual que la raíz que, no teniendo sustancia ni alimento, degenera en una rama seca y muerta.
[...] Este anhelo, esta voluntad para desear las cosas que, siendo valiosas, los hacen dichosos y alegres, es común a los sabios y a los indiscretos, a los valientes y a los cobardes. Sólo hay una, se puede decir, en la cual, no sé por qué, la naturaleza ha hecho imperfectos a los hombres para desearla: es la libertad, la cual es, sin embargo, un bien tan grande y tan agradable, que, una vez perdida, todos los males se hacen patentes, y los bienes mismos que aún duran pierden enteramente su gusto y su sabor, corrompidos por la esclavitud. La libertad sola no la desean los hombres, por la sencilla razón, a mi entender, de que si la desearan la tendrían. Es como si rehusaran a realizar esta bella adquisición, tan sólo porque es demasiado fácil.
[...] Éste que os domina tanto no tiene más que dos ojos, no tiene más que dos manos, no tiene más que un cuerpo, y no tiene ni una cosa más de las que posee el último hombre de entre los infinitos que habitan en vuestras ciudades. Lo que tiene de más sobre todos vosotros son las prerrogativas que le habéis otorgado para que os destruya. ¿De dónde tomaría tantos ojos con los cuales os espía si vosotros no se los hubierais dado? ¿Cómo tiene tantas manos para golpear si no las toma de vosotros? Lo pies con que holla vuestras ciudades, ¿de dónde los tiene si no es de vosotros? ¿Cómo tiene algún poder sobre vosotros, si no es por obra de vosotros mismos? ¿Cómo osaría perseguiros si no hubiera sido enseñado por vosotros? ¿Qué os podría hacer si vosotros no fuerais encubridores del ladrón que os roba, cómplices del asesino que os mata y traidores a vosotros mismos? [...] Pero podéis libraros si ensayáis no siquiera a libertaros, sino únicamente a querer ser libres. Estad resueltos a no servir más y seréis libres. No deseo que le forcéis, ni le hagáis descender de su puesto; sino únicamente no sostenerlo más; y le veréis como un gran coloso al que se ha quitado la base, y por su mismo peso se viene abajo y se rompe.

Parece que este texto hubiera sido publicado hoy mismo refiriéndose a muchxs de nuestros gobernantes y políticxs. Sin embargo fue escrito hace casi cinco siglos por Étienne de La Boétie [1530-1563], íntimo amigo de Michel de Montaigne, y de cuya muerte se cumplen hoy 452 años.

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