Mari calla. El hombre, cuchillo y tenedor en mano, tiene la mirada clavada en un punto del espacio, sobre la mesa, mientras reflexiona.
Y habla.
-Una vez leí la historia de tres hermanos a los que una corriente de agua arrastró hasta una isla de Hawai. Es un mito. Uno muy antiguo. Lo leí cuando era pequeño y no me acuerdo de todos los detalles, pero la cosa iba así. Tres hermanos salieron a pescar, zozobraron por culpa de una tormenta y flotaron mucho tiempo a la deriva hasta que fueron arrojados por las olas a la playa de una isla deshabitada. Era una isla muy hermosa, con muchas palmeras, con árboles cargados de frutos y una montaña altísima irguiéndose en el centro de la isla. Aquella noche, un dios se apareció en sueños a los tres hermanos y les dijo: "En la playa, un poco más allá, encontraréis tres grandes rocas redondas. Empujadlas hasta donde queráis. Y allí donde os detengáis será donde viviréis. Cuanto más arriba subáis, tanto más lejos alcanzaréis a ver el mundo. Decidid vosotros hasta dónde queréis llegar".
El hombre bebe un sorbo de agua y hace una pausa. Mari pone cara de indiferencia, pero escucha la historia con atención.
-¿Lo has entendido bien hasta aquí?
Mari hace un pequeño gesto de asentimiento.
-¿Quieres oír cómo sigue? Es que, si no te interesa, me callo.
-Si no se alarga mucho.
-No. Es una historia bastante simple.
Tras tomar otro sorbo de agua, reemprende el relato.
Tal como les ha dicho el dios, los tres hermanos encuentran tres grandes rocas en la playa. Y tal como les ha dicho el dios que hagan, empiezan a empujarlas. Las rocas son muy grandes y pesadas, cuesta mucho moverlas y, además, hacerlas rodar pendiente arriba es terriblemente duro. El hermano menor es el primero en dejar oír su voz. "Hermanos", dice, "a mí ya me parece bien este lugar. Está cerca de la orilla y aquí podré pescar. Tendré suficiente para vivir. No me importa que mis ojos no alcancen a ver el mundo en toda su magnitud." Los otros dos hermanos siguieron avanzando. Pero, al llegar a media montaña, el segundo hermano dejó oír su voz. "Hermano, a mí ya me parece bien este lugar. Aquí hay fruta en abundancia y tendré suficiente para vivir. No me importa que mis ojos no alcancen a ver el mundo en toda su magnitud." El hermano mayor siguió avanzando por la cuesta. El camino era cada vez más estrecho y escarpado, pero él no flaqueó. Tenía un carácter muy perseverante y deseaba ver el mundo en toda su magnitud. Así que siguió empujando la roca hasta la extenuación. Tardó meses, casi sin comer ni beber, en arrastrar la roca hasta la cima de la montaña. Una vez allí, se detuvo y contempló el mundo. Alcanzaba a ver más lejos que nadie. Allí era donde viviría en lo sucesivo. En aquel lugar no crecía la hierba, ni tampoco volaban los pájaros. Para beber, sólo podía lamer el hielo y la escarcha. Para comer, sólo podía mordisquear el musgo. Pero él no se arrepintió. Porque podía contemplar el mundo entero... Y por eso, todavía ahora, hay una enorme roca redonda en la cima de la montaña de aquella isla de Hawai. Ésa era la historia.
Silencio.
Mari pregunta:
-¿La historia tiene alguna moraleja, o algo por el estilo?
-Moralejas, yo diría que tiene dos. Una -dice él alzando un dedo-, que todos somos distintos. Incluidos los hermanos. Y la otra -dice alzando un segundo dedo-, que si realmente quieres algo, tienes que pagar un precio por ello.
-Pues a mí me parece más sensata la vida que escogieron los dos hermanos menores -opina Mari.
-Sí, claro -reconoce él-. A nadie se le ocurre ir a Hawai para acabar lamiendo escarcha y comiendo musgo. Por descontado. Pero el hermano mayor sentía curiosidad por ver el mundo en toda su magnitud, y no pudo reprimirla. Por muy elevado que fuera el precio que tuviera que pagar.
-Curiosidad intelectual.
-Exacto.
De la novela After Dark [2004] del escritor japonés Haruki Murakami [1949- ].
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