jueves, 25 de mayo de 2017

Acabados de lujo

—Como si es de cartón, me da lo mismo. ¿De verdad se cree que me importa de qué sea la caja? —dijo mi padre.
Creo que fueron las frases más largas que le oí decir en toda la tarde. El hombre de la funeraria nos miraba con cara inescrutable. Me sonaba haberme cruzado con él en algún pasillo durante estas últimas semanas. Imagino que parte de su trabajo consiste en estar al acecho de a quién le queda poco en cada planta y tener bien localizada a la familia para acudir inmediatamente a ofrecer sus productos.
—No, disculpe, dese usted cuenta de que no da ni mucho menos lo mismo un material que otro —insistió—. Precisamente le hablaba hace un momento de estos modelos de roble, con molduras de acero cromado y el interior acolchado en terciopelo blanco roto, con excelentes acabados, pero también me gustaría enseñarles estos otros fabricados en raíz de olivo. Es cierto que su precio sube ligeramente, pero sin ninguna duda la calidad no es ni remotamente comparable.
El hombre se ganaba su sueldo. Yo miraba la escena como si de algún modo me fuera ajena. Un rato antes, mientras bajábamos mi padre y yo en el ascensor, me dijo que ésto debía haber ocurrido antes. Hacía muchos meses que el abuelo estaba en la cama, esperando, sabiendo que ya no se iba a recuperar y que cuando saliera de aquella habitación sería con los pies por delante, como él decía. Le acompañé, los dos callados casi todo el rato, a hacer algún papeleo que nos habían dicho que era necesario en ese momento y luego nos reunimos en una pequeña salita, junto a la capilla, con el hombre de la funeraria.
—Aquí tienen también este otro modelo de cedro, y en esta otra página del catálogo están nuestros productos estrella: caoba con incrustaciones artesanales de ébano y acabados de lujo.
Mi padre le miraba sin decir nada. Aún no había llorado. Yo tampoco. No sé si lo hizo después en algún momento. Supongo que lo que le hubiera gustado es mandar a aquel gilipollas a la mierda y decirle que se metiera sus putas cajas de olivo y de cedro y de caoba por el culo y que nos dejara llorar tranquilos la muerte de su padre, de mi abuelo. Pero no, los dos seguíamos callados, hojeando sin verlos los catálogos que el hombre, impaciente, había desplegado sobre una mesilla baja de mármol negro con vetas blancas: papel couché con fotos excelentes, maravillosamente impresas.
A mi abuelo en ese momento le estarían llevando de la habitación al depósito, para esperar allí la caja que eligiéramos para él y luego le trasladarían a la sala del tanatorio, en la planta baja del hospital. Traté de imaginarle en nuestra situación, también callado, indeciso y triste. Imaginé que quizá algún día me tocaría a mí pasar por ésto y tomar estas decisiones. Entonces sentí, por primera vez, la congoja acumulada durante esos días y esa mañana. Pensé que me hubiera hecho bien llorar pero no quise hacerlo allí, con mi padre y con aquel tipo encorbatado que nos miraba echando cuentas de cuánto iba a facturar ese día.
—Nos quedamos con éste —dije mirando a mi padre y señalando una de las fotos del catálogo.
—Es una excelente elección, sin duda —me dijo el hombre de la funeraria—, excelente de verdad.
—Sí —respondí—, seguro que sí. Díganos qué tenemos que rellenar o qué datos necesita para cerrar ésto. Nos están esperando.
—Cómo se aprovechan éstos —me dijo mi padre sin mirarme mientras volvíamos al ascensor—. Gracias.
Me hubiera gustado abrazarle en ese momento. Se abrieron las puertas y con nosotros entraron un par de personas. Cuando llegamos a la planta en la que estaba la cafetería le dije «Aquí es» y le puse la mano en el hombro para salir. A través de la camisa sentí su espalda cansada, su pesadumbre.
–Sí –respondió–, vamos, que nos deben estar esperando. Vamos a comer algo, nos sentará bien, que aún nos queda un día largo.

La Cabrera, mayo de 2017.

Licencia Creative Commons
Acabados de lujo por Román J. Navarro Carrasco se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

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