Dice un proverbio chino que el buen caminante no deja huellas. De eso se deduce que no deberías agobiar a la posteridad con un recuento de tus andanzas. Pero si no quieres que nada se pierda, medita primero, ¿habrá un escritor en ti, o, al menos, un buen narrador como para hacer un trabajo previo de fijación? Si es así, ¿por qué no engrosar la nómina de los memorialistas del siglo? ¿Por qué renunciar a la memoria?
Antes de elegir el tono, recuerda que cuando se apuesta por un determinado enfoque se busca siempre la simpatía del lector, pero nos arriesgamos también a su antipatía. Las gracias de la escritura y la conversación son de diferente tipo, pero quien es excelente en una puede serlo con mayor facilidad en la otra, así que si eres bueno en el arte de conversar, ya tienes mucho ganado. Partes además con otra ventaja: vas a narrar realidades que no son demasiado familiares para el lector.
Piensa en que a menudo se siente más uno en Italia leyendo un libro sobre ella que pisando sus caminos, pero eso no debe animarte a ser prolijo: no fatigues a tus lectores con descripciones de cada posta del camino. Escribe, confiando en la memoria como suministradora de la razón, pero no enumeres. No todo merece detenimiento. No busques tampoco a toda costa la originalidad y alterna información con narrativa. Ten fidelidad a tu propia voz, y haz que los demás aparezcan en tu relato, como si te importasen. Sé humilde, nunca hiperbólico. Entre los errores de las jóvenes mentes está el de opinar constantemente sobre su propia importancia, así que trata de no escamotearte a ti mismo los detalles desagradables del viaje, pero sin abusar de estos hasta convertir tu escrito en un cuaderno de quejas.
Del libro El Grand Tour [2017] de Daniel Muñoz de Julián [1982- ].
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