domingo, 2 de septiembre de 2018

Libros rotos

Desde hace varias semanas ando "abandonando" libros por ahí, con la confianza de que encuentren a alguien que los quiera leer y darles una nueva oportunidad de seguir vivos. Me gusta fantasear pensando en quién los encontrará, qué cara pondrá al verlos (interés, sorpresa, hastío, curiosidad, alegría...), cuáles de ellos podrán interesarle o si al dar con ellos recuerda a alguna otra persona a quien regalárselos. En un par de ocasiones, una vez en Madrid y otra en La Cabrera, al lado de casa, he tenido la suerte de ver cómo alguien los hojeaba y se llevaba alguno.

Hace unos días volví a pasar por un lugar en el que había dejado varios (está al lado de donde vivo y paso por allí a diario) y vi que a uno de los libros que había dejado unas horas antes le habían arrancado unas cuantas páginas y lo habían tirado al suelo.

En realidad no sé qué pasa con la inmensa mayoría de los libros que abandono: muchos serán ignorados por quien los vea, unos cuantos serán hojeados por alguien, unos pocos, tal vez, serán llevados a alguna casa y, quizá, alguno de ellos sea leído por alguien. Pero sé que muchos irán a la basura, quizá les llueva, les cague un pájaro, se caigan de donde los he dejado por el viento y se estropeen en el suelo, les salpique un coche al pasar...
No tengo ni idea de qué pasará con cada uno de ellos.
Y no me preocupa: el juego es dar la posibilidad de que algunos libros, ya muy usados, muy leídos, que ya han vivido, sigan vivos un tiempo más y que alguien vuelva a recorrer sus páginas.
No hay pretensiones. No hay expectativas. No hay estadísticas de cuántos son recogidos ni leídos ni perdidos.

Pero hay algo desolador en encontrar un libro roto. Es desalentador pensar en alguien que encuentra un libro en la calle, en un banco, en el campo, en un asiento del metro, donde sea, lo coge, hojea un momento sus páginas, mira la portada un instante, lo rompe y lo tira.
Por más que lo pienso no deja de sorprenderme.

Pero... ¡seguimos!

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