sábado, 14 de enero de 2017

Carreras

Desde que a Sergio le han comprado la bici está mucho más simpático. Antes ni me hablaba y yo creo que le molestaba que Carlos me llevara a todas partes. Pero ahora es distinto.
—Te echo una carrera —me dice en cuanto llega.
Y Carlos lleva la silla hasta la cuesta y, mientras los demás vigilan en los cruces que no venga ningún coche, echamos una carrera hasta la playa. A veces gana él y a veces gano yo, y entonces Carlos y los demás me felicitan, y me dan palmadas en los hombros, y el primer día incluso levantaron la silla entre todos y me llevaron a hombros hasta la orilla. Pensé que a Sergio le molestaría, pero qué va. Es el primero que viene a recogerme —en cuanto llegamos a la arena las ruedas de la silla se atascan y siempre acabo en el suelo—, el que me da las palmadas más fuertes y el que me pellizca la cara hasta casi hacerme daño. 
—Eres una máquina, taradín —me dice.
Y, aunque a mí no me molesta, procura que Carlos no esté delante porque se pone como una fiera cuando me llama así. La bici de Sergio es roja y tiene unas rayas negras a los lados que parece que la partieran en dos. Da gusto verlo llegar a toda pastilla, pedaleando como un loco entre los chalés hasta que derrapa justo frente a las escaleras. 
—Te echo una carrera —me dice.
Y nos vamos a la cuesta y lo preparamos todo. Es una cuesta larga que llega hasta la playa, al mar que a estas horas está casi siempre oscuro. Carlos me coloca bien y me pide que me agarre fuerte. Sergio se pone las gafas de sol y, aunque sea casi de noche, desconecta el faro porque dice que la dinamo le frena. 
—Cuando quieras —me dice en voz alta. 
Ya nunca espero a que los de los cruces terminen de colocarse.
—A la de tres —le digo y cuento muy rápido.
Uno. Dos. Y siempre arranco antes de decir Tres. Carlos me empuja con fuerza, pero enseguida Sergio se pone delante, pedaleando como un loco, con la cabeza metida dentro del manillar. Pero yo me embalo, rápido, rápido, atento a cada derrape de su rueda de atrás. Antes de llegar al primer crucer hace uno largo y ya me tiene encima, pegado a su rueda. Los demás nos hacen señas, gritan, pero Sergio derrapa otra vez y estoy a su altura. Y ya solo es el viento, las casas deslizándose a toda velocidad a nuestro lado, el segundo cruce cada vez más cerca y al fondo la línea clara de la playa y el mar oscuro. A partir de aquí ya solo es cuestión de suerte. 

Del libro Ahora tan lejos [2012] de Javier Sagarna [1964- ].

El día de Reyes me di una vuelta por varias librerías de Malasaña buscando algunos regalos y aproveché para hacerme también alguno a mí mismo.
Por casualidad, en la misma tarde, y en dos librerías distintas, di con Materia oscura, uno de los libros de mi profe Ángel Zapata, y con Ahora tan lejos, de Javier Sagarna, el director de la Escuela de Escritores. Han sido dos de mis primeras lecturas de este año recién empezado y, a ratos, ha habido algunas cosas que me ha dado mucha envidia no haberlas escrito yo, como este cuentito de apenas dos páginas sobre unos niños echando carreras...

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